lunes, 31 de mayo de 2010

Inteligencia socioemocional y salud mental


El concepto de inteligencia ha ido cambiando de forma sustancial a lo largo del siglo pasado. Desde los primeros tests diseñados en 1905 por Alfred Binet hasta las recientes formulaciones de la inteligencia emocional, pasando por la definición de inteligencias múltiples de Howard Gardner en 1973, encontramos una evolución significativa y un alejamiento de los planteamientos más racionalistas. Una de las primeras aportaciones al estudio de la inteligencia emocional fue la de los norteamericanos Peter Salovey y John D. Mayer, que en 1990 advirtieron que las concepciones de inteligencia existentes hasta ese momento habían dejado de lado un elemento clave que condiciona nuestra adaptación el mundo: las emociones. Para estos autores la inteligencia emocional hace referencia a la capacidad para percibir y entender las emociones propias y ajenas, discriminar entre ellas, controlarlas y autorregularlas.

Pero, fue sin duda Daniel Goleman el autor que más contribuyó a popularizar este concepto, añadiendo luego un nuevo aspecto o dimensión, la inteligencia social, entendida como la capacidad del individuo para relacionarse con éxito con sus iguales. En esta inteligencia social cobró una relevancia especial la empatía, sobre todo a partir del descubrimiento por parte de Giacomo Rizzolatti de las neuronas espejo, que puso de manifiesto la capacidad innata del cerebro humano para sintonizar emocionalmente con los demás.

Podríamos pensar que todos esos componentes de la inteligencia emocional, atención o percepción de las propias emociones, empatía, claridad y regulación emocional, llevarían a un mejor ajuste psicológico, previniendo el surgimiento de problemas depresivos o emocionales. Sin embargo, no parece que la cosa está tan clara, al menos en el caso de las chicas adolescentes. Así, los resultados de un estudio que acabamos de terminar nos han revelado que mientras que la capacidad para controlar las emociones y regular el estado de ánimo sí se asoció a un mejor ajuste, en el caso de la empatía y la atención a las propias emociones ocurrió todo lo contrario.

A pesar de que en un primer momento estos resultados pueden resultar paradójicos, es muy probable que la mayor empatía mostrada por las chicas les lleve a experimentar un mayor malestar psicológico ante algunas situaciones de sufrimiento a su alrededor; es decir, muestran una hipersensibilidad incómoda que les conecta demasiado al malestar ajeno. Tampoco es de extrañar que la mayor atención a las propias emociones, a pesar de ser un componente de la inteligencia emocional, tenga consecuencias negativas sobre la salud mental, ya que hay evidencia acerca de la mayor incidencia de los síntomas depresivos entre aquellos sujetos que tienden a rumiar o darle muchas vueltas a las emociones negativas.

Ello no debe llevarnos a quitarle valor a la importancia de la inteligencia emocional, aunque tendremos que ser cautos antes de sacar conclusiones precipitadas sobre las relaciones entre inteligencia emocional y social y salud mental.

miércoles, 26 de mayo de 2010

¿Niños con temperamento difícil o sensibles a las experiencias?


Una de las tareas más complejas y urgentes que tenemos quienes nos dedicamos a la investigación evolutiva es la de demostrar la influencia de los contextos de crianza sobre el desarrollo infantil. La inflación de datos procedentes de estudios transversales, en los que los efectos correlacionales han sido considerados causales con demasiada frecuencia ha llevado a fuertes críticas y dudas acerca de las posibilidades que padres y madres –también educadores- tienen para influir sobre el desarrollo y comportamiento de sus hijos e hijas. Quizá las críticas más duras a los estudios de socialización familiar han venido de autores como Judith Harris y Steve Pinker (ver aquí), que han destacado la importancia de las influencias ambientales o de los iguales, y han responsabilizado a psicólogos y educadores de culpabilizar a madres y padres por atribuirles la responsabilidad exclusiva de muchos de los problemas de sus hijos.

Los estudios longitudinales son cada vez más frecuentes, y aunque son pocos los que presentan diseños de carácter experimental, ofrecen una mayor potencialidad para analizar las influencias del ambiente sobre el desarrollo humano. Sin embargo, hay que reconocer que los efectos encontrados suelen ser de pequeña magnitud, lo que puede generar cierta perplejidad y mucha decepción entre quienes esperábamos efectos mayores.

Michael Pluess y Jay Belsky, en la actualidad investigadores de la Birkbeck University en Londres, arrojan alguna luz sobre este enigmático asunto mediante un estudio longitudinal en el que han seguido a una muestra de 1364 niños y niñas durante la primera década de sus vidas. Los resultados han revelado que el temperamento infantil ejerce un importante efecto de moderación en las relaciones entre la calidad de la crianza parental, o el cuidado alternativo (day care), y el desarrollo cognitivo y social de los menores. Es decir, no todos los niños se verían afectados de la misma manera por esta calidad ambiental, ya que serían aquellos de temperamento difícil quienes más beneficiados o perjudicados se verían por una crianza de buena o mala calidad. Por lo tanto, cuando los investigadores tratan de encontrar los efectos principales de la influencia ambiental sin tener en cuenta estos posibles efectos de moderación con demasiada frecuencia obtienen resultados decepcionantes. Como Pluess y Belsky sugieren, el temperamento difícil puede ser un indicador de una mayor sensibilidad del sistema nervioso a los estímulos ambientales, de forma que estas experiencias, tanto si son favorables como si no lo son, afectarán de manera más significativa a estos niños “difíciles” que a quienes tienen sistemas nerviosos menos sensibles. Esta mayor sensibilidad ambiental no tiene que limitarse a la infancia y puede extenderse a todo el ciclo vital.

Estos datos son de mucho interés, y abundan en la idea que ya expuse en una entrada anterior (ver aquí) de que la vulnerabilidad puede releerse como una mayor sensibilidad a las experiencias, y la resiliencia como una falta de plasticidad, y en la importancia que adquiere el proporcionar unos entornos afectivos y estimulantes a esas “criaturas difíciles”.
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Pluess, M. & Belsky, J. (2010). Differencial susceptibility to parenting and quality day care. Developmental Psychology, 46, 379-390.

lunes, 24 de mayo de 2010

Airport Layovers

Me gustan las esperas en los aeropuertos, y mucho. Mientras otras personas aguardan su vuelo con ansiedad o incluso miedo, y no cesan de pasear o comerse las uñas, yo me siento muy relajado y cómodo en esos lugares anónimos. Esas horas y minutos me proporcionan una tranquilidad que a veces no es fácil encontrar en la vida cotidiana para dedicarlos a la lectura reposada de libros, informes o artículos. Y no sólo de contenidos relacionados con mi profesión, también la literatura tiene su hueco, y es que en estos tiempos en los que la Tierra vomita sus entrañas, las esperas se prolongan más de lo habitual.


Últimamente siempre viajo con mi cámara, y en esas esperas aeroportuarias no puedo refrenar mi impulso a retratar esos lugares, en los que se combinan la tranquilidad y la soledad de las largas esperas con el trasiego de los transbordos precipitados.

Estas son algunas fotos de viajes recientes a Lituania y Vietnam. Se trata de los aeropuertos de Copenhagen, Hanoi, Riga y Barcelona.