martes, 24 de noviembre de 2020

LOS INGREDIENTES DE LA CREATIVIDAD

 


Amor y trabajo eran para Sigmund Freud los componentes fundamentales de la creatividad. Por amor podemos pensar que hacía referencia a la motivación hacia una determinada actividad. Una actividad que nos puede apasionar tanto que nos lleve a esforzarnos al máximo por conseguir logros y por superar los fracasos. Para Howard Gardner esa conexión emocional con algo tiene sus raíces en la infancia y sin ella resulta difícil entender una vida creativa.

Daniel Goleman utiliza la metáfora de un estofado para describir los ingredientes esenciales de la creatividad. El primero de ellos no es otro que la formación técnica en una actividad; una maestría o "expertise" que no es sino el fruto de muchos años de trabajo y práctica. Es cierto que algunas personas tienen un talento innato que les sitúa en una mejor posición de partida para adquirir esa maestría, pero incluso las personas más talentosas pueden fracasar sin el esfuerzo que requiere el desarrollo de ciertas habilidades.

Otro ingrediente, creo que fundamental, sería lo que Teresa Amabile agrupa bajo la etiqueta de habilidades de pensamiento creativo. Entre esas habilidades tenemos, el pensamiento divergente o capacidad para imaginar una amplia gama de posibilidades dándole la vuelta a las cosas y convirtiendo lo conocido en extraño. La tendencia a correr riesgos haciendo las cosas de otra manera sin temor al fracaso, la tolerancia a la ambigüedad o la apertura a la experiencia. Pero quizá sea Robert Stenberg quien ha realizado una aportación más interesante acerca de estas habilidades. Así, este profesor de psicología de la Universidad de Yale destaca tres competencias intelectuales: La habilidad sintética para ver los problemas de nuevas maneras y escapar a los límites del pensamiento o la producción convencional. La habilidad analítica para reconocer cuál de las ideas generadas tienen verdadero valor y conviene persistir en ella. Y, en tercer lugar, la habilidad práctica, que no es sino la capacidad para convencer a los demás y venderles tus ideas como algo valioso.

El último ingrediente no sería otro que esa pasión a la que Freud aludía, y que muchos psicólogos denominan motivación intrínseca, que no es sino el impulso de hacer algo por la mera satisfacción que proporciona la actividad, y no por la búsqueda de dinero, premios o aprobación. Tal vez, sea por eso por lo que redes sociales como Instagram, Facebook o Flickr tienden a matar la creatividad y promover mucha uniformidad, reproduciendo los clichés hasta el infinito.

Creo que aunque el primero y tercer ingredientes son requisitos imprescindibles de la creatividad –has de amar una actividad y dedicarle mucho tiempo- , suelen ser los aspectos algo más prosaicos, mientras que es el segundo ingrediente el que se nos aparece como más inaprensible y donde parece residir la esencia de la creatividad.

Texto y foto: Alfredo Oliva Delgado

martes, 6 de octubre de 2020

PSICOLOGÍA DE LAS TEORÍAS CONSPIRATIVAS EN TIEMPOS DE PANDEMIA



Las teorías de conspiración suelen florecer en tiempo difíciles, sobre todo cuando ocurren acontecimientos inesperados que amenazan nuestro estilo de vida y la seguridad de nuestra sociedad. Ocurrió tras el 11S o el 11M, después de la muerte de John Kennedy o con la inminencia del cambio climático. Era de esperar que ante una situación como la que estamos viviendo con la propagación del Covid-19, por todo el mundo emergieran nuevas teorías conspiranoides que han encontrado amplia difusión en las redes sociales. Y es que son creencias que con mucha frecuencia son usadas con motivaciones políticas en esos momentos de zozobra. El interés por las causas psicológicas de estas teorías no es nuevo y hay bastantes evidencias al respecto. Para los investigadores de la Universidad de Kent, Douglas, Sutton y Cichocka (2017), hay motivos tanto epistémicos, como existenciales o sociales.

