lunes, 4 de noviembre de 2013

Creatividad y Fotografía



En este mundo virtual en el que vivimos rodeados de una auténtica inflación de imágenes fotográficas la originalidad suele ser un bien escaso.  Además, hay razones para pensar que la capacidad para la innovación tiende a disminuir con la edad. Y es que en la medida en que vamos adquiriendo competencias en el ejercicio de una actividad como la fotografía, en nuestro cerebro se van almacenando aquellos esquemas construidos que van a servirnos para afrontar nuevos retos y problemas. Es decir, la maestría o experiencia va acompañada de una menor necesidad de innovar, ya que tiramos de clichés aprendidos previamente. Así, podría decirse que con la edad nos vamos volviendo comodones y perdemos capacidad para crear algo nuevo. Nuestras fotografías, aunque tengan una mejor técnica, irán perdiendo originalidad.

Recientemente, David Galenson, ha añadido cierta complejidad a los modelos que explican el fulgor y declive de la creatividad a lo largo de la vida. Para este profesor de la Universidad de Chicago hay dos distintos tipos de creadores que se diferencian tanto en su forma de trabajar como en el curso que sigue su creatividad.

Los primeros son los "experimentadores". Estos artistas son buscadores incansables, insatisfechos y con objetivos estéticos ambiciosos aunque imprecisos, y que tratan de presentar una explicación del mundo tal como lo ven y experimentan. Van cambiando su forma de trabajar por ensayo y error y la esencia de la creatividad reside en el proceso, por lo que sus innovaciones más importantes surgen mientras están trabajando. La creatividad de estos artistas experimentales suele seguir una curva que asciende lentamente hasta alcanzar la cumbre a una edad avanzada. En el terreno de la fotografía se trataría de aquellos fotógrafos que, como comenta Eduardo Momeñe en “La visión fotográfica”,  salen a la calle cámara en mano dispuestos a atrapar momentos de un mundo que fluye a su alrededor en continuo movimiento. El fotógrafo más representativo de este tipo sería Henri Cartier-Bresson, un fotógrafo rápido, atento a lo que le rodea y que tiene que darse prisa para que no se le escape ese instante decisivo. El momento en el que todos los elementos del encuadre se posicionan de la mejor manera para lograr una composición equilibrada y sorprendente. No obstante, no es una búsqueda sin objetivo, a veces las fotografías buscadas están ya en su cabeza, sólo hace falta tener el olfato y la suerte de encontrarlas. Son fotógrafos hiperactivos, inquietos, como Cartier-Bresson, pero también como André Kertész, como Robert Capa, como Steve McCurry o Cristina García Rodero.

El otro tipo sería el de los "conceptualistas", quienes más que tratar de reflejar el mundo que les rodea pretenden comunicar mediante imágenes estilizadas sus ideas o sentimientos acerca de la realidad. Por lo general, sus creaciones están planificadas y diseñadas de forma cuidadosa, y se basan más en la imaginación del artista que en la observación de la realidad. Si los experimentadores lograban hacer sus mejores contribuciones artísticas a una edad avanzada, los conceptualistas son precoces, y sus mejores obras las encontramos muy al inicio de sus carreras, aunque no necesariamente habrán de palidecer a partir de ese momento. En el campo de la fotografía se trata de fotógrafos interesados en construir imágenes, en pedir al mundo que pose para él, que actúe en un escenario construido, como hacía Richard Avedon, uno de los más grandes retratistas de la historia. Si Cartier-Bresson aceptaba el azar del mundo, Avedon provocaba las imágenes, creando en una habitación un universo visual. Algo parecido podríamos decir de Chema Madoz, un artista que construye un mundo propio para plasmarlo en sus fotografías.

En definitiva, dos tipos de creadores bien distintos,  cuyo estilo puede estar muy influido por los rasgos de su personalidad. Y tú, ¿te identificas con alguno de ellos? 

Texto publicado en la revista digital de fotografía Tiempos Modernos

lunes, 28 de octubre de 2013

Tuits, wasaps, emails y relaciones íntimas



En el año 2000 Robert Putnam publicó su libro “Solo en la bolera”, en el que hacía referencia a los cambios que se habían producido en la sociedad americana en las últimas décadas del siglo XX. Según el sociólogo estadounidense, el capital social había descendido de forma importante, lo que implicaba un mayor individualismo y aislamiento social. Las tradicionales actividades colectivas, como ir a la bolera con los amigos, habían sido sustituidas por otras que habían sido posibles por la eclosión de las nuevas tecnologías. En palabras de Putnam, los norteamericanos habían cambiado el estar con los amigos por ver Friends en el televisor.  Después de la televisión vinieron los dispositivos de audio portátiles (walkmans, discmans, mp3) que nos aislaban del mundo mientras hacíamos ejercicio o paseábamos, limitando la conversación y el intercambio verbal con nuestros vecinos. Y ahora internet se ha hecho omnipresente, con la aparición de aparatos, como son los móviles y tabletas,  que nos permiten estar conectados en cualquier momento.

