Adolescencia y sobrepeso son dos términos que se asocian con
frecuencia. Y es que la mayoría de los estudios llevados a cabo en países
occidentales revelan que el porcentaje de adolescentes con sobrepeso es elevado,
superando en muchos casos el 25%. También encuentran algunos estudios que los
adolescentes con problemas de obesidad tienen un riesgo considerablemente mayor
de desarrollar durante la edad adulta obesidad grave o mórbida, es decir, la
modalidad más grave que suele llevar aparejada importantes problemas de salud.
Al menos eso es lo hallado en un estudio realizado en EEUU, que ha seguido a 8.834
adolescentes desde los 12 hasta los 21 años.
Hay factores contextuales que pueden explicar en gran parte
este sobrepeso en nuestros adolescentes, como son la falta de ejercicio
favorecida por el exceso de tiempo que pasan enganchados a ordenadores y
videojuegos, o la ingesta de comida basura. No obstante, al igual que ocurre
con otros problemas propios de esta etapa, no debe olvidarse la posible influencia
de factores biológicos. Me refiero sobre todo a los relacionados con la
pubertad y el desarrollo cerebral.
Ya he comentado en entradas anteriores que durante la
adolescencia se produce un claro desequilibrio entre el circuito cerebrales
relacionados con la puesta en marcha de los impulsos y el que se ocupa de controlarlos. Y es que los
cambios hormonales propios de la pubertad van a influir en una hiperexcitación
del primero de ellos, el circuito mesolímbico de recompensa que utiliza la
dopamina como neurotransmisor principal. En cambio, la corteza prefrontal, que
tiene entre sus funciones el control de los impulsos, dista mucho de haber
alcanzado su madurez. De ahí que el adolescente se comporte como un vehículo
con un motor muy potente y con unos frenos muy deficientes.
En circunstancias normales los niveles de dopamina que
fluyen por el cerebro del adolescente son inferiores a los que impregnan el
cerebro adulto, lo que podría explicar que chicos y chicas se muestren en
muchos ocasiones aburridos y apáticos, ya que el placer y la motivación tienen
mucho que ver con la dopamina, y cuando ésta baja el estado de ánimo se
resiente. Sin embargo, distintos comportamientos y sustancias pueden provocar
la liberación de dopamina. Las drogas, el alcohol, los comportamientos de
asunción de riesgos o los videojuegos tienen la capacidad de hacer que el
cerebro del adolescente se inunde de dopamina en una proporción mayor que cuando
esos comportamientos los realiza una persona adulta. Así, no debe extrañarnos
que los jóvenes se impliquen en ellos en mayor medida que los mayores. Sobre
todo si se une la circunstancia de una
corteza prefrontal que aún no ha alcanzado su madurez.
Pues bien, si ese desequilibrio entre sistemas cerebrales
nos ha servido para entender la mayor implicación de chicos y chicas en
conductas adictivas y de asunción de riesgos, también va a servirnos para
comprender la compulsividad que muchos adolescentes muestran a la hora de
ingerir alimentos de altos niveles glucémicos.
Así, alimentos procesados, o incluso los hidratos de carbono simples
como las patatas y el pan, pueden provocar una rápida subida de los niveles de
dopamina y de la actividad del circuito cerebral del placer.
Ahora ya sabemos porque ese adolescente que comienza a comer
dulces, patatas o pan, no para hasta que no acaba con todo. Y es que estos
alimentos son capaces de generarle una adicción de características similares a
las que le provoca el consumo de drogas, el uso del móvil o los videojuegos.
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