sábado, 27 de diciembre de 2008

Estrés social y salud


Hoy día sabemos con certeza que las tasas elevadas y mantenidas de cortisol en sangre tienen efectos muy desfavorables para la salud. El cortisol, liberado por las glándulas suprarrenales en situaciones de estrés, puede contribuir a provocar enfermedades cardiovasculares, debilitamiento del sistema inmunológico y hasta destrucción de las hormonas del hipocampo, con el consiguiente deterioro de la memoria y de la capacidad para aprender. El cortisol también puede influir sobre la amígdala, aumentando su responsividad, y sobre la corteza prefrontal, dificultando su capacidad para controlar y regular las señales de miedo que proceden de la amígdala. Como hemos visto en la entrada anterior, esa combinación de hiperexcitabilidad de la amígdala y déficit de control prefrontal también puede llevar a la agresividad reactiva, y por supuesto, generar problemas de ansiedad.

Las situaciones que pueden generar un estrés excesivo son numerosas, pero el meta-análisis llevado a cabo por Dickerson y Kemeny (2004) dejó claro que el estrés generado en ciertas situaciones sociales conllevaba tasas más altas de cortisol en sangre. Especialmente estresantes resultaron aquellas situaciones en las que el sujeto se veía expuesto a las críticas de los demás, y veía amenazada su identidad social, es decir el modo en que se percibía a sí mismo a través de los ojos de los demás. Además, no es necesario que alguien nos enjuicie externamente, ya que efectos similares se producen cuando somos nosotros mismos quienes nos autoevaluamos. Cuando la amenaza que representan estas críticas supera la capacidad de afrontamiento de la persona, y se mantiene a pesar de sus esfuerzos para afrontarla, los niveles de cortisol se disparan.

Lo que estos datos también parecen indicar es que las situaciones de estrés provocadas por una fuente impersonal –un sonido molesto- no ponen en peligro nuestra necesidad de aceptación y pertenencia, por lo que nuestro organismo se recupera con mayor prontitud y el aumento de la tasa de cortisol es pasajero. En cambio, cuando el estrés es provocado por una situación que atribuimos a la decisión intencionada de otra persona (percepción de maldad), la recuperación del aumento de los niveles de cortisol es mucho más lenta, por lo que sus consecuencias sobre el organismo revisten mayor gravedad.

Estos hallazgos son muy interesantes para entender por qué el estrés postraumático y el sufrimiento generado suele ser más intenso ante calamidades o traumas de intensidad similar, cuando la víctima cree que han sido provocados intencionalmente por otra persona que cuando son fruto de una catástrofe natural. Así, terremotos, inundaciones y otros desastres naturales suelen provocar menos víctimas que actos como abusos y violaciones.

Dickerson S.S. & Kemeny M.E. (2004) Acute stressors and cortisol responses: A theoretical integration and synthesis of laboratory research. Psycholical Bulletin. 130:355–391


miércoles, 24 de diciembre de 2008

Agresión reactiva, cerebro y adolescencia


La conducta agresiva y antisocial dirigida a nuestro congéneres genera un gran rechazo y en muchas ocasiones nos sorprende por su violencia injustificada. Sin embargo, se trata de un comportamiento con una base instintiva que ha tenido un claro valor adaptativo a lo largo de la evolución de la especie humana. Si para Freud el instinto de agresión se oponía de forma clara al instinto erótico o de vida, para etólogos como Konrad Lorenz la agresión tenía un evidente sentido utilitario, pues cumplía funciones esenciales para la supervivencia del individuo y de la especie. Por ello, no es sorprendente que la conducta agresiva tenga unas bases neurobiológicas bien definidas.

Aunque existen numerosas clasificaciones de la agresión, una de las más utilizadas es aquella que considera dos tipos de agresión la agresión reactiva y la instrumental. En este post nos referiremos a la primera, que es la agresión provocada por un suceso frustrante o amenazante y que implica un ataque furioso y no planificado sobre el objeto que se percibe como fuente de la frustración. Suele ir acompañada de ira y tener una alta carga emocional, por lo que se la considera como agresión caliente (hot).

Hoy día de dispone de muchos estudios con animales y con humanos, que mediante la utilización de diversas técnicas de neuroimagen(PET, fMRI) han aportado mucha información sobre las mecanismos cerebrales implicados en la agresión reactiva. Sin duda, el papel estelar le corresponde al sistema básico de amenaza (basic threat system) conformado por estructuras cerebrales entre las que destaca la amígdala. En sujetos normales, este circuito se activa en situaciones claramente amenazantes en las que la integridad personal está en peligro, por lo que se considera un mecanismo que facilita la supervivencia del individuo. Sin embargo, en otros sujetos, como quienes padecen el síndrome de estrés post-traumático, este sistema se muestra hiperexcitable, de forma que ante algunos estímulos, que dejarían fríos a la mayoría de personas, quienes padecen este trastorno reaccionan con una violencia desproporcionada. Tanto un acontecimiento traumático ocasional como una situación de estrés crónico, por ejemplo el rechazo materno, generan cambios estructurales permanentes en el cerebro que llevan a una mayor responsividad de la amígdala, y a un mayor riesgo de reaccionar de forma agresiva.

Los estudios con neuroimagen también han encontrado, no sólo en los sujetos con estrés postraumático sino también en quienes padecen trastornos explosivos intermitentes o trastornos bipolares, una menor respuesta en la corteza prefrontal (órbitofrontal y medial) ante narraciones o estímulos relacionados con situaciones traumáticas. Esto parece indicar que las regiones prefrontales implicadas en la regulación del sistema de amenaza se muestran disfuncionales en estas personas. Por lo tanto, la mayor agresión reactiva mostrada por algunos individuos sería debida del mecanismo conjunto de una mayor activación del circuito básico de amenaza y un déficit en la regulación prefrontal de las emociones generadas en situaciones amenazantes.

Se trata de un desequilibrio entre circuitos cerebrales, uno excitatorio y otro autoregulador, que nos recuerda bastante al desequilibrio que generaba la implicación de los adolescentes en las conductas de asunción de riesgos (ver aquí). Aunque en este caso no parece que los cambios hormonales de la pubertad generen una mayor excitabilidad del sistema de amenaza, sí vamos a encontrar un cierto déficit en la capacidad para controlar las emociones durante los años de la adolescencia, en los que aún no se ha completado la maduración de la corteza prefontal. Ello podría explicar la mayor prevalencia de la agresividad reactiva durante esta etapa.

Podríamos preguntarnos si ocurre lo mismo con la agresión instrumental. Pero ese será un asunto a tratar en otro post.
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Howard Zinn cuestiona la naturaleza agresiva del ser humano en el siguiente video.



sábado, 20 de diciembre de 2008

El bienestar de las niñas y niños españoles (The Child Development Index)



Levanta algo la moral el ver que los niños y niñas españoles ocupan una buena posición en un ranking mundial. Tras tantos golpes de pecho y tanto entonar el mea culpa por algunos de los males que afectan a nuestra infancia y adolescencia, por fin podemos sacar pecho por algo. Y no me estoy refiriendo al triunfo de la selección nacional de futbol en la pasada Eurocopa. En este caso se trata de algo bastante más importante: España ocupa la segunda posición en el ranking mundial elaborado por la ONG Save the Children para evaluar el bienestar de la infancia en 137 países.

El Indice de Desarrollo de la Infancia (Child Development Index) persigue el objetivo de monitorizar el estado de la infancia en una amplio numero de países. Pretende responder a preguntas tales como ¿cuál es la situación de la infancia en un mundo con una economía cada vez más globalizada? ¿Está aumentando el bienestar y reduciéndose la pobreza en la infancia de países con altas tasas de crecimiento económico? ¿Qué ocurre con los niños de aquellos países cuyas economías están más estancadas? ¿Cómo afectará a la infancia el aumento de los precios de alimentos y carburantes?

Este índice se elabora a partir de tres indicadores:

  • La mortalidad infantil por debajo de los 5 años

  • El porcentaje de niños y niñas menores de 5 años que presenta malnutrición.

