En los últimos años ha surgido un nuevo modelo centrado en el desarrollo positivo y en la competencia de los adolescentes. De acuerdo con este enfoque, una adolescencia saludable y ajustada y una adecuada transición a la adultez requieren de algo más que la evitación de algunos comportamientos como la violencia, el consumo de drogas o las prácticas sexuales de riesgo. Así, el modelo adopta una perspectiva centrada en el bienestar, pone un énfasis especial en la existencia de condiciones saludables y expande el concepto de salud para incluir las habilidades, conductas y competencias necesarias para tener éxito en la vida social, académica y profesional. Este enfoque emplea un nuevo vocabulario, con conceptos como desarrollo adolescente positivo, bienestar psicológico, participación cívica, florecimiento, iniciativa personal o recursos o activos para el desarrollo. Estos conceptos comparten la idea de que todo adolescente tiene el potencial para un desarrollo exitoso y saludable.
Este marco ha dado pie al diseño e implementación de innumerables programas de desarrollo positivo que han demostrado su eficacia en la promoción de distintas habilidades y competencias: autoestima, empatía, habilidades sociales, toma de decisiones, etc. Sin embargo, y a pesar de su interés y utilidad, estos programas no son la panacea que resuelva todos los problemas relacionados con la salud y el ajuste de los adolescentes, como el consumo de tabaco.
El consumo de tabaco está determinado por múltiples factores, entre los que hay que destacar su disponibilidad y facilidades para el consumo, y la publicidad agresiva que las compañías tabaqueras llevan a cabo. Por lo tanto, estos deben ser dos factores fundamentales que deben ser atajados si queremos reducir la prevalencia del tabaquismo entre los jóvenes.
Sin embargo, las compañías tabaqueras, que no parecen estar dispuestas a perder cuota de mercado, han llevado a cabo durante la última década una oscura campaña para distraer la atención lejos de las estrategias preventivas que son realmente eficaces. Así, dos importantes multinacionales, la Philip Morris y Brown & Williamson han estado financiando en EEUU desde 1999 el programa Life Skills Training Program, que supuestamente reduce el consumo de tabaco entre los escolares. Se trata de un programa escolar que fue desarrollado inicialmente para prevenir el consumo de tabaco, pero que más adelante se consideró útil para prevenir el consumo de otras sustancias. Se basa en un modelo interaccionista sujeto-contexto que concede mucha importancia a múltiples factores de riesgo y que trabaja en el aula aspectos como la autoestima, el control de la ansiedad o la resistencia a la presión del grupo de iguales.
Los resultados de distintas evaluaciones revelaron la ineficacia del programa en la reducción del consumo de tabaco –incluso parecía incrementarlo-, a pesar ello, las compañías ocultaron y maquillaron los resultados negativos y siguieron financiando el programa incluso ampliando su implantación a nuevos estados (Véase Mandel, Bialous y Glantz, 2006). Estos datos se conocieron cuando en Octubre de 2005 se permitió el acceso online a los documentos internos de la industria tabaquera estadounidense, quedando al descubierto la estrategia utilizada por Philip Morris y Brown & Williamson.
Estas compañías han estado promoviendo programas de entrenamiento en habilidades para la vida como una forma de prevenir el consumo de tabaco entre jóvenes y adolescentes a pesar de conocer sus efectos negativos. De esta forma pretendían lavar su imagen ante la sociedad, puesto que invertían fondos propios para prevenir el tabaquismo. Además, conseguían dejar en segundo plano otras estrategias más eficaces, como aquellas consistentes en dificultar el acceso al consumo, limitar la publicidad, o poner al descubierto las agresivas campañas puestas en marcha por las compañías tabaqueras. Incluso, han intentado desviar a la financiación de un programa totalmente ineficaz los fondos que algunos estados o asociaciones invierten en demandas a la industria tabaquera. En definitiva, una jugada maestra. Afortunadamente su estrategia canalla ha quedado al descubierto.
Mandel, S.A. Bialous and S.A. Glantz (2006), Avoiding “truth”: Tobacco industry promotion of life skills training, J Adolesc Health 39, 868-879.