Por una parte, se trata de creencias que tratan de dar algún tipo de explicación que reduzca la incertidumbre y el desconcierto que sentimos cuando la información disponible es compleja o contradictoria. Son teorías muy especulativas, relativamente simples y más fáciles de entender que las complejas causas reales. También son muy resistentes a la falsación, ya que los defensores de estas teorías conspirativas piensan que quienes intentan desacreditarlas forman parte de la conspiración. Por ello se muestran impermeables a toda información o evidencia científica que contradiga sus ideas. No es extraño que la investigación haya encontrado una mayor tendencia a sostener teorías conspirativas entre los sujetos que carecen de la capacidad o motivación para el pensamiento analítico, entre quienes tienen menor nivel educativo o entre personalidades con tendencias paranoicas que ven intencionalidades donde no existen.

Además, suelen ser explicaciones que pueden satisfacer la necesidad que tenemos de sentirnos seguros y ejercer cierto control sobre el contexto en que vivimos. Por ello, sus seguidores abrazan unas ideas que le ofrecen la oportunidad de rechazar las narrativas oficiales sintiendo que están en posesión de una explicación alternativa que les ofrece más seguridad. Así, algunos estudios han encontrado una mayor tendencia a sostener creencias conspirativas cuando las personas se sienten inseguras o desempoderadas. Incluso algunos experimentos han demostrado cómo estas creencias se acentúan cuando los sujetos sienten que tienen poco control sobre los resultados de sus acciones mientras que se reducen cuando este control se reafirma. Sin embargo, resulta paradójico que la evidencia empírica indique que el sostener teorías conspirativas no solo no satisface la necesidad de seguridad sino que a largo plazo merma el sentimiento de control y autonomía de estos individuos, aumentando su desempoderamiento. Concretamente, tienden a comprometerse menos con organizaciones sociales o evitan la participación en procesos sociopolíticos.

Algunos investigadores han sugerido que las teorías de la conspiración pueden fomentar la valorización positiva tanto del sujeto como de su grupo de pertenencia, al permitir que se culpe a otros del fracaso personal o colectivo. Algo que sirve para mantener una imagen favorable de uno mismo y del grupo. Por ello, podemos esperar que las teorías de conspiración sean particularmente atractivas para las personas que encuentran amenazada su imagen y la de su grupo.

Algunos estudios han encontrado relación entre las creencias conspiranoides y ciertos rasgos psicopatológicos como la excentricidad, la frialdad emocional, el narcisismo, la paranoia o la esquizotipia, pero no con algunos de los rasgos no patológicos de la personalidad, tales como la apertura a la experiencia o la amabilidad.

https://journals.sagepub.com/d…/pdf/10.1177/0963721417718261

sábado, 23 de mayo de 2020

CONFINAMIENTO, NUEVAS TECNOLOGÍAS Y EDUCACIÓN ONLINE, UNA RELACIÓN PELIGROSA



Estos meses de confinamiento están cambiando nuestra forma de relacionarnos con la realidad ya que del contacto cercano y directo estamos pasando a uno distante y virtual. Las nuevas tecnologías de la información y comunicación se han convertido en una especie de prótesis que actúa como mediadora en las relaciones interpersonales. Tanto el mundo del trabajo como el de la educación han cambiado a una nueva fase virtual que probablemente nunca abandonaremos por completo.

Estos cambios van a requerir de las personas adultas que tiremos de todas nuestras competencias y recursos para adaptarnos a ellos. Más complicada puede ser la situación para los menores de edad, especialmente para los más pequeños que pueden ver como el contexto educativo tradicional pasa a ser sustituido por uno semivirtual. Una nueva situación que privará a niños y niñas de algunas experiencias de aprendizaje que son fundamentales para su desarrollo cognitivo y socio-emocional. Un desarrollo saludable requiere de relaciones interpersonales directas tanto con los iguales como con los educadores, algo que ya señaló en el año 2011 la Academía Americana de Pediatría: los años aprenden principalmente de la realidad no de las pantallas. La empatía, el control de las emociones y de las conductas inapropiadas, el desarrollo moral, la tolerancia a la frustración o el dominio psicomotor, son competencias que pueden verse mermadas con una reducción acusada de presencialidad en las aulas y en los espacios de ocio.

