sábado, 23 de mayo de 2020

CONFINAMIENTO, NUEVAS TECNOLOGÍAS Y EDUCACIÓN ONLINE, UNA RELACIÓN PELIGROSA



Estos meses de confinamiento están cambiando nuestra forma de relacionarnos con la realidad ya que del contacto cercano y directo estamos pasando a uno distante y virtual. Las nuevas tecnologías de la información y comunicación se han convertido en una especie de prótesis que actúa como mediadora en las relaciones interpersonales. Tanto el mundo del trabajo como el de la educación han cambiado a una nueva fase virtual que probablemente nunca abandonaremos por completo.

Estos cambios van a requerir de las personas adultas que tiremos de todas nuestras competencias y recursos para adaptarnos a ellos. Más complicada puede ser la situación para los menores de edad, especialmente para los más pequeños que pueden ver como el contexto educativo tradicional pasa a ser sustituido por uno semivirtual. Una nueva situación que privará a niños y niñas de algunas experiencias de aprendizaje que son fundamentales para su desarrollo cognitivo y socio-emocional. Un desarrollo saludable requiere de relaciones interpersonales directas tanto con los iguales como con los educadores, algo que ya señaló en el año 2011 la Academía Americana de Pediatría: los años aprenden principalmente de la realidad no de las pantallas. La empatía, el control de las emociones y de las conductas inapropiadas, el desarrollo moral, la tolerancia a la frustración o el dominio psicomotor, son competencias que pueden verse mermadas con una reducción acusada de presencialidad en las aulas y en los espacios de ocio.

Sin duda, está aumentando de forma importante el tiempo que los menores pasan en contacto con pantallas. Ya disponíamos de suficiente evidencia que indica que el consumo excesivo de video y televisión durante la primera infancia tiene efectos negativos en el desarrollo del lenguaje y la inteligencia, pero sobre todo, en el de la atención. En todos los casos se observa un peor desarrollo en los niños y niñas que pasan más tiempo frente a la pantalla. No es extraño que esto ocurra, si tenemos en cuenta que durante la primera infancia tiene lugar un importante desarrollo del cerebro que necesita nutrirse de la estimulación ambiental. Y los niños no aprenden de la misma manera de la realidad que de lo que ven en la televisión. La realidad permite a los pequeños interactuar, manipular, apilar, empujar, oler, tocar, mientras que frente al televisor su actitud es mucho más pasiva. Los efectos negativos pueden deberse a las mismas características del medio, que emplea bruscos sonidos, rápidos cambios de plano y luces llamativas, en un intento eficaz de atraer la atención aún frágil de los pequeños. Algo que representa un exceso de estimulación para su cerebro inmaduro. Y la sobreestimulación puede ser tan poco recomendable como la falta de estimulación.

Hay que reconocer que no faltan quienes argumentan que la introducción de nuevas tecnologías desde temprana edad puede promover la competencia digital de los menores. Sin embargo, esta idea se basa más en creencias poco fundamentadas que en evidencias empíricas. Catherine L’Ecuyer expuso en “Educar en la realidad” algunas de estas creencias, que ella denomina neuromitos. Uno de ellos es la idea de que para educar en el uso responsable de las tecnologías es preciso introducirlas en la primera infancia, que es cuando el cerebro tiene mayor plasticidad. No hay datos que avalen esa afirmación, y resulta muy significativo que aquellos popes de Silicon Valley que más han contribuido al desarrollo de estas nuevas tecnologías retrasen en sus hijos su uso hasta la adolescencia. Y es que tiene poco sentido introducir esta tecnología en la vida de un niño que aún no tiene consolidadas sus funciones ejecutivas. Es precisamente esa plasticidad la que aconseja controlar el tipo de estimulación que reciben los menores.
Otro de los neuromitos es la falsa idea de que el niño tiene una inteligencia ilimitada, o que solo usa el 10 % de su cerebro. Y que para incrementar ese uso no hay nada mejor que la estimulación que proporcionan las nuevas tecnologías. Una creencia con nula base científica que se ha difundido entre profesorado y progenitores, y que ha sido usado por empresas de software y hardware “educativo” para vender sus productos. Métodos de estimulación que en algunos casos han sido considerados pseudocientíficos o fraudulentos por instituciones académicas.

Por ahora parece que la prudencia nos obliga a aceptar estas nuevas tecnologías como una herramienta necesaria para suplir online las carencias de la vida real, pero creo que es conveniente mantener una actitud crítica y cautelosa ante el posible mantenimiento de por vida de estas medidas. Nos estamos enganchando a ellas y cada vez será más difícil desengancharnos.

miércoles, 13 de mayo de 2020

¿FUE EL CONFINAMIENTO LA PEOR DECISIÓN POSIBLE? UNA APROXIMACIÓN DESDE LA PSICOLOGÍA DE LA TOMA DE DECISIONES.



