Probablemente no haya ninguna otra competencia personal
que tenga mayor impacto en nuestras
vidas que el autocontrol, es decir, que la capacidad para controlar nuestros
pensamientos, emociones y comportamientos. Sobre esa base auto-reguladora se
van a construir muchos de los rasgos y competencias que nos definen como
personas y que influirán poderosamente
en nuestros éxitos y en nuestros fracasos. Más incluso que la inteligencia. Al
menos eso indican algunos estudios que encuentran que la motivación y el autocontrol
son mejores predictores del éxito escolar que la inteligencia. Y no hay razones
para pensar que las cosas van a ser diferentes durante la vida adulta. El
autocontrol va a impedir que caigamos en distracciones y tentaciones, o que
desarrollemos adicciones, y va a
facilitar que mantengamos la atención y el esfuerzo a la hora de conseguir nuestros objetivos a medio o largo plazo,
demorando las gratificaciones inmediatas.
Aunque el autocontrol, al igual que otros rasgos
psicológicos, es en parte heredable, la influencia que recibe de los genes es
menor que la que reciben otros rasgos como la inteligencia, lo que deja mucho
campo para que pueda ser fomentado y educado. Y la buena noticia es que madres
y padres pueden hacer mucho para promover el autocontrol en sus hijos. Un control que primero será externo, durante
los años de la infancia, y que poco a poco se irá interiorizando hasta que dos
décadas después el bebé dependiente e inmaduro se convierta en una persona
adulta capaz de autorregularse sin ninguna ayuda externa. Para que este proceso
se desarrolle con normalidad será necesario que el niño o niña disponga de tres
condiciones: 1) seguridad emocional para hacer este desplazamiento desde el
control externo a la autorregulación, 2)
competencias o habilidades que le permitan saber cómo actuar de forma
independiente y 3) confianza en sí mismo para afrontar retos y asumir
responsabilidades.
Y tres son también las características que muestran aquellos
padres y madres que promueven el autocontrol de sus hijos. En primer lugar,
muestran afecto y apoyo, y responden a
las necesidades emocionales de sus hijos. Cuando los niños se sienten queridos,
desarrollan el sentimiento de que el mundo es un lugar tranquilo y seguro que
pueden explorar sin miedos. En cambio, si los padres se muestran fríos y
distantes esa seguridad no va a llegar. Y la seguridad en uno mismo es esencial
para la autorregulación. En segundo lugar, se muestran firmes y consistentes poniendo
límites a la conducta de sus hijos. Se trata de padres y madres que establecen
reglas, que las exponen y justifican ante sus hijos, y que exigen su cumplimiento.
Estas reglas y límites serán interiorizadas a lo largo de la infancia, por lo
que deberán ir desapareciendo durante la adolescencia para dar pasa a la
autorregulación. Estos límites ayudan al niño o niña a sentirse seguro. Cuando
esa estructura o control externo falta, el control interno no se desarrollará
de forma adecuada. En tercer lugar, se trata de madres y padres que apoyan y
estimulan la autonomía de sus hijos
Padres que les animan a que tomen sus decisiones y que hagan cosas por sí
mismos, sin miedo a equivocarse o fracasar. Y ello lo hacen de forma gradual y
usando una especie de andamiaje que van retirando poco a poco. Por ejemplo,
cuando permiten que su hijo o hija permanezca por primera vez sólo en casa durante
un corto periodo de tiempo mientras visitan a algún vecino. Ello permitirá que practique y desarrolle la
regulación de sus emociones, permaneciendo tranquilo; de sus pensamientos, no
preocupándose de forma ansiosa y obsesiva acerca de su regreso; y de su
comportamiento, evitando hacer algo que tampoco haría si sus padres estuviesen
en casa.
Por lo tanto, si el autocontrol es un fuerte predictor del
ajuste y éxito en la vida, y si es mucho lo que padres y madres pueden hacer de
cara a su promoción, es evidente que tenemos una responsabilidad que no podemos
eludir. No podemos estar echando balones fuera culpando exclusivamente a los
genes o a las malas influencias de los iguales algunos de los comportamientos y
actitudes que observamos en nuestros hijos.