Por una parte internet nos ha posibilitado la ampliación, hasta unos niveles que eran inimaginables hace unas décadas,  de nuestras redes virtuales, permitiéndonos entrar en contacto con personas de lugares remotos con las que compartimos intereses y que de otra forma jamás hubiéramos podido conocer. Pero el tiempo es limitado, y todo el que dedicamos a esa comunicación virtual lo restamos a los intercambios cara a cara. Cada vez resulta más frecuente ver cómo dos personas comparten su tiempo atendiendo cada una de ellas atentamente a la pantalla de su iphone, mientras leen y mandan mensajes,  con algún que otro comentario aislado dirigido a su compañero. Algo que hacen sin  que tengan necesidad de levantar la vista de su móvil.

Más allá del poder adictivo de estas nuevas tecnologías, algo sobre lo que ya existe una importante evidencia empírica, con estudios que llegan incluso a detectar cambios funcionales y estructurales en el cerebro, cabría preguntarse por el efecto que este conectividad permanente puede tener sobre el mundo social de las generaciones más jóvenes.

Pues bien,  algunos estudios llevados a cabo en Japón pueden sugerirnos algunas respuestas. Así,  las encuestas indican una alarmante tendencia creciente entre los jóvenes japoneses a mostrar un escaso interés por las relaciones sexuales, siendo  cada vez  más numerosos quienes declaran preferir el sexo virtual (un 60% se niega a mantener relaciones íntimas).

Aunque algunos investigadores consideran que la principal razón es que las relaciones de pareja   son un obstáculo para sus carreras, me atreveré a formular una hipótesis alternativa. La de que en las relaciones virtuales se pierde algo tan importante para la interacción social como es el contacto visual que nos permite leer los gestos y expresiones de los demás, lo que resulta fundamental para el desarrollo de la empatía y la inteligencia socio-emocional.  Estos jóvenes tan conectados pueden estar perdiendo algunas facultades que son esenciales para el mantenimiento de relaciones íntimas. Al igual que los sujetos que carecen por completo de estas competencias sociales (como quienes padecen autismo o síndrome de Asperger) , se sentirán estresados y angustiados ante la posibilidad de tener que establecer un ritual de acercamiento, cortejo y seducción para el que se precisan de esas habilidades. Por no hablar de las que requiere  el mantenimiento de una relación duradera.

No creo que aquí lleguemos a esos extremos, y que en nuestro contexto los bites no sustituirán a la piel, pero sí es más que probable que los circuitos cerebrales implicados en la interacción social se vean afectados por tantos tuits, wasaps y actualizaciones de perfil. Por no hablar de la atención y la concentración en tareas de más de unos cinco minutos de duración.


sábado, 19 de octubre de 2013

Mente divagadora, mente creadora




El acto de la creación artística o intelectual ha sido interpretado a lo largo del tiempo de dos maneras bien diferentes e incluso opuestas. Para algunos la creatividad surge del esfuerzo y el trabajo continuo. Sirvan como buenos ejemplos de ese punto de vista las frases atribuidas a Picasso “Cuando llegue la inspiración que me encuentre trabajando”, o a Thomás Alva Edison “El genio es uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento transpiración”. En el polo opuesto se hallaría la consideración de que la genialidad creativa tiene un origen incierto que incluso algunos atribuyen a la inspiración divina. Así, ese “olé” con el que en mi tierra se premian las producciones artísticas de gran valor no es sino una derivación del “Alá” con el que nuestros antepasados árabes reconocían el origen divino de la genialidad.

Pues bien,  cuando el sentido común nos había llevado a pensar que sólo el esfuerzo persistente en una determinada tarea podría llevarnos a una solución imaginativa vienen los estudios con técnicas de neuroimagen a quitarnos la razón. Y, aunque las deidades queden al margen del asunto, parece que no son esos momentos en los que trabajamos de forma ordenada y continua, ejercitando esa herramienta cognitiva que en una entrada reciente habíamos denominado sistema 2, los que nos ofrecen los mejores frutos creativos. Por el contrario, es en esas otras ocasiones en las que nos entregamos a ensoñaciones y divagaciones que no parecen tener ningún rumbo cuando se suele encender la llama de la creatividad.

Abundan los ejemplos de aportaciones geniales que tuvieron lugar mientras sus descubridores o creadores se relajaban o paseaban dando libertad a su mente para alejarse de las tareas cotidianas. Y es que durante esos momentos de conciencia abierta y errante aumentan las ondas alfa en nuestro cerebro a la vez que se activan algunas zonas que son importantes para la creatividad. Una mente a la deriva destila muchos productos creativos que dependen de destellos intuitivos, desde el encaje de unos versos hasta la solución original de un problema de investigación. De hecho, las personas que manejan con destreza un pensamiento formal y calculador, muy necesario para resolver complejos problemas matemáticos, pueden tener muchas dificultades para la creación si no son capaces de encontrar esos momentos en los que la conciencia se relaja y divaga a su aire.

