viernes, 29 de agosto de 2008

La envidia es mala y las desigualdades también.

“La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”
Quevedo


Nature caba de publicar en su número del 28 de agosto (1) un interesante artículo acerca del desarrollo del igualitarismo en la infancia que recoge los resultados de un estudio realizado en la Universidad de Zurich con niños de edades comprendidas entre los 2 y los 8 años. Estos niños (por supuesto, también había niñas) pasaron por tres situaciones experimentales: prosocial (un niño debía elegir entre dos posibilidades, una chuchería para él y otra para el otro niño que participaba en la situación -1.1-, o una para él y ninguna para su compañero-1.0-), envidia (el niño debía elegir entre una chuche para cada uno -1.1- o una para él y dos para el otro -1.2-) y compartir (la elección era en este caso entre dos para él y nada para el otro -2.0-, o una para cada uno -1.1-, como buenos hermanos). No voy a resumir aquí todos los resultados encontrados, como que a partir de los 7 años se produce un aumento significativo en el número de respuestas de compartir -1.1- en la tercera situación experimental descrita; algo muy lógico si tenemos en cuenta que a los 7 años se produce un salto importante en la capacidad para adoptar perspectivas y ponerse en el lugar del otro, o para entender que los demás pueden formarse una opinión sobre nosotros a partir de nuestros comportamientos, como señala la teoría de la mente. O el hallazgo de que los niños más pequeños que son hijos únicos tienden a compartir más que quienes tienen hermanos, sobre todo más que los benjamines (¡curioso verdad. Para que luego tachen a los hijos únicos de egoístas!). O que los niños muestran más conductas de parochialism (preferencia por favorecer a los miembros del grupo propio) que las niñas.






El resultado que me gustaría comentar es el que indica cómo las conductas de elegir una chuchería para cada uno en la situación de envidia van aumentando con la edad. Es decir, en los niños mayores es más frecuente que prefieran una chuchería para cada uno, a que el otro se lleve dos, aunque eso no suponga que él deje de llevarse la suya. Los autores (en realidad son un autor y dos autoras) consideran que este dato, combinado con el aumento de las conductas de compartir, muestran, entre otras cosas, una tendencia evolutiva creciente hacia la búsqueda de la igualdad y el rechazo de la desigualdad. Aunque también podríamos pensar que la envidia aumenta con la edad.

Hay razones sobradas para que la búsqueda de la igualdad (o la envidia) haya sido seleccionada a lo largo de la historia evolutiva de la humanidad, puesto que nuestro valor de mercado como pareja sexual no viene indicado por nuestras características y posesiones, sino por su comparación con las de los demás. Si yo tengo algo, pero mis congéneres tienen el doble, es muy probable que yo tenga pocas posibilidades de emparejarme y transmitir mis genes.


Por lo tanto, la envidia parece tener un claro valor adaptativo ya que la desigualdad y el bajo estatus en el grupo generan estrés y problemas de salud (sobre todo cuando uno es el que envidia, y no el envidiado). El impacto de la desigualdad sobre la salud ha sido documentado por el epidemiólogo británico Richard G. Wilkinson en sus obras: The Impact of Inequality: How to Make Sick Societies Healthier; Mind the Gap: Hierarchies, Health, and Human Evolution, y, recientemente, Social determinants of Health (Este último coeditado con Michael Marmott).

Los trabajos de Wilkinson ponen de relieve que aunque la clase trabajadora de países como EEUU tenga más recursos materiales que la clase media de países con una menor renta per cápita, sus niveles de mortalidad y morbilidad son claramente superiores. A juicio de Wilkinson (en lo que coincide con Robert Sapolsky), es el estrés generado por la desigualdad, por el bajo estatus social y por la falta de control sobre la propia vida, lo que hace enfermar a la gente, y no otros factores como la alimentación o los recursos materiales. Ello explicaría, en gran parte, por qué las políticas liberales (p.e. los gobiernos de Margaret Tatcher) conllevan un empeoramiento de la salud de la población general, y sugiere que las políticas redistributivas de igualdad y justicia social son una buena fórmula para mejorar la satisfacción vital y la salud de la población. Además, es también bastante probable que en sociedades muy competitivas paguen su tributo en salud no sólo quienes tienen un bajo estatus, sino también quienes están arriba, que deberán luchar permanentemente por mantener ese estatus, y les quedará poco tiempo para relajarse.

En nuestro país, Vicens Navarro se ha hecho eco en algunas de sus obras de los trabajos de Wilkinson. Véase este artículo en EL País.

(1) Fehr, E., Bernhard, H. & Rockenbach, B. (2008). Egalitarianism in young children. Nature, 454, 1079-1084.

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