Sin duda, está aumentando de forma importante el tiempo que los menores pasan en contacto con pantallas. Ya disponíamos de suficiente evidencia que indica que el consumo excesivo de video y televisión durante la primera infancia tiene efectos negativos en el desarrollo del lenguaje y la inteligencia, pero sobre todo, en el de la atención. En todos los casos se observa un peor desarrollo en los niños y niñas que pasan más tiempo frente a la pantalla. No es extraño que esto ocurra, si tenemos en cuenta que durante la primera infancia tiene lugar un importante desarrollo del cerebro que necesita nutrirse de la estimulación ambiental. Y los niños no aprenden de la misma manera de la realidad que de lo que ven en la televisión. La realidad permite a los pequeños interactuar, manipular, apilar, empujar, oler, tocar, mientras que frente al televisor su actitud es mucho más pasiva. Los efectos negativos pueden deberse a las mismas características del medio, que emplea bruscos sonidos, rápidos cambios de plano y luces llamativas, en un intento eficaz de atraer la atención aún frágil de los pequeños. Algo que representa un exceso de estimulación para su cerebro inmaduro. Y la sobreestimulación puede ser tan poco recomendable como la falta de estimulación.

Hay que reconocer que no faltan quienes argumentan que la introducción de nuevas tecnologías desde temprana edad puede promover la competencia digital de los menores. Sin embargo, esta idea se basa más en creencias poco fundamentadas que en evidencias empíricas. Catherine L’Ecuyer expuso en “Educar en la realidad” algunas de estas creencias, que ella denomina neuromitos. Uno de ellos es la idea de que para educar en el uso responsable de las tecnologías es preciso introducirlas en la primera infancia, que es cuando el cerebro tiene mayor plasticidad. No hay datos que avalen esa afirmación, y resulta muy significativo que aquellos popes de Silicon Valley que más han contribuido al desarrollo de estas nuevas tecnologías retrasen en sus hijos su uso hasta la adolescencia. Y es que tiene poco sentido introducir esta tecnología en la vida de un niño que aún no tiene consolidadas sus funciones ejecutivas. Es precisamente esa plasticidad la que aconseja controlar el tipo de estimulación que reciben los menores.
Otro de los neuromitos es la falsa idea de que el niño tiene una inteligencia ilimitada, o que solo usa el 10 % de su cerebro. Y que para incrementar ese uso no hay nada mejor que la estimulación que proporcionan las nuevas tecnologías. Una creencia con nula base científica que se ha difundido entre profesorado y progenitores, y que ha sido usado por empresas de software y hardware “educativo” para vender sus productos. Métodos de estimulación que en algunos casos han sido considerados pseudocientíficos o fraudulentos por instituciones académicas.

Por ahora parece que la prudencia nos obliga a aceptar estas nuevas tecnologías como una herramienta necesaria para suplir online las carencias de la vida real, pero creo que es conveniente mantener una actitud crítica y cautelosa ante el posible mantenimiento de por vida de estas medidas. Nos estamos enganchando a ellas y cada vez será más difícil desengancharnos.

miércoles, 13 de mayo de 2020

¿FUE EL CONFINAMIENTO LA PEOR DECISIÓN POSIBLE? UNA APROXIMACIÓN DESDE LA PSICOLOGÍA DE LA TOMA DE DECISIONES.



La toma de decisiones es un asunto importante. Basta con echar la vista hacia atrás para que nos demos cuenta de cómo algunas de las decisiones que tomamos en su momento han marcado decisivamente nuestras vidas. Pero si son importantes cuando se trata de decisiones tomadas en el ámbito privado, su relevancia aumenta exponencialmente cuando son decisiones políticas que afectan a la vida de millones de personas. Tal vez por ello sea una de las temáticas a las que la psicología ha prestado una mayor atención.

Son muchas situaciones experimentales utilizadas en su estudio, algunas de ellas entran de lleno en el ámbito de la moral y no son ajenas a las motivaciones que nos llevan a tomar la decisión o al contexto que la condiciona. Uno de los dilemas más conocidos es el del tren, que se presenta con dos variantes:

a) Imagina que estás en un tren que avanza por una vía en la que hay cinco personas. Sabes que no hay manera de detenerlo y que va a atropellar y matar a esas cinco personas. La única alternativa que tienes es tomar el control del tren para desviar su trayectoria hay otra vía en la que solo hay una persona que sin duda morirá.
b) Estás en un puente desde donde ves es
e tren avanzando sin freno hacia las cinco personas que están en la vía y que serán atropelladas. Sin embargo, tienes la opción de empujar hacia la vía a una persona que se encuentra sentada en la baranda del puente. Si lo haces el tren matará a esa persona pero frenará y evitarás la muerte de cinco seres humanos.
¿Qué harías en ambas situaciones?