La toma de decisiones es un asunto importante. Basta con echar la vista hacia atrás para que nos demos cuenta de cómo algunas de las decisiones que tomamos en su momento han marcado decisivamente nuestras vidas. Pero si son importantes cuando se trata de decisiones tomadas en el ámbito privado, su relevancia aumenta exponencialmente cuando son decisiones políticas que afectan a la vida de millones de personas. Tal vez por ello sea una de las temáticas a las que la psicología ha prestado una mayor atención.

Son muchas situaciones experimentales utilizadas en su estudio, algunas de ellas entran de lleno en el ámbito de la moral y no son ajenas a las motivaciones que nos llevan a tomar la decisión o al contexto que la condiciona. Uno de los dilemas más conocidos es el del tren, que se presenta con dos variantes:

a) Imagina que estás en un tren que avanza por una vía en la que hay cinco personas. Sabes que no hay manera de detenerlo y que va a atropellar y matar a esas cinco personas. La única alternativa que tienes es tomar el control del tren para desviar su trayectoria hay otra vía en la que solo hay una persona que sin duda morirá.
b) Estás en un puente desde donde ves es
e tren avanzando sin freno hacia las cinco personas que están en la vía y que serán atropelladas. Sin embargo, tienes la opción de empujar hacia la vía a una persona que se encuentra sentada en la baranda del puente. Si lo haces el tren matará a esa persona pero frenará y evitarás la muerte de cinco seres humanos.
¿Qué harías en ambas situaciones?

Pues bien, la mayoría de estudios llevados a cabo en diferentes países indican que en la situación primera casi todas las personas optan por desviar el tren, aun a costa de que una persona muera. Sin embargo, en la situación b casi todo el mundo opta por no empujar, aunque esa falta de acción implique la muerte de cinco personas. Y esto ocurre incluso cuando la decisión sea tomada en el más completo anonimato, sin que nadie nos observe ni conozca nuestra acción.

Es curioso porque si miramos las dos situaciones desde un punto de vista utilitario y atendiendo a las consecuencias las dos acciones tienen la misma intencionalidad y la misma consecuencia, la de salvar a cinco vidas humanas, aun condenando a una. Sin embargo, en el segundo caso actúa una consideración de carácter moral o deontológico que nos impide realizar la acción y que supone la decisión emocional de no empujar a una persona: hay ciertas cosas que no se hacen. Es decir, en la segunda situación estamos ante dos decisiones posibles, una emocional y basada en la empatía que supondría la muerte de cinco personas. Y otra racional o utilitarista que conllevaría salvar la vida de cuatro.

Situándonos en el ámbito político, cabe pensar que deberíamos exigir a nuestros gobernantes que tomasen sus decisiones en base a maximizar el bien común y el bienestar colectivo, dejando de lado ciertas consideraciones emocionales y empáticas. Como hizo Churchill cuando decidió no impedir el bombardeo de Londres, que conllevó miles de muertes, para no revelar a los nazis que había descubierto el código secreto que utilizaban en sus comunicaciones. Lo que a la larga contribuyó de forma decisiva al triunfo aliado y a salvar muchas vidas. Sin embargo, decisiones de ese tipo suelen generar un gran rechazo social por parte de una población guiada por consideraciones emocionales e inmediatas más que por decisiones racionales.

Si tratamos de sacar alguna enseñanza a partir de estos estudios para entender mejor las decisiones políticas que se tomaron al inicio de la pandemia, podemos empezar a sospechar que probablemente las decisiones no fueron muy acertadas ya que no se tomaron con una motivación utilitarista sino emocional. Recordaremos que en esos primeros momentos hubo dos tipos de posicionamientos por parte de los expertos, quienes apoyaron el confinamiento total de la población frente a los que consideraron que lo más sensato era no tomar medidas tan drásticas, sino optar por medidas menos severas que permitieran retrasar los contagios pero sin hundir la economía y alcanzar pronto la inmunidad de rebaño. Países con una amplia experiencia investigadora y con sistemas de salud muy sólidos como Reino Unido apostaron en un primer momento por la inmunidad de rebaño. Sin embargo, en la medida en que los hospitales se fueron llenando, las muertes fueron aumentando, y con los medios de comunicación contribuyendo de forma decisiva a magnificar el fenómeno, pocos gobernantes fueron capaces de resistir la presión de la opinión pública, más partidaria de medidas emocionales que utilitarias, y terminaron confinando a sus poblaciones. Sin dada estos políticos no tomaron decisiones ignorando la influencia que estas podrían tener a nivel electoral.

Como si hubiese algún factor más decisivo e influyente sobre la salud que la economía, se creó un falso dilema entre salud y economía, y aquellos expertos que se atrevieron a opinar en contra del confinamiento fueron tachados de insensibles e inhumanos. Ello supuso que esas opiniones, que en muchos casos siguieron manteniéndose en privado, desapareciesen por completo de los medios de comunicación.

