lunes, 16 de septiembre de 2013

Pensar cansa




Tal vez piense el lector que el título es una forma de justificar el parón que este blog ha tenido durante la temporada estival. Aunque bien podría servir como excusa no es el caso. Tan breve y rotunda afirmación hace referencia a una realidad constatada y apoyada por la investigación, la de que cuando hacemos un esfuerzo intelectual importante agotamos nuestra energía mental, de forma que nos quedarán menos recursos para posteriores tareas que exijan pensar en profundidad.

Como afirma el profesor de psicología de Princeton y premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman, nos servimos de dos sistemas de pensamiento. El sistema 1 tiene un carácter intuitivo y automático, requiere poco esfuerzo, y nos sirve para resolver muchas tareas cotidianas, como detectar hostilidad en una voz, entender frases sencillas o asociar determinadas características conductuales con una profesión. El sistema 2, en cambio, es bastante más exigente pues requiere de tiempo, esfuerzo y disciplina, y lo aplicamos a resolver problemas como multiplicar 23 por 16, o comprobar la validez de un argumento lógico complejo. Es este tipo de pensamiento el que tira más de nuestros recursos, nos obliga a centrar nuestra atención en la tarea y a esforzarnos en resolverla. Esta exigencia de recursos se puede comprobar si mientras caminamos a paso rápido o bailamos, algo que exige cierta concentración, tratamos de realizar mentalmente la multiplicación anterior. Casi con toda seguridad tenderemos a ralentizar el paso o a detenernos, ya que las dos actividades nos resultarán incompatibles: no podemos concentrarnos en ambas de forma simultánea.

Para el laureado profesor, este sistema de pensamiento complejo está muy relacionado con nuestro autocontrol, que no es sino la capacidad de controlar la atención, inhibir respuestas automáticas y mantener objetivos en la memoria de trabajo. Es la fuerza de voluntad que nos permite regular nuestra conducta de cara a la supresión de tentaciones y a la consecución de objetivos valiosos. Este autocontrol compartiría con el sistema de pensamiento tipo 2 una misma fuente de energía mental, que tendería a agotarse con el esfuerzo mantenido, tanto cuando se trata de trabajar para resolver tareas cognitivas como al controlar nuestros impulsos y tentaciones. Ello explicaría por qué después de un esfuerzo intelectual sostenido nos resulta más complicado respetar una dieta y tendemos a elegir el helado cremoso e hipercalórico a la saludable fruta. O por qué mientras escribimos un complicado artículo que requiere toda nuestra energía mental, paramos reiteradamente para comprobar nuestro correo o para entrar en Facebook o Twitter. Nuestra voluntad se va debilitando en la medida en que se agota esa energía del yo. Por ello, también, al final de una dura jornada y cuando nuestras reservas de glucosa están bajo mínimos, tendemos a pasar de forma chapucera sobre algunos problemas complicados que requerirían mucha atención y esfuerzo.

Teniendo en cuenta que autocontrol y pensamiento complejo utilizan recursos compartidos, es más que razonable esperar que inteligencia y autocontrol estén correlacionados. La disciplina en el esfuerzo mental permitirá a muchos sujetos resolver tareas complicadas, evitando las soluciones rápidas que proporcionaría el sistema tipo 1, eficiente en muchas ocasiones pero insuficiente para resolver esas tareas de mayor complejidad. En esos casos el sistema 1 nos llevará a errores o sesgos cognitivos.

Kahneman pone un ejemplo que puede servirnos para entender cómo tendemos al menor esfuerzo, y cómo el sistema 2 es muy perezoso y precisa de un empujón para ponerse a trabajar.

Una raqueta de tenis y una pelota cuestan 1,10 euros.
La raqueta cuesta un euro más que la pelota.
¿Cuánto cuesta la pelota?

Si el lector trata de dar una respuesta de forma precipitada (esto es internet y aquí todo fluye de forma apresurada), es probable que llegue a una solución errónea: la de que la pelota cuesta 10 céntimos. Sin embargo, si se toma algo más de tiempo, coge papel y lápiz y procura resolver el problema con más esfuerzo, se dará cuenta de que esa no es la respuesta correcta.

El ejemplo pone de relieve cómo nuestra pereza cognitiva nos lleva en muchas ocasiones a tirar confiadamente del cómodo sistema 1 para dar solución a cuestiones que precisan de la disciplina del sistema 2. Y ello será más probable en momentos de cansancio y agotamiento de nuestra energía mental. Aunque, todo hay que decirlo, hay sujetos que parecen estar siempre agotados.