domingo, 12 de abril de 2020

ADOLESCENTES EN CONFINAMIENTO




Tengo la impresión de que chicas y chicas adolescentes son los grandes olvidados de esta situación de encierro involuntario. Reciben mucha atención las personas mayores, nos preocupamos por niños y niñas, o por quienes trabajan en sectores esenciales como la sanidad, las fuerzas de seguridad o quienes nos atienden en los supermercados. Sin embargo, parece que cuando la infancia pasa la frontera de la pubertad se disuelve entre la población sin generar grandes preocupaciones y les prestamos escasa atención. Sin embargo, la adolescencia es una etapa con peculiaridades y vulnerabilidades que pueden hacer que quienes transitan por ella vivan el confinamiento de forma diferente.

Es muy probable que les cueste más trabajo entender y respetar las razones del confinamiento, ya que están cansados de oír que el coronavirus no suele afectar a las personas jóvenes. Pero más allá de esa realidad, chicos y chicas podrían ser más propensos a asumir algunos riesgos, como salir a pasear o visitar a algunas amistades, rompiendo el aislamiento porque priorizan la recompensa inmediata por encima de las consecuencias negativas que podrían derivarse de su comportamiento a medio plazo. Cosas del desarrollo cerebral durante esa edad en la que, a pesar de que perciben bien los riesgos, la urgencia de lo inmediato se sitúa por delante de un futuro incierto e improbable, lo que les lleva a proceder con escasa cautela. El psicólogo David Elkind utilizó el término de “fábula personal” para referirse a esa sensación de falsa invulnerabilidad que todos hemos tenido cuando fuimos adolescentes, y que nos llevaba a pensar que nuestra vida se regía por leyes diferentes a las de las demás personas, y que a nosotros no nos afectarían las consecuencias o problemas derivados de nuestros actos. Eso solo les ocurría a otros. Una fábula personal que, afortunadamente, no desaparece por completo en la adultez y que nos protege ante miedos e incertidumbres, otorgándonos una ingenua pero tranquilizadora seguridad.

Por otra parte, aunque todos tenemos la necesidad de relacionarnos socialmente, para los adolescentes la vida es inimaginable sin su grupo de iguales, sin poder compartir con ellos su tiempo, sus pensamientos y sus preocupaciones. Por fortuna, las redes sociales les permiten huir de este aislamiento asfixiante, y aunque hay que ser comprensivos con el tiempo que le dedican durante este periodo excepcional, también hay que procurar que la dedicación a las redes no se convierta en una actividad exclusiva. Hay que tener en cuenta que el mismo desarrollo cerebral que les lleva a asumir riesgos les sitúa en una situación de mayor vulnerabilidad a las adicciones. Por ello, debe haber vida más allá de Instagram o wassap.

Otro elemento a tener en cuenta es que con la llegada de la adolescencia suelen aumentar las discusiones parento-filiales, de manera que incluso en las familias en las que la armonía entre padres e hijos era la norma pueden aparecer conflictos frecuentes. Estos conflictos son normales y pueden tener un efecto positivo al actuar como un catalizador que precipita el cambio que deben experimentar las relaciones entre padres e hijos para adaptarse a las nuevas necesidades que surgen con la llegada de la pubertad. Sin embargo, con tanto tiempo de convivencia madres y padres van a necesitar dosis adicionales de paciencia para sobrellevar esta situación. Tener cintura y flexibilidad, evitar el sermón y la crítica continuos, y procurar no solo respetar sino fomentar la autonomía del adolescente, puede ser una buena receta. Estos son buenos momentos para recuperar el tiempo en familia, para conocer mejor a ese chico o chica que se fue distanciando de vosotros sin que os dierais cuenta o para hablar con él o ella de los muchos temas que preocupan a esas edades.

También es un buen momento, ahora que tienen más tiempo, para que acentúen su colaboración en todas esas tareas domésticas que también suponen un importante aprendizaje para la vida.

Fotografía: Rineke Dijkstra

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