  • El porcentaje de niños y niñas que no están escolarizados en educación primaria.
Como puede verse en la tabla inferior, España ocupa el segundo lugar tras Japón y por delante de países como Canadá e Italia. En el otro extremo se sitúan países sub-saharianos como Nigeria y Sierra Leona. (Las puntuaciones altas indican mayor pobreza y deprivación infantil).
Tabla. Países mejores y peores en el Indice de Desarrollo de la Infancia (2000-2006) .
El informe elaborado por Save de Children, que puede consultarse aquí, subraya el considerable progreso que ha tenido lugar en algunas zonas del mundo, como Latino- América y el Caribe, desde 1990. Pero también muestra que la pobreza y deprivación infantil están muy arraigadas en otras áreas como el sur de Asia o el África sub-sahariana.



Save the Children denuncia que el crecimiento económico de muchos países en vías de desarrollo no siempre va acompañado de mejoras en la salud y bienestar infantil, y que estos países deben hacer esfuerzos en 3 direcciones:

  • Capacitar a la población más desfavorecida para participar en el proceso de crecimiento mediante las medidas de protección social y el acceso a servicios básicos.
  • Apoyar la creación de puestos de trabajo decentes para la población más pobre, particularmente para las mujeres.

  • Asegurar que fondos públicos se destinen a programas que reduzcan la pobreza, de forma que los sectores más deprivados, especialmente los niños, se beneficien tanto como sea posible.
En fin, que mientras que en países como el nuestro estamos muy preocupados porque nuestros niños y adolescentes cometen faltas de ortografías al escribir, en algunas zonas del mundo muchos niños y niñas ven violados sistemáticamente derechos infantiles básicos, como son el derecho a la escolarización y a la alimentación.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Escribir, hablar o pensar: sobre la instrospección


Ya he hablado en este blog sobre los beneficios que para la salud de las personas tiene el escribir sobre las propias emociones y sentimientos (aquí): esa escritura emocional parece contribuir a reducir los niveles de colesterol en sangre. Probablemente ese beneficio está relacionado con el hecho de que el escribir sobre nuestras emociones nos obliga a analizar y pensar sobre nuestras experiencias vitales, lo que tendría unos efectos saludables para nuestro bienestar psicológico, lo que a su vez influiría sobre nuestro estado de salud. Pero una serie de estudios llevado a cabo en la Universidad de California, Riverside, indica que el modo de pensar acerca de nuestras experiencias determina nuestra satisfacción vital, por lo que tendríamos que tener en cuenta cómo reflexionar sobre nosotros mismos.

Un primer estudio encontró que a la hora de abordar los sucesos negativos es más beneficioso escribir o hablar en voz alta (aunque estemos solos) que pensar privadamente sobre ellos. Así, quienes siguieron los dos primeros métodos mostraron una mejoría en su salud mental, su satisfacción vital y su funcionamiento a nivel social, algo que no ocurrió a quienes rumiaron sus penas en silencio.

En un segundo estudio se pidió a los participantes que emplearan alguno de los tres sistemas anteriores, pero aplicándolo a sucesos positivos. En este caso el pensamiento íntimo y privado mostró su superioridad sobre los otros métodos, y produjo beneficios superiores.

Finalmente, un tercer estudio profundizó en la forma en que los participantes pensaban sobre los acontecimientos positivos. De las dos alternativas que se compararon, analizar o desmenuzar en sus detalles el suceso o, por el contrario, revivir la experiencia, fue esta segunda táctica la que contribuyó de forma más eficaz a aumentar la salud y el bienestar.

Por lo tanto, de estos estudios se puede sacar la conclusión de que el análisis sistemático de acontecimientos negativos mejora el bienestar y la satisfacción personal, mientras que con las experiencias positivas bastaría con rememorarlas en silencio.
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Lyubomirsky, S., Sousa, L., & Dickerhoof, R. (2006). The costs and benefits of writing, talking, and thinking about life's triumphs and defeats. Journal of Personality and Social Psychology, 90, 692-708

sábado, 13 de diciembre de 2008

Ideología en el debate entre herencia y ambiente


Hay que reconocer que durante muchos años ha habido una clara resistencia por parte de muchos psicólogos a los planteamientos de corte biologicista, como la genética de la conducta, la etología, la psicología evolucionista o la neurobiología. Durante los años 70 el enfrentamiento entre los defensores de plantamientos ambientalistas y quienes admitían que ciertos comportamientos humanos tenían cierta base instintiva fue muy encarnizado.

En 1971, Richard Herrstein publicó su polémico artículo “IQ” en el que planteaba que la inteligencia era en parte heredada. Es más que probable que a lo largo de su vida Herrstein se arrepintiese más de una vez de su artículo, ya que a raíz de su publicación las cosas no le fueron demasiado bien: fue acusado de fascista y racista, se repartieron planfletos en su contra en las universidades de Boston y se colocaron por todo el campus carteles con la palabra “murderer” bajo la foto de Herrstein. Cuando trataba de dar alguna conferencia, independientemente de que el tema de la misma tuviese poco que ver con la heredabilidad del CI, era interrumpido por muchedumbres que no cesaban de lanzarle improperios. Años después Herrstein amplió sus argumentos, sobre todo los referidos a las causas genéticas de las diferencias raciales en CI, en su libro “The Bell Curve”, causando también cierto revuelo.

A otros investigadores no les fue mucho mejor. Por ejemplo, cuando a finales de los sesenta Paul Ekman publicó sus ideas sobre la base instintiva de la expresión y el reconocimiento de las emociones, algo que ya había adelantado Darwin en “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre”, recibió durísimos ataques por parte de antropólogos tan eminentes como Margaret Mead.


Pero, tal vez, las controversias mayores las suscitaron el entomólogo E.O. Wilson, con la publicación de su obra “Sociobiologia”, y el etólogo Richard Dawkins, con “El gen egoista”. Wilson pasaba revista en su libro a la evolución de la comunicación, el altruismo, la agresividad, el sexo o la paternidad en distintas especies, entre ellas la humana. La controversia con algunos colegas como Stephen Jay Gould, genetistas como Richard Lewontin, o neurocientíficos como Steven Rose fue intensa. Pero, al igual que ocurrió con Herrstein, Wilson tuvo que sufrir insultos y críticas desmedidas que sobrepasaron con creces los límites del debate que suele ser habitual en el terreno académico: las difamaciones y distorsiones de sus planteamientos teóricos o los boicots a sus conferencias en los campus universitarios se convirtieron el algo relativamente frecuente. En un debate con Gould organizado por la Asociación Americana para el avance de la Ciencia, un estudiante subió al estrado y, después de llamarle racista, vertió sobre Wilson un vaso de agua (El mismo Gould relata el episodio en su libro “Erase una vez el zorro y el erizo”).
En fin, no cabe duda que Wilson llevó durante aquellos años una vida complicada. Seguro que su señora le recriminó en más de una ocasión: “Chiquillo tú por qué tienes que escribir esas cosas, no puedes escribir de hormigas, que es lo tuyo”.

Visto de forma retrospectiva, es indudable que el debate acerca de la naturaleza humana estuvo claramente cargado de ideología, así, los planteamientos ambientalistas fueron acogidos con entusiasmo por una izquierda política que aspiraba a cambiar el mundo, y que para ello necesitaba que el ser humano fuese modificable. Como afirmó Trotsky “Producir una nueva y mejorada versión del hombre es la futura tarea del Comunismo”. Por ello, todo lo que pusiera límites a esa modificabilidad suscitaba muchos recelos, y no es de extrañar que a finales de los años 40 Stalin suprimiese la genética y encarcelase por contrarrevolucionarios a muchos genetistas. En cambio, los postulados más innatistas encontraron más acomodo entre los sectores conservadores. Por ejemplo, las tesis de Herrstein sobre la heredabilidad del CI fueron esgrimidas por quienes defendían el recorte de los fondos que el gobierno de Estados Unidos dedicaba a los programas compensatorios, como el Head Start, dirigidos a las minorías desfavorecidas, en gran parte conformadas por latinos y afroamericanos. Según los sectores más duros del partido republicano, el fracaso escolar de esas minorías era inevitable, ya que la inteligencia se heredaba y su baja posición en la escala social era fruto de su falta de inteligencia, y no lo contrario. Así que dedicar fondos públicos a esos programas era tirar el dinero.

