Tanto hombres como mujeres nos diferenciamos en la manera de expresar nuestros afectos en las relaciones emocionales estrechas: amistades, parento-filiales y, sobre todo, de pareja. Así, algunas personas se sienten cómodas y seguras en este tipo de relaciones, se implican emocionalmente de forma intensa sin temor, buscan el contacto físico y expresan sus afectos de forma abierta. En cambio, otras manifiestan mucha ansiedad y temor ante las relaciones románticas, se muestran celosas de forma infundada, solicitan mucha atención y señales de afecto, son extremadamente pegajosas, y terminan atosigando a sus parejas. Por último, podríamos encontrar a mujeres y, sobre todo, hombres, que se muestran muy fríos en este tipo de relaciones, hasta tal extremo que en los casos más extremos rehuyen la implicación emocional y difícilmente establecen vínculos afectivos, prefiriendo las relaciones esporádicas. Aunque la tipología podría ser más rica, creo que estos tres tipos de sujetos son los más reconocibles.
La pregunta que seguramente se estará haciendo el lector interesado por el tema, es ¿por qué nos diferenciamos tanto en nuestras maneras de amar? La respuesta está en nuestra infancia, especialmente en las relaciones establecidas con nuestros padres y madres en los primeros años de vida. Es decir, en el tipo de apego o vínculo afectivo establecido (ver aquí). No es extraño que en estas primeras relaciones estrechas en las que el contacto físico y la expresión de los afectos son algo esencial, hayamos aprendido una forma de amar que luego habremos generalizado a otro tipo de relaciones personales. La disponibilidad parental, el cariño, la atención a nuestras necesidades habrían generado un modelo seguro, que nos indujo a confiar en los demás y en nosotros mismos: merecemos que nos quieran y otras personas merecen nuestro afecto. Si, por el contrario, la disponibilidad no fue total, y los cuidadores mostraron una conducta errática en cuanto a la atención de estas necesidades, el modelo construido incluyó cierta inseguridad y ansiedad, ya que nunca sabíamos con certeza cuál sería el comportamiento parental ante nuestras necesidades. Finalmente, cuando padres o madres mostraron una escasa falta de atención a nuestras necesidades y una muy limitada disponibilidad, la enseñanza sacada fue clara: tenemos que ser autosuficientes y debemos evitar a toda costa establecer relaciones estrechas en las que dependamos afectivamente de otras personas, ya que nunca podremos confiar en ellas; la frialdad emocional será una coraza que nos protegerá.
Evidentemente, los modelos construidos en la infancia podrán modificarse, sobre todo a lo largo de las primeras décadas de vida, en función de nuestras experiencias en relaciones con otras personas distintas a nuestros cuidadores: familiares, amistades y, sobre todo, parejas. No obstante, la mayoría de estudios encuentran bastante continuidad en los modelos de apego durante todo el ciclo vital.
Uno de los instrumentos psicométricos más ampliamente utilizados para evaluar nuestras modelos de apego en las relaciones románticas es el Experiences in Close Relationships Revised -ECR-R- (Fraley, Waller y Brennan, 2000), versión revisada del cuestionario elaborado por Brennan, Clark, and Shaver's (1998), Experiences in Close Relationships (ECR).
Este instrumento tiene dos escalas o dimensiones:
La pregunta que seguramente se estará haciendo el lector interesado por el tema, es ¿por qué nos diferenciamos tanto en nuestras maneras de amar? La respuesta está en nuestra infancia, especialmente en las relaciones establecidas con nuestros padres y madres en los primeros años de vida. Es decir, en el tipo de apego o vínculo afectivo establecido (ver aquí). No es extraño que en estas primeras relaciones estrechas en las que el contacto físico y la expresión de los afectos son algo esencial, hayamos aprendido una forma de amar que luego habremos generalizado a otro tipo de relaciones personales. La disponibilidad parental, el cariño, la atención a nuestras necesidades habrían generado un modelo seguro, que nos indujo a confiar en los demás y en nosotros mismos: merecemos que nos quieran y otras personas merecen nuestro afecto. Si, por el contrario, la disponibilidad no fue total, y los cuidadores mostraron una conducta errática en cuanto a la atención de estas necesidades, el modelo construido incluyó cierta inseguridad y ansiedad, ya que nunca sabíamos con certeza cuál sería el comportamiento parental ante nuestras necesidades. Finalmente, cuando padres o madres mostraron una escasa falta de atención a nuestras necesidades y una muy limitada disponibilidad, la enseñanza sacada fue clara: tenemos que ser autosuficientes y debemos evitar a toda costa establecer relaciones estrechas en las que dependamos afectivamente de otras personas, ya que nunca podremos confiar en ellas; la frialdad emocional será una coraza que nos protegerá.
Evidentemente, los modelos construidos en la infancia podrán modificarse, sobre todo a lo largo de las primeras décadas de vida, en función de nuestras experiencias en relaciones con otras personas distintas a nuestros cuidadores: familiares, amistades y, sobre todo, parejas. No obstante, la mayoría de estudios encuentran bastante continuidad en los modelos de apego durante todo el ciclo vital.
Uno de los instrumentos psicométricos más ampliamente utilizados para evaluar nuestras modelos de apego en las relaciones románticas es el Experiences in Close Relationships Revised -ECR-R- (Fraley, Waller y Brennan, 2000), versión revisada del cuestionario elaborado por Brennan, Clark, and Shaver's (1998), Experiences in Close Relationships (ECR).
Este instrumento tiene dos escalas o dimensiones:
- Ansiedad en la relación: es decir, preocupación, inseguridad, celos y temor a perder la pareja.
- Evitación: sentimientos de incomodidad en las relaciones afectivas, que tenderán, por tanto, a evitarse.
A partir de esas dos dimensiones surgen cuatro tipos o modelos de apego adulto:
1. Seguro: baja ansiedad y baja evitación.
2. Preocupado: alta ansiedad y baja evitación.
3. Temeroso: alta ansiedad y alta evitación.
4. Autosuficiente (Dimissing): baja ansiedad y alta evitación.
¿Quieres conocer tu tipo de apego? Puedes cumplimentar el test y obtener la respuesta aquí. Aunque te adelanto que está en inglés.
Fraley, R. C., Waller, N. G., & Brennan, K. A. (2000). An item-response theory analysis of self-report measures of adult attachment. Journal of Personality and Social Psychology, 78, 350-365.
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Si yo tuviera el corazón,
el mismo que perdí.
Si olvidara a la que ayer
lo destrozó, y pudiera amarte,
me abrazaría a tu ilusión
para llorar tu amor.
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Enrique Santos Discépolo