domingo, 22 de abril de 2012

Por qué los adolescentes se lamentan tanto de los errores cometidos. Y las personas mayores tan poco.




Los abundantes datos que los estudios recientes con técnicas de neuroimagen nos proporcionan nos están aportando mucha información acerca del desarrollo cerebral y su influencia sobre el comportamiento humano. En entradas anteriores he hecho referencia a cómo la combinación entre la inmadurez de la corteza prefrontal y la sobreexcitación del sistema mesolímbico de recompensa lleva a chicos y chicas adolescentes a implicarse en muchas conductas de asunción de riesgos.  Pues bien, Scientific American acaba de publicar un estudio llevado a cabo por Stefanie Brassen en la Universidad de Hamburgo que arroja unos resultados muy interesantes acerca de las bases neurológicas del sentimiento de lamentación o remordimiento.

Este investigador sometió a una muestra de sujetos jóvenes y personas mayores a un juego de premios y pérdidas mientras que sus cerebros estaban siendo escaneados.  La prueba consistía en abrir una serie de cajas que contenían premios en metálico, salvo una que contenía un pequeño demonio y que suponía la pérdida de todo lo obtenido. Es decir, un sujeto decidía en todo momento si quería retirarse con el dinero obtenido o prefería seguir abriendo cajas y ganando dinero, con el riesgo de que el demonio le hiciese perder todas sus ganancias.

Mediante resonancias magnéticas funcionales se registró la actividad del estriado ventral y de la corteza cingulada anterior durante la prueba. Mientras que el estriado ventral está relacionado con la obtención de recompensas (se activa ante las ganancias o recompensas y se desactiva ante las pérdidas), la corteza cingulada tiene un importante papel en la regulación de las emociones.

Pues bien, los resultados del estudio indicaron que cuando los sujetos jóvenes  abandonaban la prueba demasiado pronto, ganando poco, o demasiado tarde, perdiéndolo todo, su estriado ventral disminuía drásticamente su nivel de actividad, lo que se relacionaba con una intensa lamentación o arrepentimiento por haber tomado una mala decisión. En cambio, los sujetos de más de 65 años apenas experimentaban cambios en dicha actividad cerebral, ni tampoco lamentaban su incorrecta decisión. A su vez, las imágenes cerebrales indicaban en estas personas mayores una intensa activación de la corteza cingulada, lo que parecía estar indicando un buen control o regulación de las emociones negativas, algo que no ocurría en el cerebro juvenil.

Todos estos datos tienen una interesante lectura desde el punto de vista de la psicología del desarrollo, y nos muestra cómo la selección natural ha ido promoviendo comportamientos muy adaptativos. Así, el desequilibrio entre el sistema de mesolímbico del placer y el cognitivo lleva a los jóvenes a asumir muchos comportamientos de riesgo, lo que podría tener un alto valor adaptativo, al asumir sin miedo algunas experiencias que representarían fuentes importantes de aprendizajes y adquisición de competencias.

Pues bien, algo semejante podríamos decir de la intensa activación del estriado unida a la escasa capacidad de la corteza cingulada para el control de las emociones,  que también tendría consecuencias positivas para los sujetos jóvenes, al hacer que chicos y chicas se lamenten y experimenten fuertes sentimientos negativos ante las decisiones incorrectas. Esto sería de un alto valor adaptativo para adolescentes que tienen toda una vida por delante y que podrían cometer los mismos errores si no aprendiesen de ellos. En cambio, en personas mayores no sería de tanta utilidad, y podría generar infelicidad y sentimientos depresivos sin la contrapartida positiva de aprender para un futuro que va siendo ya limitado e incierto.


lunes, 16 de abril de 2012

Apego y autonomía durante la adolescencia






Aunque la teoría del apego surgió en los años 50 para explicar las relaciones que se establecen en la infancia entre el menor y sus cuidadores principales, recientemente se ha ampliado su utilización para la compresión de otro tipo de relaciones establecidas a lo largo del ciclo vital. Así, algunos de los procesos socio-emocionales que tienen lugar durante la adolescencia pueden entenderse mejor a luz de dicha teoría, y pueden verse influidos por el tipo de apego que se estableció en la primera infancia. Estos tipos ya han sido descritos en una entrada anterior (ver aquí)

Uno de los procesos que se ponen en marcha con la llegada de la adolescencia es el distanciamiento afectivo con respecto a los padres y la búsqueda de una mayor autonomía personal por parte del adolescente, algo que suele generar un aumento de la conflictividad en el hogar. Así, son frecuentes las discusiones entre padres e hijos acerca de los asuntos más variados, como la hora de llegar a casa, el desorden en su habitación, el tiempo dedicado a estudiar, etc. Pues bien, hay datos que indican que este distanciamiento emocional puede ser más complicado en el caso de los chicos y chicas que establecieron durante la infancia apegos de tipo inseguro.

Uno de los resultados más consistentes de la investigación reciente es que los adolescentes con modelos de apego seguro manejan los conflictos con sus padres implicándose en discusiones en las que ambas partes tienen la oportunidad de expresar sus pensamientos, y que tratan de encontrar soluciones a sus desacuerdos mediante fórmulas que equilibren sus necesidades de mayor autonomía con esfuerzos por preservar una buena relación con sus padres. Es probable que en estas familias el proceso sea menos problemático porque estos chicos y chicas tienen la confianza de que a pesar de los desacuerdos la relación con sus padres se mantendrá intacta, ya que es más fácil y seguro discutir con los padres cuando se sabe que se podrá seguir contando con ellos. Y las discusiones y conflictos son una necesidad, ya que favorecen el reajuste de las relaciones parento-filiales.

Sin embargo, el distanciamiento emocional de los padres puede resultar especialmente estresante en aquellas familias con adolescentes que desarrollaron modelos de apego inseguro. En estos casos la búsqueda de autonomía puede ser experimentada como una amenaza para la autoridad paterna o materna y para la relación parento-filial, y tanto los adolescentes como sus padres pueden verse abrumados por la fuerte carga afectiva suscitada por sus conflictos y desacuerdos.

Cuando se trata de adolescentes evitativos o autosuficientes, será más frecuente que las discusiones se resuelvan de forma poco productiva y que tiendan a evitar soluciones negociadas, siendo la retirada del conflicto la estrategia más frecuente. Así, la menor implicación afectiva con las figuras de apego que suelen mostrar estos sujetos será un hándicap para la resolución de la tarea de renegociar las relaciones parento-filiales, y más que reajustar la relación para atender sus nuevas necesidades de autonomía a la vez que se mantiene un vinculo positivo, estos chicos y chicas tenderán a rechazar y cortar la relación con sus padres.


En cuanto a los sujetos inseguros ambivalentes o preocupados, será más frecuente la implicación en discusiones muy intensas e improductivas que terminan minando la autonomía del adolescente. Por otra parte, estos sujetos tienden a sobredimensionar los problemas en sus relaciones familiares, al menos por encima de lo que suelen percibir sus propios padres o los iguales. Estas dificultades suelen mantenerse a lo largo de toda la adolescencia, lo que suele entorpecer la resolución de algunas tareas relacionadas con la autonomía personal. En este caso, más que rechazar a sus cuidadores pueden permanecer excesivamente atados a ellos, de ahí las dificultades que experimentarán en el logro de la autonomía.

En definitiva, parece evidente que la seguridad en el modelo de apego favorece un distanciamiento de los padres más saludable.


Oliva, A. (2011). Apegoen la Adolescencia. Acción Psicológica, 8, 55-65.