Si trasladamos esa idea al terreno del desarrollo personal, también podríamos considerar la imperfección como una característica profundamente humana que no debería ser incompatible con nuestro bienestar. Sin embargo, vivimos inmersos en una cultura tan obsesionada por corregir todos los defectos que nos lleva a huir de la imperfección. Y como la perfección es inalcanzable con frecuencia nos sentimos fracasados. Cuando ponemos todo nuestro empeño en una única meta que se nos muestra esquiva nos situamos en una posición de mucha fragilidad que favorece la comparación social y la envidia, y que nos acerca a la infelicidad.
La belleza de la imperfección está en las enormes posibilidades que tenemos de reparar y recomponer esos “errores”. Al igual que algunos genes corrigen las mutaciones y el daño que se deriva de ellas, una crisis personal con frecuencia no es sino el inicio de un crecimiento que permitirá la reparación de las heridas psicológicas. Algunas crisis son normativas y están vinculadas a etapas de la vida, como la adolescencia o la mediana edad, mientras que otras obedecen a experiencias vitales inesperadas. Aunque algunas son más necesarias y tolerables que otras, todas nos muestran la enorme resiliencia humana frente a la adversidad y el camino que conduce a la felicidad. El primer paso no es otro que la aceptación de la imperfección. El segundo la confianza en la reparación.
Relata López Otín una anécdota que tuvo lugar en la ceremonia de entrega de los premios Noble de 2016 que puede representar una excelente metáfora. Cuando ante tan excelente auditorio Patti Smith comenzó a cantar “A hard rain’s a-gonna fall”, la voz se le quebró por la responsabilidad y el estrés. Patti Smith paró, pidió perdón, y retomó magistralmente la interpretación.
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