Pues bien, la mayoría de estudios llevados a cabo en diferentes países indican que en la situación primera casi todas las personas optan por desviar el tren, aun a costa de que una persona muera. Sin embargo, en la situación b casi todo el mundo opta por no empujar, aunque esa falta de acción implique la muerte de cinco personas. Y esto ocurre incluso cuando la decisión sea tomada en el más completo anonimato, sin que nadie nos observe ni conozca nuestra acción.

Es curioso porque si miramos las dos situaciones desde un punto de vista utilitario y atendiendo a las consecuencias las dos acciones tienen la misma intencionalidad y la misma consecuencia, la de salvar a cinco vidas humanas, aun condenando a una. Sin embargo, en el segundo caso actúa una consideración de carácter moral o deontológico que nos impide realizar la acción y que supone la decisión emocional de no empujar a una persona: hay ciertas cosas que no se hacen. Es decir, en la segunda situación estamos ante dos decisiones posibles, una emocional y basada en la empatía que supondría la muerte de cinco personas. Y otra racional o utilitarista que conllevaría salvar la vida de cuatro.

Situándonos en el ámbito político, cabe pensar que deberíamos exigir a nuestros gobernantes que tomasen sus decisiones en base a maximizar el bien común y el bienestar colectivo, dejando de lado ciertas consideraciones emocionales y empáticas. Como hizo Churchill cuando decidió no impedir el bombardeo de Londres, que conllevó miles de muertes, para no revelar a los nazis que había descubierto el código secreto que utilizaban en sus comunicaciones. Lo que a la larga contribuyó de forma decisiva al triunfo aliado y a salvar muchas vidas. Sin embargo, decisiones de ese tipo suelen generar un gran rechazo social por parte de una población guiada por consideraciones emocionales e inmediatas más que por decisiones racionales.

Si tratamos de sacar alguna enseñanza a partir de estos estudios para entender mejor las decisiones políticas que se tomaron al inicio de la pandemia, podemos empezar a sospechar que probablemente las decisiones no fueron muy acertadas ya que no se tomaron con una motivación utilitarista sino emocional. Recordaremos que en esos primeros momentos hubo dos tipos de posicionamientos por parte de los expertos, quienes apoyaron el confinamiento total de la población frente a los que consideraron que lo más sensato era no tomar medidas tan drásticas, sino optar por medidas menos severas que permitieran retrasar los contagios pero sin hundir la economía y alcanzar pronto la inmunidad de rebaño. Países con una amplia experiencia investigadora y con sistemas de salud muy sólidos como Reino Unido apostaron en un primer momento por la inmunidad de rebaño. Sin embargo, en la medida en que los hospitales se fueron llenando, las muertes fueron aumentando, y con los medios de comunicación contribuyendo de forma decisiva a magnificar el fenómeno, pocos gobernantes fueron capaces de resistir la presión de la opinión pública, más partidaria de medidas emocionales que utilitarias, y terminaron confinando a sus poblaciones. Sin dada estos políticos no tomaron decisiones ignorando la influencia que estas podrían tener a nivel electoral.

Como si hubiese algún factor más decisivo e influyente sobre la salud que la economía, se creó un falso dilema entre salud y economía, y aquellos expertos que se atrevieron a opinar en contra del confinamiento fueron tachados de insensibles e inhumanos. Ello supuso que esas opiniones, que en muchos casos siguieron manteniéndose en privado, desapareciesen por completo de los medios de comunicación.

Ahora estamos empezando a ver las consecuencias de esas decisiones políticas. A pesar de que como estamos viendo la letalidad del virus es muy baja y, salvo excepciones, suele afectar solo a personas ancianas o con patologías, es muy probable que la decisión de no confinar hubiese conllevado un elevado número de muertes a corto plazo, sobre todo en las semanas en las que algunos hospitales estuvieron saturados. Pero si tuviésemos que poner sobre la balanza las consecuencias para la salud y el bienestar común de la decisión emocional-empática que se tomó frente a la racional-utilitarista, me temo que a medio y largo plazo vamos a empezar a preguntarnos si el confinamiento fue la mejor decisión posible. Me temo que fue la peor.


jueves, 7 de mayo de 2020

ADOLESCENTES, RIESGO E IRRESPONSABILIDAD TRAS EL CONFINAMIENTO.



