El debate acerca de si la belleza puede ser definida en
términos objetivos o de si por el contrario depende de factores subjetivos ha
estado presente a lo largo de toda la historia del arte. La búsqueda de un
canon de belleza objetiva se remonta a la antigua Grecia, con la propuesta de
Platón de considerar la belleza como una propiedad intrínseca de algunos
objetos que provoca una experiencia placentera al observador. Pero si el asunto ya era complejo, la cosa se
complicó aún más cuando algunos autores, como Marcel Duchamp, abrieron la caja
de Pandora del arte sobrepasando los límites de la estética: la belleza ya no
era imprescindible.
Pues bien, parece que las ciencias del cerebro - con sus
nuevas y sofisticadas técnicas de neuroimagen
vienen a arrojar luz sobre este espinoso asunto. Es cierto que el
interés por conocer las bases biológicas de la estética no es nuevo y ya en
Darwin encontramos algunas interesantes reflexiones acerca del valor adaptativo
de la experiencia estética y la
evolución del arte a lo largo de la historia de la especie humana. Pero es a comienzos del siglo actual cuando
neurólogos como Semir Zekio o Hideaki Kawabata
acuñan el término de neuroestética para hacer referencia a la ciencia
que trata de conocer qué sucede en nuestro cerebro cuando apreciamos o creamos
belleza. Belleza que puede estar presente no sólo en la obra artística, sino en cualquier objeto. Y es que los límites del arte son bastante
imprecisos, y no conviene dejar fuera algo que el tiempo, o algún comisario o
crítico clarividente, colocará en el altar sacrosanto de lo artístico.
Esta nueva rama del saber pretende conocer cuáles son las
estándares universales de la belleza, separándolos de lo que son gustos
personales o estilos y modas pasajeros, y para ello se sirve de toda la
potencia de las resonancias magnéticas funcionales para analizar lo que
ocurre en nuestro cerebro durante la
contemplación de la belleza y la fealdad.
En un reciente estudio llevado a cabo en el laboratorio de
Giacomo Rizzolatti–sí, el mismo neurocientífico que descubrió la existencia de
las neuronas espejo- presentó a un grupo de sujetos, sin una formación
artística especial, una serie de láminas que mostraban obras de arte clásico o
renacentista en su versión original y en
versiones modificadas. En estas obras, que pueden ser aceptadas como representaciones normativas
de la belleza en Occidente -ni el mismísimo Bloom se atrevió con un canon
universal-, se alteraron sus dimensiones para crear versiones que rompían con
la ratio o proporción áurea (1.61803398875) y que ofrecían menos valor
estético. Los sujetos del estudio pasaron por tres situaciones experimentales.
En la primera simplemente debían limitarse a contemplar las obras como si
estuvieran en un museo. En la segunda debían decir si les gustaban o no, y en
la tercera y última tenían que juzgar si estaban o no bien proporcionadas.
Los investigadores compararon la activación cerebral ante las obras canónicas con la que ocurría
cuando se contemplaban las modificadas. Esta comparación servía para detectar
las estructuras neuronales implicadas en la apreciación objetiva de la belleza.
Para la valoración de la belleza subjetiva se analizó la activación ante las
obras que cada sujeto consideraba bellas frente a las que había considerado
feas. Pues bien, los resultados del estudio mostraron que en la
primera situación, en la que no había interferencia de demandas cognitivas, la
observación de las obras originales frente a las modificadas generaba una mayor activación en ciertas
zonas cerebrales. Se trataba de áreas moldeadas por la selección natural a lo
largo dela evolución y con funciones muy adaptativas. En cambio la segunda tarea creaba una mayor
actividad en zonas que, como la amígdala, están muy relacionadas con la
experiencia emocional del sujeto, lo que indicaba que la belleza de los
estímulos estaba siendo juzgada no en función de parámetros objetivos del
objeto, sino que fueron asociados con recuerdos cargados de valores emocionales
positivos para el sujeto -esto me trae a la cabeza el tan traído punctum barthesiano-.
Estos resultados llevaron a los autores a concluir que en la
apreciación estética influyen tanto
factores objetivos (armonía cromática, regla de tercios, sección áurea,
equilibrio compositivo) como variables
subjetivas relativas a las modas, y a nuestra formación y experiencia personal.
Por lo tanto, parece que el libro de los gustos no está en blanco, sino que
nuestra historia evolucionista ha marcado en nuestros genes unas preferencias
por determinadas configuraciones
perceptivas. Cabe por tanto pensar que
una vez que la moda o novedad expira la valoración subjetiva de una obra
tenderá a perder importancia quedando al
desnudo su esencia artística más
objetiva (tengo mis dudas) . Y es que como escribió Gombrich "los
elementos de una obra artística que determinan
cómo la valoramos estéticamente
están profundamente relacionados con nuestra herencia biológica",
"lo demás es el tango, el tongo y la vecina y los cuentos corrientes del
banco y del t.b.o." Esto último no lo escribió Gombrich.
La revista Psychology of Aesthetics, Creativity, and
the Arts
ha
sacado recientemente un número monográfico sobre Neuroestética.