En una entrada previa (ver aquí) hice
referencia a los resultados de un estudio reciente en el que hemos encontrado
que una gran porcentaje de adolescentes andaluces (40%) duermen, durante los
días laborables, menos de las ocho horas recomendadas por la National Sleep
Foundation. También hicimos referencia a cómo esta carencia de sueño suele
producirse porque el retraso de los ritmos circadianos, como consecuencia de
los cambios hormonales puberales, suele coincidir con un adelanto en el horario
escolar con la llegada de la ESO. Es decir, se acuestan más tarde y se levantan
más temprano.
Pero, quizá, lo más destacable
de nuestros sea la relación encontrada entre la escasez de sueño y la
sintomatología ansioso-depresiva y los problemas
comportamentales. Se trata de un relación preocupante y en la que pueden estar
implicados mecanismos cerebrales. Así, se puede hacer referencia a los
resultados de un estudio con técnicas de resonancia magnética funcional que encontró
que aquellos sujetos con déficit de sueño muestran una respuesta emocional más
intensa ante estímulos de carácter aversivo. Esta reacción emocional amplificada
en los sujetos con privación de sueño estuvo relacionada con una mayor
activación en la amígdala y una menor conectividad entre esta estructura
cerebral, que forma parte del circuito básico de amenaza, y la corteza prefrontal medial, que la controla. Estos resultados nos sugieren que aquellos
adolescentes que duermen un menor número de horas pueden reaccionar con más impulsividad
y agresividad ante situaciones que ellos consideran aversivas o amenazantes, lo
que explicaría su mayor tendencia a presentar problemas de conducta. Pero
también podría justificar la mayor incidencia de problemas emocionales o depresivos
en estos sujetos, ya que mostrarían una peor modulación de la respuesta emocional
a situaciones aversivas. Es decir, ante sucesos estresantes presentarían una
respuesta emocional más intensa que les
dificultaría la utilización de estrategias de afrontamiento adecuadas, con la
consiguiente repercusión negativa sobre su equilibrio emocional.
Si tenemos en cuenta que los
cambios hormonales puberales provocan una sobrexcitación de los sistemas
cerebrales de amenaza y recompensa, es muy probable que la carencia de sueño
sume sus efectos a los propios de la pubertad, aumentando la vulnerabilidad del
adolescente. Por otra parte, el hecho de que algunos procesos cerebrales se
vean alterados por unas rutinas de sueño inadecuadas sugiere la posibilidad de
que estas alteraciones persistan a lo largo del tiempo. Esto podría explicar
que algunos estudios hayan encontrado relación entre la carencia del sueño en
los años de la adolescencia y los problemas de sueño, la depresión o el consumo
abusivo de sustancias en la adultez.
Los resultados de nuestro
estudio alertan sobre el elevado porcentaje de adolescentes que muestran un
importante déficit en el tiempo de sueño, lo que puede tener serias
consecuencias a nivel de salud que persistan hasta la edad adulta, por lo que
resulta esencial que se establezcan algunas medidas encaminadas a mejorar las
rutinas de sueño de los adolescentes. El retraso en el inicio de las clases
matutinas durante la educación secundaria y el bachillerato puede ser una
medida eficaz para aumentar el tiempo de sueño en los días de colegio. Esta
medida fue implantada de forma experimental en institutos de EEUU con
resultados muy favorables en cuanto a la reducción de la somnolencia diurna, el cansancio y los
síntomas depresivos. Aunque, claro, implantar esa medida en nuestro país no
resultaría fácil, ya que implicaría apostar por la jornada escolar partida.
Algo beneficioso para el rendimiento y la salud del alumnado de secundaria pero incómodo para el profesorado.