martes, 21 de abril de 2020

EL CONFINAMIENTO Y LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO DE LA VIDA.



Es curioso como Noah Harari, ese historiador y buen divulgador, no encuentra un jardín en el que no le apetezca meterse, asumiendo los riesgos que ello conlleva. Leo en su best-seller “Sapiens” algunas reflexiones acerca de la felicidad y el significado de la vida que me recuerdan los trabajos de Antonovsky y Viktor Frank, y que me llevan a pensar en la utilidad de las propuestas de estos dos autores para el análisis de estos momentos de interminable confinamiento.

Antonovsky, fue un médico y sociólogo israelí, interesado por la influencia del estrés sobre la salud, que se encontraba realizando un estudio sobre los efectos de la menopausia en un grupo de mujeres, muchas de ellas supervivientes de los campos de concentración nazis. Antonovsky encontró que la mayoría de estas mujeres, que habían sufrido experiencias muy estresantes, mostraba más síntomas de enfermedad y desajuste que las mujeres del grupo control. No obstante, había un pequeño grupo que, a pesar de haber vivido el drama de los campos de concentración, mostraba una buena salud física y mental. Ello le llevó a interesarse por los factores que facilitaron esta adaptación saludable. Antonovsky denominó a estos factores recursos generales de resistencia, que son elementos de tipo biológico, material o psicosocial que ayudan a las personas a afrontar con éxito las circunstancias y estresores de sus vidas. Estos recursos favorecen que el sujeto desarrolle una visión general del mundo en que vive como un contexto compresible, manejable y significativo, algo que denominó Sentido de Coherencia y que encontró asociado a mejores indicadores de salud y bienestar. La comprensibilidad es la capacidad para establecer conexiones lógicas y ordenadas en lo que sucede en el ambiente y en creer que la vida es predecible, lo que permite a las personas desarrollar una actitud flexible y conductas adaptativas ante los cambios en el entorno. La manejabilidad es la sensación de que tenemos las competencias necesarias para afrontar las situaciones y retos vitales que se nos presentan. Por último, la significatividad alude al valor que el sujeto otorga a lo que le pasa, a la experiencia de que la vida vale la pena y tiene un significado o un propósito, a pesar de sus dificultades.

Este último aspecto es muy parecido al sentido de la vida sobre el que Viktor Frankl escribió en “El hombre en busca de sentido”. Frankl fue un psiquiatra austriaco que sobrevivió a los horrores de Auschwitz y Dachau y a la pérdida de todos sus familiares. Esa terrible experiencia le sirvió para entender que hay personas que se mantienen firmes y positivas aún en las situaciones más terribles. Lo que según Frankl caracteriza a estas personas es la capacidad para encontrar en esas situaciones un propósito o un sentido a la vida y al sufrimiento que pueden estar experimentando. Aunque en muchas ocasiones no podremos cambiar las circunstancias que originan ese sufrimiento, sí podemos cambiar nuestra actitud ante esas circunstancias. Cada día nos ofrece la oportunidad de tomar decisiones que determinan si nos dejamos llevar por las circunstancias y el destino o si actuamos con dignidad. Cuando encontramos un propósito o sentido al sufrimiento, no sólo lo soportaremos mejor sino que, además, lo convertiremos en un reto personal.

Parece razonable pensar que estos momentos de pandemia no son los más favorables para que veamos nuestras vidas como compresibles, predecibles y manejables, y que algunas de las certezas que nos guiaron hasta aquí empiecen a tambalearse. La incertidumbre y el miedo ante las consecuencias que esta crisis tendrá en nuestras vidas están empezando a generar un aumento de la sintomatología física y psíquica. Pero quizá sea la pérdida de sentido lo que más puede dañar nuestro ánimo y nuestra salud, no solo como personas sino también como sociedad. Creo que este puede ser un buen momento para reflexionar y encontrar un sentido a la crisis que estamos viviendo y al sufrimiento que aún nos espera. El sentido de que servirá para introducir algunos cambios en nuestras actitudes y comportamientos y que nos ayudará a crecer como personas. Si, como es muy probable, la sociedad fracasa, no es capaz de encontrar sentido a este sufrimiento y vuelve al punto de partida como si nada hubiese sucedido, que al menos cada uno de nosotros sí haya hecho un esfuerzo por encontrarlo.

