Llamamos autoestima a la valoración subjetiva que hacemos de
nosotros mismos como personas, lo que implica un sentimiento de auto-aceptación
y auto-respeto. Una buena autoestima no conlleva la consideración de que somos
mucho mejores que los demás, algo que suele ser frecuente en las personalidades
megalómanas y narcisistas, y que puede estar escondiendo una personalidad
frágil e insegura. Sencillamente se trata de querernos y valorarnos tal como
somos.
La autoestima se forja en las primeras etapas de la infancia
a partir de nuestras experiencias en la escuela y, sobre todo, en la familia:
cuando nos sentimos queridos y aceptados nuestra autoestima crece con nosotros.
Pero ¿cómo evoluciona a lo largo de la vida? ¿Se trata de un rasgo estable y poco
sujeto al cambio o va a sufrir vaivenes como consecuencia de nuestras vivencias
y experiencias? Ulrich Orth y Richard Robins,
profesores de las universidades de Berna y California, han publicado recientemente una revisión, a
partir de los estudios longitudinales realizados hasta la fecha, que responde
cumplidamente a ambas preguntas.
En cuanto a su evolución a lo largo del ciclo vital los
datos son bien claros: la autoestima aumenta a lo largo de la adolescencia y la
adultez temprana y media hasta alcanzar su nivel más alto en la década de los
50. A partir de ese momento sufre un descenso continuo hasta el final de la
vida. No obstante, este descenso va a ser más o menos acusado en función de
algunas variables tales como el estado de salud o de la cuenta bancaria, de
manera que las enfermedades y la falta de recursos económicos acelerarán esta
pérdida de autoestima.
Esta trayectoria en forma de "U" invertida suele
ser similar en ambos sexos, aunque a partir de la adolescencia los varones
muestran una autoestima ligeramente superior a las mujeres, algo que no debe
sorprendernos si tenemos en cuenta las mayores facilidades y oportunidades que
ellos van a encontrar, sobre todo en el mundo laboral.
Si bien el sexo no establece diferencias en la trayectoria
de la autoestima sí lo hacen otras variables personales, así las personas extrovertidas,
concienzudas y estables emocionalmente muestran un desarrollo más positivo a lo
largo de las etapas de la vida.
Con respecto a la mayor o menor estabilidad de la autoestima
durante nuestras vidas, los datos también parecen ser muy claros, ya que
apuntan en el sentido de considerarla un rasgo de la personalidad bastante
estable y relativamente independiente de las contingencias ambientales. Es
decir, a pesar del incremento que se observa en la mayoría de sujetos entre la
adolescencia y la adultez media, quienes muestran puntuaciones en autoestima por debajo
o por encima de la media al comienzo de ese periodo tienden a situarse en
posiciones parecidas del ranking años después. Esto quiere decir que se puede
predecir la autoestima que tendrá un sujeto con varias décadas de antelación, y
que este rasgo no suele fluctuar demasiado como respuesta a los éxitos y
fracasos, más bien se muestra bastante resistente a estas circunstancias
vitales.
Finalmente, hay que señalar que los estudios longitudinales
más recientes encuentran que la autoestima es un potente predictor del bienestar
y el éxito de una persona en distintas esferas de la vida (satisfacción
marital, relaciones con los demás, salud, estatus profesional, satisfacción
laboral). Es decir, se puede afirmar que una buena autoestima no es la
consecuencia lógica de nuestros logros, sino más bien la causa de ellos o, al
menos, un factor que nos ayuda a conseguirlos.
Orth, U & Robins, R. W. (2014). The development of self-esteem. Current Directions in Psychological Science,
23 (5), 381-387.
Interesante, excelente información. :)
ResponderEliminarMuy interesante. Tal como lo explicas, parece que queda poco espacio para la mejora de la autoestima en los jóvenes desde la educación o la terapia.
ResponderEliminarLa agonía deja un profundo recuerdo en los familiares, por lo que el trato debe ser cálido, para que esos recuerdos sean lo menos traumáticos posible:
ResponderEliminar• El control de síntomas va a ser un elemento fundamental en el cuidado al enfermo ya que es muy distinto el recuerdo del fallecido asociado a dolor, vómitos, insomnio, etc., que asociado a la dignidad de una persona con una buena calidad de vida.
• Informar a la familia sobre el diagnóstico y pronóstico: Suele ser útil realizar una entrevista con toda o parte de la familia con la idea de hacer un planteamiento general de la situación e informar sobre diagnóstico, pronóstico y cambios previsibles del paciente.
• También es una buena oportunidad para hablar de la comunicación de la familia con el enfermo, de su derecho a conocer el diagnóstico si lo desea, etc.
• Es conveniente tener, por lo menos, una persona de referencia en la familia, que asuma la organización de la asistencia al enfermo:
A este familiar se le debe prestar mucha atención, se debe explorar su salud psicofísica, asesorarle por medio de un gabinete de psicologia en madrid ( http://www.cinteco.com/ ) sobre el cuidado al enfermo, tratar de que reparta la responsabilidad del cuidado y que se busque períodos diarios de liberación de sus tareas; propiciar la expresión de sentimientos como el cansancio, la angustia, la rabia o el deseo de que todo acabe, y asegurarle que son sentimientos normales y naturales en estas condiciones.
Es útil conocer la opinión de la familia sobre comunicar o no el diagnóstico al enfermo y trabajar para tener libertad en este aspecto, evitando que condicione nuestra relación con él. Hay que hacerles ver el derecho que tiene el enfermo a ejercer su capacidad de pensar, elegir, decidir y actuar basándose en sus propios valores y las ventajas de que sea el protagonista de su enfermedad.
• La comunicación de sentimientos enfermo-familia es útil para que el enfermo se sienta acompañado y la familia inicie su duelo anticipado que le será posteriormente de gran ayuda
• que la familia incorpore la idea de que el tiempo se acaba y lo tiene que aprovechar para despedirse, para decir o hacer aquello que le gustaría a su familiar
• Que no quede “nada por dentro”
• Es preferible una comunicación sincera que estar escondiendo dolor, preocupación y miedo, porque el paciente siempre lo va a notar.
• Hay que estimular en la familia una actitud hacia el enfermo de escucharlo y entenderlo, de permitirle que exprese sus ideas y emociones.