En esos paréntesis de ensoñación y de conciencia errante se intensifica la actividad cerebral que posibilita el establecimiento de conexiones entre redes neuronales muy alejadas, con la consiguiente emergencia de la intuición creativa. Y es curioso que esa intuición creativa vaya asociada a un pico en la producción de ondas gamma en una zona del cerebro que está asociada con los sueños, las metáforas, la lógica artística, el mito y la poesía.

La vida cotidiana, con su bombardeo constante de emails, SMS, y tareas que resolver nos colocan en un estado cerebral opuesto al que necesita la creatividad. Por lo tanto, y aunque parezca un lujo, necesitamos disponer de un tiempo diario para relajarnos mientras descansamos tumbados al sol, paseamos o hacemos ejercicio. Sólo de esa manera lograremos liberar a nuestra conciencia del corsé racional que limita sus movimientos y le daremos la posibilidad de crear algo nuevo.

Más sobre el tema en FOCUS, la última obra de Daniel Goleman.



domingo, 13 de octubre de 2013

Seminario universitario sobre Fotografía y Psicología



Actividad autorizada con reconocimiento de créditos por la Universidad de Sevilla.

Profesor: Alfredo Oliva Delgado. Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación
Universidad de Sevilla.

Objetivos:
- Conocer algunas de las aportaciones más interesantes de la psicología al estudio de la fotografía y la imagen.
- Comprender las principales leyes de la composición fotográfica desde un punto de vista psicológico.
- Utilizar algunos conceptos y teorías psicológicas para mejorar la técnica fotográfica.
- Realizar una lectura de imágenes y fotografías a partir de conocimientos psicológicos.
- Conocer las relaciones entre psicología y estética

Contenido: Principales aportaciones de la psicología al estudio de la fotografía y la imagen. Relaciones entre sensación, percepción e imagen en fotografía, los modelos de apreciación y juicio estético o la psicología de la creatividad aplicada a la fotografía.

Horas dedicadas : 25            Nº créditos ECTS autorizados: 1      Nº de créditos LRU: 2,5
Calendario: Los miércoles 19 y 26 de febrero y 5, 12, 19 y 26 de marzo de 2014 en horario de 17.00 a 21.00 horas, excepto el 26 de marzo de 16.00 a 21.00 horas.

Nº plazas : 20
Lugar: Seminario de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Facultad de Psicología.
Principales Destinatarios: Todos los alumnos de la Universidad de Sevilla.

Persona contacto: Alfredo Oliva Delgado  
Inscripción Libre: envía un email a oliva@us.es con tus datos, indicando tu Facultad, curso y nivel de conocimientos sobre fotografía.

Tfno. info. 954557695            Email info.: oliva@us.es

lunes, 16 de septiembre de 2013

Pensar cansa




Tal vez piense el lector que el título es una forma de justificar el parón que este blog ha tenido durante la temporada estival. Aunque bien podría servir como excusa no es el caso. Tan breve y rotunda afirmación hace referencia a una realidad constatada y apoyada por la investigación, la de que cuando hacemos un esfuerzo intelectual importante agotamos nuestra energía mental, de forma que nos quedarán menos recursos para posteriores tareas que exijan pensar en profundidad.

Como afirma el profesor de psicología de Princeton y premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman, nos servimos de dos sistemas de pensamiento. El sistema 1 tiene un carácter intuitivo y automático, requiere poco esfuerzo, y nos sirve para resolver muchas tareas cotidianas, como detectar hostilidad en una voz, entender frases sencillas o asociar determinadas características conductuales con una profesión. El sistema 2, en cambio, es bastante más exigente pues requiere de tiempo, esfuerzo y disciplina, y lo aplicamos a resolver problemas como multiplicar 23 por 16, o comprobar la validez de un argumento lógico complejo. Es este tipo de pensamiento el que tira más de nuestros recursos, nos obliga a centrar nuestra atención en la tarea y a esforzarnos en resolverla. Esta exigencia de recursos se puede comprobar si mientras caminamos a paso rápido o bailamos, algo que exige cierta concentración, tratamos de realizar mentalmente la multiplicación anterior. Casi con toda seguridad tenderemos a ralentizar el paso o a detenernos, ya que las dos actividades nos resultarán incompatibles: no podemos concentrarnos en ambas de forma simultánea.

Para el laureado profesor, este sistema de pensamiento complejo está muy relacionado con nuestro autocontrol, que no es sino la capacidad de controlar la atención, inhibir respuestas automáticas y mantener objetivos en la memoria de trabajo. Es la fuerza de voluntad que nos permite regular nuestra conducta de cara a la supresión de tentaciones y a la consecución de objetivos valiosos. Este autocontrol compartiría con el sistema de pensamiento tipo 2 una misma fuente de energía mental, que tendería a agotarse con el esfuerzo mantenido, tanto cuando se trata de trabajar para resolver tareas cognitivas como al controlar nuestros impulsos y tentaciones. Ello explicaría por qué después de un esfuerzo intelectual sostenido nos resulta más complicado respetar una dieta y tendemos a elegir el helado cremoso e hipercalórico a la saludable fruta. O por qué mientras escribimos un complicado artículo que requiere toda nuestra energía mental, paramos reiteradamente para comprobar nuestro correo o para entrar en Facebook o Twitter. Nuestra voluntad se va debilitando en la medida en que se agota esa energía del yo. Por ello, también, al final de una dura jornada y cuando nuestras reservas de glucosa están bajo mínimos, tendemos a pasar de forma chapucera sobre algunos problemas complicados que requerirían mucha atención y esfuerzo.

