En este blog me ocupo de asuntos de temática psicológica y social: reseñas de libros, resúmenes y comentarios de algunos artículos recientes, reflexiones sobre asuntos sociales desde un punto de vista psicológico, etc.
martes, 17 de junio de 2014
lunes, 9 de junio de 2014
La Psicología Positiva y el valor de las emociones negativas.
Que las emociones positivas
influyen sobre la salud y el bienestar deja poco lugar a la discusión. Por si la revisión de Chida y Steptoe (2008),
en la que revisaron setenta estudios que analizaban la relación entre optimismo
y salud, dejaba algunas dudas, el trabajo de Karina Davidson contribuyó a
despejarlas definitivamente. El estudio de esta investigadora de la Universidad
de Columbia, en el que siguió durante una
década a más de 1700 personas residentes en Nueva Escocia , encontró que
quienes mostraban una mayor tendencia a expresar emociones positivas
presentaron 10 años después una mejor salud cardiovascular. Los mecanismos por
los que tiene lugar esa influencia han sido explicados por el neuropsicólogo
Richard J. Davidson (ver aquí).
Ello no quiere decir que los estados emocionales positivos
no puedan ser contraproducentes en algunas ocasiones. Así, por ejemplo, un
optimismo exagerado puede llevarnos a tomar algunas decisiones incorrectas al
ignorar los obstáculos que se interponen en nuestro camino y elegir una vía
demasiado directa hacia nuestro objetivo por confiar demasiado en nuestras
posibilidades. En una entrada anterior me he referido a los inconvenientes que
puede acarrear una autoestima alta o inflada (ver aquí).
El interés de la Psicología Positiva por las emociones
positivas no ha supuesto que se haya
desinteresado de las negativas. Pero no
para suprimirlas o anularlas después de convertirlas en patologías, como ha
sido lo usual en la psicología tradicional. Muy al contrario, desde este
enfoque psicológico se ha resaltado el valor adaptativo de muchas emociones
negativas ¿Cómo si no se podría justificar que se hubiesen mantenido a lo largo
de la evolución de nuestra especie?
Pensemos, por ejemplo, que una cierta tristeza o melancolía puede
llevarnos a un razonamiento más preciso y analítico y a una memoria más
objetiva. En este sentido son muy
interesantes los trabajos del profesor de psicología de Princeton y premio
Nobel de Economía, Daniel Kahneman que revelan como una excesiva confianza
pueden inducirnos un pensamiento intuitivo arriesgado e impreciso en muchas
situaciones que requieren de mucha cautela. Igualmente, la insatisfacción o la
baja autoestima pueden ayudarnos a mejorar al darnos la motivación para romper
con situaciones de infelicidad e introducir algunos cambios en nuestras vidas.
Y aunque el optimismo suponga un claro activo personal, en ciertas situaciones
un ligero pesimismo no crónico puede resultar una actitud defensiva de mucha
utilidad. Así, algunos estudios indican que las personas pesimistas y
desconfiadas son más sensibles a las amenazas potenciales y a la detección de
posibles engaños.
Por lo tanto, aunque la Psicología Positiva haya puesto más
el énfasis en las emociones positivas que en las negativas, no ha descuidado el
interés por éstas últimas. Buscar las satisfacción y la felicidad no debe
llevarnos a considerar que somos incompetentes y fracasados cuando nos asaltan
la tristeza y la insatisfacción. Como apunta Francisco Brines en unos versos
del "Otoño de las rosas", el dolor y la dicha son las dos caras de una
misma moneda.
¿Y cómo devolver sus diferencias
al dolor y a la dicha,
y ser los dos amados por igual,
pues completan los dos el sabor encendido de la vida?
.
