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domingo, 19 de abril de 2009

Cuando la pareja se rompe: afrontando la separación


Cada vez es más frecuente que en algunas familias las desavenencias conyugales terminen en divorcio. Y más allá de sus propias emociones y dificultades, a muchas madres y padres les preocupan mucho los efectos y consecuencias que la separación puede acarrear sobre sus hijas e hijos. No todos los chicos y chicas viven la experiencia del divorcio de sus progenitores de la misma forma, porque dependerá de sus propias características personales y de otros aspectos como los recursos económicos, los amistades que tengan, etc. En este sentido, la edad de las hijas e hijos es crucial para que la adaptación a la nueva situación sea más o menos rápida. Son las niñas y los niños en edad preescolar los que sufren más alteraciones a corto plazo. Probablemente porque les cuesta más trabajo entender que su madre y su padre siguen siendo sus padres aunque no sigan juntos. Además, comprenden peor lo que ha provocado la ruptura y tienden a culparse a sí mismos.

Los chicos y chicas adolescentes suelen adaptarse más fácilmente a la nueva situación, ya que son más capaces de entender los motivos de la separación y la situación emocional por la que atraviesan sus progenitores. No obstante, cuando la separación se produce durante la adolescencia temprana (11-13 años), coincidiendo con los cambios físicos y sociales propios de esta etapa, puede generar mucho estrés en el chico o la chica adolescente, y los padres deberán mostrar especial cuidado para evitar los consecuencias negativas para el menor derivadas de una separación mal llevada. Para facilitar al adolescente esta transición los padres pueden seguir algunas indicaciones muy sencillas:

· Informar juntos a las hijas e hijos de la separación, ofreciéndoles una explicación acorde con su edad de los motivos que han llevado a la pareja a tomar tal decisión.

· Tener previstos todos los cambios que se van a producir en la vida de los hijas e hijos, comunicándoselos desde el primer momento. La separación de la pareja debería alterar lo menos posible su experiencia escolar y sus relaciones sociales.

· No forzar a las hijas e hijos para que tomen partido por el padre o la madre, mostrando una actitud de respeto mutuo y evitando transmitirles una visión negativa del otro.

· Nunca culpabilizar a hijas e hijos de la decisión, ni permitir que ellos mismos se culpabilicen. Explicarles que la separación tiene que ver con la relación de pareja, no con la relación con las hijas y los hijos.

· Es muy importante que, a pesar de la separación, hijos e hijas sigan manteniéndo el contacto con el padre y la madre, independientemente de quien se quede con la custodia legal.

Si además de la separación tiene lugar la formación de una nueva familia, como consecuencia de un nuevo emparejamiento de alguno de los padres, la situación puede ser algo más complicada, aunque ese asunto lo trataremos en otra entrada.

sábado, 21 de febrero de 2009

¿Cómo elegimos pareja?



Feingold (1992) propuso hace ya bastantes años una interesante teoría acerca de la elección de pareja que ha resistido bien el paso del tiempo. Según este psicólogo, cualquier pareja potencial debe pasar una serie de filtros antes de convertirse en nuestra pareja definitiva (aunque hablar de definitivo es sin duda una forma de hablar). Como no podría ser de otra manera, el primero de estos filtros es la proximidad: si nuestra media naranja reside en Laponia, es bastante improbable que tengamos la oportunidad de conocernos e intimar, aunque hay que reconocer que Internet está empezando a derribar la barrera de la distancia física.

El segundo filtro es ese que muchos de vosotros estáis pensando: el atractivo. Es indudable que si encontramos atractiva a una persona tendrá más posibilidades de que nos acerquemos o interesemos por ella, y que de ese conocimiento surja algo de más calado. Hemos hablado de atractivo, y no de atractivo físico, aunque hay que reconocer que este último tiene un gran peso, ya que la apariencia física es mucho más evidente que la belleza interior, que requiere de más tiempo para que pueda ser detectada, y no todos están dispuestos a dar esa oportunidad a quienes son menos agraciados, que parten con una clara desventaja en el juego del emparejamiento. No obstante, también hay que reconocer que las tornas cambian con el paso del tiempo. El responsable de ese cambio es el efecto de halo, que hace que atribuyamos toda una serie de características positivas a aquellas personas más guapas, y tendamos a pensar que serán también más inteligentes, más amables, más simpáticas y divertidas, etc.-Claro, esto de que el malo de la película sea siempre tan feo y el bueno tan guapo, tenía que tener consecuencias-. Pero, como no ocurre así, pues belleza e inteligencia no siempre van de la mano, esas personas tan atractivas suelen decepcionar cuando se las conoce mejor, pues las expectativas eran demasiado altas. En cambio, los menos atractivos recorren el camino contrario, y en las distancias largas tienen un mejor desempeño, cuando se descubre que no son tan torpes o malvados como podíamos haber imaginado por su aspecto. también hay que reconcoer que, a pesar de la importancia del atractivo físico, no tendemos a elegir como parejas a personas que consideramos muy atractivas. Más bien, buscamos parejas a las que atribuimos un atractivo parecido al nuestro, probablemente para evitar la posibilidad de rechazo, o el estrés derivado de una relación muy desequilibrada.
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El tercer filtro es la similitud, ya que tendemos a buscar pareja entre quienes se asemejan a nosotros en religión, ideología, nivel educativo, profesión y clase social. La semejanza de ideas es un factor muy relevante para la armonía marital, y factores tales como la similitud de profesiones o de nivel educativo son unos de los predictores más claros de igualdad de ideas. En general, aquellas parejas más semejantes muestran un mayor nivel de satisfacción, mientras que cuando hay importantes diferencias aumentan las probabilidades de divorcio.

No basta percibir al otro como atractivo y con características deseables, además el sujeto debe percibir signos de que esa atracción es recíproca. Que alguien nos guste mucho no implica necesariamente que vayamos a caer en el enamoramiento. El factor que contribuye decisivamente a encender la llama es la sospecha de que existe reciprocidad en la atracción. En aquellos casos en los que no se percibe reciprocidad evitaremos tirarnos a la piscina sin saber si tiene agua, y es posible que de forma no siempre consciente, controlemos y anulemos el deseo para evitar la probabilidad del rechazo. Es curioso que cuando se observa reciprocidad suele aumentar el deseo hacia el otro y el enamoramiento se precipita.

El último filtro es la complementariedad. Cuando una pareja potencial posee características que resultan atractivas, hay cierta sintonía ideológica y la atracción es recíproca, debe también poseer algunas características o recursos que no tenemos, y que puedan complementar los nuestros. Parecidos pero no iguales, pues sería bastante aburrido ¿o no?