Este debate científico, tan cargado de ideología, no hizo otra cosa que poner en entredicho la supuesta objetividad de las ciencias, algo que ingenuamente muchos pensadores habían defendido y que hoy resulta difícil mantener.

En post anteriores he tocado este tema (ver aquí o aquí)


Stephen Jay Gould

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Sobre regresiones o retrocesos en el desarrollo


Uno de los debates más clásicos en la psicología evolutiva es el referido a la continuidad o discontinuidad del proceso de desarrollo: ¿se produce el desarrollo ontogenético mediante etapas o saltos cualitativos, o, por el contrario, no hay otra cosa que un cambio gradual y acumulativo? Este debate se complica cuando algunos autores proponen no sólo cambios cualitativos, sino que van más allá al afirmar que la discontinuidad en el desarrollo implica, además de saltos evolutivos, regresiones o retrocesos, con pérdidas temporales de algunas competencias previamente adquiridas.

Una de estas regresiones tendría lugar durante el primer año de vida del niño, en el que se daría una regresión en el ámbito emocional que estaría vinculada a los cambios cerebrales propios de este periodo, que suponen una poda o recorte de conexiones neuronales tras la proliferación sináptica de los primeros meses. Esta reorganización cerebral se traduciría a nivel comportamental en irritabilidad, llantos frecuentes, pérdida de sueño y apetito, rechazo a las personas que lo cuidan, etc. Todas estas conductas pueden tener una función adaptativa como es hacer que los padres presten más atención al bebé en un momento en el que está comenzando sus desplazamientos autónomos, lo que conlleva ciertos riesgos para su integridad física.
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Otra regresión ocurriría al comienzo de la adolescencia, momento en el que también están teniendo lugar importantes cambios en la corteza prefrontal, de características similares a los que tienen lugar durante la primera infancia en otras áreas cerebrales (arborización sináptica seguida del posterior recorte de las conexiones no usadas y fortalecimiento de las usadas). Esta reorganización cerebral postpuberal también tiene su traducción comportamental, ya que como hemos comentado en otro lugar (ver aquí), durante estos años chicos y chicas muestran una alta implicación en conductas de búsqueda de sensaciones y asunción de riesgos, una baja tolerancia a la frustración, una escasa capacidad para controlar sus emociones y, probablemente debido a ello, un aumento de los conflictos con los padres. También se han observado algunos retrocesos en el reconocimiento de rostros o en la asunción de perspectivas. Muchos de estos cambios no son sino una consecuencia de la reorganización cerebral, pero otros pueden resultar adaptativos, por ejemplo, la implicación en conductas de riesgo puede acarrear ventajas, como la salida del adolescente del grupo familiar para favorecer el emparejamiento con sujetos no consanguíneos, o promover la exploración y experimentación. A pesar de los riesgos que puede conllevar esta experimentación, también es un requisito para el logro de la identidad personal y una oportunidad para el desarrollo y el crecimiento evolutivo. Además, al igual que ocurría durante la regresión de la primera infancia, estos comportamientos pueden hacer que los padres manifiesten una mayor atención y seguimiento de los comportamientos del chico o de la chica en los momentos en los que está comenzando a distanciarse del hogar familiar.

Por lo tanto, es muy probable que estas regresiones ocasionadas por las reorganizaciones cerebrales de la primera infancia y de la adolescencia temprana sean, tras los lógicos inconvenientes que generan en el entorno familiar en un primer momento, un factor que contribuye a favorecer la maduración y el desarrollo de niños y adolescentes.


lunes, 8 de diciembre de 2008

Los logros inigualables del cerebro humano

En entradas anteriores nos hemos referidos a las enormes potencialidades del cerebro humano, producto inigualable de la actividad de la selección natural a lo largo de miles y miles de años.
Gracias a él, la especie humana ha avanzado de forma sustancial a lo largo de los últimos siglos: el descubrimiento de la penicilina o de la ley de la gravedad, la invención del teléfono y la radio o la formulación de la teoría de la relatividad son algunos de los logros que han sido posible por su mediación. También nos ha permitido gozar de obras como la Misa en Si bemol de Juan Sebastian Bach, los dramas de Shakespeare o los paisajes de Monet y Van Gogh. Sin embargo, donde se muestra de forma más patente su potencia creativa es en la invención de artefactos que contribuyen de forma eficaz a hacernos más llevadera la vida cotidiana. A continuación describo algunos de ellos.


1. El osito de peluche que funciona como lápiz de memoria. Sin duda, un utilísimo recurso para quienes se sienten más seguros teniendo entre manos algo cálido y suave. Podrán llevarlo al trabajo sin parecer extraños o inmaduros.



2. Y qué me dicen de estos guantes calientamanos alimentados desde el puerto USB de su portátil. Insustituibles en los fríos días de invierno.



3. Claro que a veces no son las manos lo que hay que calentar. Para esos casos nada mejor que este juego de vibradores igualmente conectables a su USB. Son pequeños y pueden usarse en la misma oficina con total discreción. El jefe no sospechará nada y pensará que él es el causante de la satisfacción que expresará vuestra sonrisa.




4. La falta de espacio se ha convertido en un verdadero problema para el hombre y la mujer modernos. Vivimos en casas demasiado pequeñas, y sufrimos verdaderos quebraderos de cabeza para ubicarnos en esos apartamentos tan minúsculos. Nada mejor que este 2x1 que integra water y bidet en una única pieza. Después de la deposición el chorrito nos dejará como nuevos.




5. Incluso en las casitas adosadas, con su pequeño jardín, existe falta de espacio. ¿Dónde meter la barbacoa, el cortacesped, la bicicleta estática, las bicicletas dinámicas, etc? Este ingenioso "device" integra cortacesped y bicicleta, de forma que podremos ejercitarnos mientras adecentamos nuestro jardín.



6. Y qué me dicen de esta mesa de ping-pong que permite jugar a tres personas a la vez. Ideal para aquellas familias (cada vez más escasas) que tienen tres niños. Evitará riñas e incomodas esperas. No me pregunten cómo se juega.





Y, finalmente, el enfriador de espaguetis. Su utilidad es tan evidente que sobra cualquier comentario.



Más aquí.

jueves, 4 de diciembre de 2008

La resonancia magnética funcional y el estudio del cerebro en acción


La verdad es que las técnicas de resonancia magnética funcional (fMRI) producen unas imágenes muy hermosas del cerebro en acción, y está más que justificado el enorme poder de atracción que ejercen sobre muchos investigadores de diversos campos relacionados con el comportamiento humano. Ante esas imágenes espectaculares nos quedamos anonadados, como una cobra ante la melodía de la flauta del encantador de serpientes. Yo mismo estoy por retirar la lámina de Edward Hopper que adorna mi despacho y sustituirla por la imagen de un cerebro en acción: esa mezcla de tonos amarillos, anaranjados y rojos, tiene un look de pop-art de lo más decorativo.

Pero no me voy a referir en esta entrada al valor artístico de las imágenes producidas mediante técnicas de resonancia magnética funcional. No se trata de hacer bromas de algo tan serio, pues las aportaciones de las técnicas de neuroimagen al estudio de la psicología del comportamiento humano son de lo más interesante, y el número de artículos que se publican cada año usando dichas técnicas aumenta de forma espectacular año tras año. Probablemente, desde que Conrad Röntgen introdujera en 1895 la técnica de los rayos X no se había conocido un avance similar en el estudio del cuerpo humano.

