El terremoto de Haití ha provocado una enorme cantidad de muertos y heridos, y sin duda dejará también muchas secuelas a nivel emocional como consecuencia del trastorno de estrés postraumático (TEP) que experimentarán muchos superviventes del desastre. Sin embargo, cabe ser moderadamente optimistas en relación con este tema, ya que los desastres naturales provocan muchas menos víctimas de TEP que calamidades de intensidad similar pero causadas de forma voluntaria (exterminación, genocidios, violaciones masivas). Las consecuencias del trauma son peores cuando la víctima cree que ha habido una intencionalidad de hacerle daño.
Esa afirmación se basa en los resultados de un metanálisis llevado a cabo por unas investigadoras de la Universidad de California en San Francisco. Margaret Kemeny y Sally Dickerson revisaron 208 estudios de laboratorio realizados sobre más de 6000 sujetos que habían estado sometidos experimentalmente a diversas fuentes de estrés, desde realizar tareas en entornos muy ruidosos hasta enfrentamientos con personas amenazantes y agresivas. En todos estos estudios se valoraban las reacciones al estrés en función del aumento en las tasas de cortisol. El cortisol es una hormona liberada por las glándulas suprarrenales en situaciones en las que el individuo se enfrenta a una emergencia, por lo que tiene una función adaptativa. Sin embargo, cuando la tasa de cortisol en sangre permanece elevada durante mucho tiempo, por una situación de estrés mantenido, tiene consecuencias perjudiciales a nivel cardiovascular e inmunológico. Incluso provoca alteraciones a nivel cerebral, hiperactivando la amígdala y debilitando la capacidad de la corteza prefrontal para controlar las reacciones excesivas de la amígdala, que hacen más probables las reacciones de miedo, incluso en situaciones neutras.
Pues bien, el metanálisis de Kemeny y Dickerson encontró que cuando el estrés era causado por una fuente impersonal –por ejemplo, un ruido molesto que no podemos controlar- las tasas de cortisol elevadas en un primer momento volvían rápidamente a sus niveles normales una vez suprimida la fuente de malestar. Sin embargo, en aquellas situaciones en las que el estrés había sido originado por una persona, por ejemplo una evaluación negativa o despectiva realizada por un observador, la tasa de cortisol era más elevada y tardaba más tiempo en volver al nivel inicial. Es decir, la respuesta de nuestro organismo ante el estrés es mucho más elevada en situaciones sociales en las que consideramos que nuestro malestar se debe a la maldad de otra persona. Ello podría explicar por qué situaciones que nos hacen daño nos provocan un sufrimiento más intenso y duradero, y con mayores consecuencias a largo plazo sobre nuestra salud, cuando pensamos que han sido causadas de forma deliberada por otra persona que cuando se trata del resultado de un desastre natural.
Esa afirmación se basa en los resultados de un metanálisis llevado a cabo por unas investigadoras de la Universidad de California en San Francisco. Margaret Kemeny y Sally Dickerson revisaron 208 estudios de laboratorio realizados sobre más de 6000 sujetos que habían estado sometidos experimentalmente a diversas fuentes de estrés, desde realizar tareas en entornos muy ruidosos hasta enfrentamientos con personas amenazantes y agresivas. En todos estos estudios se valoraban las reacciones al estrés en función del aumento en las tasas de cortisol. El cortisol es una hormona liberada por las glándulas suprarrenales en situaciones en las que el individuo se enfrenta a una emergencia, por lo que tiene una función adaptativa. Sin embargo, cuando la tasa de cortisol en sangre permanece elevada durante mucho tiempo, por una situación de estrés mantenido, tiene consecuencias perjudiciales a nivel cardiovascular e inmunológico. Incluso provoca alteraciones a nivel cerebral, hiperactivando la amígdala y debilitando la capacidad de la corteza prefrontal para controlar las reacciones excesivas de la amígdala, que hacen más probables las reacciones de miedo, incluso en situaciones neutras.
Pues bien, el metanálisis de Kemeny y Dickerson encontró que cuando el estrés era causado por una fuente impersonal –por ejemplo, un ruido molesto que no podemos controlar- las tasas de cortisol elevadas en un primer momento volvían rápidamente a sus niveles normales una vez suprimida la fuente de malestar. Sin embargo, en aquellas situaciones en las que el estrés había sido originado por una persona, por ejemplo una evaluación negativa o despectiva realizada por un observador, la tasa de cortisol era más elevada y tardaba más tiempo en volver al nivel inicial. Es decir, la respuesta de nuestro organismo ante el estrés es mucho más elevada en situaciones sociales en las que consideramos que nuestro malestar se debe a la maldad de otra persona. Ello podría explicar por qué situaciones que nos hacen daño nos provocan un sufrimiento más intenso y duradero, y con mayores consecuencias a largo plazo sobre nuestra salud, cuando pensamos que han sido causadas de forma deliberada por otra persona que cuando se trata del resultado de un desastre natural.
Alfredo Oliva
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