Eso es lo que se estarán preguntando algunos seguidores de este blog, ya que a pesar de que el concepto de resiliencia es uno de los más “in” en el terreno de la psicología, como indican las numerosas publicaciones que tratan de este asunto, aún no he tratado ni tan siquiera de refilón este tema tan popular.
La resiliencia tiene que ver con las diferentes reacciones individuales antes situaciones traumáticas, y quizá su definición más popular sea la de una adaptación positiva a pesar de experiencias de adversidad o trauma. Es decir, aunque hay una importante evidencia acumulada acerca de los efectos negativos que sobre el ajuste psicológico tienen algunas situaciones tales como la pobreza, la muerte de familiares cercanos, o la depresión materna, muchas personas consiguen atravesar estas adversidades sin sufrir secuelas emocionales. Y no siempre se trataría de una recuperación surgida después de un periodo de sufrimiento psicológico, sino que, en algunos casos, los procesos adaptativos podrían entrar en acción desde el primer momento y estos sujetos resilientes permanecerían en niveles funcionales a pesar de las experiencias adversas.
En realidad creo que merece la pena distinguir entre dos enfoques o acercamientos a este concepto, el europeo y el norteamericano. En el primer caso, representado por autores de la escuela francesa como Boris Cyrulnik, la resiliencia puede entenderse como un crecimiento personal surgido a raíz de una experiencia traumática. En esta acepción, quizá la más popularizada, muchos sujetos no sólo no experimentarían daño emocional sino que conseguirían salir fortalecidos de una situación vital estresante, siendo el crecimiento postraumático el rasgo más característico de la resiliencia. Algunos autores han dividido en tres categorías este crecimiento personal: cambios en uno mismo (aumento de la confianza y seguridad en la capacidad para enfrentarse a situaciones difíciles); cambios en las relaciones interpersonales o fortalecimiento de los vínculos con otras personas a partir de la adversidad; y cambios en la filosofía de vida o en las ideas sobre las que se construye la forma de entender el mundo.
La segunda acepción de este concepto suele estar presente en la psicología norteamericana, y tiene un significado similar al de los factores de protección o invulnerabilidad. Se trataría de la idea observada en muchos casos de que no todos los sujetos que atraviesan una situación traumática experimentan daños psicológicos ya que algunos consiguen mantener un buen ajuste emocional, aunque en este caso no es necesario que exista crecimiento personal.
Aunque podríamos pensar que lo que caracteriza a estos sujetos resilientes son ciertos rasgos personales, tales como como una elevada autoestima o una visión optimista de la vida –algo que es cierto-, los factores que determinan la resistencia o incluso el crecimiento personal ante la adversidad no siempre se sitúan en el propio sujeto. En muchos casos se trata de factores externos, como el apoyo parental, una sólida relación de pareja o las relaciones emocionales estrechas con los amigos.
En definitiva, el concepto de resiliencia puede situarse en el ámbito de la Psicología Positiva, y pone de manifiesto que las personas tienen una enorme capacidad adaptativa, y que la falta de duelo o sufrimiento personal tras una experiencia traumática, como la muerte de un familiar, no indica insensibilidad o desajuste emocional sino más bien todo lo contrario, una actitud saludable y positiva ante la vida.
La resiliencia tiene que ver con las diferentes reacciones individuales antes situaciones traumáticas, y quizá su definición más popular sea la de una adaptación positiva a pesar de experiencias de adversidad o trauma. Es decir, aunque hay una importante evidencia acumulada acerca de los efectos negativos que sobre el ajuste psicológico tienen algunas situaciones tales como la pobreza, la muerte de familiares cercanos, o la depresión materna, muchas personas consiguen atravesar estas adversidades sin sufrir secuelas emocionales. Y no siempre se trataría de una recuperación surgida después de un periodo de sufrimiento psicológico, sino que, en algunos casos, los procesos adaptativos podrían entrar en acción desde el primer momento y estos sujetos resilientes permanecerían en niveles funcionales a pesar de las experiencias adversas.
En realidad creo que merece la pena distinguir entre dos enfoques o acercamientos a este concepto, el europeo y el norteamericano. En el primer caso, representado por autores de la escuela francesa como Boris Cyrulnik, la resiliencia puede entenderse como un crecimiento personal surgido a raíz de una experiencia traumática. En esta acepción, quizá la más popularizada, muchos sujetos no sólo no experimentarían daño emocional sino que conseguirían salir fortalecidos de una situación vital estresante, siendo el crecimiento postraumático el rasgo más característico de la resiliencia. Algunos autores han dividido en tres categorías este crecimiento personal: cambios en uno mismo (aumento de la confianza y seguridad en la capacidad para enfrentarse a situaciones difíciles); cambios en las relaciones interpersonales o fortalecimiento de los vínculos con otras personas a partir de la adversidad; y cambios en la filosofía de vida o en las ideas sobre las que se construye la forma de entender el mundo.
La segunda acepción de este concepto suele estar presente en la psicología norteamericana, y tiene un significado similar al de los factores de protección o invulnerabilidad. Se trataría de la idea observada en muchos casos de que no todos los sujetos que atraviesan una situación traumática experimentan daños psicológicos ya que algunos consiguen mantener un buen ajuste emocional, aunque en este caso no es necesario que exista crecimiento personal.
Aunque podríamos pensar que lo que caracteriza a estos sujetos resilientes son ciertos rasgos personales, tales como como una elevada autoestima o una visión optimista de la vida –algo que es cierto-, los factores que determinan la resistencia o incluso el crecimiento personal ante la adversidad no siempre se sitúan en el propio sujeto. En muchos casos se trata de factores externos, como el apoyo parental, una sólida relación de pareja o las relaciones emocionales estrechas con los amigos.
En definitiva, el concepto de resiliencia puede situarse en el ámbito de la Psicología Positiva, y pone de manifiesto que las personas tienen una enorme capacidad adaptativa, y que la falta de duelo o sufrimiento personal tras una experiencia traumática, como la muerte de un familiar, no indica insensibilidad o desajuste emocional sino más bien todo lo contrario, una actitud saludable y positiva ante la vida.