Sólo voy a comentar una de las limitaciones de este tipo de técnicas, que pueden generar algunos errores interpretativos. Como conocerá el lector, la FMRI proporciona información sobre la actividad cerebral mediante la medición de la señal magnética de la sangre oxigenada como prueba indirecta del suministro de oxigeno y glucosa a la región activada. Aunque pudiera parece lo contrario, esas imágenes tan plásticas son sólo una recreación visual que un software específico realiza de una enorme cantidad de datos. Algunos autores se han referido a que la técnica no discrimina con exactitud entre los procesos excitatorios y los inhibitorios, ya que ambos aumentan la demanda metabólica y el flujo de sangre a la zona afectada, lo que supone una alteración de la señal fMRI. ¿Puede esa indiferenciación entre la señal generada por procesos excitatorios e inhibitorios crear alguna confusión a la hora de interpretar algunas neuroimágenes? Podría ser.

Por ejemplo, el papel del circuito mesolímbico dopaminérgico de recompensa en la implicación de los adolescentes en conductas de riesgo parece evidente, sin embargo, aún no está claro entre los investigadores si durante los años que siguen al comienzo de la pubertad existe un déficit o una hiperexcitabilidad de dicho circuito. Tanto una como otra podría explicar el incremento de las conductas de asunción de riesgos durante estos años (ver aquí) . El déficit llevaría a chicos y chicas a buscar sensaciones más fuertes y recompensas mayores en un intento de compensar el déficit dopaminérgico: experiencias que podrían resultar muy excitantes para sujetos de otras edades, al adolescente le resultarían escasamente estimulantes, como ocurre a quienes padecen el síndrome de deficiencia de recompensa.

Sin embargo, otros autores defienden lo contrario, es decir, que durante la adolescencia habría una mayor activación mesolímbica ante la obtención o anticipación de recompensas. En este caso también habría una mayor asunción de riesgos por parte del adolescente, ya que esa intensa sensación placentera sería difícil de controlar por parte de una corteza prefrontal que aún se muestra bastante inmadura.

No estoy seguro de que esta confusión esté relacionada con la incapacidad de las técnicas de neuroimagen para diferenciar entre procesos de excitación e inhibición, pero es probable que algún lector de este blog con una mayor formación en esta temática pueda arrojar alguna luz sobre el asunto. Mientras tanto seguiremos a oscuras.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Más sobre las familias homoparentales


Ya comenté en este blog algunos de los datos obtenidos en el estudio sobre diversidad familiar que hemos llevado a cabo las universidades de Sevilla y el País Vasco (ver aquí). Los resultados indicaron de forma clara que las familias formadas por padres gays o madres lesbianas tenían hijos que mostraban un buen ajuste emocional, comportamental y escolar. Ello no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que, por lo general, estas familias ofrecían un contexto muy favorable para el desarrollo del menor, como una buena historia evolutiva previa, caracterizada por la ausencia de conflictos familiares, la estabilidad en la relación de la pareja o los cuidados sustitutos de calidad. También eran familias en las que se ofrecían una estimulación y unas experiencias ricas y adecuadas al nivel del menor, y en las que los estilos parentales de crianza no presentaban rasgos permisivos o autoritarios, sino que se caracterizaban por el afecto y las prácticas disciplinarias inductivas. Se trataba también de madres y padres que daban también mucha importancia en la educación infantil al fomento de valores como la igualdad, la justicia, la tolerancia y el respecto a los demás, y ofrecían un modelo muy igualitario en cuanto al reparto de roles, lo que a su juicio podía llevar a la adopción por parte de sus hijos e hijas de unos roles de género más flexibles y adaptativos. Además, los hijos de estas parejas fueron muy deseados, por lo que no es de extrañar que la implicación parental fuera muy alta.

La mayoría de las familias homoparentales entrevistadas tenían hijos que habían sido concebidos mediante técnicas de inseminación artificial (23), mientras que otros habían sido adoptados (8), y sólo 3 procedían de relaciones de pareja previas. Tal vez, el hecho de que fuera muy bajo el número de familias homoparentales que a su vez eran familias reconstituidas sea un rasgo de la muestra que haga que éstas muestren un perfil muy saludable, ya que como encontramos en este mismo estudio, las familias reconstituidas solían ser más problemáticas, y ofrecían contextos de desarrollo menos favorables, que se ponían de manifiesto en algunos problemas de ajuste en los menores que habían experimentado la separación de sus padres.

Estas parejas homoparentales también tenían sus preocupaciones y sus necesidades. En cuanto a las primeras, mencionaron el miedo a los prejuicios y al rechazo que existen sobre la homosexualidad, en general, y sobre este tipo de familias, en particular. O la escasez de referentes sociales, habida cuenta de que aún es escaso el número de familias formadas por parejas del mismo sexo. A pesar de ello, salvo algunas excepciones, la mayoría de estas parejas indicaron que su entorno (familia, amigos, profesores del menor) había mostrado una actitud de apoyo y aceptación de su decisión a formar una familia.

En cuanto a sus necesidades, estas parejas indicaron la necesidad de formación específica sobre cómo ejercer el rol parental, o de contactar con otras familias similares con las que compartir sus dudas e inseguridades.

Por lo tanto, los resultados del estudio indicaron que las familias homoparentales no suponían ningún riesgo para el ajuste psicológico de los menores, ya que ofrecían una estimulación, unos estilos parentales y unos cuidados de mucha calidad para el desarrollo infantil. Teniendo en cuenta estos datos, parece que las parejas formadas por personas del mismo sexo pueden ser consideradas idóneas para la adopción, siempre que cumplan los mismos requisitos que cualquier pareja heterosexual. De esta forma no será preciso que recurran al robo de niños, como ha ocurrido con una pareja de pingüinos “gays” de un zoo chino, que han sido castigados por tratar de robar los huevos de parejas heterosexuales: parece que el instinto materno o paterno no conoce fronteras, ni de especies ni de orientación sexual. (ver aquí).

sábado, 29 de noviembre de 2008

Los efectos de la experiencia y la práctica sobre el envejecimiento cerebral



























Las obras que figuran arriba tienen algo en común, todas ellas fueron creadas por artistas a los que la enfermedad de Alzheimer ya había comenzado a provocar un deterioro cognitivo y una importante pérdida de memoria. Eduardo Chillida (1924-2002) murió en un avanzado estado de demencia tras un año de incapacitación casi absoluta, sin embargo, durante la década de los 90, cuando ya estaba afectado por la enfermedad, fue capaz de producir algunas obras memorables. Un caso similar es el de Willem De Kooning (1904-1997), artista de origen holandés aunque afincado en Estados Unidos, que a partir de 1970 empezó a experimentar importantes pérdidas de memoria que culminaron con un diagnóstico de Alzheimer. A pesar de ello, el maestro continúo realizando su trabajo de forma intensa, completando varios cuadros a la semana. A juicio de la crítica, el arte de de Kooning no sólo no se deterioró, sino que incluso siguió evolucionando durante la última etapa de su vida.

Estos artistas lograron crear importantes obras a pesar del avance de la enfermedad. ¿Cómo pudieron seguir creando a pesar de las limitaciones de su memoria? Las razones están relacionadas con el funcionamiento del cerebro.

El hipocampo, que como comentamos en la entrada anterior tiene un rol esencial en la consolidación de los nuevos recuerdos, sufre un serio deterioro en la enfermedad de Alzheimer, lo que incapacita a los afectados para crear nuevos recuerdos. Sin embargo, los patrones cognitivos ya consolidados que son fruto de la práctica y la experiencia profesional forman parte de una memoria genérica que depende poco de estructuras subcorticales, como el hipocampo, pues se almacenan en la neocorteza cerebral.

