miércoles, 26 de noviembre de 2014

Parentalidad positiva en la adolescencia


Ser padre o madre de un chico o una chica adolescente puede ser una de las vivencias más gratificantes que se pueden tener en el ejercicio de la parentalidad. Asistir al surgimiento de nuevas formas de pensar, ver cómo desarrolla nuevas competencias sociales y nuevos intereses o charlar sobre asuntos estimulantes, son algunas de las experiencias más satisfactorias que puede disfrutar una madre o un padre con la llegada de la adolescencia. Sin embargo, las dudas, la incertidumbre, la desorientación y la impotencia suelen ser sentimientos frecuentes entre progenitores de adolescentes. Después de una etapa relativamente satisfactoria, en la que el ejercicio de la parentalidad les llevó a sentirse competentes en su papel, con la llegada de la pubertad muchos padres y madres tienen la sensación de que su mundo familiar se resquebraja bajo sus pies y que las relaciones cálidas y afectuosas que hasta ahora habían sostenido con sus hijos dan paso a discusiones y conflictos cotidianos que amenazan con socavar tanto la convivencia en el hogar como su propio equilibrio mental.  Son muchas las causas que justifican que en la mayoría de ocasiones ser madre o padre de un adolescente sea más complicado que serlo de un niño más pequeño. Y es que a los cambios que tanto hijos como padres suelen experimentar durante esta transición evolutiva habría que añadir algunas de las circunstancias socio-culturales del mundo actual, que pueden complicar aún más la vivencia de esta etapa. Algunos ejemplos de estas circunstancias son la enorme presencia de los medios de comunicación en nuestras vidas, que contribuyen a difundir una imagen muy sensacionalista y negativa de la adolescencia y que va a generar un intenso prejuicio entre las personas adultas. O el adelanto de la pubertad que ha acontecido durante las últimas décadas, que ha tenido la consecuencia de que muchos de los comportamientos adolescentes que más preocupación generan entre los padres sean más precoces. Y también la rapidez con la que se producen los cambios sociales que han contribuido a aumentar la brecha generacional.

A pesar de esas dificultades y de la importancia que la familia continúa teniendo como contexto de socialización durante la adolescencia, las actividades y los programas llevados a cabo para apoyar a madres y padres en su tarea parental no suelen ser tan frecuentes como lo eran en la infancia. El resultado es ese cierto desamparo que muchos progenitores reconocen experimentar ante una tarea que se les antoja demasiado complicada, y que va a requerir que el apoyo a madres y padres de adolescentes sea una necesidad prioritaria de cara a favorecer la convivencia familiar y el desarrollo y ajuste adolescente.

Sin embargo, sin negar  las dificultades iniciales, muchos padres y madres disfrutan bastante en esta etapa del ejercicio de su rol parental. Cuando disponen de las estrategias y el apoyo adecuado, ser padre o madre de un adolescente puede convertirse en una experiencia tremendamente gratificante.

Durante los últimos años ha tenido lugar un importante cambio en la forma de entender el apoyo que se presta a madres y padres de adolescentes para que puedan ejercer su rol de forma más favorable. Los primeros programas de intervención estuvieron claramente inspirados en la teoría del déficit y de la educación compensatoria, ya que se concebían como una vía para compensar las carencias de algunos entornos familiares; es decir, se consideraba la intervención sobre padres y madres como la actuación más indicada para modificar las pautas de comportamiento inapropiadas de unos progenitores considerados poco competentes, con la esperanza de que así aportarán a los niños y las niñas un entorno de desarrollo menos deficitario.

Frente a esta visión más tradicional en la educación de padres y madres, surge el enfoque de la parentalidad  positiva, basado en la optimización de competencias, más que en la compensación de deficiencias. Un enfoque que parte del convencimiento de que la actuación de padres y madres en la crianza y educación de los hijos es una tarea para la que no se recibe una formación adecuada y para la que, en mayor o menor medida, todas las familias experimentan ciertas necesidades de apoyo. Se trata, por tanto, de una intervención de carácter eminentemente preventivo, que busca la promoción del desarrollo de toda la familia y que se aleja de los modelos que consideran a las familias más vulnerables como las únicas necesitadas de apoyo cuando no funcionan de forma adecuada.

