Recién regresado del congreso que la Fundación de Ayuda
contra la Drogradicción ha celebrado en la Universidad de Deusto, escucho en la
radio una noticia que atrae mucho mi atención. Se trata de la ministra Leire
Pajín avanzando algunos datos del Estudio Estatal sobre el Uso de Drogas en Estudiantes de
Secundaria (ESTUDES), que se publicará en los próximos días. Según este
estudio, por primera vez en nuestro país las chicas superan a los chicos en el
consumo abusivo de alcohol (ver aquí). La noticia no me sorprende, ya que en un
estudio reciente habíamos encontrado una mayor prevalencia entre chicas no sólo
de problemas internalizantes o emocionales, sino también de problemas
externalizantes o de conducta. Esos datos fueron los que me habían llevado a
presentar esa misma mañana en dicho congreso una hipótesis algo arriesgada y
políticamente incorrecta en estos tiempos de feminismo de nuevo cuño: la de que
las chicas pueden mostrar una mayor vulnerabilidad para el desarrollo de
adicciones.
La base
para dicha afirmación tiene que ver con los estudios en el campo de las
neurociencias que ponen de manifiesto que durante la adolescencia se produce un
desequilibrio entre los mecanismos cerebrales que ponen en marcha los impulsos
y los que los controlan y regulan. Este desequilibrio se debe a que
los cambios hormonales propios de la pubertad provocan una sobreexcitación del
sistema mesolímbico de recompensa que hace que las recompensas o su
anticipación ejerzan una poderosa atracción sobre chicos y chicas. Y ello
ocurre en un momento en que la corteza prefrontal, que regula y pone freno a esos
impulsos, se encuentra aún muy inmadura, lo que supondrá que estos jóvenes
tendrán muchas más dificultades que los adultos para resistir la poderosa
llamada de algunos placeres.
Como ya
he apuntado en otro lugar, uno de los factores que acentúan este desequilibrio
es la pubertad precoz, ya que en esos adolescentes a los que la pubertad llega
con prisas, la sobreexcitación mesolímbica coincidirá con una corteza prefrontal
aún muy inmadura como para frenar dicha excitación, puesto que el ritmo
madurativo de dicha corteza no está relacionado con el timing puberal, y
depende de otros factores.
Si
tenemos en cuenta que las chicas llegan a la pubertad uno o dos años antes que
sus compañeros de sexo masculino, no resulta aventurado pensar que la
asincronía en la maduración de ambos sistemas será más acentuada entre las
adolescentes, que se mostrarán más vulnerables para implicarse en algunos
comportamientos de riesgo. Salvo que entre ellas se produzca también una
maduración más precoz de la corteza prefrontal, algo sobre lo que la evidencia
disponible es escasa.
Hasta
hace poco tiempo, los estereotipos de género imperantes consideraban algunos
comportamientos como impropios de “señoritas” ya que eran cosas de hombres
(fumar, emborracharse, mostrar promiscuidad, blasfemar, insultar, etc.). La influencia de esos patrones culturales
podrían haber puesto freno entre el sexo femenino a la implicación en dichas
conductas, sin embargo, con la superación de los rancios valores machistas, ha dejado
de estar mal visto que ellas también “lo hagan”, y parecen decididas a
recuperar el tiempo perdido. Se está produciendo, por lo tanto, un nuevo
equilibrio entre los factores culturales, que han cambiado, y los factores
biológicos, que podrían situar a las chicas, sobre todo a aquellas que presentan una
pubertad precoz, en una situación de extrema vulnerabilidad que les lleve a
desarrollar ciertos comportamientos adictivos y de riesgo.
La
corteza prefrontal también tiene un papel fundamental en el control y
regulación de las emociones, por lo que este acentuado desequilibrio podría estar muy relacionado con las mayores
dificultades que muestran las chicas para regular sus estados de ánimo y con la
mayor prevalencia entre ellas de los trastornos emocionales y depresivos.