Estos meses de confinamiento están cambiando nuestra forma de relacionarnos con la realidad ya que del contacto cercano y directo estamos pasando a uno distante y virtual. Las nuevas tecnologías de la información y comunicación se han convertido en una especie de prótesis que actúa como mediadora en las relaciones interpersonales. Tanto el mundo del trabajo como el de la educación han cambiado a una nueva fase virtual que probablemente nunca abandonaremos por completo.
Estos cambios van a requerir de las personas adultas que tiremos de todas nuestras competencias y recursos para adaptarnos a ellos. Más complicada puede ser la situación para los menores de edad, especialmente para los más pequeños que pueden ver como el contexto educativo tradicional pasa a ser sustituido por uno semivirtual. Una nueva situación que privará a niños y niñas de algunas experiencias de aprendizaje que son fundamentales para su desarrollo cognitivo y socio-emocional. Un desarrollo saludable requiere de relaciones interpersonales directas tanto con los iguales como con los educadores, algo que ya señaló en el año 2011 la Academía Americana de Pediatría: los años aprenden principalmente de la realidad no de las pantallas. La empatía, el control de las emociones y de las conductas inapropiadas, el desarrollo moral, la tolerancia a la frustración o el dominio psicomotor, son competencias que pueden verse mermadas con una reducción acusada de presencialidad en las aulas y en los espacios de ocio.
Sin duda, está aumentando de forma importante el tiempo que los menores pasan en contacto con pantallas. Ya disponíamos de suficiente evidencia que indica que el consumo excesivo de video y televisión durante la primera infancia tiene efectos negativos en el desarrollo del lenguaje y la inteligencia, pero sobre todo, en el de la atención. En todos los casos se observa un peor desarrollo en los niños y niñas que pasan más tiempo frente a la pantalla. No es extraño que esto ocurra, si tenemos en cuenta que durante la primera infancia tiene lugar un importante desarrollo del cerebro que necesita nutrirse de la estimulación ambiental. Y los niños no aprenden de la misma manera de la realidad que de lo que ven en la televisión. La realidad permite a los pequeños interactuar, manipular, apilar, empujar, oler, tocar, mientras que frente al televisor su actitud es mucho más pasiva. Los efectos negativos pueden deberse a las mismas características del medio, que emplea bruscos sonidos, rápidos cambios de plano y luces llamativas, en un intento eficaz de atraer la atención aún frágil de los pequeños. Algo que representa un exceso de estimulación para su cerebro inmaduro. Y la sobreestimulación puede ser tan poco recomendable como la falta de estimulación.
Hay que reconocer que no faltan quienes argumentan que la introducción de nuevas tecnologías desde temprana edad puede promover la competencia digital de los menores. Sin embargo, esta idea se basa más en creencias poco fundamentadas que en evidencias empíricas. Catherine L’Ecuyer expuso en “Educar en la realidad” algunas de estas creencias, que ella denomina neuromitos. Uno de ellos es la idea de que para educar en el uso responsable de las tecnologías es preciso introducirlas en la primera infancia, que es cuando el cerebro tiene mayor plasticidad. No hay datos que avalen esa afirmación, y resulta muy significativo que aquellos popes de Silicon Valley que más han contribuido al desarrollo de estas nuevas tecnologías retrasen en sus hijos su uso hasta la adolescencia. Y es que tiene poco sentido introducir esta tecnología en la vida de un niño que aún no tiene consolidadas sus funciones ejecutivas. Es precisamente esa plasticidad la que aconseja controlar el tipo de estimulación que reciben los menores.
Otro de los neuromitos es la falsa idea de que el niño tiene una inteligencia ilimitada, o que solo usa el 10 % de su cerebro. Y que para incrementar ese uso no hay nada mejor que la estimulación que proporcionan las nuevas tecnologías. Una creencia con nula base científica que se ha difundido entre profesorado y progenitores, y que ha sido usado por empresas de software y hardware “educativo” para vender sus productos. Métodos de estimulación que en algunos casos han sido considerados pseudocientíficos o fraudulentos por instituciones académicas.
Por ahora parece que la prudencia nos obliga a aceptar estas nuevas tecnologías como una herramienta necesaria para suplir online las carencias de la vida real, pero creo que es conveniente mantener una actitud crítica y cautelosa ante el posible mantenimiento de por vida de estas medidas. Nos estamos enganchando a ellas y cada vez será más difícil desengancharnos.
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