Oliva, A., Parra, A y Reina, M. C. (en prensa). Parentalidad Positiva durante la Adolescencia: Promoviendo los activos familiares. En A. Oliva (Ed.). Desarrollo Positivo Adolescente. Madrid: Síntesis.


viernes, 7 de noviembre de 2014

La autoestima a lo largo de la vida



Llamamos autoestima a la valoración subjetiva que hacemos de nosotros mismos como personas, lo que implica un sentimiento de auto-aceptación y auto-respeto. Una buena autoestima no conlleva la consideración de que somos mucho mejores que los demás, algo que suele ser frecuente en las personalidades megalómanas y narcisistas, y que puede estar escondiendo una personalidad frágil e insegura. Sencillamente se trata de querernos y valorarnos tal como somos.

La autoestima se forja en las primeras etapas de la infancia a partir de nuestras experiencias en la escuela y, sobre todo, en la familia: cuando nos sentimos queridos y aceptados nuestra autoestima crece con nosotros. Pero ¿cómo evoluciona a lo largo de la vida? ¿Se trata de un rasgo estable y poco sujeto al cambio o va a sufrir vaivenes como consecuencia de nuestras vivencias y experiencias? Ulrich Orth y Richard Robins,  profesores de las universidades de Berna y California,  han publicado recientemente una revisión, a partir de los estudios longitudinales realizados hasta la fecha, que responde cumplidamente a ambas preguntas.

En cuanto a su evolución a lo largo del ciclo vital los datos son bien claros: la autoestima aumenta a lo largo de la adolescencia y la adultez temprana y media hasta alcanzar su nivel más alto en la década de los 50. A partir de ese momento sufre un descenso continuo hasta el final de la vida. No obstante, este descenso va a ser más o menos acusado en función de algunas variables tales como el estado de salud o de la cuenta bancaria, de manera que las enfermedades y la falta de recursos económicos acelerarán esta pérdida de autoestima.

Esta trayectoria en forma de "U" invertida suele ser similar en ambos sexos, aunque a partir de la adolescencia los varones muestran una autoestima ligeramente superior a las mujeres, algo que no debe sorprendernos si tenemos en cuenta las mayores facilidades y oportunidades que ellos van a encontrar, sobre todo en el mundo laboral.

Si bien el sexo no establece diferencias en la trayectoria de la autoestima sí lo hacen otras variables personales, así las personas extrovertidas, concienzudas y estables emocionalmente muestran un desarrollo más positivo a lo largo de las etapas de la vida.

Con respecto a la mayor o menor estabilidad de la autoestima durante nuestras vidas, los datos también parecen ser muy claros, ya que apuntan en el sentido de considerarla un rasgo de la personalidad bastante estable y relativamente independiente de las contingencias ambientales. Es decir, a pesar del incremento que se observa en la mayoría de sujetos entre la adolescencia y la adultez media, quienes  muestran puntuaciones en autoestima por debajo o por encima de la media al comienzo de ese periodo tienden a situarse en posiciones parecidas del ranking años después. Esto quiere decir que se puede predecir la autoestima que tendrá un sujeto con varias décadas de antelación, y que este rasgo no suele fluctuar demasiado como respuesta a los éxitos y fracasos, más bien se muestra bastante resistente a estas circunstancias vitales.

Finalmente, hay que señalar que los estudios longitudinales más recientes encuentran que la autoestima es un potente predictor del bienestar y el éxito de una persona en distintas esferas de la vida (satisfacción marital, relaciones con los demás, salud, estatus profesional, satisfacción laboral). Es decir, se puede afirmar que una buena autoestima no es la consecuencia lógica de nuestros logros, sino más bien la causa de ellos o, al menos, un factor que nos ayuda a conseguirlos.


Orth, U & Robins, R. W. (2014). The development of self-esteem. Current Directions in Psychological Science, 23 (5), 381-387.