Teniendo en cuenta que autocontrol y pensamiento complejo utilizan recursos compartidos, es más que razonable esperar que inteligencia y autocontrol estén correlacionados. La disciplina en el esfuerzo mental permitirá a muchos sujetos resolver tareas complicadas, evitando las soluciones rápidas que proporcionaría el sistema tipo 1, eficiente en muchas ocasiones pero insuficiente para resolver esas tareas de mayor complejidad. En esos casos el sistema 1 nos llevará a errores o sesgos cognitivos.

Kahneman pone un ejemplo que puede servirnos para entender cómo tendemos al menor esfuerzo, y cómo el sistema 2 es muy perezoso y precisa de un empujón para ponerse a trabajar.

Una raqueta de tenis y una pelota cuestan 1,10 euros.
La raqueta cuesta un euro más que la pelota.
¿Cuánto cuesta la pelota?

Si el lector trata de dar una respuesta de forma precipitada (esto es internet y aquí todo fluye de forma apresurada), es probable que llegue a una solución errónea: la de que la pelota cuesta 10 céntimos. Sin embargo, si se toma algo más de tiempo, coge papel y lápiz y procura resolver el problema con más esfuerzo, se dará cuenta de que esa no es la respuesta correcta.

El ejemplo pone de relieve cómo nuestra pereza cognitiva nos lleva en muchas ocasiones a tirar confiadamente del cómodo sistema 1 para dar solución a cuestiones que precisan de la disciplina del sistema 2. Y ello será más probable en momentos de cansancio y agotamiento de nuestra energía mental. Aunque, todo hay que decirlo, hay sujetos que parecen estar siempre agotados.

lunes, 10 de junio de 2013

Psicología, Arte y Estética




Con la llegada del siglo XIX los artistas plásticos comenzaron a sentirse liberados de los corsés académicos tradicionales, y se entregaron a la tarea de encontrar nuevas fórmulas más personales para representar la realidad. Ello supuso el surgimiento de una amplia variedad de estilos, más o menos exitosos y perdurables, que tendieron a agruparse en movimientos artísticos tales como  el fauvismo, el expresionismo o el cubismo.  Más tarde incluso se rebasaron las fronteras de esos movimientos, y los artistas buscaron desarrollar un estilo propio, distintivo y reconocible. Hoy día, si no goza de ese sello personal el artista “pinta” poco y su valor de mercado es muy reducido.

El arte abstracto y la desaparición del contenido figurativo en las obras de arte  complicó la tarea de juzgar el valor de esas obras, que demandaban del observador un mayor esfuerzo interpretativo. Ya no resultaba tan fácil para el visitante de una exposición sentir el placer estético derivado de la contemplación del arte. Incluso el concepto clásico de estética quedaba desfasado, puesto que el valor de una obra no dependía de su belleza, que quedó reemplazada por conceptos más intelectuales, como interés y estimulación. Nuestro cerebro viene pre-programado de fábrica para disfrutar de la belleza,  como lo demuestra la preferencia del ser humano desde el mismo nacimiento por estímulos visuales con determinadas características (simetría, equilibrio, contraste, etc.).  Pero ahora los artistas se habían empeñado en transgredir  esas leyes y las fronteras entre el arte y el no arte o incluso la impostura, se hizo cada vez más sutil, y el ciudadano medio se  sintió perdido y desinteresado, alejándose cada vez más de ese arte que tan complicado le resultaba y con el que difícilmente podría disfrutar del goce estético que sí le proporcionaban obras más tradicionales y comprensibles.

 En ese afán de separar grano y paja, la psicología ha realizado interesantes aportaciones al análisis de la apreciación y juicio estéticos,  desde los primeros trabajos de Rudolf Arnheim  o de los teóricos de la Gestalt hasta los estudios recientes basados en investigaciones de carácter empírico. Y es que la apreciación del arte es un proceso perceptivo, cognitivo y emocional que no se diferencia demasiado de otros procesos psicológicos similares. Me parece muy interesante el modelo propuesto por Hemut Leder y sus colegas de las Universidades de Viena y Berlín. Estos autores proponen un modelo que incluye cinco etapas y apuntan también una serie de variables que afectan tanto al juicio como a las emociones suscitadas por una obra de arte.

La primera etapa, denominada perceptiva,  comienza una vez que un objeto ha sido clasificado como artístico. Es la etapa más conocida y que recoge las aportaciones más clásicas en el campo de la composición.  Así, la evidencia empírica disponible señala una serie de características relacionadas con las preferencias estéticas, tales como el contraste,  la claridad o enfoque, la complejidad media, la simetría, ciertos colores, el orden y el agrupamiento.

