domingo, 29 de marzo de 2009

La edad de los padres varones está relacionada con la inteligencia de sus hijos


¿Existe un calendario social que nos marque las edades más adecuadas para llevar a cabo determinadas transiciones evolutivas, como empezar a trabajar o tener hijos? Bernice L. Neugarten pensaba que sí, y acuñó el término “reloj social” para referirse a esa especie de agenda o cronograma que indica los momentos en los que suelen llevarse a cabo esas transiciones en una sociedad concreta. Para Neugarten, cuando esas transiciones se llevan a cabo de acuerdo con ese calendario generan menos estrés que cuando se anticipan o se retrasan. Por ejemplo, una maternidad durante la adolescencia resulta bastante más complicada que si tiene lugar a los 30 años, y enviudar a los 30 tiene un impacto emocional mucho mayor que a los 80 años.

Ese reloj o calendario social no es inmutable y cambia con la evolución de la sociedad. El ejemplo más claro es el retraso que se ha producido en nuestro país, y en los de nuestro entorno, en la edad con la que nos casamos o tenemos hijos. Así, ahora es frecuente encontrar en una reunión de padres de alumnos de educación infantil, a padres y madres que superan ampliamente los 40 años, algo que era impensable hace algunas décadas.

Aunque de acuerdo con la propuesta de Neugarten, debido a ese retraso en el reloj social, la maternidad o paternidad tardía sería menos estresante en el momento actual, podríamos preguntarnos por las consecuencias que esa demora puede tener para el desarrollo de sus hijos.

Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Queensland (Australia) por el profesor John McGrath ha analizado la relación existente entre las edades de padres y madres en le momento del nacimiento y la competencia intelectual de sus hijos. El estudio se basó en un nuevo análisis de una base de datos procedente del Collaborative Perinatal Project, que incluía a 33.437 niños nacidos en EEUU entre 1959 y 1965 , y que habían sido evaluados con diversas medidas de desarrollo intelectual a los 8 meses, los 4 y los 7 años de edad.

Los resultados del estudio, destacaron el papel favorecedor de variables sociodemográficas como el nivel educativo y socio-económico de los padres, lo que resulta poco novedoso. Sin embargo, lo más llamativo fue la relación que apareció entre la edad del padre o de la madre y el rendimiento cognitivo de sus hijos. En el caso de las madres se encontró que las madres de más edad tenían hijos que mostraban un mejor desempeño en la resolución de las tareas propuestas. Sin embargo, cuando se trataba de los padres, la correlación era negativa, es decir, los hijos de padres de más edad resolvían peor las pruebas de los tests de inteligencia.


La interpretación de estos datos no resulta sencilla, aunque bien podríamos argumentar que las madres de más edad proporcionan a sus hijos un ambiente más estimulante como consecuencia de su mayor madurez, experiencia y recursos. ¿Pero, por qué no ocurre lo mismo en el caso de los padres?

Bien puede ocurrir que los hijos se beneficien menos de la madurez paterna que de la materna porque, en términos generales, los padres se implican e interactúan menos con sus hijos –hay que tener en cuenta que se trataba de niños nacidos entre 1959 y 1965, cuando el reparto de roles entre hombre y mujer era diferente al actual. No obstante, ello no justificaría la correlación negativa entre edad paterna e inteligencia infantil que, como afirman los autores del estudio, bien podría deberse a factores genéticos: a diferencia del óvulo de la mujer, que se forma cuando ella misma está en el vientre materno, los espermatozoides se acumulan a lo largo de la vida del hombre, lo que puede incrementar la incidencia de mutaciones en el esperma de hombres de más edad. Aunque, es probable que se trate de una interacción de factores genéticos y ambientales que convendría estudiar con más profundidad, sobre todo porque de estos datos se deduce que la tendencia a una paternidad demorada que se observa en nuestra sociedad puede suponer un factor de riesgo para el desarrollo cognitivo infantil.