Se aligeró el confinamiento y quedó claro que teníamos unas ansias tremendas por pasear y respirar aire puro. Las tardes se han convertido en unas romerías multicolor que nos transmiten optimismo y ganas de vivir, pero que también nos muestran cierta irresponsabilidad en los comportamientos ciudadanos. Especialmente en nuestros chicos y chicas adolescentes que pasean en grupos, sin mascarillas, hablando a voces y con una cercanía preocupante.
Ante la tentación de la estigmatización, tal vez convenga tratar de entender las razones de esas conductas que tanto riesgo acarrean, y que hacen que este grupo de edad sea más vulnerable y más tendente a asumir esos riesgos.

Podríamos pensar que esa irresponsabilidad obedece fundamentalmente a que saben que por su juventud se ven escasamente afectados por el coronavirus. Sin embargo, si atendemos a otros indicadores se salud veremos que los adolescentes suelen implicarse en mayor medida que los adultos en casi todos los comportamientos de riesgo. Y eso a unas edades en las que los años que arriesgan en ese juego de la ruleta rusa que es la vida son muchos más que los que apostamos quienes tenemos ya cierta edad, y menos años que perder.

Las causas de esa aparente paradoja tenemos que buscarlas en las características del desarrollo neuropsicológico durante la adolescencia. Por una parte, sabemos que en esos años la corteza prefrontal, que desempeña un papel fundamental en la evaluación de los riesgos y el control de impulsos, se encuentra aún inmadura y en proceso de desarrollo. A ello se une la hiperexcitación del sistema cerebral mesolímbico de recompensa debido a los cambios hormonales puberales y la mayor sensibilidad cerebral a la dopamina, un neurotransmisor responsable de las sensaciones placenteras. Es decir, esos jóvenes son como vehículos con un motor poderoso y excitado y un sistema de frenado que aún se encuentra inmaduro e incapaz de controlar y dirigir la potencia de ese motor. Ello hace que las recompensas tengan un enorme poder de atracción para chicos y chicas. Y pocas cosas tienen más atractivo para esos jóvenes que las relaciones sociales con sus iguales, sobre todo después de unas semanas de reclusión obligada con sus progenitores. 

Además, resulta que el cerebro adolescente también muestra una gran sensibilidad ante la oxitocina, otra hormona y neurotransmisor que es responsable de la formación de vínculos y que hace que las relaciones sociales sean más gratificantes. Es bien conocida la preferencia que los adolescentes tienen por mantener relaciones con sus coetáneos, lo que resulta más novedoso es el papel que la sensibilidad a la oxitocina desempeña en esta atracción. Chicos y chicas disfrutan a lo grande cuando están con sus amigos y amigas, y prefieren estas relaciones a otras con sujetos de más edad. De alguna manera, está pasión por los iguales es la expresión en el ámbito social de la atracción que los jóvenes sienten por la novedad, puesto que sus coetáneos les resultan más novedosos que el conocido ambiente familiar.

Durante estos años se vivirán con gran dolor las situaciones de aislamiento del grupo. De hecho, algunos estudios con resonancias magnéticas han revelado que la respuesta del cerebro ante la exclusión del grupo de iguales es similar a la que se observa en situaciones de amenaza o de falta de alimento. Ello explica el tremendo sufrimiento que experimenta un chico que ha sido traicionado por sus amigos o que no ha sido invitado a una fiesta. En un estudio que llevamos a cabo en nuestro grupo de investigación hemos encontrado que la baja vinculación con el grupo de iguales es uno de los predictores más potentes de los trastornos emocionales en chicos y chicas adolescentes.
Finalmente, hay que resaltar un último detalle que no está exento de importancia: se trata de las estrechas relaciones existentes entre el sistema cerebral de placer-recompensa y el socio-emocional. Ello justifica que se produzca una sinergia entre ambos sistemas, sobrexcitables e hipersensibilizados durante la adolescencia, y que chicos y chicas muestren un comportamiento especialmente arriesgado cuando están con el grupo. Resulta evidente que hacen muchas más tonterías y arriesgan bastante más si están con sus amigos que si están solos. 

