No hay que darle más vueltas al asunto: hay evidencia de influencias genéticas sobre la mayoría de comportamientos y rasgos de personalidad humanos. Si los estudios en el campo de la genética de la conducta ya habían aportado muchos resultados en ese sentido, los avances más recientes en el campo de la genética molecular son aún contundentes, e indican claramente que determinadas versiones de algunos genes se asocian con algunos rasgos psicológicos. Sin embargo, eso no supone que tengamos que rebajar ni un ápice la posibilidad de influencia ambiental. A pesar de ello, aún seguimos observando algunas interpretaciones sesgadas y tendenciosas del concepto de heredabilidad.
Como muchos de vosotros sabréis, los estudios de gemelos y adopción que la genética de la conducta lleva a cabo suelen indicar un porcentaje de influencia genética, que puede ir desde un 20% a un 80% según los rasgos estudiados. De ahí podría deducirse que si, por ejemplo, la heredabilidad de la inteligencia fuese el 80%, la capacidad cognitiva de un sujeto estaría determinada en un 80% por sus genes, y el 20% por el ambiente y el azar. No obstante, hay que volver a decir que la heredabilidad es un concepto que hace referencia a la proporción de la varianza poblacional del rasgo en cuestión que es explicada por factores genéticos, es decir, hasta que punto las diferencias genéticas entre sujetos son responsables de las diferencias que presentan en un rasgo comportamental; se calcula dividiendo la varianza fenotípica entre la varianza genotípica:
h2 = Vgen / Vfen
Vgen y Vfen son varianzas, es decir, se trata de parámetros estadísticos que dependen de la existencia de diferencias en el rasgo en cuestión dentro de la población estudiada. Si no hay diferencias la varianza es cero. La varianza fenotípica se estima directamente a partir de las diferencias que los sujetos de la muestra presentan en el rasgo (inteligencia, personalidad, etc.). En cambio, la varianza genotípica ha de estimarse mediante la comparación de sujetos con distintos grados de similitud genética (hermanos, gemelos, adoptados).
(Pablo, me he permitido tomar el chiste de tu blog)
Por lo tanto, la heredabilidad es un parámetro poblacional que no nos dice nada de los determinantes de las características conductuales de un sujeto concreto. Tampoco nos da información acerca de las diferencias entre grupos: blancos y negros, hombres y mujeres, etc. Por ejemplo, si la heredabilidad del CI es de 0,6, ello significa que el 60% de las variaciones en CI de una determinada población, en un momento histórico determinado, se debe a diferencias genéticas. Lo que no quiere decir que en un sujeto concreto que presente un CI de 110, el 60% de su inteligencia esté determinada genéticamente, sino que si la media poblacional es de 100, seis de los diez puntos que separan a ese individuo de la media se deberían a influencias genéticas. De los 100 puntos restantes no podemos decir nada.
El índice de heredabilidad no niega la posibilidad de influencia ambiental sobre un rasgo, ni tan siquiera en el improbable caso de encontrarnos con una heredabilidad cercana a 1. Por ejemplo, si desde el mismo momento del nacimiento–no podemos controlar por completo las influencias prenatales- introducimos a un grupo de niños en una situación experimental de laboratorio exactamente igual para todos, con los mismos estímulos, la misma temperatura, la misma alimentación, etc., pero que conllevara cierta deprivación o carencia, lo más probable es que la heredabilidad de su inteligencia se acercase bastante a 1. La razón es que las experiencias ambientales habrían sido iguales para todos por lo que sólo cabría atribuir a la herencia las diferencias individuales. Sin embargo, ello no significaría que el ambiente no haya influido ya que con toda probabilidad sus CI estarían por debajo de 100 como consecuencia de la escasa estimulación recibida. Ello sugiere que si la heredabilidad de un rasgo fuese alta no podríamos deducir que ese rasgo no pueda ser modificado por la experiencia. Sólo nos indica que las influencias ambientales actuales no parecen afectar mucho a dichas características, aunque otras experiencias sí podrían hacerlo.
La genética de la conducta hizo aportaciones interesantes al estudio de la conducta, que a mediados de los 90 quedaron bien definidas. Por ejemplo, la evidencia de influencias genéticas sobre características psicológicas que tradicionalmente habían sido consideradas totalmente determinadas por el ambiente. O los conceptos de interacción o de correlación entre genotipo y ambiente, o la diferencia entre medio compartido y medio no compartido
(ver aquí). Sin embargo, la situación parece haberse estancado, ya que en los últimos años no puede decirse que esta disciplina haya realizado ninguna aportación significativa al estudio del desarrollo o la conducta humana. Más que conocer el porcentaje exacto de heredabilidad de ciertas conductas, urge analizar los procesos mediante los cuales algunos genes ejercen su influencia sobre el comportamiento humano. Ahí queda tarea para las próximas décadas, pero ya hay datos interesantes. Por ejemplo, aunque nos mostrábamos muy escépticos al respecto, sabíamos desde hace algún tiempo de la heredabilidad de las actitudes políticas (
ver aquí), pero no de los procesos que median esa relación. Pues bien, en una entrada anterior (
ver aquí) me he referido a cómo las personas de derechas muestran reacciones más intensas de ansiedad y miedo ante estímulos amenazantes que quienes se declaran de izquierdas, presumiblemente por una mayor sensibilización de la amígdala. Esa ansiedad ante situaciones nuevas de riesgo potencial les llevaría a mostrar actitudes políticas conservadoras. Así, se puede hipotetizar que los genes influyen sobre la reactividad de la amígdala, y que esta, a su vez, lleva a determinadas preferencias políticas.