La utilización de técnicas de neuroimagen funcional ha permitido conocer algunos de los mecanismos que explican esta resistencia de los patrones cognitivos muy asentados al envejecimiento cognitivo e incluso a la demencia senil. Por una parte, hay que mencionar la expansión de patrones, consistente en que con la experiencia y la práctica repetida, las zonas cerebrales asignadas a una determinada habilidad se expanden hacia zonas adyacentes del espacio cortical ocupando un área muy amplia. Así, cuando la enfermedad de Alzheimer, u otras demencias, destruye parte del tejido cerebral, habrá más probabilidad de que áreas del tejido asignado a una habilidad no se vean afectadas por el deterioro neurológico cuando la zona es muy amplia. Es decir, si imaginamos que el cerebro es como un queso de gruyere, si la zona que controla el patrón cognitivo es reducida, es probable que uno de los agujeros ocupe y destruya por completa esa zona, mientras que si el área es mayor, quedarán partes intactas que podrán seguir ejecutando las acciones de su responsabilidad.

Por otro lado, con la práctica y la experiencia también disminuyen las demandas metabólicas de las neuronas que realizan una tarea, lo que significa que el cerebro puede resolver adecuadamente algunos problemas rutinarios utilizando menos recursos, como el aporte sanguíneo. Es algo que podemos constatar fácilmente: en la medida en que nos vamos haciendo expertos en cualquier ámbito profesional es menor el esfuerzo que tendremos que hacer para ejecutar tareas que al principio resultaban muy complejas y demandantes de atención y esfuerzo.
Pues bien, ya parece que tenemos una explicación razonable de por qué algunos artistas, y muchos otros expertos de diferentes campos, pueden seguir realizando sus actividades profesionales sin aparente menoscabo, a pesar del daño causado en sus cerebros por enfermedades como el Alzheimer. Y también sacamos una excelente lección muy útil, la de que la práctica continuada de diversas actividades, que nos sirvan para crear patrones cognitivos muy asentados, nos protegen de los efectos del deterioro cognitivo causado por el envejecimiento cerebral. Debemos ejercitar nuestro cerebro, de la misma manera que debemos ejercitar nuestros músculos y nuestro sistema cardiovascular, si queremos tener una buena vejez.





miércoles, 26 de noviembre de 2008

Memoria y olvido: cuando es necesario olvidar


Cuando aprendemos algo nuevo o cuando formamos un recuerdo se producen cambios en nuestra corteza cerebral, cambios que no tienen lugar de manera inmediata sino que precisan de años para su consolidación. Necesitan tiempo y, también, la ayuda de algunas estructuras cerebrales subcorticales, cuyo papel consiste en reactivar continuamente las redes neuronales implicadas en el recuerdo: es como si nos ayudarán a repasar para consolidar el recuerdo y evitar que olvidemos. Se trata de un proceso de reverberación de naturaleza eléctrica dependiente de estructuras como el hipocampo o el tronco encefálico.



El hipocampo se ve afectado por el proceso de envejecimiento, por lo que con la edad suele aumentar la dificultad para almacenar nuevos recuerdos, aunque los ya almacenados se mantienen, ya que una vez que se ha almacenado el recuerdo, el papel del hipocampo se reduce de forma notable. Resulta curioso que esta estructura cerebral no se vea afectada por el envejecimiento en otras especies de mamíferos, como los monos o los roedores. Ello nos lleva a preguntarnos, si se trata de una coincidencia o del resultado de la selección natural y las presiones evolutivas que han favorecido un cerebro humano con un hipocampo afectado de cierto deterioro cognitivo que haga algo más complicada la adquisición de nuevos recuerdos. Los seres humanos dependemos en mayor medida que otras especies de moldes cognitivos previamente adquiridos, por lo que un cerebro humano al envejecer puede beneficiarse de una cierta moderación en la acumulación de nueva información que compita con los moldes existentes.

Se puede afirmar que, por regla general, tener más recuerdos no siempre es mejor. Desde el neuropsicólogo soviético Alexander Luria hasta su discípulo Goldberg, diversos investigadores en el campo del cerebro han apoyado la idea de que los errores de ésta son consecuencia de un sistema adaptado a las exigencias del entorno. Así, olvidar sería necesario para evitar que los numerosos detalles cotidianos dificulten la recuperación de experiencias importantes y debiliten la capacidad de la mente para hacer abstracciones. Pensar es olvidar lo concreto y sus diferencias, generalizar y abstraer. De hecho, no todos los recuerdos se ven afectados de la misma forma por el envejecimiento cognitivo, los recuerdos genéricos o abstractos resisten mucho mejor que los episódicos o concretos.

Luria estudió el caso de un periodista soviético, Shereshevsly, dotado de una memoria excepcional que le permitía recordar los detalles más insignificantes, tanto lo importante como lo vanal, aunque incapaz de olvidar. Con una memoria en la que todo eran detalles, era incapaz de pensar a un nivel abstracto, y se hallaba totalmente perdido cuando se trataba de comprender metáforas, sinónimos o poemas.

Jorge Luis Borges, en su cuento "Funes el memorioso", describió a Ireneo Funes, personaje de ficción también poseedor de una memoria tan prodigiosa que le impedía la más mínima generalización.


Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez.”

Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos."

Jorge Luis Borges (Funes el memorioso)

domingo, 23 de noviembre de 2008

Maltrato adolescente



Cuando pensamos en el maltrato a menores de edad, tendemos a considerar que son los niños más pequeños quienes están más expuestos a él. Incluso algunos estudios realizados en nuestro país encuentran una disminución de su incidencia a partir de la pubertad. Sin embargo, si echamos un vistazo a las cifras de países que, como EEUU, tienen una mayor tradición en la protección a la infancia, y que proporcionan cifras de incidencia más fiables, observamos que si en la infancia el número de niños maltratados se sitúa en el 1.9% en la adolescencia la incidencia es algo superior, un 2.5%.


Figura. Malos tratos detectados en infancia y adolescencia en EEUU


En realidad, si observamos el grafico superior, puede observarse que una parte importante de los casos de maltrato adolescente (61%) pasan desapercibidos y no son detectados por los servicios de protección. Las razones de las dificultades para detectar los casos de maltrato que se producen durante la adolescencia son diversas:

  • Los indicadores físicos son menos evidentes y los daños menos severos, ya que los tipos de malos tratos más frecuentes durante la adolescencia son el abuso sexual, el maltrato físico y el psicológico. En cambio, durante la infancia es la negligencia el tipo más usual, precisamente aquel de más fácil detección por sus evidentes indicadores.
  • La menor sensibilización de la población ante las necesidades de los adolescentes, que unida a la imagen negativa de la adolescencia hace que en cualquier situación conflictiva entre padres y adolescentes tendamos a atribuir la responsabilidad al joven. Sin embargo, algunos estudios han encontrado que muchos casos de agresión del adolescente a sus padres habían estado precedidos de episodios prolongados de abusos por parte de los padres.
  • El perfil menos desfavorecido de las familias en las que se produce el maltrato, pues se trata de familia con niveles económicos medios, lo que las sitúa fuera del campo de visión de los servicios sociales que suelen tener más contacto con la población con menos recursos.

Los tipos de malos tratos que se producen durante la adolescencia pueden ser de tres tipos:
1. Maltrato que comienza en la infancia y continúa en la adolescencia. Sin duda, se trata de los casos más severos, que, además, están indicando un evidente fracaso del sistema de protección al menor.
2. Maltrato que comienza en la adolescencia. Se trataría de familias que hasta este momento habían mantenido cierto equilibrio aunque los problemas ya estarían presentes, pero al llegar uno de los hijos a la adolescencia aumentan el estrés y la conflictividad familiar hasta alcanzar límites intolerables y surgir situaciones de maltrato.
3. Castigo corporal moderado o suave que llega a convertirse en maltrato. Se trataría de un tipo incluido en el patrón anterior, y suele ser más frecuente entre padres rígidos y autoritarios que se encuentran con que con la llegada de la adolescencia van perdiendo el control en la medida en que aumenta el tamaño y la fuerza de su hijo. Los padres piensan que es preciso emplear más fuerza para controlar y castigar, lo que sin duda genera reacciones hostiles y rebeldes en sus hijos, iniciándose un ciclo de violencia cada vez más severo.