Ahora estamos empezando a ver las consecuencias de esas decisiones políticas. A pesar de que como estamos viendo la letalidad del virus es muy baja y, salvo excepciones, suele afectar solo a personas ancianas o con patologías, es muy probable que la decisión de no confinar hubiese conllevado un elevado número de muertes a corto plazo, sobre todo en las semanas en las que algunos hospitales estuvieron saturados. Pero si tuviésemos que poner sobre la balanza las consecuencias para la salud y el bienestar común de la decisión emocional-empática que se tomó frente a la racional-utilitarista, me temo que a medio y largo plazo vamos a empezar a preguntarnos si el confinamiento fue la mejor decisión posible. Me temo que fue la peor.


jueves, 7 de mayo de 2020

ADOLESCENTES, RIESGO E IRRESPONSABILIDAD TRAS EL CONFINAMIENTO.



Se aligeró el confinamiento y quedó claro que teníamos unas ansias tremendas por pasear y respirar aire puro. Las tardes se han convertido en unas romerías multicolor que nos transmiten optimismo y ganas de vivir, pero que también nos muestran cierta irresponsabilidad en los comportamientos ciudadanos. Especialmente en nuestros chicos y chicas adolescentes que pasean en grupos, sin mascarillas, hablando a voces y con una cercanía preocupante.
Ante la tentación de la estigmatización, tal vez convenga tratar de entender las razones de esas conductas que tanto riesgo acarrean, y que hacen que este grupo de edad sea más vulnerable y más tendente a asumir esos riesgos.

Podríamos pensar que esa irresponsabilidad obedece fundamentalmente a que saben que por su juventud se ven escasamente afectados por el coronavirus. Sin embargo, si atendemos a otros indicadores se salud veremos que los adolescentes suelen implicarse en mayor medida que los adultos en casi todos los comportamientos de riesgo. Y eso a unas edades en las que los años que arriesgan en ese juego de la ruleta rusa que es la vida son muchos más que los que apostamos quienes tenemos ya cierta edad, y menos años que perder.

Las causas de esa aparente paradoja tenemos que buscarlas en las características del desarrollo neuropsicológico durante la adolescencia. Por una parte, sabemos que en esos años la corteza prefrontal, que desempeña un papel fundamental en la evaluación de los riesgos y el control de impulsos, se encuentra aún inmadura y en proceso de desarrollo. A ello se une la hiperexcitación del sistema cerebral mesolímbico de recompensa debido a los cambios hormonales puberales y la mayor sensibilidad cerebral a la dopamina, un neurotransmisor responsable de las sensaciones placenteras. Es decir, esos jóvenes son como vehículos con un motor poderoso y excitado y un sistema de frenado que aún se encuentra inmaduro e incapaz de controlar y dirigir la potencia de ese motor. Ello hace que las recompensas tengan un enorme poder de atracción para chicos y chicas. Y pocas cosas tienen más atractivo para esos jóvenes que las relaciones sociales con sus iguales, sobre todo después de unas semanas de reclusión obligada con sus progenitores. 

Además, resulta que el cerebro adolescente también muestra una gran sensibilidad ante la oxitocina, otra hormona y neurotransmisor que es responsable de la formación de vínculos y que hace que las relaciones sociales sean más gratificantes. Es bien conocida la preferencia que los adolescentes tienen por mantener relaciones con sus coetáneos, lo que resulta más novedoso es el papel que la sensibilidad a la oxitocina desempeña en esta atracción. Chicos y chicas disfrutan a lo grande cuando están con sus amigos y amigas, y prefieren estas relaciones a otras con sujetos de más edad. De alguna manera, está pasión por los iguales es la expresión en el ámbito social de la atracción que los jóvenes sienten por la novedad, puesto que sus coetáneos les resultan más novedosos que el conocido ambiente familiar.

Durante estos años se vivirán con gran dolor las situaciones de aislamiento del grupo. De hecho, algunos estudios con resonancias magnéticas han revelado que la respuesta del cerebro ante la exclusión del grupo de iguales es similar a la que se observa en situaciones de amenaza o de falta de alimento. Ello explica el tremendo sufrimiento que experimenta un chico que ha sido traicionado por sus amigos o que no ha sido invitado a una fiesta. En un estudio que llevamos a cabo en nuestro grupo de investigación hemos encontrado que la baja vinculación con el grupo de iguales es uno de los predictores más potentes de los trastornos emocionales en chicos y chicas adolescentes.
Finalmente, hay que resaltar un último detalle que no está exento de importancia: se trata de las estrechas relaciones existentes entre el sistema cerebral de placer-recompensa y el socio-emocional. Ello justifica que se produzca una sinergia entre ambos sistemas, sobrexcitables e hipersensibilizados durante la adolescencia, y que chicos y chicas muestren un comportamiento especialmente arriesgado cuando están con el grupo. Resulta evidente que hacen muchas más tonterías y arriesgan bastante más si están con sus amigos que si están solos. 

En resumen, creo que el conocimiento de las causas de un comportamiento influye claramente en nuestras actitudes ante él. Espero que cuando esta tarde observemos a ese grupo de chicos y chicas paseando, charlando y asumiendo ciertas conductas irresponsables, a pesar del riesgo que conllevan, seamos algo más comprensivos: ellos aún no tienen nuestra madurez cerebral. Pongámonos en su lugar.
Alfredo Oliva Delgado