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miércoles, 26 de enero de 2011

La jubilación a los 67 años



Se veía venir. Y no a raíz de la crisis económica, sino desde bastante antes y como consecuencia del progresivo envejecimiento de la población española: el Congreso de los Diputados acaba de dar el visto bueno al retraso de la edad de jubilación. Y no hemos tenido que esperar mucho para escuchar a algún miembro del partido del gobierno alabar los beneficios para cuerpo y mente de mantenerse activo laboralmente hasta una edad avanzada.

No voy a entrar en el debate acerca de si es necesario llevar a cabo dicho retraso, aunque cuando veo a algunos mocetones de cincuenta y pocos años, jubilados prematuramente, hacer pesas en el gimnasio, me entran algunas dudas razonables, tanto sobre dicha necesidad como sobre los beneficios para la salud de una larga vida laboral apuntados por Jesús Caldera. Como soy psicólogo y no economista, sólo voy a referirme a esos supuestos efectos saludables.

A primera vista, da la impresión de que la sorprendente afirmación del exministro se basa en teoría de la actividad, formulada por Havighurst y Albrecht en 1953, y que apoya la idea de que la realización de tareas y el desempeño de roles sociales e interpersonales conlleva una mejor adaptación a la vejez, que sería más saludable y satisfactoria. Y es que, a partir de un estudio llevado a cabo sobre una muestra de sujetos mayores de 65 años, estos investigadores concluyeron que las personas que realizaban más actividades mostraban más sentimientos de felicidad y satisfacción y estaban mejor adaptados a esta etapa. Otros estudios posteriores también han encontrado que la disminución de las actividades con la edad va acompañada de un descenso en la satisfacción vital. Por ello, de acuerdo con esta teoría, un estilo de vida activo y lleno de roles -entre ellos el laboral- mantendría a la persona mayor más adaptada y sana, por lo que la jubilación podría tener unos efectos negativos sobre la salud y el bienestar de la persona retirada.

¿Qué les parece? Ni que el actual ministro de trabajo hubiese encargado los estudios ¿verdad? Sin embargo, tampoco faltan los estudios que encuentran resultados diferentes, como el realizado en Estados Unidos por Cumming y Henry (1961) sobre 275 personas , y que les llevó a formular la teoría de la desvinculación. De acuerdo con esta teoría, la adaptación al envejecimiento requeriría de una desvinculación progresiva de los roles desempeñados a lo largo de su vida, de las relaciones sociales sostenidas o de las actividades realizadas. Por lo tanto, el factor que determinaría el bienestar en la vejez sería la desvinculación del contexto social. A la luz de esta teoría, la jubilación contribuiría a un mejor envejecimiento, ya que supone el abandono del rol y el ejercicio profesional.

Aunque las dos teorías anteriores pueden parecer contradictorias a primera vista, en realidad son más bien complementarias. Si bien la implicación en actividades puede resultar beneficiosa para la persona mayor, también es cierto que no todas las actividades resultan igual de favorables. Así, aquellas que resultan motivantes para el sujeto, que son informales, que generan escaso estrés y que se realizan en compañía de otras personas son las que realmente benefician más a quien las realiza. Por lo tanto, aunque la persona esté jubilada, si mantiene una importante implicación en actividades de ocio podrá tener una buena adaptación a la retirada de la vida profesional y a la vejez. Lo contrario podría decirse se actividades que resulten estresantes y poco motivantes, como son una gran parte de las actividades profesionales que desarrollan muchas personas.

No me sorprende que la mayoría de estudios encuentren que tras la jubilación las personas mantengan o incluso incrementen sus niveles de salud y bienestar. Y es que la imagen del jubilado aburrido e inactivo ya forma parte del pasado, pues hoy nuestros mayores se implican en un importante número de actividades de ocio que hacen que se mantengan saludables y felices. Por lo tanto, podríamos decirle a nuestros gobernantes: “No lo hagáis por entretenernos y mantener activos. Ya nos buscaremos algo”.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Cerebros resistentes


No quiero resultar agorero, pero seguro que habéis notado, o notaréis si aún no pasáis de los cuarenta, cómo con el paso del tiempo vuestras piernas y vuestro cerebro se han vuelto algo más perezosos. Y es que, por mucho que nos cuidemos, nuestras neuronas envejecen y mueren, de forma que las que aún resisten al pie del cañón deben hacer un esfuerzo cotidiano mayor que cuando eran jóvenes y estaban más acompañadas.