La segunda etapa representa los procesos de memoria implícita a partir de la experiencia previa del observador.  Lo de implícito hace referencia a que es un proceso que no es deliberado o consciente. Sencillamente la obra tiene ciertas resonancias que estimulan el interés de quien la observa. Son tres los rasgos más relacionados con las preferencias estéticas en esta etapa. El primero es la familiaridad, cuanto más  familiar  resulta lo que vemos mejor lo valoramos, aunque la complejidad modera la relación entre familiaridad y juicio favorable, de forma que lo novedoso puede resultarnos tanto o más atractivo que lo familiar, pero siempre que no nos resulte demasiado complejo. El segundo es lo que podría definirse como “prototipicalidad”, es decir, en qué medida la obra puede resultar representativa de una clase de objetos. El tercero tiene que ver con la acentuación o exageración de alguna propiedad del objeto, tal como ocurre en las caricaturas.

La tercera etapa supone la clasificación explícita de la obra, en función de contenido y estilo, y lógicamente está afectada por el conocimiento y formación artística. Si la persona no es experta clasificará la obra de acuerdo con el contenido que representa (retrato, bodegón, paisaje), mientras que quienes tienen más formación lo harán según su estilo. Cuando  clasifica de forma exitosa la obra, el observador experimenta una sensación satisfactoria derivada de la reducción de la ambigüedad.

La cuarta etapa, de dominio claramente cognitivo, supone una prolongación de la anterior, y se refiere a la compresión del significado de la obra, que conlleva una activación del circuito cerebral del placer, lógicamente  vivida de forma placentera. Esta compresión tiene un efecto similar al de la resolución de un problema: nos sentimos felices por haber sido capaces de entender qué es lo que el artista ha intentado transmitir con su trabajo.  La formación artística facilita este proceso, al igual la información que pueda acompañar a la obra. Incluso un solo título añadido a una fotografía puede hacer más fácil su compresión y garantizar el disfrute estético.

Finalmente, los resultados de las etapas anteriores llevarán al sujeto a un juicio y una emoción estética. Al fin y al cabo, eso es lo que el artista pretendió con su obra, generar una emoción o estado de ánimo. Aunque, en realidad, más que un resultado final, tendríamos que convenir que las emociones habrán estado presentes a lo largo de todo el proceso. Incluso el estado de ánimo inicial parece influir en todas las etapas. Así, cuando nos acercamos a la obra con ánimo positivo, tendemos a realizar valoraciones de carácter más holístico o global, mientras que cuando nuestro ánimo no es tan favorable, procedemos de forma más analítica. Como si nos mostrásemos más exigentes y puñeteros  y buscásemos cualquier pequeño defecto.

Recientemente, Leder y colegas han llevado a cabo un estudio para analizar los factores que influyen en la apreciación del arte por parte de una muestra de estudiantes universitarios, con distintos niveles de formación artística, a quienes presentaron pinturas clásicas, modernas figurativas y abstractas. Los participantes en el estudio debían señalar ante cada obra, en unas escalas construidas a tal fin, hasta qué punto les gustaba, les emocionaba, la comprendían o les generaba interés. Los resultados indicaron  que, con independencia de la formación artística, la emoción generada  fue el factor más influyente en la valoración positiva de las obras. Por otra parte, los estudiantes más expertos o formados en arte asignaron puntuaciones  más altas a cada pintura en todas las escalas, tanto si se trataba de un cuadro clásico como si era moderno o abstracto, lo que viene a indicar que la formación artística redunda en una mayor apreciación y disfrute de todo tipo de arte. Y es que la educación en arte no es un mero lujo en favor del refinamiento o la distinción social sino que nos acerca a una mejor compresión y goce estéticos. Al fin y al cabo, el arte es uno de los mayores logros humanos, uno de  esos raros productos de la cultura que abren nuevos espacios de libertad, en los que es posible superar algunos de los determinismos sociales que pesan sobre la vida, y  a partir de allí desplegar nuevas posibilidades. Tal vez sea por ello por lo que el poder siempre se ha mostrado reacio a promover una educación artística generalizada que popularice la compresión, el disfrute y la creación artística.

Leder et al. (2004). A model of aesthetic appreciation and aesthetic judgments. Bristish Journal of Psychology, 95, 489-508.

Leder et al. (2012). How art is appreciated. Psychology of Aesthetic, Creativity and the Arts,  1, 2-10.



miércoles, 3 de abril de 2013

Facebook y el ajuste social



Cada vez es mayor la cantidad de tiempo que jóvenes y adolescentes dedican  a Facebook y a otras redes sociales surgidas en internet. No es extraño que exista una lógica preocupación social sobre las consecuencias que este uso  pudiera tener sobre el ajuste psicológico de sus usuarios. Una nueva versión del miedo que siempre han suscitado las nuevas tecnologías, desde el invento de la imprenta. Lo nuevo  suscita sospechas, y a veces incluso es  considerado diabólico.