Etiquetas:
emociones negativas,
optimismo,
pesimismo,
psicología positiva,
salud,
tristeza
domingo, 1 de junio de 2014
De la psicopatología a la resiliencia y la salutogénesis
El campo de la psicopatología ha presenciado durante
las última décadas un viraje importante, pasando de un enfoque centrado en la
vulnerabilidad y los factores de riesgo a otro que prioriza el crecimiento
personal y los factores de protección. Así, el concepto de resiliencia, que es
definida como la adaptación positiva del sujeto a pesar de vivir en unas
circunstancias de dificultades y adversidad, ha pasado a formar parte del vocabulario
habitual de psicólogos y psiquiatras. El
estudio longitudinal realizado en Hawai por Werner y Smith (1982; 2001), y en el que siguieron hasta su adultez a
cerca de 700 niños y niñas de ambientes desfavorecidos, muchos de los cuales
vivían en situaciones de alto riesgo, puede considerarse el origen del concepto
de resiliencia. Estos investigadores encontraron que muchos de estos sujetos
experimentaron un desarrollo tanto o más saludable que sus compañeros que no
habían atravesado situaciones de adversidad. Los resultados indicaban que sólo
un porcentaje de los sujetos que sufrían condiciones de mucho riesgo terminaban
desarrollando trastornos, lo que acrecentó el interés por conocer cuáles eran
los factores que les protegían ante la adversidad. También resaltaron la importancia de definir
qué es lo que constituye una buena adaptación, ya que para que un sujeto pueda
ser considerado resiliente no sólo debe haber experimentado adversidad, sino
que además debe mostrar una buena adaptación o un buen desarrollo.
Los trabajos posteriores de Ann Masten y colegas han sido una aportación fundamental en
este sentido, ya que para estos investigadores la adaptación es un constructo
dinámico que requiere del éxito en la resolución de tareas que son importantes
para los sujetos de una determinada edad en un contexto sociocultural concreto.
Así, durante la adolescencia tendríamos que referirnos al establecimiento de
relaciones estrechas con los iguales, el buen rendimiento académico o el logro
de la identidad personal, por poner sólo algunos ejemplos de tareas apropiadas
a esta edad. Los estudios empíricos dirigidos por Masten han apuntado cinco
áreas principales de competencia que indican una buena adaptación durante la
adolescencia: el comportamiento, los logros académicos, la competencia social,
la competencia en las relaciones de pareja y la competencia vocacional. También
han servido para determinar cuáles son los factores que pueden favorecer esa
buena adaptación a pesar de la adversidad. Esos factores incluyen tanto características personales,
tales como el optimismo, el locus of control interno, o un buen nivel
intelectual, como aspectos del contexto, entre los que pueden destacarse gozar
de un estilo parental democrático en casa, acudir a buenas escuelas o
implicarse en actividades extraescolares de ocio.
También es de justicia mencionar los trabajos de Aaron
Antonovsky acerca de la salutogénesis y el sentido de coherencia. Este médico
sociólogo israelí interesado por la influencia del estrés sobre la salud se
encontraba realizando un estudio sobre los efectos de la menopausia en un grupo
de mujeres, muchas de ellas sobrevivientes de los campos de concentración
nazís. Antonovsky encontró que la mayoría, que había sufrido experiencias muy
estresantes, mostraba más síntomas que las mujeres del grupo control. No
obstante, había un pequeño grupo que a pesar de haber vivido el drama de los
campos de concentración mostraba una adaptación similar a la de las mujeres que
no habían pasado por situaciones particularmente estresantes. Ello le llevó a
interesarse por los factores que facilitaron esta adaptación, lo que supuso un
cambio de rumbo en su manera de estudiar el estrés, y a interesarse por el
proceso que lleva a las personas en dirección a la salud, por contraposición al
modelo patogénico que busca los factores que llevan a la enfermedad. A pesar de
las similitudes de la propuesta de Antonovsky con el concepto de resiliencia
existen algunas diferencias, ya que mientras que esta última analiza la adaptación
de los individuos en situación de riesgo, la salutogénesis se interesa por los
factores que facilitan la salud y el bienestar de todos los sujetos, con
independencia de que vivan o no situaciones de riesgo. A estos factores el
médico israelí los denominó recursos generales de resistencia, que son
elementos de tipo biológico, material o psicosocial que ayudan a las personas a
afrontar de forma exitosa las circunstancias y estresores de sus vidas. Estos
recursos favorecen que el sujeto desarrolle una visión general del mundo en que
vive como un contexto compresible, manejable y significativo, algo que
Antonovsky denominó sentido de
coherencia. Algunos estudios han hallado que tanto adultos como adolescentes
que muestran un mayor sentido de coherencia presentan mejores indicadores de
salud y bienestar.
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