En resumen, creo que el conocimiento de las causas de un comportamiento influye claramente en nuestras actitudes ante él. Espero que cuando esta tarde observemos a ese grupo de chicos y chicas paseando, charlando y asumiendo ciertas conductas irresponsables, a pesar del riesgo que conllevan, seamos algo más comprensivos: ellos aún no tienen nuestra madurez cerebral. Pongámonos en su lugar.
Alfredo Oliva Delgado

martes, 21 de abril de 2020

EL CONFINAMIENTO Y LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO DE LA VIDA.



Es curioso como Noah Harari, ese historiador y buen divulgador, no encuentra un jardín en el que no le apetezca meterse, asumiendo los riesgos que ello conlleva. Leo en su best-seller “Sapiens” algunas reflexiones acerca de la felicidad y el significado de la vida que me recuerdan los trabajos de Antonovsky y Viktor Frank, y que me llevan a pensar en la utilidad de las propuestas de estos dos autores para el análisis de estos momentos de interminable confinamiento.

Antonovsky, fue un médico y sociólogo israelí, interesado por la influencia del estrés sobre la salud, que se encontraba realizando un estudio sobre los efectos de la menopausia en un grupo de mujeres, muchas de ellas supervivientes de los campos de concentración nazis. Antonovsky encontró que la mayoría de estas mujeres, que habían sufrido experiencias muy estresantes, mostraba más síntomas de enfermedad y desajuste que las mujeres del grupo control. No obstante, había un pequeño grupo que, a pesar de haber vivido el drama de los campos de concentración, mostraba una buena salud física y mental. Ello le llevó a interesarse por los factores que facilitaron esta adaptación saludable. Antonovsky denominó a estos factores recursos generales de resistencia, que son elementos de tipo biológico, material o psicosocial que ayudan a las personas a afrontar con éxito las circunstancias y estresores de sus vidas. Estos recursos favorecen que el sujeto desarrolle una visión general del mundo en que vive como un contexto compresible, manejable y significativo, algo que denominó Sentido de Coherencia y que encontró asociado a mejores indicadores de salud y bienestar. La comprensibilidad es la capacidad para establecer conexiones lógicas y ordenadas en lo que sucede en el ambiente y en creer que la vida es predecible, lo que permite a las personas desarrollar una actitud flexible y conductas adaptativas ante los cambios en el entorno. La manejabilidad es la sensación de que tenemos las competencias necesarias para afrontar las situaciones y retos vitales que se nos presentan. Por último, la significatividad alude al valor que el sujeto otorga a lo que le pasa, a la experiencia de que la vida vale la pena y tiene un significado o un propósito, a pesar de sus dificultades.

Este último aspecto es muy parecido al sentido de la vida sobre el que Viktor Frankl escribió en “El hombre en busca de sentido”. Frankl fue un psiquiatra austriaco que sobrevivió a los horrores de Auschwitz y Dachau y a la pérdida de todos sus familiares. Esa terrible experiencia le sirvió para entender que hay personas que se mantienen firmes y positivas aún en las situaciones más terribles. Lo que según Frankl caracteriza a estas personas es la capacidad para encontrar en esas situaciones un propósito o un sentido a la vida y al sufrimiento que pueden estar experimentando. Aunque en muchas ocasiones no podremos cambiar las circunstancias que originan ese sufrimiento, sí podemos cambiar nuestra actitud ante esas circunstancias. Cada día nos ofrece la oportunidad de tomar decisiones que determinan si nos dejamos llevar por las circunstancias y el destino o si actuamos con dignidad. Cuando encontramos un propósito o sentido al sufrimiento, no sólo lo soportaremos mejor sino que, además, lo convertiremos en un reto personal.

Parece razonable pensar que estos momentos de pandemia no son los más favorables para que veamos nuestras vidas como compresibles, predecibles y manejables, y que algunas de las certezas que nos guiaron hasta aquí empiecen a tambalearse. La incertidumbre y el miedo ante las consecuencias que esta crisis tendrá en nuestras vidas están empezando a generar un aumento de la sintomatología física y psíquica. Pero quizá sea la pérdida de sentido lo que más puede dañar nuestro ánimo y nuestra salud, no solo como personas sino también como sociedad. Creo que este puede ser un buen momento para reflexionar y encontrar un sentido a la crisis que estamos viviendo y al sufrimiento que aún nos espera. El sentido de que servirá para introducir algunos cambios en nuestras actitudes y comportamientos y que nos ayudará a crecer como personas. Si, como es muy probable, la sociedad fracasa, no es capaz de encontrar sentido a este sufrimiento y vuelve al punto de partida como si nada hubiese sucedido, que al menos cada uno de nosotros sí haya hecho un esfuerzo por encontrarlo.