A primera vista podría parecer que el uso intensivo de esta nueva herramienta conllevara algunos problemas  tales como adicción, disminución del rendimiento académico o aislamiento y dificultades relacionales. Sin embargo, la realidad es algo más compleja que una simple relación directa entre el tiempo dedicado a Facebook y el ajuste psicológico, como ha revelado un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de la universidad de Wisconsin-Madison.

En este estudio realizado sobre estudiantes de dicha universidad se analizaron tanto las actividades llevadas a cabo en Facebook y los motivos para usarlo como  la relación que estas actividades y motivos tenían con el ajuste social de estos jóvenes universitarios.Los motivos que llevaban a los participantes en el estudio a usar Facebook eran fundamentalmente de dos tipos. Por una parte conocer potenciales amistades en la red que les permitiese el establecimiento de nuevas relaciones. Por otra, el mantenimiento de las ya existentes, ya que este medio les permitía un contacto cómodo con sus amistades, que en muchos casos residían en otras ciudades. Otros motivos, tales como aumentar el prestigio (mostrar que eran tipos enrrollados), o entretenerse, fueron excusas poco frecuentes.

En cuanto al tipo de actividades más frecuentemente realizadas en la red fueron sobre todo las interacciones electrónicas, como comentar en los muros de otra gente, o en sus fotos, chatear o realizar comentarios en la propia página. Otras actividades podrían etiquetarse como voyeuristas: mirar los muros, comentarios, perfiles o fotos de otros usuarios pero sin dejar ningún tipo de mensaje o comentario. Menos frecuentes fueron los juegos on-line o las auto-presentaciones (revelar actitudes personales, intereses o amistades en la página o muro propio).

Por lo que se refiere a la relación con el ajuste social, tal como habían hipotetizado los investigadores, no fue el tiempo de uso dedicado a Facebook lo que se asoció con el mejor o peor ajuste, sino los motivos y actividades. Así, la motivación de mantener y cuidar las amistades ya existentes se vinculó de forma positiva a unas mejores relaciones sociales y a menos sentimientos de soledad. Por lo tanto parece que existe cierta continuidad entre las relaciones dentro y fuera de la red, y que esa división on-off tiene poco sentido a la luz de estos datos.  En cambio, cuando la principal motivación fue la de conseguir establecer nuevas amistades, la relación tuvo el sentido contrario. Siendo más frecuente esta motivación entre chicos y chicas más solitarios y con más necesidades relacionales. Aunque bien podríamos pensar que el relativo anonimato que ofrece Facebook puede facilitar en esos sujetos el establecimiento de una red social, aunque solo virtual.

También el tipo de actividad se relacionó con el ajuste social, siendo las interacciones electrónicas más frecuentes en los sujetos con mejores competencias sociales, mientras que los sujetos con peor ajuste social y mayores sentimientos de soledad se mostraron más tendentes a actividades de auto-presentación o de actualización de su estado en Facebook.

Por lo tanto, estos resultados sugieren que diferentes actividades en Facebook tienen diferentes implicaciones de cara al ajuste social y bienestar de los universitarios, y que a la hora de estudiar los efectos del uso de redes sociales en internet, debe tenerse en cuenta el tipo de actividad más que el tiempo de dedicación.

YYang, C. C. & Brown, B. B. (2013). Motives for using Facebook, patterns of Facebook activities, and Late adolescents' social adjustment to College. Journal of Youth and Adolescence, 42, 403-416.

miércoles, 13 de marzo de 2013

La Psicología Positiva y las tres vidas felices



Con sus luces y sus sombras, con sus logros y sus derrotas, me atrevo a afirmar que la psicología se encuentra en un  estado de relativa buena salud.  A lo largo de los últimos 50 años sus avances en la investigación y el tratamiento de algunos trastornos psicológicos han servido para aliviar el sufrimiento de mucha gente.  Ese habría sido su principal e indudable logro. Sin embargo, también es necesario reconocer que estos avances han podido tener algunos efectos indeseados, como el de la victimización o patologización de algunos estados emocionales, o el excesivo énfasis puesto en el modelo del déficit o la enfermedad. Un modelo semejante al modelo médico tradicional excesivamente centrado en la prevención o tratamiento de los trastornos, pero que ha olvidado trabajar para hacer más felices y competentes a las personales “normales”.

Precisamente ese hueco es el que pretende llenar la psicología positiva, un enfoque más preocupado por construir fortalezas  que en reparar debilidades y problemas. Una visión optimista e inconformista que piensa que la psicología debe ocuparse no sólo de combatir el sufrimiento, sino también de mejorar el desarrollo humano fomentando la competencia, el bienestar y el talento. Martin Seligman, uno de los padres de la psicología positiva, presenta una propuesta muy interesante sobre el objetivo que debe perseguir este enfoque. En una charla que podéis encontrar en TED.com (ver aquí)  hace referencia a los tres tipos de felicidad que se deben fomentar. Juntas podrían suponer algo parecido a la satisfacción vital plena.