Sin embargo, también os habréis percatado de que todavía sois capaces de realizar muchas tareas complejas tan bien o incluso mejor que cuando erais unos veinteañeros. Esto es especialmente evidente cuando se trata de tareas que probablemente aprendisteis hace mucho tiempo y que se han ido afianzando con una práctica intensiva y repetitiva.

El motivo de esta resistencia obedece en parte a que con la práctica, las áreas del cerebro encargadas de una determinada habilidad motora, perceptiva o cognitiva se expanden. Al ser mayor la zona responsable, cualquier pequeño daño cerebral asociado al envejecimiento no afectará a toda el área, con lo que la competencia adquirida no se perderá, pues siempre sobrevivirán neuronas en esa extensa región que se harán cargo de la faena.

Otra justificación tiene que ver con que con la práctica disminuye la demanda metabólica de oxígeno por parte del tejido neuronal responsable de la tarea. Así, aunque con la edad vaya disminuyendo el aporte de oxígeno a nuestro cerebro, podremos realizar la tarea con un menor suministro, siempre que se trate de una competencia o habilidad bien consolidada. Es decir, aumenta la eficiencia de esas neuronas bien entrenadas, que necesitarán poco combustible para hacer bien su trabajo.

El efecto combinado de estos fenómenos contrarresta de forma eficaz las consecuencias que algunas enfermedades degenerativas o el simple envejecimiento neuronal tienen para nuestro rendimiento cognitivo. A pesar de la edad, salvo contadas excepciones, no perderemos nuestra pericia a la hora de ejecutar esas tareas de dominio bien asentado. Sin embargo, eso no ocurrirá con competencias y habilidades de reciente adquisición, que aún precisarán de una buena oxigenación y que se ubicarán en una reducida zona cerebral. En este caso deberemos realizar un esfuerzo mayor y practicar más que cuando éramos más jóvenes hasta que la competencia se encuentre bien consolidada, y aumenten las neuronas implicadas, que también consumirán menos O2.

Es decir, al igual que el mantenimiento de un buen tono físico a una edad avanzada precisa de un esfuerzo mayor que en la juventud, el aprendizaje de nuevas tareas requerirá de más práctica hasta lograr una consolidación que resista bien el paso del tiempo. De lo contrario seremos testigos de cómo esas competencias recién aprendidas se evaporan generándonos una intensa frustración, ya que tendremos que volver a empezar de nuevo.


domingo, 29 de marzo de 2009

La edad de los padres varones está relacionada con la inteligencia de sus hijos


¿Existe un calendario social que nos marque las edades más adecuadas para llevar a cabo determinadas transiciones evolutivas, como empezar a trabajar o tener hijos? Bernice L. Neugarten pensaba que sí, y acuñó el término “reloj social” para referirse a esa especie de agenda o cronograma que indica los momentos en los que suelen llevarse a cabo esas transiciones en una sociedad concreta. Para Neugarten, cuando esas transiciones se llevan a cabo de acuerdo con ese calendario generan menos estrés que cuando se anticipan o se retrasan. Por ejemplo, una maternidad durante la adolescencia resulta bastante más complicada que si tiene lugar a los 30 años, y enviudar a los 30 tiene un impacto emocional mucho mayor que a los 80 años.

Ese reloj o calendario social no es inmutable y cambia con la evolución de la sociedad. El ejemplo más claro es el retraso que se ha producido en nuestro país, y en los de nuestro entorno, en la edad con la que nos casamos o tenemos hijos. Así, ahora es frecuente encontrar en una reunión de padres de alumnos de educación infantil, a padres y madres que superan ampliamente los 40 años, algo que era impensable hace algunas décadas.

Aunque de acuerdo con la propuesta de Neugarten, debido a ese retraso en el reloj social, la maternidad o paternidad tardía sería menos estresante en el momento actual, podríamos preguntarnos por las consecuencias que esa demora puede tener para el desarrollo de sus hijos.

Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Queensland (Australia) por el profesor John McGrath ha analizado la relación existente entre las edades de padres y madres en le momento del nacimiento y la competencia intelectual de sus hijos. El estudio se basó en un nuevo análisis de una base de datos procedente del Collaborative Perinatal Project, que incluía a 33.437 niños nacidos en EEUU entre 1959 y 1965 , y que habían sido evaluados con diversas medidas de desarrollo intelectual a los 8 meses, los 4 y los 7 años de edad.

Los resultados del estudio, destacaron el papel favorecedor de variables sociodemográficas como el nivel educativo y socio-económico de los padres, lo que resulta poco novedoso. Sin embargo, lo más llamativo fue la relación que apareció entre la edad del padre o de la madre y el rendimiento cognitivo de sus hijos. En el caso de las madres se encontró que las madres de más edad tenían hijos que mostraban un mejor desempeño en la resolución de las tareas propuestas. Sin embargo, cuando se trataba de los padres, la correlación era negativa, es decir, los hijos de padres de más edad resolvían peor las pruebas de los tests de inteligencia.