Cannon M (2009) Contrasting Effects of Maternal and Paternal Age on Offspring Intelligence. PLoS Medicine 6(3)

Sukanta Saha, Adrian G. Barnett, Claire Foldi, Thomas H. Burne, Darryl W. Eyles, Stephen L. Buka & John J.. McGrant. (2009). Advanced Paternal Age Is Associated with Impaired Neurocognitive Outcomes during Infancy and Childhood . PLOS Medicine, 6 (3).

jueves, 26 de marzo de 2009

Sobre la interrupción voluntaria del embarazo en adolescentes


Leo en “PÚBLICO” que el gobierno se está planteando mantener en la futura ley de interrupción del embarazo la restricción a que las jóvenes de 16 y 17 años puedan abortar, salvo si van acompañadas de una persona mayor de edad. Parece por lo tanto que la mentirosa campaña publicitaria financiada por el fundamentalismo religioso católico, y basada en el engaño de equiparar a un embrión con una persona, está comenzando a dar resultado. Y sinceramente no me lo explico: ¡qué tendrá que ver ese niño rosadito de varios kilos de peso con un embrión de varias semanas! El pasado martes Jesús Mosterín, en un excelente artículo publicado por El País, lo explicaba de forma muy sencilla: “una bellota no es un roble:..Un roble es un árbol, mientras que una bellota no es un árbol, sino sólo una semilla” (aquí).

Supongo que el gobierno habrá decidido excluir a las adolescentes de 16 y 17 años para suavizar la ley y así disminuir el rechazo que pudiera generar entre algunos sectores conservadores. Pero con ello serán las menores de edad la que pagarán los platos rotos, ya que no podrán tomar por sí mismas decisiones con respecto a si quieren o no tener un hijo, y tendrán que ir acompañadas por sus padres ¿O no? La verdad es que la noticia, no explicita quien debe ser esa persona adulta que acompañe a la menor. Por lo tanto, nada hace suponer que deban ser sus padres. Podría ser una amiga, su hermano mayor, su novio, etc.

La actual Ley de Autonomía del Paciente, aprobada en 2002, indica que una chica de 16 ó 17 años puede tomar decisiones de forma autónoma sobre cualquier tipo de prestación sanitaria o intervención quirúrgica, pero establece algunas excepciones como la interrupción voluntaria del embarazo. Siempre he pensado que es precisamente en esas situaciones cuando parece menos indicado que la menor tenga que solicitar el permiso de sus padres. La razón es que si se le plantea esa exigencia es bastante probable que algunas no se atrevan a comunicar el embarazo a sus progenitores, y cuando estos se percaten del asunto ya sea demasiado tarde para la interrupción. Una chica de 16 años es competente para entender, al menor en la misma medida que un adulto, lo que supone abortar, o tener un hijo en un momento en que su proyecto vital no pasa por convertirse en madres, y tiene otras muy legítimas aspiraciones. Algún lector estará dudando de esa afirmación tan contundente, ya que la imagen social de los adolescentes no es demasiado favorable, y los prejuicios con respecto a su inmadurez e irresponsabilidad están a la orden del día. Pero la evidencia indica que esa inmadurez sólo está en la cabeza de los adultos, y que muchos adolescentes toman decisiones tan fundamentadas como ellos.

Por lo tanto, no veo ninguna razón para seguir manteniendo esa limitación en la Ley de Autonomía del Paciente, y ya va siendo hora de que aquellas adolescentes que quieran tomar por sí mismas la decisión de abortar puedan hacerlo. Ello no quiere decir que la joven no pueda consultar con sus padres su decisión, o pedirles que la acompañen en este doloroso trance. En aquellos casos en los que la chica decida comentar el asunto a sus padres podrá hacerlo, naturalmente la ley no le obligaría a tomar la decisión al margen de ellos, como tampoco obliga a abortar a nadie. Algo que algunos parecen no entender.

domingo, 22 de marzo de 2009

The File Drawer Effect o los sesgos en las publicaciones científicas


Seguro que quienes os dedicáis a la investigación habéis sentido en más de una ocasión una gran decepción cuándo después de diseñar cuidadosamente una investigación y haber recogido esforzadamente una gran cantidad de datos, los análisis de estos no apoyan la hipótesis que pretendíais comprobar. ¡Tanto esfuerzo para nada!

Tampoco hay que dramatizar tanto, pensará el lector atento, ya que el estudio realizado ha aportado una información interesante: los resultados permiten descartar la hipótesis planteada, siempre que no existan defectos metodológicos importantes en su diseño. Por ejemplo, si la muestra es reducida es posible que la baja potencia estadística haga muy probable el error beta o tipo II, es decir, que afirmemos que no existen relaciones significativas entre dos variables, cuando en realidad existen.