La primera es la vida placentera y hedonista, en la que buscamos disfrutar de tantas emociones positivas como podamos. Aunque no hay una fórmula mágica, parece que algo que tienen en común quienes consiguen este tipo de felicidad es disponer de amistades. Está muy bien este tipo de disfrute, aunque tiene algunas limitaciones, como su fuerte heredabilidad (parece que los genes nos hacen tristes o alegres), que deja pocas posibilidades para la intervención, y lo rápido que nos habituamos a lo bueno.  Una vez conseguido nos deja cierto vacío, por lo que estas emociones positivas duran muy poco.

La segunda sería la vida del compromiso con una actividad que absorbe toda nuestra atención. No se trata de placer, sino de "flujo", de una inmersión total en la tarea que hace que el tiempo se pare. No sentimos nada, a diferencia de lo que ocurre durante las situaciones placenteras, nos olvidamos del mundo que nos rodea y nos concentramos exclusivamente en lo que tenemos entre manos. Puede tratarse de una tarea tanto profesional como de ocio en la que nos sumergimos durante horas.

La tercera sería la vida significativa, considerada tradicionalmente como la forma de felicidad más venerable y que coincide con la clásica visión eudaimonista (del griego daimon, o esencia, verdadera naturaleza). Se trata del bienestar asociado a la implicación en actividades que nos llenan y nos hacen crecer, a la experiencia de sentirnos vivos realizando tareas que tienen sentido porque suponen una ayuda  altruista o una aportación para mejorar el mundo en que vivimos. Es la utilización de todo nuestro potencial al servicio de algo que nos trasciende.

De los tres tipos de felicidad, y contrariamente a lo que podría intuirse, la primera es la que menos contribuye a la satisfacción vital. Sus efectos se diluyen pronto como un azucarillo en aguardiente dejando una cierta sensación de vacío e insatisfacción. La segunda, la felicidad relacionada con el compromiso y el flujo, realiza una mayor contribución a ese bienestar personal. Sin embargo, es la tercera, la relativa a la vida significativa, la que más nos llena, y la que tiene un efecto sobre nuestro bienestar que más perdura a lo largo del tiempo.

Con frecuencia, y de forma sesgada, se asocia a la psicología positiva con el pensamiento positivo o con la búsqueda de la felicidad hedonista, lo que ha dado pie a críticas injustificadas,  por la banalización que supondría la búsqueda de una felicidad hollywoodiana,  simple y poco comprometida. Sin embargo, la verdadera felicidad o satisfacción vital no tiene nada de trivial, supone un verdadero compromiso con poner todo nuestro potencial al servicio de la sociedad. Ese es el reto de la psicología positiva, la promoción de la satisfacción vital plena.

viernes, 15 de febrero de 2013

El autocontrol es un asunto de equilibrio




El ser humano es una criatura dual, que debe encontrar un compromiso entre sus impulsos y emociones, por un lado,  y la razón por el otro. Si el padre del psicoanálisis hizo referencia al combate entre el yo y el ello, las modernas teorías de la auto-regulación apuntan también al equilbrio entre los circuitos cerebrales responsables de poner en marcha los impulsos y emociones, y los encargados de frenarlos y controlarlos.
En un rincón del ring se encuentran las zonas subcorticales, de las que brota esa energía que nos impulsa a la búsqueda del placer inmediato (ventral estriado) y a la evitación del peligro (amígdala). En el otro rincón se halla la corteza prefrontal  que trata de mantener a raya los ataques hedonistas que provienen del otro lado imponiendo racionalidad en la conducta del sujeto. También trata de evitar que se vea desbordado emocionalmente por la ansiedad y el miedo  excesivo e injustificado generado en la amígdala. Emociones negativas que están en la base de muchos trastornos ansioso-depresivos al desbordar los mecanismos autoreguladores del sujeto.

En muchas ocasiones ese equilibrio se consigue, de forma que el sujeto más que atender a sus pasiones inmediatas es capaz de ponerle freno y perseguir objetivos a más largo plazo. Pero en otras ocasiones  las zonas subcorticales salen victoriosas exponiendo al individuo a riesgos como la obesidad, las adicciones, la infidelidad, la ansiedad  o las pobres decisiones financieras. Los psicólogos hemos apuntado algunas razones que pueden favorecer el desequilibrio entre circuitos cerebrales y el fracaso de la autoregulación conductual y emocional.

-            Los estados de ánimo negativos, ya que cuando estamos de mal humor tendemos a actuar de forma más descontrolada (consumir más drogas, abandonar prácticas saludables,  gastar más dinero), como si el afecto negativo ocupara toda nuestra  atención, dejando libres pocos recursos para inhibir y controlar la conducta impulsiva.
-           La falta de sueño también tiende a favorecer el desequilibrio.
-           El agotamiento de los recursos de auto-regulación, ya que, al igual que otras facultades cognitivas el autocontrol se ve afectado por el cansancio. Así, los esfuerzos prolongados  por regular nuestras emociones pueden dejarnos agotados para resistir alguna tentación posterior, como fumar o consumir algo poco aconsejable. En cambio, el entrenamiento en el autocontrol puede hacernos más resistentes ante ese cansancio.
-           La exposición a señales relacionadas con lo “prohibido”. Sin duda, esas señales activan nuestro sistema cerebral de recompensa y absorben nuestra atención haciendo más probable que caigamos en la tentación.
-           La edad, ya que la adolescencia es un momento en que una inmadura corteza prefrontal se ve incapaz de controlar los fuertes impulsos provenientes de un sistema mesolímbico de recompensa sobreexcitado por la pubertad.
-           El consumo de alcohol y otras drogas que facilita que las zonas subcorticales ejerzan más influencia que las corticales responsables del autocontrol, incluso llegando a provocar cuando el consumo es excesivo una degeneración de las áreas de la corteza prefrontal responsables del control de la impulsividad.

