La sociedad norteamericana ha experimentado durante las
últimas décadas un preocupante cambio de valores, que ha desembocado en un
aumento significativo de las personalidades narcisistas. Eso al menos es lo que
afirman en su último libro Jean Twenge y Keith Campbell, profesores de las
universidades de San Diego y Georgia respectivamente. Un hallazgo realizado a
partir de la comparación de las respuestas que varias generaciones de estudiantes
universitarios, comenzando en los años 80, han ido dando a una serie de
cuestionarios, entre los que se encuentra el Inventario de Personalidad
Narcisista.
Los autores no se refieren al trastorno narcisista de la
personalidad, una patología seria recogida en el DSM-V, sino a personalidades
caracterizadas por una autoestima inflada y desmedida, vanidad, dificultad y frialdad en las
relaciones afectivas, búsqueda de atención e interés prioritario por los bienes
materiales y la apariencia física. Apuntan Twenge y Campbell a una serie de
manifestaciones de ese narcisismo en la sociedad norteamericana, como la
tendencia a poner a los hijos nombres cada vez más rebuscados y especiales, el aumento de las operaciones de cirugía plástica,
la preferencia por casas cada vez mayores o la búsqueda del éxito económico por
encima de muchos otros valores.
Las causas de esta sociedad cada vez más individualista y
materialista que conduce al narcisismo podrían ser diversas. Una responsabilidad importante recaería sobre
los padres, y es que los psicólogos hemos insistido tanto en la importancia de
la autoestima que muchos padres y madres han confundido la expresión del afecto
y el apoyo con una adulación permanente y un trato excesivamente halagador, lo
que ha llevado a muchos chicos y chicas a creer que, más que especiales, son el
centro del universo. Y no es que la autoestima no sea importante, pero tampoco
se trata de tenerla por las nubes. Al fin y al cabo la relación que muchos
estudios han encontrado entre autoestima y algunos indicadores de ajuste
positivo se ha basado en estudios correlacionales de los que no cabe extraer
relaciones causales. Por ejemplo, parece que la relación entre autoestima y
rendimiento académico es espuria, es decir, debida a la influencia de una
tercera variable: la calidad del contexto familiar. Y es que cuando ese
contexto es favorable, tanto la autoestima como el rendimiento en la escuela se
ven favorecidos. Basta controlar el efecto del medio familiar para que la
relación entre autoestima y rendimiento
desaparezca.
Otro factor influyente serían los medios comunicación, con
esos programas en los que se presentan personajes y celebridades extremadamente
vanidosos, y en los que la vanidad no sólo no es sancionada sino que se
considera como algo normal e incluso glamouroso. No es extraño que muchos chicos y chicas aspiren a imitar a
estos modelos públicos.
Internet es un medio que permite a buscar atención y fama de
una forma que era imposible unas décadas atrás. Facebook, Twitter, Flickr y otras redes sociales son una excelente
plataforma para que esas personalidades narcisistas consigan la atención que
sus egos necesitan. De hecho, algunos
estudios encuentran relación entre las puntuaciones altas en narcisismo y el
número de amistades virtuales (Creo que voy a tener que empezar a borrar amigos
de Facebook).
En fin, una teoría interesante la que nos presentan Twenge y
Campbell, que nos hace pensar que tal vez sea necesaria una reflexión profunda
sobre los valores que desde escuelas y medios de comunicación estamos
promoviendo entre las generaciones más jóvenes. Pero no sólo en ellas, que el
narcisismo no se limita a la juventud y adolescencia.