No obstante, la frustración del investigador está más que justificada, ya que al no haber encontrado resultados positivos, tendrá más dificultades para conseguir que alguna revista los publique. Es lo que se ha venido denominando the file drawer effect, y es que algunos estudios ponen de manifiesto que hay un claro sesgo que hace más probable la publicación de los manuscritos con resultados positivos.

Recientemente, unos investigadores del Cochrane Center de Oxford (Reino Unido), a partir de una revisión sistemática de 196 ensayos clínicos, han concluido que los estudios con resultados estadísticamente significativos a favor de la hipótesis experimental se publican con más frecuencia y en un periodo de tiempo más breve.

Las razones de este sesgo tienen que ver tanto con las revistas como con los propios autores. Con las revistas porque los editores prefieren publicar artículos que encuentran apoyo a las hipótesis planteadas. En otros casos son los mismos autores los que deciden guardar en un cajón los resultados del estudio tras no encontrar lo que venían buscando. Esto será más probable cuando se trata de la evaluación de un tratamiento, un programa de intervención o un fármaco. Aunque en estas situaciones lo más honesto sería publicar que el tratamiento no tiene efectos positivos, los autores del estudio, que pueden ser los mismos que han diseñado el tratamiento, pueden preferir ocultar que su programa o tratamiento no es eficaz. Incluso puede darse el caso de que tenga consecuencias negativas para quienes lo siguen. En una entrada anterior nos hemos referido al interés de las compañías tabaqueras norteamericanas por ocultar los resultados negativos de algunos programas preventivos dirigidos a adolescentes que habían financiado (ver aquí).

Este sesgo en la publicación tiene también sus efectos distorsionadores sobre los meta-análisis que se llevan a cabo con la intención de resumir, aumentando la potencia estadística, los estudios llevados a cabo acerca de un determinado asunto. Como estos meta-análisis suelen llevarse a cabo con los estudios publicados, sus resultados estarán también sesgados a favor de aquellos que encuentran apoyo a la relación analizada (por ejemplo, entre un tratamiento y su eficacia).

Como señalan los autores del estudio publicado en The Cochrane Library, es preciso que las revistas hagan un mayor esfuerzo por publicar los estudios que no obtienen resultados positivos, de lo contrario será imposible realizar una evaluación equilibrada sobre la eficacia y seguridad de un tratamiento o programa. Por otra parte, debe evitarse que la evaluación de estas intervenciones sea llevada a cabo por los mismos equipos que las diseñaron o implementaron. De esta manera podremos tener una visión más objetiva de los fenómenos estudiados.

martes, 17 de marzo de 2009

Ideas ingenuas, ciencia y religión



Los psicólogos solemos usar el término de concepciones científicas ingenuas para referirnos a las ideas que los sujetos, por lo general los alumnos, tienen sobre diversos fenómenos que se suelen enseñar en la escuela, como la flotabilidad, la caída libre de los cuerpos, la visión darwinista de la evolución, la digestión, etc. Se trata de concepciones que son erróneas desde el punto de vista académico o científico, puesto que violan los principios básicos de la ciencia y no se basan en la evidencia empírica. Una de las tareas de la educación es sustituir esas ideas equivocadas por su equivalente científico, algo que no siempre resulta fácil, ya que las concepciones ingenuas tienen una gran estabilidad y resistencia al cambio, de tal manera que solemos mantenerlas a pesar de que muchos años de educación formal hayan tratado de corregirlas. Al menos eso indican muchos estudios realizados con adolescentes y adultos, que mantienen sus concepciones originales sobre diversos fenómenos físicos y naturales, algo que tiene mucho que ver con el tipo de metodología que se sigue empleando en la escuela, demasiado basado en la memorización.