domingo, 12 de abril de 2020

ADOLESCENTES EN CONFINAMIENTO




Tengo la impresión de que chicas y chicas adolescentes son los grandes olvidados de esta situación de encierro involuntario. Reciben mucha atención las personas mayores, nos preocupamos por niños y niñas, o por quienes trabajan en sectores esenciales como la sanidad, las fuerzas de seguridad o quienes nos atienden en los supermercados. Sin embargo, parece que cuando la infancia pasa la frontera de la pubertad se disuelve entre la población sin generar grandes preocupaciones y les prestamos escasa atención. Sin embargo, la adolescencia es una etapa con peculiaridades y vulnerabilidades que pueden hacer que quienes transitan por ella vivan el confinamiento de forma diferente.

Es muy probable que les cueste más trabajo entender y respetar las razones del confinamiento, ya que están cansados de oír que el coronavirus no suele afectar a las personas jóvenes. Pero más allá de esa realidad, chicos y chicas podrían ser más propensos a asumir algunos riesgos, como salir a pasear o visitar a algunas amistades, rompiendo el aislamiento porque priorizan la recompensa inmediata por encima de las consecuencias negativas que podrían derivarse de su comportamiento a medio plazo. Cosas del desarrollo cerebral durante esa edad en la que, a pesar de que perciben bien los riesgos, la urgencia de lo inmediato se sitúa por delante de un futuro incierto e improbable, lo que les lleva a proceder con escasa cautela. El psicólogo David Elkind utilizó el término de “fábula personal” para referirse a esa sensación de falsa invulnerabilidad que todos hemos tenido cuando fuimos adolescentes, y que nos llevaba a pensar que nuestra vida se regía por leyes diferentes a las de las demás personas, y que a nosotros no nos afectarían las consecuencias o problemas derivados de nuestros actos. Eso solo les ocurría a otros. Una fábula personal que, afortunadamente, no desaparece por completo en la adultez y que nos protege ante miedos e incertidumbres, otorgándonos una ingenua pero tranquilizadora seguridad.

Por otra parte, aunque todos tenemos la necesidad de relacionarnos socialmente, para los adolescentes la vida es inimaginable sin su grupo de iguales, sin poder compartir con ellos su tiempo, sus pensamientos y sus preocupaciones. Por fortuna, las redes sociales les permiten huir de este aislamiento asfixiante, y aunque hay que ser comprensivos con el tiempo que le dedican durante este periodo excepcional, también hay que procurar que la dedicación a las redes no se convierta en una actividad exclusiva. Hay que tener en cuenta que el mismo desarrollo cerebral que les lleva a asumir riesgos les sitúa en una situación de mayor vulnerabilidad a las adicciones. Por ello, debe haber vida más allá de Instagram o wassap.

Otro elemento a tener en cuenta es que con la llegada de la adolescencia suelen aumentar las discusiones parento-filiales, de manera que incluso en las familias en las que la armonía entre padres e hijos era la norma pueden aparecer conflictos frecuentes. Estos conflictos son normales y pueden tener un efecto positivo al actuar como un catalizador que precipita el cambio que deben experimentar las relaciones entre padres e hijos para adaptarse a las nuevas necesidades que surgen con la llegada de la pubertad. Sin embargo, con tanto tiempo de convivencia madres y padres van a necesitar dosis adicionales de paciencia para sobrellevar esta situación. Tener cintura y flexibilidad, evitar el sermón y la crítica continuos, y procurar no solo respetar sino fomentar la autonomía del adolescente, puede ser una buena receta. Estos son buenos momentos para recuperar el tiempo en familia, para conocer mejor a ese chico o chica que se fue distanciando de vosotros sin que os dierais cuenta o para hablar con él o ella de los muchos temas que preocupan a esas edades.

También es un buen momento, ahora que tienen más tiempo, para que acentúen su colaboración en todas esas tareas domésticas que también suponen un importante aprendizaje para la vida.

Fotografía: Rineke Dijkstra