En este blog me ocupo de asuntos de temática psicológica y social: reseñas de libros, resúmenes y comentarios de algunos artículos recientes, reflexiones sobre asuntos sociales desde un punto de vista psicológico, etc.
jueves, 9 de marzo de 2017
martes, 28 de febrero de 2017
Las fases del proceso creativo
El camino que lleva a la creación artística (o científica) es uno más de los procesos que lleva a cabo la mente humana, lo que no impide que suela estar envuelto en un halo de misterio, incluso llegándosele a atribuir una origen divino. Y aunque aún es mucho lo que desconocemos al respecto, también hay bastantes cosas que sabemos.
A pesar de haber pasado mucho tiempo desde que Graham Wallas lo propuso en 1926, su modelo de las cuatro fases del proceso creativo sigue siendo el más aceptado. Como suele ocurrir en la creación, el modelo de Wallas no surgió de la nada sino que partió de las propuestas previas de autores como el físico Ludwig Ferdinand von Helmholtz (1821-1894), quien en un discurso pronunciado con motivo de su 70 cumpleaños declaró lo siguiente:
“Tras previas investigaciones del problema en todas direcciones, las ideas felices me surgieron de forma inesperada sin esfuerzo, como una inspiración. Por lo que a mí respecta, nunca han surgido cuando mi mente estaba fatigada, o cuando yo estaba en mi mesa de trabajo. Por el contrario, vinieron a mí durante el suave ascenso a una colina arbolada en un día soleado”.
En ese discurso se encuentra el embrión del modelo de Wallas, al que incorporó otras propuestas, como las de matemático Poincaré. Su modelo propone cuatro fases:
Preparación. Es una fase de trabajo y esfuerzo en la que recogemos información sobre el problema a resolver o la tarea a realizar. Esta fase es consciente y voluntaria, y puede incluirse en ella todo el estudio o proceso formativo previo del artista o investigador. En ella hunde sus raíces la creatividad posterior, ya que sin ella sería imposible producir resultados originales.
Incubación. Para Wallas la incubación es un periodo en el que no se piensa de forma voluntaria o consciente en el problema o tarea, y en el que tienen lugar una serie de sucesos preconscientes. Podría decirse que durante esta fase el cerebro sigue trabajando aunque no seamos conscientes de ello. Para Wallas, la incubación puede tener lugar tanto a través de la relajación mental, mientras paseamos como von Helmholtz, o mientras trabajamos en otro tipo de tareas. Es decir, se trata de olvidarnos del problema a resolver para permitir que nuestra mente se ocupe de él a su manera.
Iluminación. En esta fase empiezan a emerger las ideas que nos acercan a la solución. Se trata de una especie de flash o click instantáneo en que surge una idea original de forma inesperada. Algunos autores la han denominado la experiencia ¡Eureka! Sería el resultado de las fases anteriores, y llevaría directamente a la solución creativa.
Verificación. Aunque podríamos pensar que el proceso creativo termina con ese emocionante momento que supone el flash de la iluminación, la cosa no se acaba ahí. Para que la creatividad dé sus frutos hay que ponerse de nuevo manos a la obra y utilizar nuestras habilidades de pensamiento analítico para dar forma final a esa idea de manera que pueda ser transmitida a una hipotética audiencia. Y es que algunas de las ideas creativas se pueden perder fácilmente porque no están empaquetadas de forma correcta o consumible.
Si pensamos en la elaboración de un proyecto fotográfico o artístico, podemos sacar algunas enseñanzas útiles de la propuesta de Wallas. La primera es que el esfuerzo intelectual resulta imprescindible, tanto en su fase inicial como en su fase final. No va a llegarnos del cielo una idea genial si no hemos trabajado antes en la preparación del proyecto. La formación previa, la documentación e investigación sobre una temática y el trabajo concienzudo en el proyecto resultan ineludibles. La segunda es que tras esa fase inicial resulta recomendable cierta desconexión mental. Dejar dormir el proyecto puede dar tiempo y libertad a nuestro cerebro para que siga haciendo su trabajo callado y así añada ese intangible al esfuerzo intelectual ya realizado para salir de caminos ya trillados y producir algo novedoso. La tercera, es que si la luz se encendió en nuestro cerebro habrá que trabajar de nuevo en esa idea original para convertirla en un proyecto interesante. A pesar de ello no siempre brotará esa obra original y novedosa, pero al menos lo habremos intentado con todos nuestros recursos.