Una pregunta interesante que podemos hacernos es de dónde proceden esas ideas primitivas. A lo que responderemos admitiendo que provienen de nuestra experiencia personal, y de una percepción y un procesamiento muy superficial de la realidad. Por ejemplo, con frecuencia las cosas pesadas se hunden en el agua, por lo que podríamos deducir de forma incorrecta que el peso es lo que determina la flotabilidad de un objeto (sí ya sé que el Titanic se hundió, pero fue un accidente). O también podremos llegar a la conclusión lamarckiana de que el cuello largo de las jirafas se debe a un estiramiento progresivo del mismo que se transmite y aumenta de generación en generación. Pero estas ideas también pueden provenir de otras personas: a fuerza de repetirlas se convierten en una tradición o una representación socialmente aceptada que damos por válida sin exigir muchas pruebas a su favor.

Por lo general no se originan en la escuela, ya que en ella se enseñan concepciones científicas basadas en pruebas y evidencias y, por lo tanto, correctas en ese momento y hasta que no se demuestre lo contrario. Aunque alguien podría objetar que en algunas escuelas se enseñan algunas concepciones erróneas, como es el caso de las tradiciones y mitos religiosos. Y tendríamos que darle toda la razón ya que la evidencia al respecto de estos mitos es nula.


Eso es algo que no termino de entender: cómo puede compatibilizarse el formar a niños y jóvenes en el uso de un pensamiento racional y deductivo con las creencias ingenuas en asuntos religiosos. ¿Admitiríamos que se impartiesen en la escuela materias sobre el tarot o talleres de espiritismo o levitación? ¿Está relacionada esta formación religiosa, dentro y fuera de la escuela, con la tendencia de hombres y mujeres a tragarse todo tipo de camelos? (ver aquí un listado amplio de ellos) ¿Por qué catalogamos como concepciones erróneas e inmaduras a aquellas ideas que no se basan en la evidencia a la hora de explicar la realidad, pero no lo hacemos cuando llegamos a la religión? ¿Por qué algunos científicos, aunque no muchos, mantienen creencias religiosas?

La lectura de la carta que Richard Dawkins dirige a su hija Juliet me ha sugerido esta entrada (ver aquí).

Si te interesa profundizar en este tema visita Aletheia






lunes, 16 de marzo de 2009

Ya son 30.000

Pues sí, me parece mentira pero hoy mismo este blog ha alcanzado la cifra de 30.000 visitas. Si comparamos la cifra con la de otros blogs con más solera no es mucho, pero para un blog de psicología, que procura no ser meramente divulgativo, y que comenzó su singladura real en agosto de 2008, creo que no está nada mal (aunque en realidad lo inscribí en blogger a finales de 2007, estuvo muy parado durante unos meses).

Durante estos meses he procurado mantener una regularidad de dos o tres entradas semanales, y aunque en ocasiones no me ha resultado una tarea fácil, lo he conseguido. Es cierto que cada vez resulta más complicado encontrar temas para un post, y que hay temporadas en las que la carga de trabajo me impide elaborar los temas tanto como quisiera, y no puedo dedicarle más de unos minutos a una entrada. Pero eso el algo que trato de compensar poniendo un mayor esfuerzo en otros posts, aunque no siempre el tiempo invertido se relacione con los resultados conseguidos. Y eso lo saben muy bien muchos de los lectores de este blog, también blogeros consumados.

Aunque a veces mi curiosidad me lleva a adentrarme en territorios menos familiares, he procurado escribir sobre temas cercanos a mi especialidad profesional o que me interesan mucho. Así, son frecuentes las entradas sobre psicología evolutiva, adolescencia, cerebro y comportamiento, herencia y ambiente, relaciones familiares y desarrollo, psicología evolucionista, etc. En algunas de ellas me limito a recoger algún avance científico reciente, mientras que en otras hay una mayor reflexión personal o toco algún tema de actualidad que puede resultar polémico. Pero todas ellas me sirven para aprender algo nuevo, asentar conocimientos o aclarar mis ideas en relación con algún asunto complejo, y espero que a vosotros también os sirvan para algo parecido.

A partir de ahora espero seguir manteniendo esta regularidad, algo que estoy seguro de que no será fácil, pero espero que la fuente no se sequé y este blog cumpla muchos años. Muchas gracias a todos los seguidores, especialmente a quienes contribuís con vuestros comentarios a darle vida a este espacio virtual.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Madres y padres importan, y mucho.



