domingo, 9 de mayo de 2021

LA VIDA TRANSCURRE ENTRE LOS 10 Y LOS 25 AÑOS O LA PLASTICIDAD DEL CEREBRO ADOLESCENTE

 



Termino la lectura de “Volver la vista atrás”, esa excelente novela en la que Juan Gabriel Vásquez se adentra en la biografía del director de cine Sergio Cabrera, con la sensación de haber asistido vicariamente una vida extraordinaria. O al menos a una década, ya que la mayor parte de los hechos relatados se sitúan entre los 12 y los 23 años de vida del cineasta colombiano. Ese acotamiento temporal podría sugerirnos que traspasada esa frontera no le aconteció nada digno de ser novelado. Y es que, tras haber participado de forma activa en la Revolución Cultural de Mao o haberse alistado en el EPL para vivir desde dentro la guerrilla colombiana, resultaba complicado mantener el tono narrativo con experiencias mucho más prosaicas.  

Sin embargo, también las reminiscencias de quienes llevamos vidas menos apasionantes suelen tener el mismo sesgo de edad: tenemos muchos más recuerdos autobiográficos de la adolescencia y la adultez temprana que del resto de nuestras vidas. Así, libros, canciones, películas, poemas y personas de esos años parecen ensancharse en nuestra memoria dejando poco espacio que rellenar.  Se trata de una experiencia bastante generalizada que la psicología denomina "reminiscence bump", y que nos muestra cómo los acontecimientos de esos dulces años tienen mucha más presencia en nuestros recuerdos.

Es muy evidente que en esa época nos ocurren cosas muy importantes y con mucha carga emocional, como el primer beso, el primer concierto, o el primer viaje con los amigos. Sin embargo, no creo que superado ese límite temporal la vida se vuelva tan rutinaria y anodina como para no merecer la atención de nuestra memoria, puesto que son muchos los hitos vitales relevantes que acontecen en décadas posteriores.

La explicación parece estar en el desarrollo del cerebro, concretamente en la maduración del córtex prefrontal, que experimenta un importante desarrollo durante la adolescencia. Y es que si los primeros años de vida son esenciales para el desarrollo de algunas áreas cerebrales relacionadas con la percepción o el lenguaje, la segunda década de la vida lo es para zonas neuronales relacionadas con funciones psicológicas superiores como la cognición y la memoria. Así, incluso algunos acontecimientos cotidianos y de escasa relevancia se encuentran sobrerrepresentados en nuestra memoria.

Podría decirse que la adolescencia es un periodo sensible para el desarrollo, y que todas las experiencias que un chico o una chica tiene durante esos años van a dejar una profunda marca en su personalidad y su inteligencia. Cuando esas influencias son favorables nos encontraremos con un desarrollo positivo de diversas competencias cognitivas y socio-emocionales, lo que sin duda tiene unas claras implicaciones prácticas para la intervención en la promoción del desarrollo. Pero esa plasticidad también tiene sus riesgos, ya que hace al adolescente muy vulnerable a las situaciones estresantes, especialmente al estrés social. Así, el rechazo social, el aislamiento o el bullying van a dejar unas secuelas muy persistentes. También va a mostrarse más sensible a los efectos del consumo de drogas, un consumo que suele ser frecuente tras la pubertad. Por ejemplo, algunos estudios longitudinales han encontrado que el consumo importante de cánnabis en la adolescencia temprana está asociado a una disminución significativa del cociente intelectual. Disminución tanto más acentuada cuanto mayor es el consumo.

Por lo tanto, aunque la vida no transcurra sólo entre los 10 y los 25 años, sí parece que todo lo que ocurre en esa década y media marca profundamente nuestro devenir futuro. A partir de esa edad, la ventana a las influencias ambientales se irá cerrando poco o poco, lo que no quiere decir que el cerebro adulto pierda toda la plasticidad. Aunque con menos intensidad, siempre entrará algo de luz por esa ventana.

Texto y foto: Alfredo Oliva Delgado


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