sábado, 25 de febrero de 2017
EL PROPOSITO EN LA VIDA COMO ANTIDOTO ANTE LA SOLEDAD Y LA ENFERMEDAD
La genómica social es una interesante área científica que estudia cómo factores psicológicos y sociales, tales como el estrés o la soledad, influyen en la expresión genética. Y es que pensar que la información contenida en el ADN es independiente del contexto social del individuo resulta difícil de sostener. Eso es al menos lo que indica el estudio llevado a cabo por John Cacioppo en la Universidad de Chicago, quien siguió a lo largo de 10 años a una muestra de 200 sujetos que vivían en soledad. El análisis de unos 20.000 genes de estos sujetos encontró que, en comparación con un grupo control de personas que mostraban un alto apoyo social y una fuerte vinculación con su comunidad, estos sujetos solitarios mostraron una alta actividad en dos grupos de genes. El primer grupo incluía genes relacionados con procesos inflamatorios, algo realmente interesante si tenemos en cuenta que la misma genómica social ha demostrado que estos procesos se hallan implicados en algunas enfermedades crónicas tales como el cáncer o las enfermedades neurodegenerativas. En el segundo grupo se encontraban genes con un importante papel en la defensa frente a infecciones víricas o patógenos intracelulares y en la producción de ciertos tipos de anticuerpos. Estos genes mostraron una menor actividad en el grupo de personas solitarias. Por lo tanto, el estudio del profesor Cacioppo puso de manifiesto los mecanismos moleculares a través de los que la experiencia de soledad puede llevar a ciertas enfermedades y a un acortamiento de la vida.
Sin embargo, conviene hacer algunas matizaciones sobre esta relación encontrada entre soledad y enfermedad. La primera es que lo realmente importante es el sentimiento subjetivo de soledad, más que la situación objetiva del sujeto. Así, una persona puede sentirse aislada o desconectada aunque se encuentre rodeada de personas. Y por supuesto debe tratarse de un sentimiento de soledad o aislamiento sostenido en el tiempo, no de una experiencia temporal. La segunda matización me parece realmente interesante, ya que no todos los sujetos muestran la misma vulnerabilidad ante situaciones sociales difíciles como la soledad o la pobreza. Y ahí es donde los estudios llevados a cabo en la UCLA University por Steve Cole aportan unos datos realmente significativos. Por un lado, la práctica de actividades contemplativas como la meditación, el Tai Chi o el yoga mostraron unos efectos protectores significativos aunque modestos. Y aunque no se puede decir que estas actividades inmunicen ante la adversidad a quienes las practican sí disminuyeron sus consecuencias negativas sobre la salud. Por otro lado, y esto parece realmente interesante, aquellos personas que a pesar de llevar una vida de soledad o desconexión muestran un propósito en la vida porque sienten que persiguen algún objetivo noble o valioso, que piensan que están contribuyendo a la mejora y el progreso de la sociedad, ayudando a la comunidad con su esfuerzo o son productivos a nivel artístico o cultural, presentan unos perfiles más favorables de expresión genética y unos mejores indicadores de salud. Por lo tanto, parece que tener un sólido sentimiento de propósito en la vida representa un importante factor de protección ante algunas situaciones de adversidad.
Merece la pena recordar que William Damon, profesor de psicología en la Universidad de Stanford, había considerado al propósito en la vida como el principal indicador de desarrollo positivo en la adolescencia, que ayudaría a chicos y chicas a conseguir una mejor adaptación a aspectos de la vida que pueden ser amenazantes y generadores de estrés. De hecho los adolescentes que muestran un claro propósito vital suelen mostrar mejores estrategias para afrontar estas situaciones estresantes y presentan una mejor cohesión y ajuste psicológicos. Y aunque el propósito en la vida no se limita a la adolescencia, esta es una etapa en la que adquiere un significado especial, y en la que se asientan las bases para su posterior desarrollo y mantenimiento en la adultez. Teniendo en cuenta los efectos a corto y largo plazo, tanto sobre el bienestar como sobre la salud, el propósito en la vida debería ser una de las competencias principales que deberían promoverse entre la juventud.