Por qué algunos artículos van dando tumbos de revista en revista hasta que, al fin, unos revisores benévolos ven en él virtudes que otros despreciaron es uno de esos enigmas que pocos consiguen resolver. Puede ocurrir que de rebote en rebote, y con las aportaciones de los sucesivos revisores, el artículo vaya mejorando, de forma que la última versión apenas sea reconocible en la inicial. O que el impacto de las revistas por las que transita vaya disminuyendo de forma alarmante junto a las exigencias de los editores hasta tocar fondo en una revista de escaso caché.

El artículo del que les voy a hablar en este post ha transitado por esa senda vergonzosa, hasta que esta misma semana ha visto la luz en Anxiety, Stress and Coping. No es que el artículo sea excepcional, no diría yo tanto, pero en mi muy parcial opinión no merecía tanto mareo por parte de revisores hiper-exigentes.

El artículo tiene su cosa, y es que en estos tiempos de tanto descreimiento en el poder socializador de la familia, cualquier estudio que aporte evidencia empírica al respecto, a partir de algo más que meras correlaciones, debería ser mejor recibido. Y no es que estemos de acuerdo con las afirmaciones desmedidas de John B. Watson sobre las posibilidades de moldear la naturaleza humana a su antojo. Pero es que las opiniones de popes de la psicología, como Steven Pinker, sobre la escasa capacidad de influencia que padres y madres tienen sobre sus hijos va a llevar a muchos padres a abdicar de su papel de educadores: “total, si todo es cosa de los genes”.

El trabajo recién publicado se basa en un estudio longitudinal en el que hemos seguido, y aún continuamos haciéndolo, a una muestra de 100 adolescentes desde los 12 hasta los 18 años, entrevistándolos en 3 ocasiones. En el artículo aportamos evidencia acerca del papel protector que las relaciones entre padres y adolescentes caracterizadas por el apoyo, el afecto, la comunicación y la supervisión tienen sobre la manifestación de problemas de conducta en aquellos adolescentes que experimentan sucesos vitales estresantes (SVE).

El hecho de que el diseño de nuestro estudio fuese longitudinal nos posibilitó trabajar con un modelo autoregresivo que permite controlar el nivel de la variable dependiente en un tiempo anterior, de forma que podemos tratar de explicar el cambio que se produce en dicha variable (en este caso los problemas de conducta) a partir de algunas variables incluidas en el modelo, y teniendo en cuenta la interacción entre ellas.

Los resultados fueron muy claros, pues aquellos adolescentes que habían sufrido más SVE vieron como aumentaban sus problemas comportamentales entre la adolescencia media y la tardía, pero sólo en el caso de que sus relaciones familiares fueran de calidad media o mala. En cambio, los chicos y chicas que gozaban de buenas relaciones con sus padres mantuvieron estable su nivel de problemas de conducta, incluso en el caso de que hubiesen tenido que hacer frente a muchos SVE (ver figura). Es muy probable que el apoyo parental influya sobre la percepción que los adolescentes tienen de las situaciones estresantes a las que tienen que hacer frente, aumentando su confianza en los recursos de que disponen para manejar esas situaciones, y manteniendo un mayor equilibrio emocional que se traduce en un mayor ajuste comportamental.


Si tenemos en cuenta que estamos hablando del papel protector que el apoyo parental a los 15 años desempeña sobre el ajuste conductual adolescente a los 18, tenemos razones para pensar que el tipo de relación entre padres e hijos tiene su importancia no sólo en la infancia, sino incluso bien entrada la adolescencia. Y es que el hecho de que el ser humano no sea una hoja en blanco sobre la que la experiencia pueda escribir cualquier cosa no equivale a considerar que el desarrollo es insensible al ambiente de crianza en el que viven niños, niñas y adolescentes. Así que nada de mirar mano sobre mano cómo se desarrollan nuestro hijos, lo que hagamos los padres importa, y mucho.