domingo, 12 de abril de 2020

ADOLESCENTES EN CONFINAMIENTO




Tengo la impresión de que chicas y chicas adolescentes son los grandes olvidados de esta situación de encierro involuntario. Reciben mucha atención las personas mayores, nos preocupamos por niños y niñas, o por quienes trabajan en sectores esenciales como la sanidad, las fuerzas de seguridad o quienes nos atienden en los supermercados. Sin embargo, parece que cuando la infancia pasa la frontera de la pubertad se disuelve entre la población sin generar grandes preocupaciones y les prestamos escasa atención. Sin embargo, la adolescencia es una etapa con peculiaridades y vulnerabilidades que pueden hacer que quienes transitan por ella vivan el confinamiento de forma diferente.

Es muy probable que les cueste más trabajo entender y respetar las razones del confinamiento, ya que están cansados de oír que el coronavirus no suele afectar a las personas jóvenes. Pero más allá de esa realidad, chicos y chicas podrían ser más propensos a asumir algunos riesgos, como salir a pasear o visitar a algunas amistades, rompiendo el aislamiento porque priorizan la recompensa inmediata por encima de las consecuencias negativas que podrían derivarse de su comportamiento a medio plazo. Cosas del desarrollo cerebral durante esa edad en la que, a pesar de que perciben bien los riesgos, la urgencia de lo inmediato se sitúa por delante de un futuro incierto e improbable, lo que les lleva a proceder con escasa cautela. El psicólogo David Elkind utilizó el término de “fábula personal” para referirse a esa sensación de falsa invulnerabilidad que todos hemos tenido cuando fuimos adolescentes, y que nos llevaba a pensar que nuestra vida se regía por leyes diferentes a las de las demás personas, y que a nosotros no nos afectarían las consecuencias o problemas derivados de nuestros actos. Eso solo les ocurría a otros. Una fábula personal que, afortunadamente, no desaparece por completo en la adultez y que nos protege ante miedos e incertidumbres, otorgándonos una ingenua pero tranquilizadora seguridad.

Por otra parte, aunque todos tenemos la necesidad de relacionarnos socialmente, para los adolescentes la vida es inimaginable sin su grupo de iguales, sin poder compartir con ellos su tiempo, sus pensamientos y sus preocupaciones. Por fortuna, las redes sociales les permiten huir de este aislamiento asfixiante, y aunque hay que ser comprensivos con el tiempo que le dedican durante este periodo excepcional, también hay que procurar que la dedicación a las redes no se convierta en una actividad exclusiva. Hay que tener en cuenta que el mismo desarrollo cerebral que les lleva a asumir riesgos les sitúa en una situación de mayor vulnerabilidad a las adicciones. Por ello, debe haber vida más allá de Instagram o wassap.

Otro elemento a tener en cuenta es que con la llegada de la adolescencia suelen aumentar las discusiones parento-filiales, de manera que incluso en las familias en las que la armonía entre padres e hijos era la norma pueden aparecer conflictos frecuentes. Estos conflictos son normales y pueden tener un efecto positivo al actuar como un catalizador que precipita el cambio que deben experimentar las relaciones entre padres e hijos para adaptarse a las nuevas necesidades que surgen con la llegada de la pubertad. Sin embargo, con tanto tiempo de convivencia madres y padres van a necesitar dosis adicionales de paciencia para sobrellevar esta situación. Tener cintura y flexibilidad, evitar el sermón y la crítica continuos, y procurar no solo respetar sino fomentar la autonomía del adolescente, puede ser una buena receta. Estos son buenos momentos para recuperar el tiempo en familia, para conocer mejor a ese chico o chica que se fue distanciando de vosotros sin que os dierais cuenta o para hablar con él o ella de los muchos temas que preocupan a esas edades.

También es un buen momento, ahora que tienen más tiempo, para que acentúen su colaboración en todas esas tareas domésticas que también suponen un importante aprendizaje para la vida.

Fotografía: Rineke Dijkstra