domingo, 16 de noviembre de 2008

Conducta agresiva, empatía y cerebro


La relación entre la conducta agresiva y la falta de empatía es un asunto clásico en la psicología evolutiva. Si consideramos a la empatía como la capacidad para comprender y apreciar los estados emocionales y las necesidades de los demás, tenemos razones sobradas para pensar que la empatía y la preocupación por los otros es un factor que puede contribuir decisivamente a inhibir la agresión y a favorecer la conducta prosocial. En esta época de búsqueda de las bases cerebrales de todo comportamiento, se ha sugerido que la falta de la capacidad empática en algunas personas podría ser debida a un fallo en los mecanismos neurológicos que hacen que el sufrimiento de los demás cree una sensación de malestar psicológico, de manera que los sujetos violentos se mostrarían fríos e insensibles ante ese dolor ajeno. Incluso algún estudio reciente había encontrado, en sujetos con trastornos de conducta, una menor activación en la amígdala izquierda ante la observación de imágenes con fuertes connotaciones emocionales negativas, lo que parecía indicar que estos sujetos mostraban una menor reactividad emocional.

Sin embargo, un artículo que acaba de publicar Biological Psychology, y que ha analizado mediante técnicas de resonancia magnética funcional la respuesta cerebral de una muestra de adolescentes con trastornos de conducta agresiva, arroja algunas dudas sobre esa intuitiva hipótesis. En este estudio, 8 adolescentes con trastorno de conducta y otros 8 adolescentes que formaron el grupo control fueron expuestos a una serie de imágenes en las que algunas personas experimentaban dolor, tanto accidental como causado intencionalmente. Los resultados indicaron una mayor activación neuronal en los sujetos agresivos de algunas áreas cerebrales relacionadas con el circuito del dolor, aunque también con el de recompensa, (amígdala, ventral estriado, polo temporal) ante la contemplación de las imágenes, lo que de alguna manera contradice la hipótesis referida a la falta de respuesta empática ante el sufrimiento ajeno, es decir, nada de frialdad e insensibilidad. No obstante, la activación en otras zonas (corteza medial prefrontal y órbitofrontal) fue menor en estos sujetos, especialmente cuando contemplaron imágenes de dolor causado intencionalmente. Los autores destacan en el artículo la mayor respuesta neuronal de los sujetos agresivos, que puede interpretarse de dos maneras distintas, habida cuenta de la relación que las zonas que se activaban en la situación experimental guardan tanto con el placer con el dolor.

Una posibilidad es que los sujetos agresivos experimentan una sensación placentera ante la contemplación del dolor, lo que les llevaría a causarlo mediante su comportamiento violento, es decir, sería el mecanismo clásico por el que se repetirían las acciones generadoras de placer. Pero los autores apuntan una hipótesis alternativa, que a primera vista resulta algo contraintuitiva, la de que los adolescentes agresivos experimentan una sensación de mayor malestar ante la visión del sufrimiento. Este afecto negativo, unido a la dificultad para regular corticalmente las emociones negativas y para controlar los impulsos (estos sujetos muestran una peor conectividad funcional entre la amígdala y la corteza prefrontal y una menor activación en esta última) generaría una respuesta agresiva en los adolescentes diagnosticados con trastorno de conducta. Por ejemplo, estos sujetos podrían reaccionar de forma muy agresiva ante la visión de un amigo golpeado o herido por otros.

Esta segunda hipótesis echa por tierra la hipótesis referida a la menor sensibilidad empática en los sujetos agresivos; muy al contrario, estas personas experimentarían tanto malestar a la vista del dolor que, paradójicamente, reaccionarían de forma violenta, aunque no hay ignorar la posibilidad de una activación placentera. A primera vista puede resultar contraintuitiva la relación entre malestar y agresión, sin mebargo, recordemos las reacciones agresivas propiciadas por el dolor y la frustración.

Lo que no parece aclarar el estudio es la causa de las diferencias en la activación cerebral entre el grupo control y el experimental, y aunque podría atribuirse la responsabilidad a factores genéticos, nada excluye la posibilidad de que algunas experiencias estén detrás de las diferencias en los patrones de reactividad neuronal ante la contemplación de dolor, algo que parece bastante probable si tenemos en cuenta la abundante evidencia empírica que vincula la conducta agresiva con ciertas experiencias negativas en el entorno familiar y social.

Decety, J., Michalska, K. J., Akitsuki, Y. & Lahey, B. B. (2008). Atypical empathic responses in adolescents with aggressive conduct disorder: A functional MRI investigation. Biological Psychology, preview.

5 comentarios:

  1. Yo lo que encuentro en los estudios de la nueva disicplina: neurociencia social (que bien podriamos llamar utilizando tu expresion: "esta época de búsqueda de las bases cerebrales de todo comportamiento") es que a la hora de entender el comportamiento social se mueve en un terreno de "arenas movedizas conceptuales".

    En la literatura a veces no se distingue bien entre empatia y simpatia, "teoria de la mente" y cognicion social etc. y es muy dificil trasladar del lenguaje natural comun a un lenguaje cientifico, en otras palabras, operacionalizar los constructos.

