jueves, 7 de mayo de 2020

ADOLESCENTES, RIESGO E IRRESPONSABILIDAD TRAS EL CONFINAMIENTO.



Se aligeró el confinamiento y quedó claro que teníamos unas ansias tremendas por pasear y respirar aire puro. Las tardes se han convertido en unas romerías multicolor que nos transmiten optimismo y ganas de vivir, pero que también nos muestran cierta irresponsabilidad en los comportamientos ciudadanos. Especialmente en nuestros chicos y chicas adolescentes que pasean en grupos, sin mascarillas, hablando a voces y con una cercanía preocupante.
Ante la tentación de la estigmatización, tal vez convenga tratar de entender las razones de esas conductas que tanto riesgo acarrean, y que hacen que este grupo de edad sea más vulnerable y más tendente a asumir esos riesgos.

Podríamos pensar que esa irresponsabilidad obedece fundamentalmente a que saben que por su juventud se ven escasamente afectados por el coronavirus. Sin embargo, si atendemos a otros indicadores se salud veremos que los adolescentes suelen implicarse en mayor medida que los adultos en casi todos los comportamientos de riesgo. Y eso a unas edades en las que los años que arriesgan en ese juego de la ruleta rusa que es la vida son muchos más que los que apostamos quienes tenemos ya cierta edad, y menos años que perder.

Las causas de esa aparente paradoja tenemos que buscarlas en las características del desarrollo neuropsicológico durante la adolescencia. Por una parte, sabemos que en esos años la corteza prefrontal, que desempeña un papel fundamental en la evaluación de los riesgos y el control de impulsos, se encuentra aún inmadura y en proceso de desarrollo. A ello se une la hiperexcitación del sistema cerebral mesolímbico de recompensa debido a los cambios hormonales puberales y la mayor sensibilidad cerebral a la dopamina, un neurotransmisor responsable de las sensaciones placenteras. Es decir, esos jóvenes son como vehículos con un motor poderoso y excitado y un sistema de frenado que aún se encuentra inmaduro e incapaz de controlar y dirigir la potencia de ese motor. Ello hace que las recompensas tengan un enorme poder de atracción para chicos y chicas. Y pocas cosas tienen más atractivo para esos jóvenes que las relaciones sociales con sus iguales, sobre todo después de unas semanas de reclusión obligada con sus progenitores. 

Además, resulta que el cerebro adolescente también muestra una gran sensibilidad ante la oxitocina, otra hormona y neurotransmisor que es responsable de la formación de vínculos y que hace que las relaciones sociales sean más gratificantes. Es bien conocida la preferencia que los adolescentes tienen por mantener relaciones con sus coetáneos, lo que resulta más novedoso es el papel que la sensibilidad a la oxitocina desempeña en esta atracción. Chicos y chicas disfrutan a lo grande cuando están con sus amigos y amigas, y prefieren estas relaciones a otras con sujetos de más edad. De alguna manera, está pasión por los iguales es la expresión en el ámbito social de la atracción que los jóvenes sienten por la novedad, puesto que sus coetáneos les resultan más novedosos que el conocido ambiente familiar.

Durante estos años se vivirán con gran dolor las situaciones de aislamiento del grupo. De hecho, algunos estudios con resonancias magnéticas han revelado que la respuesta del cerebro ante la exclusión del grupo de iguales es similar a la que se observa en situaciones de amenaza o de falta de alimento. Ello explica el tremendo sufrimiento que experimenta un chico que ha sido traicionado por sus amigos o que no ha sido invitado a una fiesta. En un estudio que llevamos a cabo en nuestro grupo de investigación hemos encontrado que la baja vinculación con el grupo de iguales es uno de los predictores más potentes de los trastornos emocionales en chicos y chicas adolescentes.
Finalmente, hay que resaltar un último detalle que no está exento de importancia: se trata de las estrechas relaciones existentes entre el sistema cerebral de placer-recompensa y el socio-emocional. Ello justifica que se produzca una sinergia entre ambos sistemas, sobrexcitables e hipersensibilizados durante la adolescencia, y que chicos y chicas muestren un comportamiento especialmente arriesgado cuando están con el grupo. Resulta evidente que hacen muchas más tonterías y arriesgan bastante más si están con sus amigos que si están solos. 

En resumen, creo que el conocimiento de las causas de un comportamiento influye claramente en nuestras actitudes ante él. Espero que cuando esta tarde observemos a ese grupo de chicos y chicas paseando, charlando y asumiendo ciertas conductas irresponsables, a pesar del riesgo que conllevan, seamos algo más comprensivos: ellos aún no tienen nuestra madurez cerebral. Pongámonos en su lugar.
Alfredo Oliva Delgado

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