Hay que reconocer que durante muchos años ha habido una clara resistencia por parte de muchos psicólogos a los planteamientos de corte biologicista, como la genética de la conducta, la etología, la psicología evolucionista o la neurobiología. Durante los años 70 el enfrentamiento entre los defensores de plantamientos ambientalistas y quienes admitían que ciertos comportamientos humanos tenían cierta base instintiva fue muy encarnizado.
En 1971,
Richard Herrstein publicó su polémico artículo “IQ” en el que planteaba que la inteligencia era en parte heredada. Es más que probable que a lo largo de su vida Herrstein se arrepintiese más de una vez de su artículo, ya que a raíz de su publicación las cosas no le fueron demasiado bien: fue acusado de fascista y racista, se repartieron planfletos en su contra en las universidades de Boston y se colocaron por todo el campus carteles con la palabra “murderer” bajo la foto de Herrstein. Cuando trataba de dar alguna conferencia, independientemente de que el tema de la misma tuviese poco que ver con la heredabilidad del CI, era interrumpido por muchedumbres que no cesaban de lanzarle improperios. Años después Herrstein amplió sus argumentos, sobre todo los referidos a las causas genéticas de las diferencias raciales en CI, en su libro “
The Bell Curve”, causando también cierto revuelo.
A otros investigadores no les fue mucho mejor. Por ejemplo, cuando a finales de los sesenta Paul Ekman publicó sus ideas sobre la base instintiva de la expresión y el reconocimiento de las emociones, algo que ya había adelantado Darwin en “
La expresión de las emociones en los animales y en el hombre”, recibió durísimos ataques por parte de antropólogos tan eminentes como Margaret Mead.
Pero, tal vez, las controversias mayores las suscitaron el entomólogo E.O.
Wilson, con la publicación de su obra “
Sociobiologia”, y el etólogo
Richard Dawkins, con “
El gen egoista”. Wilson pasaba revista en su libro a la evolución de la comunicación, el altruismo, la agresividad, el sexo o la paternidad en distintas especies, entre ellas la humana. La controversia con algunos colegas como Stephen Jay Gould, genetistas como Richard Lewontin, o neurocientíficos como Steven Rose fue intensa. Pero, al igual que ocurrió con Herrstein, Wilson tuvo que sufrir insultos y críticas desmedidas que sobrepasaron con creces los límites del debate que suele ser habitual en el terreno académico: las difamaciones y distorsiones de sus planteamientos teóricos o los boicots a sus conferencias en los campus universitarios se convirtieron el algo relativamente frecuente. En un debate con Gould organizado por la Asociación Americana para el avance de la Ciencia, un estudiante subió al estrado y, después de llamarle racista, vertió sobre Wilson un vaso de agua (El mismo Gould relata el episodio en su libro “
Erase una vez el zorro y el erizo”).
En fin, no cabe duda que Wilson llevó durante aquellos años una vida complicada. Seguro que su señora le recriminó en más de una ocasión: “Chiquillo tú por qué tienes que escribir esas cosas, no puedes escribir de hormigas, que es lo tuyo”.
Visto de forma retrospectiva, es indudable que el debate acerca de la naturaleza humana estuvo claramente cargado de ideología, así, los planteamientos ambientalistas fueron acogidos con entusiasmo por una izquierda política que aspiraba a cambiar el mundo, y que para ello necesitaba que el ser humano fuese modificable. Como afirmó Trotsky “Producir una nueva y mejorada versión del hombre es la futura tarea del Comunismo”. Por ello, todo lo que pusiera límites a esa modificabilidad suscitaba muchos recelos, y no es de extrañar que a finales de los años 40 Stalin suprimiese la genética y encarcelase por contrarrevolucionarios a muchos genetistas. En cambio, los postulados más innatistas encontraron más acomodo entre los sectores conservadores. Por ejemplo, las tesis de Herrstein sobre la heredabilidad del CI fueron esgrimidas por quienes defendían el recorte de los fondos que el gobierno de Estados Unidos dedicaba a los programas compensatorios, como el Head Start, dirigidos a las minorías desfavorecidas, en gran parte conformadas por latinos y afroamericanos. Según los sectores más duros del partido republicano, el fracaso escolar de esas minorías era inevitable, ya que la inteligencia se heredaba y su baja posición en la escala social era fruto de su falta de inteligencia, y no lo contrario. Así que dedicar fondos públicos a esos programas era tirar el dinero.
Este debate científico, tan cargado de ideología, no hizo otra cosa que poner en entredicho la supuesta objetividad de las ciencias, algo que ingenuamente muchos pensadores habían defendido y que hoy resulta difícil mantener.
En post anteriores he tocado este tema (ver
aquí o
aquí)
Stephen Jay Gould