    Creo que los filosofos durante milenios han perfilado dichos conceptos y los neurocientificos tendrian que escucharles mas para operacionalizar los constructos.

    Lo realmente interesante de este estudio es que parece que el adolescente con problemas de conducta parece sentir una gratificacion, placer en el dolor ajeno, lo que los filosofos han llamada shadenfraude.

    Pero normalmente los filosofos han atribuido esta emocion o sensacion a las personas que veian sufrir a otras personas que previamente les habian hecho sufrir a ellos (con todas las connotaciones eticas que conlleva de justicia etc.)

    Luego aqui volvemos a un problema conceptual.

    Se quiere decir que los adolescentes con problemas de conducta y que son agresivos, sienten que todo el mundo les ha hecho daño, y por eso hacen daño.

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  2. Aníbal, en este caso la diferencia entre empatía y simpatía está recogida en el artículo, aunque yo la haya obviado en mi entrada. No obstante, tienes razón, en ocasiones hay cierta confusión conceptual.

    A veces, estos estudios con técnicas de neuroimagen son muy espectaculares y tienen mucho impacto, pero cuando los miras con
    más detenimiento te das cuenta de que dejan muchas preguntas sin contestar, y no aportan tanto. En este caso, ni siquiera está claro que sientan ese placer (recuerda que está la hipótesis de la reacción emocional negativa ante la contemplación del dolor), y aún si así fuera, tampoco están claras las causas de ese placer. ¿Experiencias previas? ¿Predisposición genética?
    Es interesante la idea que planteas al final, y que me recuerda algo que leí la semana pasada en el libro de Juanjo Millás "Mi mundo". Se trata de un acto antisocial, aunque no agresivo (romper una farola), que él justifica de forma semejante, como una protesta hacia una realidad o mundo exterior que no le trata bien.
    No obstante, creo que muchos agresores no responden a ese perfil.
    Un saludo

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    1. Qué bueno tener acceso a este tipo de artículos. Siempre me interesó la psicología, pero más aún cuando traté de entender las conductas de dos niños a los cuales crié que en muchas ocasiones no entendía. Sólo sabía que en su primera infancia habían tenido episodios de malos tratos y abandonos con lo cual siempre asocié su escasa empatía con los demás a esa causa. Siempre tuvieron conductas agresivas dentro y fuera de casa. Pero poco a poco fui descubriendo que fueron desarrollando habilidades de "encantamiento" hacia los demás para obtener algo que necesitaban y luego desaparecían o no les importaba el destino de esa persona que les había hecho el bien. A uno de ellos llegamos a hacerle un estudio cerebral llamado SPECT por orden médica, sospechando del consumo de drogas y resultó que tenía "hiperfusión" del área frontal. No soy médica, por lo que no entendía nada, pero investigando leí que esa área es justo la relacionada con los sentimientos. Hoy por hoy ya no viven con nosotros pero me quedé llena de dudas, ya que ni los tratamientos psicológicos, ni los límites ni el cariño, ni los extensos diálogos familiares surtieron efecto.

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  3. Lo bueno de los blogs es que puedes publicar algo y continuar la conversación años después.

    Estos estudios me recuerdan a las películas: a veces con tecnología sólo se puede hacer buenos efectos especiales y menos contar historias.

    Hay estudios que tienen más de efectos especiales (y la verdad es que la neuroimagen es espectacular) pero la historia que cuenta es floja. Los estudios tienen que ser como las buenas películas, que ayuden a contar una buena historia. Moraleja: Otro estudio que habla del cerebro pero no de lo que les sucede a las personas. Y la verdad es que comprender la historia de cómo un niño no expresa empatía me parece más interesante que lo que le pasa a su cerebro. ¿Qué diría G. Bruner?

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  4. alicia pérez de albéniz2 de marzo de 2013, 22:36

    Hola Alfredo,
    Soy Alicia Pérez de Albéniz, te tuve como profesor en un máster en la Universidad del País Vasco y me pongo en contacto contigo a través de este medio porque me ha encantado tu comentario sobre el trabajo.
    Me ha avisado una buena amiga porque ha imaginado que me iba a interesar. Efectivamente, las relaciones entre agresión y empatía son asombrosas. Nosotros (con Joaquín de Paúl como director) realizamos varios estudios en los que personas alto y bajo riesgo para el maltrato físico infantil eran sometidas a una situación en la que eran "profesores" (tipo Milgram)de otros participantes. En uno de estos estudios, la mitad de los sujetos observaban las señales de dolor de la víctima (índices psicofisiológicos simulados) y la otra mitad no. Pues bien, las personas alto riesgo para el maltrato físico infantil no solo no frenaban su agresión ante las señales sino que la aumentaban de manera significativa. Fue muy interesante conseguir estos resultados pero debo reconocer que algunas interpretaciones son difíciles de poner por escrito, a no ser que tengas este tipo de tecnología como la que exponen en estos estudios que aporten datos objetivos y permitan, al menos, fundamentar estas hipótesis.
    Este tema nos apasionó y me encantaría seguir con aquellos maravillosos estudios. Ahora estoy en la universidad de La Rioja y quién sabe, quizás algún día retomemos algo de esto...
    Un abrazo,
    Alicia

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