miércoles, 23 de febrero de 2011

Legitimidad parental


Llego a la lectura de “El desajuste del mundo” de Amin Maalouf a través del blog de Roberto Colom (aquí). Sin ninguna duda se trata de un libro muy interesante, sobre todo por la lucidez con que el escritor de origen libanés analiza el mundo árabe y sus relaciones con occidente, algo que en los momentos actuales es muy de agradecer. Pero no voy a detenerme aquí en ese asunto, la referencia a esta obra es simplemente el agradecimiento a la idea que su lectura me ha sugerido: la legitimidad parental.

Para Maalouf la legitimidad “es lo que permite que los pueblos y las personas acepten, sin excesiva coerción, la autoridad de una institución encarnada en hombres y considerada portadora de valores compartidos”. Evidentemente se trata de un concepto amplio que puede aplicarse a realidades muy diversas: las relaciones entre los ciudadanos y sus dirigentes, entre los estudiantes y su profesor, o, lo que más me interesa, entre un hijo y sus padres. El intelectual libanés utiliza los ejemplos de Atatürk en Turquía, o de Nasser en Egipto para ejemplificar esta idea. Se trata de dirigentes que supieron ganarse el respeto e incluso el cariño de sus ciudadanos, que hubieran sido capaces de ir tras ellos hasta el fin del mundo. Otro caso más reciente sería el del Sudafricano Nelson Mandela. Aunque la legitimidad pueden otorgarla las urnas, no resulta necesario, como demuestran el caso de Nasser y el del Fidel Castro posrevolucionario.

Volviendo al asunto de la parentalidad, los psicólogos que nos dedicamos a estos temas solemos usar el término de padres democráticos para referirnos a aquellos padres y madres que utilizan un estilo educativo caracterizado por el apoyo, el afecto, la supervisión, la imposición de límites y la promoción de autonomía. El término estilo democrático es la traducción del anglosajón “authoritative style” , y tal vez no haya sido una traducción muy afortunada. Con frecuencia muchos padres hacen una interpretación muy literal del término que les lleva a situarse en una relación de igualdad de poder con sus hijos que puede desembocar en situaciones de clara permisividad, con ausencia del ejercicio de la autoridad parental. Sin embargo, la solución no está en el autoritarismo, que tiene unas consecuencias negativas más que demostradas para el desarrollo infantil y adolescente.

La legitimidad parental, en cambio, supondría un sano ejercicio del poder sin que hubiese demasiada resistencia por parte de niños y adolescentes. Cuando los padres consiguen esa legitimidad son más apreciados por sus hijos, su disciplina es más respetada, y sus consejos y valores son tenidos en cuenta. Cuando los hijos son pequeños no es difícil conseguir esa legitimidad, pero conservarla a partir de la adolescencia resulta más complicado, ya que tras la pubertad va a producirse cierta desidealización de las figuras materna y paterna como consecuencia de la mayor madurez psicológica del adolescente. Algo parecido ocurre en la relación entre educadores y alumnos.

No creo que existan recetas para conservar ese legimitidad, aunque se me ocurren algunas ideas, como tener cierta cintura y paciencia para llevar esos primeros momentos de la adolescencia, en los que suele aumentar la conflictividad parento-filial, sin que se produzca un excesivo distanciamento. O mostrar unos modelos de comportamientos parentales coherentes con lo que predicamos. O ser sensibles a sus nuevas necesidades, muy diferentes a las de años previos. O tratarlos de forma respetuosa, evitando insultos y descalificaciones recurrentes. Y, sobre todo, apoyándoles en esos momentos de incertidumbres que todo chico o chica ha de atravesar a lo largo de la adolescencia. No es una tarea sencilla, pero merece la pena.

martes, 8 de febrero de 2011

Valores para el Desarrollo Positivo Adolescente


Vivimos tiempos complicados, momentos de mucha incertidumbre y en los que las contradicciones están a la orden del día. Y pongo un ejemplo: nos quejamos reiteradamente de la falta de valores de los jóvenes, de su hedonismo e individualismo, de su búsqueda de lo inmediato, de su irresponsabilidad y de su desinterés por los asuntos sociales; pero al mismo tiempo ponemos el grito en el cielo cuando echamos un vistazo a los resultados que obtienen en el Informe PISA, e inmediatamente reprochamos –reprochan- a la escuela su incapacidad para formar en las materias instrumentales, y el excesivo tiempo dedicado a actividades que poco o nada tienen que ver con dichas materias. E incluso cuando se intentan introducir en el currículum escolar algunos contenidos relacionados con la educación en valores, no faltan quienes ponen el grito en el cielo ante lo que consideran que son intentos del estado de inmiscuirse en lo que debería ser una tarea reservada a la familia o la Iglesia.

El lector que siga este blog con regularidad ya se habrá percatado de que yo no soy de esa opinión. Muy al contrario, creo que una escuela de calidad no solo deber ser eficaz en lo académico, sino que además debe contribuir a la formación integral del alumnado y al desarrollo de competencias sociales y emocionales. Y que una escuela que dedique su esfuerzo a instruir en conocimientos y en competencias académicas básicas, olvidando la formación socioemocional, estará cometiendo una clara negligencia en la educación de las futuras generaciones de ciudadanos. Por lo tanto, creo que la evaluación de la calidad educativa no debería atender exclusivamente al logro de unos estándares de rendimiento.

El modelo de Desarrollo Positivo Adolescente en el que venimos trabajando desde hace algunos años incluye a los valores morales dentro de las competencias socioemocionales a promover por la escuela (ver aquí). Como los instrumentos estandarizados para la evaluación de esos valores no son tan abundantes como los que existen para comprobar si se han alcanzado objetivos académicos (matemáticas, lenguaje), decidimos desarrollar y validar una escala a tal fin. El modelo de desarrollo positivo construido a partir de la opinión de expertos fue el punto de partida, a lo que se añadió una exhaustiva revisión de los trabajos existentes sobre este tema.
Nuestra escala fue validada con un muestra de 2400 adolescentes seleccionados en centros de secundaria de Andalucía, y se compone de 24 items que se agrupan de ocho dimensiones:

Prosocialidad (importancia concebida a las acciones de ayuda, colaboración y cuidado de otras personas).

Compromiso social (relevancia de la participación activa en la comunidad: participación en asociaciones sociales, grupos políticos, ONGs…)

Justicia e igualdad social (interés por la consecución de un mundo justo e igualitario socialmente)

Responsabilidad (importancia concebida a la responsabilidad personal y la asunción de los propios actos)

Integridad (relevancia otorgada a la actuación en base a principios morales propios)

Honestidad (valoración de sinceridad y la comunicación de la verdad)

Hedonismo (importancia otorgada a la consecución del placer propio por encima de otras metas)

Reconocimiento social (relevancia otorgada al ser reconocido y
admirado socialmente).

Es decir, se trata de valores que forman piezas clave para la promoción del Desarrollo Positivo Adolescente , así como de aquellos que podrían ser considerados como contravalores (hedonismo y reconocimiento social). Estas ocho dimensiones se agrupan a su vez en tres subescalas: valores sociales, valores personales y valores individualistas.
La escala acaba de ser publicada y puede ser utilizada por todo aquel que lo desee.


Antolín, L., Oliva, A., Pertegal, M. A. y López, A. (2011). Desarrollo y validación de una escala de valores para el desarrollo positivo adolescente. Psicothema, 23, 153-159. (ver aquí)