Se veía venir. Y no a raíz de la crisis económica, sino desde bastante antes y como consecuencia del progresivo envejecimiento de la población española: el Congreso de los Diputados acaba de dar el visto bueno al retraso de la edad de jubilación. Y no hemos tenido que esperar mucho para escuchar a algún miembro del partido del gobierno alabar los beneficios para cuerpo y mente de mantenerse activo laboralmente hasta una edad avanzada.
No voy a entrar en el debate acerca de si es necesario llevar a cabo dicho retraso, aunque cuando veo a algunos mocetones de cincuenta y pocos años, jubilados prematuramente, hacer pesas en el gimnasio, me entran algunas dudas razonables, tanto sobre dicha necesidad como sobre los beneficios para la salud de una larga vida laboral apuntados por Jesús Caldera. Como soy psicólogo y no economista, sólo voy a referirme a esos supuestos efectos saludables.
A primera vista, da la impresión de que la sorprendente afirmación del exministro se basa en teoría de la actividad, formulada por Havighurst y Albrecht en 1953, y que apoya la idea de que la realización de tareas y el desempeño de roles sociales e interpersonales conlleva una mejor adaptación a la vejez, que sería más saludable y satisfactoria. Y es que, a partir de un estudio llevado a cabo sobre una muestra de sujetos mayores de 65 años, estos investigadores concluyeron que las personas que realizaban más actividades mostraban más sentimientos de felicidad y satisfacción y estaban mejor adaptados a esta etapa. Otros estudios posteriores también han encontrado que la disminución de las actividades con la edad va acompañada de un descenso en la satisfacción vital. Por ello, de acuerdo con esta teoría, un estilo de vida activo y lleno de roles -entre ellos el laboral- mantendría a la persona mayor más adaptada y sana, por lo que la jubilación podría tener unos efectos negativos sobre la salud y el bienestar de la persona retirada.
¿Qué les parece? Ni que el actual ministro de trabajo hubiese encargado los estudios ¿verdad? Sin embargo, tampoco faltan los estudios que encuentran resultados diferentes, como el realizado en Estados Unidos por Cumming y Henry (1961) sobre 275 personas , y que les llevó a formular la teoría de la desvinculación. De acuerdo con esta teoría, la adaptación al envejecimiento requeriría de una desvinculación progresiva de los roles desempeñados a lo largo de su vida, de las relaciones sociales sostenidas o de las actividades realizadas. Por lo tanto, el factor que determinaría el bienestar en la vejez sería la desvinculación del contexto social. A la luz de esta teoría, la jubilación contribuiría a un mejor envejecimiento, ya que supone el abandono del rol y el ejercicio profesional.
Aunque las dos teorías anteriores pueden parecer contradictorias a primera vista, en realidad son más bien complementarias. Si bien la implicación en actividades puede resultar beneficiosa para la persona mayor, también es cierto que no todas las actividades resultan igual de favorables. Así, aquellas que resultan motivantes para el sujeto, que son informales, que generan escaso estrés y que se realizan en compañía de otras personas son las que realmente benefician más a quien las realiza. Por lo tanto, aunque la persona esté jubilada, si mantiene una importante implicación en actividades de ocio podrá tener una buena adaptación a la retirada de la vida profesional y a la vejez. Lo contrario podría decirse se actividades que resulten estresantes y poco motivantes, como son una gran parte de las actividades profesionales que desarrollan muchas personas.
No me sorprende que la mayoría de estudios encuentren que tras la jubilación las personas mantengan o incluso incrementen sus niveles de salud y bienestar. Y es que la imagen del jubilado aburrido e inactivo ya forma parte del pasado, pues hoy nuestros mayores se implican en un importante número de actividades de ocio que hacen que se mantengan saludables y felices. Por lo tanto, podríamos decirle a nuestros gobernantes: “No lo hagáis por entretenernos y mantener activos. Ya nos buscaremos algo”.
No voy a entrar en el debate acerca de si es necesario llevar a cabo dicho retraso, aunque cuando veo a algunos mocetones de cincuenta y pocos años, jubilados prematuramente, hacer pesas en el gimnasio, me entran algunas dudas razonables, tanto sobre dicha necesidad como sobre los beneficios para la salud de una larga vida laboral apuntados por Jesús Caldera. Como soy psicólogo y no economista, sólo voy a referirme a esos supuestos efectos saludables.
A primera vista, da la impresión de que la sorprendente afirmación del exministro se basa en teoría de la actividad, formulada por Havighurst y Albrecht en 1953, y que apoya la idea de que la realización de tareas y el desempeño de roles sociales e interpersonales conlleva una mejor adaptación a la vejez, que sería más saludable y satisfactoria. Y es que, a partir de un estudio llevado a cabo sobre una muestra de sujetos mayores de 65 años, estos investigadores concluyeron que las personas que realizaban más actividades mostraban más sentimientos de felicidad y satisfacción y estaban mejor adaptados a esta etapa. Otros estudios posteriores también han encontrado que la disminución de las actividades con la edad va acompañada de un descenso en la satisfacción vital. Por ello, de acuerdo con esta teoría, un estilo de vida activo y lleno de roles -entre ellos el laboral- mantendría a la persona mayor más adaptada y sana, por lo que la jubilación podría tener unos efectos negativos sobre la salud y el bienestar de la persona retirada.
¿Qué les parece? Ni que el actual ministro de trabajo hubiese encargado los estudios ¿verdad? Sin embargo, tampoco faltan los estudios que encuentran resultados diferentes, como el realizado en Estados Unidos por Cumming y Henry (1961) sobre 275 personas , y que les llevó a formular la teoría de la desvinculación. De acuerdo con esta teoría, la adaptación al envejecimiento requeriría de una desvinculación progresiva de los roles desempeñados a lo largo de su vida, de las relaciones sociales sostenidas o de las actividades realizadas. Por lo tanto, el factor que determinaría el bienestar en la vejez sería la desvinculación del contexto social. A la luz de esta teoría, la jubilación contribuiría a un mejor envejecimiento, ya que supone el abandono del rol y el ejercicio profesional.
Aunque las dos teorías anteriores pueden parecer contradictorias a primera vista, en realidad son más bien complementarias. Si bien la implicación en actividades puede resultar beneficiosa para la persona mayor, también es cierto que no todas las actividades resultan igual de favorables. Así, aquellas que resultan motivantes para el sujeto, que son informales, que generan escaso estrés y que se realizan en compañía de otras personas son las que realmente benefician más a quien las realiza. Por lo tanto, aunque la persona esté jubilada, si mantiene una importante implicación en actividades de ocio podrá tener una buena adaptación a la retirada de la vida profesional y a la vejez. Lo contrario podría decirse se actividades que resulten estresantes y poco motivantes, como son una gran parte de las actividades profesionales que desarrollan muchas personas.
No me sorprende que la mayoría de estudios encuentren que tras la jubilación las personas mantengan o incluso incrementen sus niveles de salud y bienestar. Y es que la imagen del jubilado aburrido e inactivo ya forma parte del pasado, pues hoy nuestros mayores se implican en un importante número de actividades de ocio que hacen que se mantengan saludables y felices. Por lo tanto, podríamos decirle a nuestros gobernantes: “No lo hagáis por entretenernos y mantener activos. Ya nos buscaremos algo”.