Ser padre o madre de un chico o una chica adolescente puede
ser una de las vivencias más gratificantes que se pueden tener en el ejercicio
de la parentalidad. Asistir al surgimiento de nuevas formas de pensar, ver cómo
desarrolla nuevas competencias sociales y nuevos intereses o charlar sobre
asuntos estimulantes, son algunas de las experiencias más satisfactorias que
puede disfrutar una madre o un padre con la llegada de la adolescencia. Sin
embargo, las dudas, la incertidumbre, la desorientación y la impotencia suelen
ser sentimientos frecuentes entre progenitores de adolescentes. Después de una
etapa relativamente satisfactoria, en la que el ejercicio de la parentalidad
les llevó a sentirse competentes en su papel, con la llegada de la pubertad
muchos padres y madres tienen la sensación de que su mundo familiar se
resquebraja bajo sus pies y que las relaciones cálidas y afectuosas que hasta
ahora habían sostenido con sus hijos dan paso a discusiones y conflictos
cotidianos que amenazan con socavar tanto la convivencia en el hogar como su
propio equilibrio mental. Son muchas las
causas que justifican que en la mayoría de ocasiones ser madre o padre de un
adolescente sea más complicado que serlo de un niño más pequeño. Y es que a los
cambios que tanto hijos como padres suelen experimentar durante esta transición
evolutiva habría que añadir algunas de las circunstancias socio-culturales del
mundo actual, que pueden complicar aún más la vivencia de esta etapa. Algunos
ejemplos de estas circunstancias son la enorme presencia de los medios de
comunicación en nuestras vidas, que contribuyen a difundir una imagen muy
sensacionalista y negativa de la adolescencia y que va a generar un intenso prejuicio
entre las personas adultas. O el adelanto de la pubertad que ha acontecido
durante las últimas décadas, que ha tenido la consecuencia de que muchos de los
comportamientos adolescentes que más preocupación generan entre los padres sean
más precoces. Y también la rapidez con la que se producen los cambios sociales
que han contribuido a aumentar la brecha generacional.
A pesar de esas dificultades y de la importancia que la
familia continúa teniendo como contexto de socialización durante la adolescencia,
las actividades y los programas llevados a cabo para apoyar a madres y padres
en su tarea parental no suelen ser tan frecuentes como lo eran en la infancia.
El resultado es ese cierto desamparo que muchos progenitores reconocen
experimentar ante una tarea que se les antoja demasiado complicada, y que va a
requerir que el apoyo a madres y padres de adolescentes sea una necesidad
prioritaria de cara a favorecer la convivencia familiar y el desarrollo y
ajuste adolescente.
Sin embargo, sin negar
las dificultades iniciales, muchos padres y madres disfrutan bastante en
esta etapa del ejercicio de su rol parental. Cuando disponen de las estrategias
y el apoyo adecuado, ser padre o madre de un adolescente puede convertirse en
una experiencia tremendamente gratificante.
Durante los últimos
años ha tenido lugar un importante cambio en la forma de entender el apoyo que
se presta a madres y padres de adolescentes para que puedan ejercer su rol de
forma más favorable. Los primeros programas de intervención estuvieron
claramente inspirados en la teoría del déficit y de la educación compensatoria,
ya que se concebían como una vía para compensar las carencias de algunos
entornos familiares; es decir, se consideraba la intervención sobre padres y
madres como la actuación más indicada para modificar las pautas de
comportamiento inapropiadas de unos progenitores considerados poco competentes,
con la esperanza de que así aportarán a los niños y las niñas un entorno de
desarrollo menos deficitario.
Frente a esta visión más tradicional en la educación de
padres y madres, surge el enfoque de la parentalidad positiva, basado en la optimización de
competencias, más que en la compensación de deficiencias. Un enfoque que parte
del convencimiento de que la actuación de padres y madres en la crianza y
educación de los hijos es una tarea para la que no se recibe una formación
adecuada y para la que, en mayor o menor medida, todas las familias
experimentan ciertas necesidades de apoyo. Se trata, por tanto, de una
intervención de carácter eminentemente preventivo, que busca la promoción del
desarrollo de toda la familia y que se aleja de los modelos que consideran a
las familias más vulnerables como las únicas necesitadas de apoyo cuando no
funcionan de forma adecuada.
Oliva, A., Parra, A y Reina, M. C. (en prensa). Parentalidad Positiva durante la Adolescencia: Promoviendo los activos familiares. En A. Oliva (Ed.). Desarrollo Positivo Adolescente. Madrid: Síntesis.
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