Oliva, A., Jiménez-Morago, J. M. y Parra, A. (2009). Protective effect of supportive family relationships and the influence of stressful life events on adolescent adjustment. Anxiety, Stress and Coping, 22 (2), 137-152 (aquí).


sábado, 7 de marzo de 2009

El aborto y la regulación legal de la adolescencia




La modificación de la ley del aborto aprobada ayer por el Consejo de Ministros, que baja a los 16 años la edad a la que las adolescentes pueden abortar sin que se requiera el consentimiento de sus padres, ha puesto sobre el tapete el espinoso asunto de la regulación legal de la adolescencia y reabre el debate acerca de la capacidad de los adolescentes para tomar decisiones sobre asuntos que afectan a su salud. La polémica se acentúa si tenemos en cuenta que esta misma semana la Junta de Andalucía ha aprobado un decreto que endurece las condiciones para que los menores de edad puedan acceder a operaciones de cirugía estética (ver aquí) . De acuerdo con este decreto, las chicas y los chicos de 16 y 17 años que quieran someterse a alguna intervención de este tipo, incluso si sus padres están de acuerdo, deberán aportar un informe psicológico acerca de su madurez.

Con toda razón, los niños son considerados incapaces de tomar decisiones debido a su inmadurez cognitiva y emocional lo que justifica sobradamente la necesidad de que los adultos les controlen y supervisen y se limiten algunos privilegios y derechos legales. Pero cuando se trata de adolescentes, la cosa está mucho menos clara, ya que no existe una línea divisoria clara que separe la inmadurez infantil de la supuesta madurez adulta. Es cierto que en nuestro país, y en muchos otros de nuestro entorno, la mayoría de edad legal está establecida en los 18 años, lo que supone el acceso a privilegios hasta entonces reservados a las personas adultas, como el derecho al voto.

Sin embargo, otras decisiones carácter legal, como sacar una licencia de caza, pueden ser tomadas por debajo de los 18 años. En realidad no hay razones de mucho peso para establecer en los 18 años la raya que separa infancia de adultez, ya que la evidencia empírica existente indica que la madurez cognitiva de un chico o una chica de 16 años es similar a la de una persona adulta, y entre los 12 y los 15 años se produce un avance espectacular en el desarrollo intelectual que acarrea el surgimiento de la capacidad de pensar de forma abstracta, de plantear hipótesis, de barajar varias alternativas a la hora de tomar decisiones, etc.

Una posibilidad en relación con este asunto sería establecer en torno a los 15 años la mayoría de edad, con lo que a partir de ese momento no habría limitaciones en derechos, y se supone que tampoco en responsabilidades. Bien, esa es una alternativa no descartable que se guiaría por criterios de carácter científico a la hora de regular legalmente la adolescencia: si los estudios sobre desarrollo intelectual indican que la madurez se alcanza de forma casi plena a los 15-16 años, que esa sea la edad para poder ser considerado adulto. Sin embargo, a poco que reflexionemos un poco sobre el asunto nos daremos cuenta de que esta decisión puede tener algunos efectos perversos.

Existe otra posibilidad, la de que el acceso a privilegios y derechos propios de la adultez sea gradual. De acuerdo con este planteamiento, es más adecuado contemplar momentos diferentes para que un individuo pueda ser considerado adulto. Y la decisión para adelantar o retrasar el acceso a derechos se basaría fundamentalmente en los beneficios o perjuicios derivados de la mayor o menor precocidad de la edad para conceder el derecho. Por ejemplo, si pensamos en el acceso al aborto, parece razonable pensar que bajar la edad de los 18 a los 16 años supondrá, más allá de consideraciones privadas de carácter moral, la evitación de algunas situaciones de claro riesgo psicosocial, como es una maternidad en un momento en que de acuerdo con el calendario social actual aún quedan muchas tareas evolutivas por resolver. Si una chica tiene que contar con el consentimiento de sus padres es probable que no se atreva a hablar del asunto con ellos, hasta que ya sea demasiado tarde para la interrupción del embarazo. Más contundentes parecen los argumentos en relación con el acceso precoz a la píldora postcoital: si se requiere el consentimiento parental, el periodo de efectividad de la píldora habrá expirado en bastantes casos.