La interpretación de estos datos no resulta sencilla, aunque bien podríamos argumentar que las madres de más edad proporcionan a sus hijos un ambiente más estimulante como consecuencia de su mayor madurez, experiencia y recursos. ¿Pero, por qué no ocurre lo mismo en el caso de los padres?

Bien puede ocurrir que los hijos se beneficien menos de la madurez paterna que de la materna porque, en términos generales, los padres se implican e interactúan menos con sus hijos –hay que tener en cuenta que se trataba de niños nacidos entre 1959 y 1965, cuando el reparto de roles entre hombre y mujer era diferente al actual. No obstante, ello no justificaría la correlación negativa entre edad paterna e inteligencia infantil que, como afirman los autores del estudio, bien podría deberse a factores genéticos: a diferencia del óvulo de la mujer, que se forma cuando ella misma está en el vientre materno, los espermatozoides se acumulan a lo largo de la vida del hombre, lo que puede incrementar la incidencia de mutaciones en el esperma de hombres de más edad. Aunque, es probable que se trate de una interacción de factores genéticos y ambientales que convendría estudiar con más profundidad, sobre todo porque de estos datos se deduce que la tendencia a una paternidad demorada que se observa en nuestra sociedad puede suponer un factor de riesgo para el desarrollo cognitivo infantil.


Cannon M (2009) Contrasting Effects of Maternal and Paternal Age on Offspring Intelligence. PLoS Medicine 6(3)

Sukanta Saha, Adrian G. Barnett, Claire Foldi, Thomas H. Burne, Darryl W. Eyles, Stephen L. Buka & John J.. McGrant. (2009). Advanced Paternal Age Is Associated with Impaired Neurocognitive Outcomes during Infancy and Childhood . PLOS Medicine, 6 (3).

sábado, 29 de noviembre de 2008

Los efectos de la experiencia y la práctica sobre el envejecimiento cerebral



























Las obras que figuran arriba tienen algo en común, todas ellas fueron creadas por artistas a los que la enfermedad de Alzheimer ya había comenzado a provocar un deterioro cognitivo y una importante pérdida de memoria. Eduardo Chillida (1924-2002) murió en un avanzado estado de demencia tras un año de incapacitación casi absoluta, sin embargo, durante la década de los 90, cuando ya estaba afectado por la enfermedad, fue capaz de producir algunas obras memorables. Un caso similar es el de Willem De Kooning (1904-1997), artista de origen holandés aunque afincado en Estados Unidos, que a partir de 1970 empezó a experimentar importantes pérdidas de memoria que culminaron con un diagnóstico de Alzheimer. A pesar de ello, el maestro continúo realizando su trabajo de forma intensa, completando varios cuadros a la semana. A juicio de la crítica, el arte de de Kooning no sólo no se deterioró, sino que incluso siguió evolucionando durante la última etapa de su vida.

Estos artistas lograron crear importantes obras a pesar del avance de la enfermedad. ¿Cómo pudieron seguir creando a pesar de las limitaciones de su memoria? Las razones están relacionadas con el funcionamiento del cerebro.

El hipocampo, que como comentamos en la entrada anterior tiene un rol esencial en la consolidación de los nuevos recuerdos, sufre un serio deterioro en la enfermedad de Alzheimer, lo que incapacita a los afectados para crear nuevos recuerdos. Sin embargo, los patrones cognitivos ya consolidados que son fruto de la práctica y la experiencia profesional forman parte de una memoria genérica que depende poco de estructuras subcorticales, como el hipocampo, pues se almacenan en la neocorteza cerebral.

La utilización de técnicas de neuroimagen funcional ha permitido conocer algunos de los mecanismos que explican esta resistencia de los patrones cognitivos muy asentados al envejecimiento cognitivo e incluso a la demencia senil. Por una parte, hay que mencionar la expansión de patrones, consistente en que con la experiencia y la práctica repetida, las zonas cerebrales asignadas a una determinada habilidad se expanden hacia zonas adyacentes del espacio cortical ocupando un área muy amplia. Así, cuando la enfermedad de Alzheimer, u otras demencias, destruye parte del tejido cerebral, habrá más probabilidad de que áreas del tejido asignado a una habilidad no se vean afectadas por el deterioro neurológico cuando la zona es muy amplia. Es decir, si imaginamos que el cerebro es como un queso de gruyere, si la zona que controla el patrón cognitivo es reducida, es probable que uno de los agujeros ocupe y destruya por completa esa zona, mientras que si el área es mayor, quedarán partes intactas que podrán seguir ejecutando las acciones de su responsabilidad.