Aunque podríamos pensar que las consecuencias del maltrato adolescente son menos serias que cuando tiene lugar sobre niños de menos edad, la realidad es que en ocasiones los daños pueden ser tan o incluso más severos. Así, se han encontrado entre sus consecuencias: autoestima muy deteriorada, síntomas depresivos y tentativas de suicidio, consumo abusivo de alcohol y otras drogas, problemas en las relaciones sociales, agresividad y conducta antisocial.

Por todo lo anterior, parece necesario prestar más atención a la detección e intervención sobre el maltrato que se perpetra sobre chicos y chicas adolescentes, sobre todo porque al darse en familias no muy desfavorecidas el pronóstico suele ser muy favorable para la intervención. Cuando se trata de niños más pequeños, a veces el entorno familiar es tan deficitario y es tan complicado modificar las condiciones familiares que con frecuencia hay que tomar medidas de protección que impliquen la retirada del menor. Sin embargo, en el caso de adolescentes la intervención puede ser más exitosa a la hora de modificar las condiciones familiares, y la retirada del menor sólo será necesaria en algunas ocasiones en que el adolescente esté en serio riesgo de sufrir daños importantes. El tratamiento suele requerir un compendio de terapias individuales, familiares y grupales, y la orientación a los padres resulta clave en este proceso, resultando necesario proporcionales información sobre las necesidades de los chicos y chicas en estas edades, dotarles de estrategias que les permitan adoptar un estilo disciplinario más adecuado cambiar las pautas de interacción en el seno de la familia, etc.
Oliva, A. (2002). Maltrato adolescente. Bienestar y Protección Infantil, 1, 71-90. (aquí)

jueves, 20 de noviembre de 2008

En contra del castigo físico y sus defensores: Tus manos son para proteger.


¡Manda güevos!, que todavía algunas personas defiendan el castigo físico. Pero así es, y no me estoy refiriendo a padres y madres con escasa educación, o a algunos personajes de la derecha prehistórica, como podría ser Blas Piñar. No, no son ellos, sino muchos adultos que, con la mejor intención del mundo, consideran que un cachete o un azote a tiempo son unos métodos adecuados para “educar” a los menores. Un claro ejemplo de estos defensores a ultranza de la vuelta al castigo físico es el mediático Emilio Calatayud, juez de menores de Granada conocido por sus peculiares sentencias a adolescentes que han cometido delitos: aprender a leer, reparar los desperfectos, pintar edificios, plantar árboles, etc. Fantástico, valoro muy positivamente esa utilización creativa y reeducativa de la Ley de Responsabilidad Penal del Menor, y considero su labor, ejemplar en muchos aspectos; sin embargo, no salgo de mi asombro cuando escucho la defensa pública que este juez realiza de la utilización del castigo físico en el entorno familiar. Es una pena que un personaje que tiene tanta presencia en los medios de comunicación, y que puede ejercer tanta influencia sobre padres y madres, haga tan fervorosa defensa de un método disciplinario trasnochado y cuyas consecuencias negativas para el ajuste emocional y comportamental están más que demostradas (ver aquí). Claro que eso, tal vez, no lo sepa el campechano juez, que más bien parece echar mano del sentido común y de su experiencia judicial con menores delincuentes. Sin embargo, qué pensaríamos de un médico que no estuviese al día de la evidencia empírica sobre la eficacia de los tratamientos que prescribe a sus pacientes, y siguiese recomendando sangrías para curar las infecciones o lobotomizaciones para los trastornos mentales.

Como indican los datos acumulados a lo largo de muchos años de estudios acerca de la influencia de los estilos parentales sobre el comportamiento de niños y adolescentes, es importante mantener control y disciplina en el entorno familiar, de lo contrario estaremos creando a un pequeño dictador mimado e inmaduro que no tardará en mostrar problemas de conducta, tanto dentro como fuera de casa. Tal vez, el juez Calatayud haya tenido contacto en su juzgado con muchos de estos menores conflictivos, y haya detectado en muchos de estos casos una clara falta de control y supervisión parental. Sin embargo, lo que parece desconocer es que la buena disciplina requiere de afecto y apoyo (casi siempre ausente en los menores antisociales), control, supervisión, establecimiento de límites, exigencia de responsabilidades, es decir una disciplina inductiva y razonada. Pero no precisa del uso del castigo físico, que como indica la evidencia empírica genera trastornos emocionales, ansiedad, baja autoestima y, lo que es peor, agresividad y conducta antisocial. Es decir, cuando la disciplina es severa el tiro suele salir por la culata, y termina echando leña al fuego y promoviendo aquello que ingenuamente pretendía evitar. Ya han quedado atrás aquellos tiempos en los que se consideraba que el uso de la disciplina severa era necesario para "meter en vereda" a niños y niñas, y una rápida mirada al refranero nos hace ver la importancia que tuvo el castigo físico: “La letra con sangre entra” “No hay cosa más sana que zurrar la badana, daña hoy y aprovecha mañana” “Con razón o sin ella, leña”.


Tampoco se trata de exagerar, criminalizando a los padres y madres que en alguna ocasión han propinado a sus vástagos algún que otro azote: no cabe esperar consecuencias negativas de esa esporádica salida de tono. Muchos de quienes ahora somos padres y madres recibimos en nuestra infancia más de un cachete, sin que por ello hayamos desarrollado personalidades depresivas o antisociales. Pero lo que sí podemos aventurar es que, en más de una ocasión, se rebasará la línea que separa el azote ocasional de la disciplina punitiva y nos encontraremos con situaciones de claro abuso o maltrato con consecuencias indeseables a medio y largo plazo.

Por más vueltas que le doy, no encuentro ninguna razón que justifique el uso de la violencia sobre los menores, ni tan siquiera el cachete en el trasero de ese niño de meses que aún no es capaz de entender el riesgo de meter los dedos en un enchufe. Los adiestradores de perros saben perfectamente que no es necesario pegarles, y que con una voz o grito pronunciado con autoridad se consigue el mismo efecto, por lo que desaprueban la utilización de la violencia con estos animales. Sin embargo, resulta paradójico que algo que está tan asumido en el adiestramiento de animales genere discusión cuando de trata de niños. A este paso, terminaremos justificando el castigo físico a personas con deficiencia mental.

Se preguntarán usted a qué viene esta entrada, pues a que, por fin, el Ministerio de Educación ha decidido llevar a cabo una campaña en contra del castigo físico, algo que no sería tan necesario si algunos personajes que contribuyen a generar opinión mostrasen más cautela en sus opiniones públicas. Como dice el refrán “Zapatero a tus zapatos”.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Luis García Montero, la libertad de cátedra y la libertad de expresión


Luis García Montero, poeta y profesor de la Universidad de Granada, ha anunciado su intención de renunciar a su cátedra en el departamento de Literatura Española de dicha universidad, a raíz de la sentencia que le condena a pagar una multa y una indemnización por injurias a su “compañero” de departamento Jose Antonio Fortes.

Este affaire ha puesto sobre el tapete el debate acerca de los límites que debe tener la libertad de cátedra. Este derecho se remonta al siglo XIX, cuando surgió como un intento de frenar el control que algunas instituciones, como la Iglesia o el Estado, ejercían sobre la Universidad y sobre la libre difusión de las ideas. Con el paso del tiempo este derecho se fue asentando, hasta llegar a reconocerse de forma explícita en el artículo 201 de la Constitución Española de 1978 o en el título VI, artículo 33, de la Ley Orgánica de Universidades. Esta libertad de cátedra hace referencia al derecho del profesorado a expresar libremente, en el ejercicio de su actividad docente, sus ideas y convicciones científicas, técnicas, culturales y artísticas.