      Una cuestión de equilibrio, por tanto, entre esas dos fuerzas antagónicas que residen en distintas áreas cerebrales y que luchan por tratar de llevar el agua al molino del placer inmediato   o al de la planificación a largo plazo. Los estudios recientes en el campo de las neurociencias no han hecho sino confirmar la importancia de una buena conexión funcional y estructural entre regiones de la corteza prefrontal y áreas subcorticales.

Heatherton, T. F. & Wagner, D. D. (2011). Cognitive neuroscience of self-regulation failure. Trend in Cognitive Sciences, 15 (3).






lunes, 21 de enero de 2013

Magaret Kerr y sus aportaciones al estudio del estilo parental



En Noviembre del año pasado falleció Margaret Kerr, profesora de psicología en la Universidad sueca de Orebro y codirectora, junto a su esposo Hakan Stattin, del Center for Development Research.  Creo que éste es un buen momento para recordar algunas de sus aportaciones más interesantes al estudio de las relaciones entre el estilo parental y el desarrollo y ajuste adolescente, especialmente su consideración acerca de la importancia de la revelación (self-disclosure) como una importante estrategia de control parental.

En el año 2000 la investigadora de origen británico publicó un artículo con su esposo en el que exponía algunas dudas acerca de  los cuestionarios que los investigadores usan para evaluar el estilo educativo de los padres y madres de adolescentes. Concretamente apuntó cómo estos instrumentos psicométricos  se servían para evaluar el control o monitorización parental de ítems en los que se preguntaba a chicos y chicas sobre el conocimiento que sus padres tenían de las actividades que realizaban al salir de clase, o de quienes eran sus amigos, qué lugares frecuentaban, etc. Es decir, partían de la presuposición de que si los padres tenían conocimiento acerca de esos aspectos referidos a la vida de sus hijos era porque hacían esfuerzos deliberados por obtener dicha información. Como estos mismos estudios encontraban  una relación negativa  entre dicho conocimiento y los problemas de conducta adolescente sacaban la conclusión de que el control y monitorización parental es un eficaz predictor del desajuste comportamental.  Sin embargo, Kerr y Stattin demostraron que el conocimiento que los padres tienen sobre la vida de sus hijos  suele provenir más de lo que estos les cuentan espontáneamente  a sus padres (revelación)  que de los esfuerzos parentales por controlar. Además, la revelación suele mostrar una relación más estrecha con el ajuste adolescente que los intentos deliberados  de control y monitorización.

Más allá de la importancia que este hallazgo tiene para la investigación, resulta de mucho interés práctico para los padres y madres de adolescentes, ya que sugiere que la mejor estrategia que pueden usar para prevenir los problemas conductuales de sus hijos es la de mantener una relación de confianza en la que estén abiertos los canales de comunicación para que sus hijos pueden sentirse cómodos hablando con ellos de sus intereses y actividades.  Con frecuencia es la reacción parental emocional y desmesurada cuando su hijo les revela algún comportamiento que les agrada poco (conductas sexuales, consumo de sustancias...) la que suele cerrar las puertas de la comunicación.

En su último trabajo, publicado  a finales del año pasado, aportó más datos  que reforzaban su crítica sobre las medidas del control parental. En este caso a partir de un riguroso estudio longitudinal.  Por otra parte, sus resultados también defienden las tesis de la relación bidireccional entre el estilo parental y el comportamiento adolescente. Es decir, aunque los investigadores con frecuencia hemos sacado conclusiones demasiado precipitadas acerca de la influencia del estilo parental sobre el ajuste infantil y adolescente a partir de estudios correlaciónales,  las relaciones entre ambos aspectos suelen ser bidireccionales. Así, los datos longitudinales muestran que el comportamiento de chicos y chicas ejerce una significativa influencia sobre algunas medidas del estilo parental de sus padres, sobre todo del control y del afecto. Es decir, cuando el adolescente muestra un comportamiento más ajustado es más probable que sus padres presenten un estilo parental democrático caracterizado por el afecto y el control o monitorización que cuando muestra conductas problemáticas. Sin duda, algo muy razonable, que, aunque suene pretencioso decirlo, ya habíamos encontrado  hace algunos años en nuestro estudio longitudinal (ver aquí, pag. 464 y 465).

Kerr, M., Stattin, H. & Özdemir, M. (2012). Perceived parenting style and adolescent adjustment: Revisiting directions of effect and the role of parental knowledge. Developmental Psychology, 48, 1540-1553.