Tampoco parece que puedan derivarse consecuencias negativas del derecho a votar a los 16 años, algo que ya hemos comentado en una entrada anterior (ver aquí). Sin embargo, podría retrasarse hasta el final de la adolescencia la edad legal para el consumo de alcohol o tabaco. En este caso, el cerebro de los adolescentes se vería beneficiado, aunque las tabacaleras y la industria relacionada con las bebidas alcohólicas probablemente presionarían lo suyo para evitar la medida. Algo parecido sería aplicable a las operaciones de cirugía estética, ya que no parece que esperar un poco más suponga ningún trauma. En fin, es este un asunto interesante y polémico sobre el merece la pena reflexionar más.

domingo, 1 de marzo de 2009

Efectos sobre la autoregulación de la exposición prenatal al tabaco


Hace ya algún tiempo que la mayoría de los psicólogos evolutivos consideramos que el desarrollo humano es fruto de la interacción de factores genéticos y ambientales. Si somos estrictos, y creo que conviene serlo en este tema, cuando hablamos de interacción solemos hacer referencia a lo que también se denomina efectos de moderación. Es decir, determinadas influencias genéticas se verán moderadas por ciertas condiciones contextuales, o lo que es lo mismo, unos factores genéticos tendrán unos efectos determinados sobre sujetos expuestos a ciertos ambientes, y consecuencias diferentes sobre quienes no lo están. Evidentemente, también pueden ser factores genéticos los que moderen la influencia sobre el desarrollo de factores ambientales.

En otras ocasiones, los efectos de herencia y ambiente serán aditivos, es decir, ambos contribuirán sumando sus efectos sobre el desarrollo, pero en esta entrada vamos a ocuparnos de los efectos de interacción, que pueden ser de bastante interés para el estudio de los procesos que subyacen al desarrollo humano, ya sea normal o patológico.

A pesar del interés de las explicaciones de tipo interaccionista, sólo muy recientemente, y como consecuencia de los avances en el campo de la genética molecular, se han podido identificar algunos de estos efectos de interacción. Los diseños empleados para estudiar estos efectos son los denominados del “gen candidato”, que consisten en comparar a dos grupos de sujetos que tienen diferentes versiones de un determinado gen que se supone que desempeña un papel importante en el desarrollo de un determinado comportamiento o patología. Hace algunos años que Caspi et al. (2002) encontraron que los individuos que tenían la versión de baja actividad del gen de la mono amino oxidasa (MAOA) tenían muchas probabilidades de mostrar comportamientos antisociales en la adultez si habían experimentado malos tratos en la infancia. Es decir, no bastaba con la situación traumática infantil, además se precisaba de una variante del gen MAOA. Otra investigación halló que los niños que tenían padres poco sensibles y responsivos desarrollaban problemas de conducta sólo cuando tenían una determinada versión del gen DRD4.
Un estudio recientemente publicado por Developmental Psychology ha relevado otro interesante efecto de interacción genes-ambiente. Los equipos dirigidos por los profesores Wiebe y Jameson, de las universidades de Nebraska-Lincoln y Illinois, respectivamente, encontraron que aquellos bebés que habían estado expuestos al tabaco durante el embarazo y que tenían una versión del gen DRD2 mostraban menos atención y más irritabilidad. Un estudio paralelo con una muestra de preescolares también encontró que la exposición al tabaco unida a la misma versión del DRD2 se relacionaba con más dificultades en la realización de tareas de control ejecutivo.

Sin duda estos datos son muy interesantes, y resaltan la importancia para el desarrollo de ciertos desajustes conductuales de algunos genes, como el DRD2 y DRD4, relacionados con la recepción de la dopamina, neurotransmisor que juega un papel muy importante en el desarrollo de los sistemas cerebrales implicados en la autorregulación de la conducta. Si en la infancia estos sujetos empiezan a mostrar problemas relacionados con la función ejecutiva y la regulación de la conducta, es probable que durante la adolescencia el desarrollo de la corteza prefrontal y de las estructuras mesolímbicas que integran el sistema de recompensa se vea alterado como consecuencia de su dependencia de la dopamina. Por lo tanto, algunos comportamientos de riesgos –y el consumo de sustancias es uno de ellos- relacionados con el equilibrio entre el sistema prefrontal y el de recompensa pueden ser más frecuentes en los sujetos que teniendo una determinada versión del gen DRD2 estuvieron expuestos al tabaco durante el periodo prenatal.

Wiebe, S. A. et al. (2009). Gene-environment interactions across development: Exploring DRD2 genotype and prenatal smoking effects on self-regulation. Developmental Psychology. Vol 45(1), Jan 2009, 31-44.