Sin embargo, este derecho tiene unos límites más o menos claros impuestos por las necesidades organizativas de la Universidad. Así, resulta evidente que la libertad de cátedra no permite a un profesor decidir libremente sobre los contenidos y programas de la asignatura, por lo que en ocasiones pueden surgir conflictos sobre contenidos concretos o sobre enfoques adoptados por el profesor. Pensemos, por ejemplo, en un profesor que considera en sus clases que la homosexualidad es un enfermedad mental que debe ser tratada como tal; o en la polémica con respecto a la enseñanza del creacionismo o el diseño inteligente; o cuando el profesor Fortes, quien se define como marxista, calificó en sus clases a García Lorca y a Francisco Ayala como fascistas. Es evidente que es en este terreno ideológico donde los conflictos pueden resultar más frecuentes, algo que ocurre en materias con fuerte carga ideológica (valoración de sistemas económicos y políticos, o de sucesos históricos como la Guerra Civil). Pero también puede suceder que el profesor se refiera en sus clases a asuntos o cuestiones que no tienen relación con la materia que imparte. Y es aquí donde parece que el profesor Fortes ha rebasado ampliamente los límites de la libertad de cátedra, ya que, como declararon en el juicio sus alumnos, Fortes se ha referido con frecuencia de forma despectiva a García Montero, haciendo extensiva esas críticas a su esposa, la escritora Almudena Grandes. Resulta paradójico que se condene al poeta y catedrático por defenderse y expresar su opinión sobre dicho profesor en un artículo publicado en El País, después de haber estado soportando durante meses las descalificaciones de un compañero a quien define como “perturbado”.















En fin, aunque García Montero ha expresado su deseo de no recurrir la sentencia y abandonar su cátedra, somos muchos los que consideramos que debería reconsiderar su postura, y nos solidarizamos con él.


Está solo. Para seguir camino
se muestra despegado de las cosas.
No lleva provisiones.
Cuando pasan los días
y al final de la tarde piensa en lo sucedido,
tan sólo le conmueve
ese acierto imprevisto
del que pudo vivir la propia vida
en el seguro azar de su conciencia,
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.

Luis García Montero (Habitaciones separadas)

Si quieres expresar tu apoyo a Luis García Montero, puedes hacerlo aquí. Verás que no está solo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Conducta agresiva, empatía y cerebro


La relación entre la conducta agresiva y la falta de empatía es un asunto clásico en la psicología evolutiva. Si consideramos a la empatía como la capacidad para comprender y apreciar los estados emocionales y las necesidades de los demás, tenemos razones sobradas para pensar que la empatía y la preocupación por los otros es un factor que puede contribuir decisivamente a inhibir la agresión y a favorecer la conducta prosocial. En esta época de búsqueda de las bases cerebrales de todo comportamiento, se ha sugerido que la falta de la capacidad empática en algunas personas podría ser debida a un fallo en los mecanismos neurológicos que hacen que el sufrimiento de los demás cree una sensación de malestar psicológico, de manera que los sujetos violentos se mostrarían fríos e insensibles ante ese dolor ajeno. Incluso algún estudio reciente había encontrado, en sujetos con trastornos de conducta, una menor activación en la amígdala izquierda ante la observación de imágenes con fuertes connotaciones emocionales negativas, lo que parecía indicar que estos sujetos mostraban una menor reactividad emocional.

Sin embargo, un artículo que acaba de publicar Biological Psychology, y que ha analizado mediante técnicas de resonancia magnética funcional la respuesta cerebral de una muestra de adolescentes con trastornos de conducta agresiva, arroja algunas dudas sobre esa intuitiva hipótesis. En este estudio, 8 adolescentes con trastorno de conducta y otros 8 adolescentes que formaron el grupo control fueron expuestos a una serie de imágenes en las que algunas personas experimentaban dolor, tanto accidental como causado intencionalmente. Los resultados indicaron una mayor activación neuronal en los sujetos agresivos de algunas áreas cerebrales relacionadas con el circuito del dolor, aunque también con el de recompensa, (amígdala, ventral estriado, polo temporal) ante la contemplación de las imágenes, lo que de alguna manera contradice la hipótesis referida a la falta de respuesta empática ante el sufrimiento ajeno, es decir, nada de frialdad e insensibilidad. No obstante, la activación en otras zonas (corteza medial prefrontal y órbitofrontal) fue menor en estos sujetos, especialmente cuando contemplaron imágenes de dolor causado intencionalmente. Los autores destacan en el artículo la mayor respuesta neuronal de los sujetos agresivos, que puede interpretarse de dos maneras distintas, habida cuenta de la relación que las zonas que se activaban en la situación experimental guardan tanto con el placer con el dolor.

Una posibilidad es que los sujetos agresivos experimentan una sensación placentera ante la contemplación del dolor, lo que les llevaría a causarlo mediante su comportamiento violento, es decir, sería el mecanismo clásico por el que se repetirían las acciones generadoras de placer. Pero los autores apuntan una hipótesis alternativa, que a primera vista resulta algo contraintuitiva, la de que los adolescentes agresivos experimentan una sensación de mayor malestar ante la visión del sufrimiento. Este afecto negativo, unido a la dificultad para regular corticalmente las emociones negativas y para controlar los impulsos (estos sujetos muestran una peor conectividad funcional entre la amígdala y la corteza prefrontal y una menor activación en esta última) generaría una respuesta agresiva en los adolescentes diagnosticados con trastorno de conducta. Por ejemplo, estos sujetos podrían reaccionar de forma muy agresiva ante la visión de un amigo golpeado o herido por otros.

Esta segunda hipótesis echa por tierra la hipótesis referida a la menor sensibilidad empática en los sujetos agresivos; muy al contrario, estas personas experimentarían tanto malestar a la vista del dolor que, paradójicamente, reaccionarían de forma violenta, aunque no hay ignorar la posibilidad de una activación placentera. A primera vista puede resultar contraintuitiva la relación entre malestar y agresión, sin mebargo, recordemos las reacciones agresivas propiciadas por el dolor y la frustración.

Lo que no parece aclarar el estudio es la causa de las diferencias en la activación cerebral entre el grupo control y el experimental, y aunque podría atribuirse la responsabilidad a factores genéticos, nada excluye la posibilidad de que algunas experiencias estén detrás de las diferencias en los patrones de reactividad neuronal ante la contemplación de dolor, algo que parece bastante probable si tenemos en cuenta la abundante evidencia empírica que vincula la conducta agresiva con ciertas experiencias negativas en el entorno familiar y social.

Decety, J., Michalska, K. J., Akitsuki, Y. & Lahey, B. B. (2008). Atypical empathic responses in adolescents with aggressive conduct disorder: A functional MRI investigation. Biological Psychology, preview.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Hannah Jones y el consentimiento médico informado en adolescentes


Hannah Jones es una niña inglesa de 13 años que, con el apoyo de sus padres, ha decidido renunciar a un transplante de corazón, que le permitiría tener alguna posibilidad de evitar morir en al plazo de unos meses. Este caso ha puesto sobre el tapete un asunto poco conocido por la opinión pública “el consentimiento médico informado y la capacidad de decidir del adolescente”. En nuestro país, la ley 41/2002 que regula la autonomía del paciente establece que cualquier actuación en el ámbito sanitario debe contar con el consentimiento libre e informado del paciente, aunque pone algunas excepciones como la urgencia vital a la hora de tomar una decisión, en la que cualquier demora pudiera ser fatal. En el caso de Hannah, no se da esta urgencia y, además, existe un acuerdo entre padres y adolescente con respecto a la decisión tomada, por lo que las dudas que pueden surgir con respecto a la decisión no deben ser distintas a si la decisión de rechazar el tratamiento hubiese sido tomada por una persona adulta no incapacitada.

