Los profesionales de la psicología siempre hemos estado muy interesados por estudiar qué factores familiares y comunitarios representan un riesgo para el ajuste psicológico de los niños pertenecientes a las capas sociales más desfavorecidas. Este interés ha estado más que justificado por la lógica suposición de que estos menores disfrutaban de unos contextos menos adecuados para su desarrollo cognitivo y socio-emocional. Por ello, a lo largo de las últimas décadas hemos llevado a cabo muchos estudios que han servido para acumular una importante evidencia empírica al respecto. Estos datos han sido de mucha utilidad para el diseño de programas de intervención dirigidos a familias desfavorecidas. Pero ¿qué ocurre con quienes se sitúan en el otro extremo de la escala social?, aquellos a quienes podríamos denominar “los niños de la opulencia”. ¿Son tan felices y ajustados como aparentan?
Parece que la cosa no está tan clara, ya que en los últimos años se han disparado algunas señales de alarma ante los hallazgos de algunos estudios que muestran una relación inversa entre el estatus socio-económico y el bienestar emocional de niños y adolescentes norteamericanos: chicos y chicas de familias de clase alta que muestran más síntomas depresivos y un mayor consumo de sustancias que sus iguales de familias menos acomodadas. Aunque esta relación nos produce cierta sorpresa, pueden encontrarse algunas explicaciones. Con frecuencia el dedo acusador ha apuntado a padres y madres, por tratarse de profesionales liberales que dedican poco tiempo a unos hijos que crecen con escasos apoyo y supervisión, pero que están sobrecargados de actividades extraescolares. Tampoco faltan quienes sugieren que la opulencia conlleva una visión muy materialista de la vida en la que algunos valores, como el interés por el fortalecimiento de las relaciones sociales queda en un muy segundo plano: la riqueza sería tan adictiva que la adquisición de un determinado estatus llevaría al esfuerzo denodado por conseguir un nivel superior. La psicología evolucionista también ha sugerido que la necesidad crea fuertes lazos entre las personas, mientras que la opulencia conllevaría individualismo excesivo y aislamiento social.
Este aislamiento estaría también vinculado a ciertos estereotipos negativos dirigidos hacia quienes poseen muchas riquezas. Al igual que tenemos prejuicios hacia quienes viven en condiciones de pobreza -son promiscuos, indolentes deshonestos-, algo parecido ocurre con los más favorecidos, a quienes etiquetamos como arrogantes, egoístas, superficiales e inmorales. La opulencia puede generar envidia y resentimiento en los demás y culpabilidad entre quienes disfrutan de una mejor posición social, que serán conscientes de esa animadversión. Ambos sentimientos podrían operar conjuntamente favoreciendo el aislamiento social y los síntomas depresivos en los opulentos.
A pesar de los indicios, los datos sobre el desajuste de los menores de familias con alto nivel económico no son en absoluto concluyentes. Menos aún sabemos acerca de los factores que pueden mediar esta relación. Por ello, sería interesante investigar más a fondo las condiciones de vida y el ajuste personal de estos niños y adolescentes, ya que los datos disponibles en nuestro país son prácticamente inexistentes.
Particularmente, tengo bastantes dudas respecto a los supuestos riesgos a los que están expuestos estos menores de la opulencia, al menos de forma generalizada. Tal vez los prejuicios sesguen mi buen juicio, pero, como canta Silvio Rodríguez, pienso que:
Tener no es signo de malvado
y no tener tampoco es prueba
de que acompañe la virtud.
Pero el que nace bien parado,
en procurarse lo que anhela
no tiene que invertir salud.
Silvio Rodríguez (Canción de Navidad)
Silvio Rodríguez (Canción de Navidad)
Luthar, S. S. (2003). The culture of affluence: Psychological costs of material wealth. Child Development, 74 (6), 1581-1593.
Muy interesante, así que los ricos también lloran.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola, como madre veo las cosas de otra forma. Estamos constantemente entre el paradigma de dar todo aquello que no tuvimos, de mimar y proteger y por otro lado de no convertirlos en materialistas. Pero el quid de la cuestión se complica cuando los niños y sobre todo los adolescentes quieren tener todo lo que la publicidad y su entorno le hace creer que debe tener.
ResponderEliminarEncontrar el termino justo es tarea ardua.
Esto es una visión práctica y no teorica. Pero en definitiva, y especialmente los adolsecentes, sienten verdadera frustración cuando no reciben todo aquello que quieren y desarrollan conductas inesperadas. desde el joven que entiende que ha de trabajar para conseguirlo hasta el delicuente que decide robarlo.
Así que la opulencia o no, tendrá efectos en el individuo dependiendo de factores de personalidad y valores adquiridos.
un saludo, Hellen
Elena, no creo que ese deseo de poseer todo lo que presenta la publicidad afecte sólo a adolescentes de nivel socio-económico alto (a esos he denominado niños de la opulencia. No me refería a nuestra sociedad globalmente).
ResponderEliminarPor otra parte, la tolerancia a la frustración se aprende, sobre todo en casa, y desde pequeño. Aunque estoy muy de acuerdo en que no siempre es fácil econtrar el término justo o equilibrio, y con frecuencia tendemos a ser excesivamente permisivos o sobreprotectores, con lo que estaremos alimentando el "monstruo" que llevan dentro.
Saludos