sábado, 13 de diciembre de 2014

Psicología y Fotografía: Estilo, maestría y creatividad en fotografía


Afirmaba Susan Sontag que la enorme versatilidad de la fotografía hace que no tenga mucho sentido hablar de estilo. El pintor desarrolla un estilo a lo largo de los años que hace que su obra sea reconocible. Sin embargo, en la fotografía "las cualidades formales del estilo -méta central de la pintura- a lo sumo tienen importancia secundaria, mientras que siempre tiene fundamental importancia qué es lo fotografiado." (Sontag, 1973, pag. 135).

Pese a esa libertad que la cámara ofrece al fotógrafo para hacer piruetas estilísticas, cada mirada tiene su peculiar forma de atrapar la realidad y con el tiempo el fotógrafo es reconocible en su obra. Aunque conseguir combinar originalidad y creatividad con una cierta constancia en el estilo solo está al alcance de algunos favorecidos por las musas. Y es que la maestría, o el dominio que la práctica intensiva en una actividad trae consigo, no siempre va acompañada de un aumento de la creatividad. Más bien puede ocurrir lo contrario.

Es cierto que la maestría nos brinda la posibilidad de ser más eficientes, de resolver con menos esfuerzo las situaciones problemáticas que se nos presentan en el ejercicio de nuestra profesión o de nuestros hobbies. La experiencia acumulada del experto le lleva a actuar de forma más intuitiva, saltándose los pasos lógicos y ordenados propios del que se inicia. Esa intuición, que es el destilado de mucho esfuerzo y dedicación, tiene su sustrato neurológico: el cerebro establece conexiones entre células en forma de patrones neuronales. Por lo tanto, cuando el experto afronta una nueva situación fácilmente encuentra en su cerebro algún patrón ya construido del que podrá tirar para resolver con decoro esa situación.

Con la edad, y con la práctica y el envejecimiento natural de nuestro cerebro ocurren dos cosas; por una parte acumulamos una mayor número de patrones neuronales, lo que nos convierten en expertos; pero, por otra parte, nuestra energía mental ya no es la que era cuando teníamos 20 años y nos vamos volviendo mentalmente perezosos: cada vez dedicamos menos tiempo y esfuerzo a resolver nuevos problemas y encontrar soluciones fotográficas originales. Lo que hacemos es tirar de nuestra experiencia buscando en nuestra mochila de patrones visuales, ya que es muy probable que allí encontraremos algo útil. El inconveniente que tiene esta forma de trabajar es que nos repetimos una y otra vez. Nos vamos haciendo muy previsibles en un estilo eficaz pero que poco a poco va perdiendo frescura y originalidad. Eso explica que la mayoría de estudios encuentre que la curva de la creatividad suele tocar techo antes de los 40 años, y que maestría y creatividad sigan trayectorias divergentes. No obstante, puede haber algunas excepciones, como la de aquellos sujetos que empezaron a una edad tardía su actividad "artística". En esos casos,  el bagaje de patrones acumulados será escaso y tendrán que esforzarse en encontrar nuevas soluciones a los problemas que afronten, por lo que su curva de creatividad llevará algún retraso. Otro caso será el de algunos individuos excepcionales, cuya insatisfacción permanente les llevará a una búsqueda continua de nuevas fórmulas expresivas. Pero, no nos engañemos, esos son los menos, la mayoría tendremos que mirar hacia atrás para ver que encontramos.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Autonomía emocional en la adolescencia y adultez temprana


Tratar de lograr una cierta autonomía emocional con respecto a los propios padres es una de las tareas evolutivas a las que chicos y chicas deberán hacer frente durante los años de la adolescencia.  Esta autonomía implica romper la dependencia emocional de los padres, a los que se empieza a contemplar de una manera menos idealizada y más realista. Esta independencia emocional es un asunto que ha generado mucho interés y controversia entre los investigadores. Por una parte nos encontramos con quienes defienden que el distanciamiento afectivo es necesario para el desarrollo psicológico saludable de los adolescentes. De acuerdo con este punto de vista, la autonomía emocional tendería a aumentar a lo largo de la adolescencia y estaría asociada positivamente a un buen ajuste psicológico. Por otra parte están los autores  que no lo ven tan claro, y que piensan que esa separación emocional podría ser la manifestación de unas malas relaciones parento-filiales, por lo que estaría vinculada con algunos indicadores de desajuste emocional.

Con el propósito de arrojar luz sobre ese debate, y sobre otros asuntos, llevamos a cabo un estudio longitudinal en el que estudiamos a lo largo de una década, entrevistándolos en cuatro ocasiones (a los 13, 15, 18 y 22 años), a una muestra de 90 chicos y chicas andaluces.

Los resultados, que van a ser publicados en la revista de la European Association for Research on Adolescence, apoyaron la hipótesis de que una alta autonomía emocional en jóvenes y adolescentes podría estar indicando unas pobres relaciones familiares, más que un desarrollo psicológico saludable.  Así, las puntuaciones altas en la escala de autonomía emocional usada en el estudio se asociaron con una pobre cohesión emocional entre los miembros de la familia en etapas anteriores. Es decir, una mala relación con los padres tendía a predecir una elevada autonomía años después. Este distanciamento afectivo también estuvo relacionado con una menor satisfacción vital, y con más problemas ansioso-depresivos, especialmente entre las chicas. Por último,  tampoco se observó un aumento en la autonomía emocional durante el tiempo que duró la investigación, como cabría esperar si se tratase de una tarea evolutiva. Incluso las puntuaciones tendieron a disminuir durante los años finales de la adolescencia.

Estos resultados podrían resultar sorprendentes, sin embargo pueden ser interpretados en el marco de la teoría del apego. Estos adolescentes muy autónomos emocionalmente no se habrían distanciado de sus padres durante de la adolescencia, sino que  más bien habrían forjado con ellos, a lo largo de la infancia, un vínculo de apego inseguro, como consecuencia de la falta de afecto y apoyo parental. A fuerza de frialdad afectiva habrían aprendido a no confiar en sus padres y a no depender de ellos, adquiriendo una autosuficiencia afectiva que les habría llevado  a huir de las ataduras emocionales que se forjan en las relaciones interpersonales.

Como conclusión, se puede afirmar que un desarrollo óptimo durante la adolescencia no precisa de una ruptura de los vínculos afectivos con los progenitores, ya que, al menos en nuestro contexto cultural, se puede llegar a ser un adulto maduro e independiente sin renunciar a una buena relación emocional con los progenitores.