lunes, 1 de septiembre de 2025

DEL HOLOCAUSTO NAZI AL GENOCIDIO EN GAZA. UNA APROXIMACIÓN PSICOLÓGICA

 

“Los traumas son capaces de extender sus tentáculos desde el pasado y hacer nuevas víctimas” (David Sack)

Con frecuencia nos sentimos confundidos y asombrados ante el hecho de que un pueblo que fue víctima del Holocausto reproduzca sobre la población de Gaza comportamientos de exterminio similares a los vividos en carne propia. Nos extraña esa incompresible falta de empatía y la aceptación de una gran parte de la población de la respuesta desmedida llevada a cabo por el ejército de Israel antes y después de los atentados perpetrados por Hamás. Sin embargo, lo que a primera vista es una paradoja puede encerrar parte de la explicación de la impasividad o apoyo al genocidio por parte de la población judía.

Aunque se trata de un asunto bastante complejo, me gustaría señalar el papel de factores de tipo neurológico y psicológico. (Sobre el papel de factores ideológicos, políticos y religiosos, hay bastante escrito). Yo sólo me voy a referir a la transmisión transgeneracional del miedo y de la escasa tolerancia al estrés por medio de mecanismos epigenéticos, en primer lugar, y a la influencia del miedo en los sesgos cognitivos, en segunda lugar.

Antes de nada, conviene aclarar que cuando hablamos de epigenética nos referimos a factores ambientales que influyen en la expresión de los genes. Es decir, factores que, aunque no alteren la composición del ADN genético, sí actúan como interruptores que hacen que determinados genes se activen o desactiven. Son unas etiquetas que se adhieren a determinadas partes del ADN alterando su expresión, y que la investigación ha revelado que se transmiten a la descendencia. De esa manera, las experiencias vividas por las personas, dejan su marca en sus hijos y nietos.

Así, algunos estudios han encontrado que los judíos sobrevivientes del Holocausto y sus descendientes compartían una pauta genética similar, con etiquetas epigenéticas en las mismas partes de genes que están relacionados con la regulación del estrés. Hallazgos también encontrados en militares que estuvieron destinados en Irak o Afganistán y en sus hijos. Sujetos que mostraban una intensa activación fisiológica ante acontecimientos estresantes. Es decir, que tenían una mayor propensión a sentir miedo ante situaciones no necesariamente peligrosas y mostraban síntomas compatibles con el estrés postraumático. Cabe pensar que no sólo la población judía que sobrevivió a los campos de concentración, sino también la que huyó en la diáspora de los años 30 y 40, o la que vivió los distintos conflictos armados de las últimas décadas comparten esa escasa tolerancia y han vivido en una permanente situación de activación emocional y miedo. Esa activación ha puesto en marcha mecanismos de transmisión epigenética a las generaciones actuales, que, sin vivir necesariamente situaciones similares, mantienen en sus genes las etiquetas epigenéticas que condicionan una alta sensibilización al estrés. Sin excluir a personas con un alto nivel de resiliencia, es de esperar que muchos de los ciudadanos de Israel tengan una alta reactividad en el circuito cerebral amigdalino.

Y ahora viene el siguiente paso, que no es otro que la relación que existe entre le miedo o la escasa tolerancia al estrés y los sesgos cognitivos que llevan a interpretaciones erróneas de la realidad. Como muestra la investigación existente, el miedo tiende a acentuar la priorización de la información amenazante, de modo que mientras que se es muy sensible a la información percibida como amenaza se ignora la información neutra o positiva.

También propicia el sesgo confirmatorio por el que nos centramos más en la información que confirma y refuerza nuestras creencias y pasamos por alto la que las contradice. Finalmente, amplifica la percepción de situaciones como más peligrosas de lo que son realidad y hace que recordemos mejor las experiencias pasadas que refuerzan nuestros temores. Sesgos que cuando, además, se alimentan con la barbarie cometida por Hamás el siete de octubre dejan poco espacio para las respuestas racionales.

En definitiva, factores que, junto a otros de carácter social, cultural y político pueden ayudarnos a entender, pero no a justificar, algo que a la mayoría de la ciudadanía le resulta incomprensible.





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