Si en la entrada anterior nos referíamos a William Damon y el propósito en la vida, Reed Larson destaca un concepto parecido, la iniciativa personal, como el núcleo del
desarrollo positivo durante la adolescencia. Esta iniciativa podría definirse
como la capacidad para tener una motivación intrínseca y dirigir la atención y
el esfuerzo hacia un objetivo que suponga un reto personal, y representa un
requisito para el desarrollo de otras competencias, como la creatividad, el
liderazgo, el altruismo o la conducta cívica. Para este profesor de la Universidad de Illinois, la sociedad global requiere
de los ciudadanos grandes dosis de iniciativa para adaptarse a un contexto
social y laboral muy cambiante. Sin embargo, no proporciona oportunidades a sus
jóvenes para el desarrollo de esta iniciativa, ya que existe una clara
discontinuidad entre las actividades que los niños realizan en la escuela y las
que deberán llevar a cabo en el mundo adulto.
Para
Larson son tres los elementos claves en el desarrollo de la iniciativa: 1)la
motivación intrínseca para la realización de una actividad; 2) el compromiso,
la atención y el esfuerzo en su realización; 3) la continuidad a lo largo de un
periodo prolongado. En el contexto escolar, donde los adolescentes pasan una
gran parte de la jornada no están presentes estos tres componentes. La
actividad académica requiere esfuerzo y concentración, sin embargo, y a juzgar
por los numerosos datos disponibles, genera escasa motivación intrínseca en los
alumnos, que con frecuencia encuentran aburridas las actividades escolares
durante la educación secundaria (Eccles et al, 1997). Por ello, tal vez el
contexto escolar no represente el medio más adecuado para el desarrollo de la
iniciativa de los alumnos.
Otro
contexto importante durante la adolescencia tiene que ver con el ocio o tiempo
libre. Teniendo en cuenta que las actividades de ocio son elegidas y
planificadas por los sujetos podríamos pensar que representan una buen medio
para el desarrollo de la iniciativa personal. Sin embargo, aunque muchas de
estas actividades sean capaces de motivar al sujeto, no podemos decir que
requieran la necesaria dosis de concentración o esfuerzo, ya que no suponen un
gran reto para el joven. Pensemos por ejemplo en que ver la TV es una de la
actividades que ocupan la mayor parte del tiempo libre de los adolescentes. O
en el tiempo compartido con los amigos, en que sin duda realizan actividades
que son fundamentales para el desarrollo social de los chicos y chicas, pero
que son menos eficaces cuando se trata de influir sobre el desarrollo de la
iniciativa.
Sin
embargo, las actividades voluntarias estructuradas (actividades organizadas por
adultos como las extracurriculares o comunitarias) representan un medio más
favorable para el desarrollo de la iniciativa ya que combinan la motivación
intrínseca -puesto que también son elegidas por el joven- con la concentración y la
duración en el tiempo. Actividades como participar en un club deportivo, o en
una banda o grupo musical, o preparar una obra de teatro, o colaborar con una
asociación cultural, son voluntarias y requieren de los sujetos participar en
un sistema que tiene cierta estructura de normas o reglas, límites, objetivos,
etc. Los datos disponibles indican que la participación de adolescentes y
jóvenes en actividades extraescolares y organizaciones juveniles está
relacionada con niveles más altos de autoestima, sentimientos de autocontrol de
la propia vida y aspiraciones más elevadas. Efectos que además suelen ser
persistentes y continuar una vez terminada la participación, lo que hace pensar
que el sujeto ha adquirido ciertas capacidades, como la iniciativa, que han
generado un crecimiento positivo adicional una vez terminado el programa. Según
Larson, chicos y chicas adquieren herramientas para la anticipación, la
planificación, la adaptación a los otros, la monitorización del progreso, y el
ajuste de la conducta a la consecución de objetivos. Lo que no es poco.