El artículo 9 de esta ley hace referencia explícita al caso de los menores de edad, y establece que por encima de los 16 años, el menor puede tomar libremente una decisión sin que se requiera el consentimiento de sus padres o tutores. Por debajo de los 12 años será necesario ese consentimiento, mientras que aquellos adolescentes que tienen 12, 13, 14 ó 15 años podrán dar su consentimiento sin la intervención de sus padres siempre que muestren una madurez o capacidad suficiente para entender los riesgos y beneficios del tratamiento médico propuesto. Esta normativa se enmarca en un ordenamiento jurídico que reconoce la plena titularidad de los derechos de los menores y su capacidad para ejercerlos según su grado de madurez, sin tener que esperar a la mayoría de edad. Este ordenamiento jurídico no es exclusivo de nuestro país y, en líneas generales, coincide con el de los países del mundo occidental. Por ejemplo, la American Medical Association (AMA, 2003) sugiere que los sanitarios tienen la obligación ética de animar la autonomía de los adolescentes implicándoles en el proceso de toma de decisión con respecto al tratamiento propuesto así establece que “En la medida en que los niños crecen deben llegar a ser gradualmente los principales guardianes de su salud y los primeros responsables en la toma de decisiones con autonomía de sus padres”. Evidentemente, cuando la decisión del adolescente de renunciar a un tratamiento puede conllevar un riesgo grave existe la obligación ética de informar a los padres. Pero hay muchas situaciones en las que recabar la opinión de los padres no parece recomendable. Por ejemplo, el caso de una chica de 13 ó 14 años que solicita la píldora postcoital o un análisis para determinar la existencia de una ETS. Es evidente que en ambos casos la solicitud del consentimiento parental por parte del personal sanitario podría suponer un retraso en la aplicación del tratamiento (es probable que la chica se mostrase reacia a comunicar a sus padres que ha mantenido relaciones sexuales), que podría tener consecuencias muy graves para su salud, como sería un embarazo a una edad de alto riesgo.

Los estudios en el campo de la psicología del desarrollo indican que a partir de los 12 años empiezan a surgir nuevas capacidades cognitivas que van a capacitar a chicos a chicas para comprender las consecuencias derivadas de una determinada decisión en el ámbito de la salud. Así, algunos estudios que enfrentan a adolescentes a situaciones experimentales de toma de decisiones, semejantes a las que pueden tener lugar en el ámbito sanitario, encuentran que a partir de los 14 años no hay diferencias entre adolescentes y adultos en cuanto a la racionalidad de las decisiones tomadas. Por debajo, de los 14 años hay diferencias individuales y parece necesaria la evaluación de la competencia o capacidad para entender la información proporcionada por el personal sanitario acerca del tratamiento, y de los riesgos o beneficios que pueden derivarse tanto de su aplicación como del rechazo al mismo. Pero ese es un asunto que analizaremos en otra entrada.
En Sapere Audere también se ha tocado este tema.

martes, 11 de noviembre de 2008

Los genes influyen sobre la conducta, pero el ambiente también.


No hay que darle más vueltas al asunto: hay evidencia de influencias genéticas sobre la mayoría de comportamientos y rasgos de personalidad humanos. Si los estudios en el campo de la genética de la conducta ya habían aportado muchos resultados en ese sentido, los avances más recientes en el campo de la genética molecular son aún contundentes, e indican claramente que determinadas versiones de algunos genes se asocian con algunos rasgos psicológicos. Sin embargo, eso no supone que tengamos que rebajar ni un ápice la posibilidad de influencia ambiental. A pesar de ello, aún seguimos observando algunas interpretaciones sesgadas y tendenciosas del concepto de heredabilidad.

Como muchos de vosotros sabréis, los estudios de gemelos y adopción que la genética de la conducta lleva a cabo suelen indicar un porcentaje de influencia genética, que puede ir desde un 20% a un 80% según los rasgos estudiados. De ahí podría deducirse que si, por ejemplo, la heredabilidad de la inteligencia fuese el 80%, la capacidad cognitiva de un sujeto estaría determinada en un 80% por sus genes, y el 20% por el ambiente y el azar. No obstante, hay que volver a decir que la heredabilidad es un concepto que hace referencia a la proporción de la varianza poblacional del rasgo en cuestión que es explicada por factores genéticos, es decir, hasta que punto las diferencias genéticas entre sujetos son responsables de las diferencias que presentan en un rasgo comportamental; se calcula dividiendo la varianza fenotípica entre la varianza genotípica:
h2 = Vgen / Vfen

Vgen y Vfen son varianzas, es decir, se trata de parámetros estadísticos que dependen de la existencia de diferencias en el rasgo en cuestión dentro de la población estudiada. Si no hay diferencias la varianza es cero. La varianza fenotípica se estima directamente a partir de las diferencias que los sujetos de la muestra presentan en el rasgo (inteligencia, personalidad, etc.). En cambio, la varianza genotípica ha de estimarse mediante la comparación de sujetos con distintos grados de similitud genética (hermanos, gemelos, adoptados).



(Pablo, me he permitido tomar el chiste de tu blog)

Por lo tanto, la heredabilidad es un parámetro poblacional que no nos dice nada de los determinantes de las características conductuales de un sujeto concreto. Tampoco nos da información acerca de las diferencias entre grupos: blancos y negros, hombres y mujeres, etc. Por ejemplo, si la heredabilidad del CI es de 0,6, ello significa que el 60% de las variaciones en CI de una determinada población, en un momento histórico determinado, se debe a diferencias genéticas. Lo que no quiere decir que en un sujeto concreto que presente un CI de 110, el 60% de su inteligencia esté determinada genéticamente, sino que si la media poblacional es de 100, seis de los diez puntos que separan a ese individuo de la media se deberían a influencias genéticas. De los 100 puntos restantes no podemos decir nada.

El índice de heredabilidad no niega la posibilidad de influencia ambiental sobre un rasgo, ni tan siquiera en el improbable caso de encontrarnos con una heredabilidad cercana a 1. Por ejemplo, si desde el mismo momento del nacimiento–no podemos controlar por completo las influencias prenatales- introducimos a un grupo de niños en una situación experimental de laboratorio exactamente igual para todos, con los mismos estímulos, la misma temperatura, la misma alimentación, etc., pero que conllevara cierta deprivación o carencia, lo más probable es que la heredabilidad de su inteligencia se acercase bastante a 1. La razón es que las experiencias ambientales habrían sido iguales para todos por lo que sólo cabría atribuir a la herencia las diferencias individuales. Sin embargo, ello no significaría que el ambiente no haya influido ya que con toda probabilidad sus CI estarían por debajo de 100 como consecuencia de la escasa estimulación recibida. Ello sugiere que si la heredabilidad de un rasgo fuese alta no podríamos deducir que ese rasgo no pueda ser modificado por la experiencia. Sólo nos indica que las influencias ambientales actuales no parecen afectar mucho a dichas características, aunque otras experiencias sí podrían hacerlo.

La genética de la conducta hizo aportaciones interesantes al estudio de la conducta, que a mediados de los 90 quedaron bien definidas. Por ejemplo, la evidencia de influencias genéticas sobre características psicológicas que tradicionalmente habían sido consideradas totalmente determinadas por el ambiente. O los conceptos de interacción o de correlación entre genotipo y ambiente, o la diferencia entre medio compartido y medio no compartido (ver aquí). Sin embargo, la situación parece haberse estancado, ya que en los últimos años no puede decirse que esta disciplina haya realizado ninguna aportación significativa al estudio del desarrollo o la conducta humana. Más que conocer el porcentaje exacto de heredabilidad de ciertas conductas, urge analizar los procesos mediante los cuales algunos genes ejercen su influencia sobre el comportamiento humano. Ahí queda tarea para las próximas décadas, pero ya hay datos interesantes. Por ejemplo, aunque nos mostrábamos muy escépticos al respecto, sabíamos desde hace algún tiempo de la heredabilidad de las actitudes políticas (ver aquí), pero no de los procesos que median esa relación. Pues bien, en una entrada anterior (ver aquí) me he referido a cómo las personas de derechas muestran reacciones más intensas de ansiedad y miedo ante estímulos amenazantes que quienes se declaran de izquierdas, presumiblemente por una mayor sensibilización de la amígdala. Esa ansiedad ante situaciones nuevas de riesgo potencial les llevaría a mostrar actitudes políticas conservadoras. Así, se puede hipotetizar que los genes influyen sobre la reactividad de la amígdala, y que esta, a su vez, lleva a determinadas preferencias políticas.