Por otro lado, con la práctica y la experiencia también disminuyen las demandas metabólicas de las neuronas que realizan una tarea, lo que significa que el cerebro puede resolver adecuadamente algunos problemas rutinarios utilizando menos recursos, como el aporte sanguíneo. Es algo que podemos constatar fácilmente: en la medida en que nos vamos haciendo expertos en cualquier ámbito profesional es menor el esfuerzo que tendremos que hacer para ejecutar tareas que al principio resultaban muy complejas y demandantes de atención y esfuerzo.
Pues bien, ya parece que tenemos una explicación razonable de por qué algunos artistas, y muchos otros expertos de diferentes campos, pueden seguir realizando sus actividades profesionales sin aparente menoscabo, a pesar del daño causado en sus cerebros por enfermedades como el Alzheimer. Y también sacamos una excelente lección muy útil, la de que la práctica continuada de diversas actividades, que nos sirvan para crear patrones cognitivos muy asentados, nos protegen de los efectos del deterioro cognitivo causado por el envejecimiento cerebral. Debemos ejercitar nuestro cerebro, de la misma manera que debemos ejercitar nuestros músculos y nuestro sistema cardiovascular, si queremos tener una buena vejez.





miércoles, 26 de noviembre de 2008

Memoria y olvido: cuando es necesario olvidar


Cuando aprendemos algo nuevo o cuando formamos un recuerdo se producen cambios en nuestra corteza cerebral, cambios que no tienen lugar de manera inmediata sino que precisan de años para su consolidación. Necesitan tiempo y, también, la ayuda de algunas estructuras cerebrales subcorticales, cuyo papel consiste en reactivar continuamente las redes neuronales implicadas en el recuerdo: es como si nos ayudarán a repasar para consolidar el recuerdo y evitar que olvidemos. Se trata de un proceso de reverberación de naturaleza eléctrica dependiente de estructuras como el hipocampo o el tronco encefálico.



El hipocampo se ve afectado por el proceso de envejecimiento, por lo que con la edad suele aumentar la dificultad para almacenar nuevos recuerdos, aunque los ya almacenados se mantienen, ya que una vez que se ha almacenado el recuerdo, el papel del hipocampo se reduce de forma notable. Resulta curioso que esta estructura cerebral no se vea afectada por el envejecimiento en otras especies de mamíferos, como los monos o los roedores. Ello nos lleva a preguntarnos, si se trata de una coincidencia o del resultado de la selección natural y las presiones evolutivas que han favorecido un cerebro humano con un hipocampo afectado de cierto deterioro cognitivo que haga algo más complicada la adquisición de nuevos recuerdos. Los seres humanos dependemos en mayor medida que otras especies de moldes cognitivos previamente adquiridos, por lo que un cerebro humano al envejecer puede beneficiarse de una cierta moderación en la acumulación de nueva información que compita con los moldes existentes.

Se puede afirmar que, por regla general, tener más recuerdos no siempre es mejor. Desde el neuropsicólogo soviético Alexander Luria hasta su discípulo Goldberg, diversos investigadores en el campo del cerebro han apoyado la idea de que los errores de ésta son consecuencia de un sistema adaptado a las exigencias del entorno. Así, olvidar sería necesario para evitar que los numerosos detalles cotidianos dificulten la recuperación de experiencias importantes y debiliten la capacidad de la mente para hacer abstracciones. Pensar es olvidar lo concreto y sus diferencias, generalizar y abstraer. De hecho, no todos los recuerdos se ven afectados de la misma forma por el envejecimiento cognitivo, los recuerdos genéricos o abstractos resisten mucho mejor que los episódicos o concretos.

Luria estudió el caso de un periodista soviético, Shereshevsly, dotado de una memoria excepcional que le permitía recordar los detalles más insignificantes, tanto lo importante como lo vanal, aunque incapaz de olvidar. Con una memoria en la que todo eran detalles, era incapaz de pensar a un nivel abstracto, y se hallaba totalmente perdido cuando se trataba de comprender metáforas, sinónimos o poemas.

Jorge Luis Borges, en su cuento "Funes el memorioso", describió a Ireneo Funes, personaje de ficción también poseedor de una memoria tan prodigiosa que le impedía la más mínima generalización.


Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez.”

Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos."

Jorge Luis Borges (Funes el memorioso)