martes, 17 de enero de 2017
Padres y madres promueven el autocontrol de sus hijos e hijas
Probablemente no haya ninguna otra competencia personal
que tenga mayor impacto en nuestras
vidas que el autocontrol, es decir, que la capacidad para controlar nuestros
pensamientos, emociones y comportamientos. Sobre esa base auto-reguladora se
van a construir muchos de los rasgos y competencias que nos definen como
personas y que influirán poderosamente
en nuestros éxitos y en nuestros fracasos. Más incluso que la inteligencia. Al
menos eso indican algunos estudios que encuentran que la motivación y el autocontrol
son mejores predictores del éxito escolar que la inteligencia. Y no hay razones
para pensar que las cosas van a ser diferentes durante la vida adulta. El
autocontrol va a impedir que caigamos en distracciones y tentaciones, o que
desarrollemos adicciones, y va a
facilitar que mantengamos la atención y el esfuerzo a la hora de conseguir nuestros objetivos a medio o largo plazo,
demorando las gratificaciones inmediatas.
Aunque el autocontrol, al igual que otros rasgos
psicológicos, es en parte heredable, la influencia que recibe de los genes es
menor que la que reciben otros rasgos como la inteligencia, lo que deja mucho
campo para que pueda ser fomentado y educado. Y la buena noticia es que madres
y padres pueden hacer mucho para promover el autocontrol en sus hijos. Un control que primero será externo, durante
los años de la infancia, y que poco a poco se irá interiorizando hasta que dos
décadas después el bebé dependiente e inmaduro se convierta en una persona
adulta capaz de autorregularse sin ninguna ayuda externa. Para que este proceso
se desarrolle con normalidad será necesario que el niño o niña disponga de tres
condiciones: 1) seguridad emocional para hacer este desplazamiento desde el
control externo a la autorregulación, 2)
competencias o habilidades que le permitan saber cómo actuar de forma
independiente y 3) confianza en sí mismo para afrontar retos y asumir
responsabilidades.
Y tres son también las características que muestran aquellos
padres y madres que promueven el autocontrol de sus hijos. En primer lugar,
muestran afecto y apoyo, y responden a
las necesidades emocionales de sus hijos. Cuando los niños se sienten queridos,
desarrollan el sentimiento de que el mundo es un lugar tranquilo y seguro que
pueden explorar sin miedos. En cambio, si los padres se muestran fríos y
distantes esa seguridad no va a llegar. Y la seguridad en uno mismo es esencial
para la autorregulación. En segundo lugar, se muestran firmes y consistentes poniendo
límites a la conducta de sus hijos. Se trata de padres y madres que establecen
reglas, que las exponen y justifican ante sus hijos, y que exigen su cumplimiento.
Estas reglas y límites serán interiorizadas a lo largo de la infancia, por lo
que deberán ir desapareciendo durante la adolescencia para dar pasa a la
autorregulación. Estos límites ayudan al niño o niña a sentirse seguro. Cuando
esa estructura o control externo falta, el control interno no se desarrollará
de forma adecuada. En tercer lugar, se trata de madres y padres que apoyan y
estimulan la autonomía de sus hijos
Padres que les animan a que tomen sus decisiones y que hagan cosas por sí
mismos, sin miedo a equivocarse o fracasar. Y ello lo hacen de forma gradual y
usando una especie de andamiaje que van retirando poco a poco. Por ejemplo,
cuando permiten que su hijo o hija permanezca por primera vez sólo en casa durante
un corto periodo de tiempo mientras visitan a algún vecino. Ello permitirá que practique y desarrolle la
regulación de sus emociones, permaneciendo tranquilo; de sus pensamientos, no
preocupándose de forma ansiosa y obsesiva acerca de su regreso; y de su
comportamiento, evitando hacer algo que tampoco haría si sus padres estuviesen
en casa.
Por lo tanto, si el autocontrol es un fuerte predictor del
ajuste y éxito en la vida, y si es mucho lo que padres y madres pueden hacer de
cara a su promoción, es evidente que tenemos una responsabilidad que no podemos
eludir. No podemos estar echando balones fuera culpando exclusivamente a los
genes o a las malas influencias de los iguales algunos de los comportamientos y
actitudes que observamos en nuestros hijos.
Etiquetas:
autocontrol,
estilo educativo,
madres,
padres
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