martes, 28 de febrero de 2017

Las fases del proceso creativo


El camino que lleva a la creación artística (o científica) es uno más de los procesos que lleva a cabo la mente humana, lo que no impide que suela estar envuelto en un halo de misterio, incluso llegándosele a atribuir una origen divino. Y aunque aún es mucho lo que desconocemos al respecto, también hay bastantes cosas que sabemos.

A pesar de haber pasado mucho tiempo desde que Graham Wallas lo propuso en 1926, su modelo de las cuatro fases del proceso creativo sigue siendo el más aceptado. Como suele ocurrir en la creación, el modelo de Wallas no surgió de la nada sino que partió de las propuestas previas de autores como el físico Ludwig Ferdinand von Helmholtz (1821-1894), quien en un discurso pronunciado con motivo de su 70 cumpleaños declaró lo siguiente:

“Tras previas investigaciones del problema en todas direcciones, las ideas felices me surgieron de forma inesperada sin esfuerzo, como una inspiración. Por lo que a mí respecta, nunca han surgido cuando mi mente estaba fatigada, o cuando yo estaba en mi mesa de trabajo. Por el contrario, vinieron a mí durante el suave ascenso a una colina arbolada en un día soleado”.
En ese discurso se encuentra el embrión del modelo de Wallas, al que incorporó otras propuestas, como las de matemático Poincaré. Su modelo propone cuatro fases:

Preparación. Es una fase de trabajo y esfuerzo en la que recogemos información sobre el problema a resolver o la tarea a realizar. Esta fase es consciente y voluntaria, y puede incluirse en ella todo el estudio o proceso formativo previo del artista o investigador. En ella hunde sus raíces la creatividad posterior, ya que sin ella sería imposible producir resultados originales.

Incubación. Para Wallas la incubación es un periodo en el que no se piensa de forma voluntaria o consciente en el problema o tarea, y en el que tienen lugar una serie de sucesos preconscientes. Podría decirse que durante esta fase el cerebro sigue trabajando aunque no seamos conscientes de ello. Para Wallas, la incubación puede tener lugar tanto a través de la relajación mental, mientras paseamos como von Helmholtz, o mientras trabajamos en otro tipo de tareas. Es decir, se trata de olvidarnos del problema a resolver para permitir que nuestra mente se ocupe de él a su manera.

Iluminación. En esta fase empiezan a emerger las ideas que nos acercan a la solución. Se trata de una especie de flash o click instantáneo en que surge una idea original de forma inesperada. Algunos autores la han denominado la experiencia ¡Eureka! Sería el resultado de las fases anteriores, y llevaría directamente a la solución creativa.

Verificación. Aunque podríamos pensar que el proceso creativo termina con ese emocionante momento que supone el flash de la iluminación, la cosa no se acaba ahí. Para que la creatividad dé sus frutos hay que ponerse de nuevo manos a la obra y utilizar nuestras habilidades de pensamiento analítico para dar forma final a esa idea de manera que pueda ser transmitida a una hipotética audiencia. Y es que algunas de las ideas creativas se pueden perder fácilmente porque no están empaquetadas de forma correcta o consumible.

Si pensamos en la elaboración de un proyecto fotográfico o artístico, podemos sacar algunas enseñanzas útiles de la propuesta de Wallas. La primera es que el esfuerzo intelectual resulta imprescindible, tanto en su fase inicial como en su fase final. No va a llegarnos del cielo una idea genial si no hemos trabajado antes en la preparación del proyecto. La formación previa, la documentación e investigación sobre una temática y el trabajo concienzudo en el proyecto resultan ineludibles. La segunda es que tras esa fase inicial resulta recomendable cierta desconexión mental. Dejar dormir el proyecto puede dar tiempo y libertad a nuestro cerebro para que siga haciendo su trabajo callado y así añada ese intangible al esfuerzo intelectual ya realizado para salir de caminos ya trillados y producir algo novedoso. La tercera, es que si la luz se encendió en nuestro cerebro habrá que trabajar de nuevo en esa idea original para convertirla en un proyecto interesante. A pesar de ello no siempre brotará esa obra original y novedosa, pero al menos lo habremos intentado con todos nuestros recursos.

sábado, 25 de febrero de 2017

EL PROPOSITO EN LA VIDA COMO ANTIDOTO ANTE LA SOLEDAD Y LA ENFERMEDAD


La genómica social es una interesante área científica que estudia cómo factores psicológicos y sociales, tales como el estrés o la soledad,  influyen en la expresión genética. Y es que pensar que la información contenida en el ADN  es independiente del contexto social del individuo resulta difícil de sostener. Eso es al menos lo que indica el estudio llevado a cabo por John Cacioppo en la Universidad de Chicago, quien siguió a lo largo de 10 años a una muestra de 200 sujetos que vivían en soledad. El análisis de unos 20.000 genes de estos sujetos encontró que, en comparación con un grupo control de personas que mostraban un alto apoyo social y una fuerte vinculación con su comunidad, estos sujetos solitarios mostraron una alta actividad en dos grupos de genes. El primer grupo incluía genes relacionados con procesos inflamatorios, algo realmente interesante si tenemos en cuenta que la misma genómica social ha demostrado que estos procesos se hallan implicados en algunas enfermedades crónicas tales como el cáncer o las enfermedades neurodegenerativas. En el segundo grupo se encontraban genes con un importante papel en la defensa frente a infecciones víricas o patógenos intracelulares y en la producción de ciertos tipos de anticuerpos. Estos genes mostraron una menor actividad en el grupo de personas solitarias. Por lo tanto, el estudio del profesor Cacioppo puso de manifiesto los mecanismos moleculares a través de los que la experiencia de soledad puede llevar a ciertas enfermedades y a un acortamiento de la vida.

Sin embargo, conviene hacer algunas matizaciones sobre esta relación encontrada entre soledad y enfermedad. La primera es que lo realmente importante es el sentimiento subjetivo de soledad, más que la situación objetiva del sujeto. Así, una persona puede sentirse aislada o desconectada aunque se encuentre rodeada de personas. Y por supuesto debe tratarse de un sentimiento de soledad o aislamiento sostenido en el tiempo,  no de una experiencia temporal. La segunda matización me parece realmente interesante, ya que no todos los sujetos muestran la misma vulnerabilidad ante situaciones sociales difíciles como la soledad o la pobreza.  Y ahí es donde los estudios llevados a cabo en la UCLA  University por Steve Cole aportan unos datos realmente significativos. Por un lado, la práctica de actividades contemplativas como la meditación, el Tai Chi o el yoga mostraron unos efectos protectores significativos aunque modestos. Y aunque no se puede decir que estas actividades inmunicen ante la adversidad a quienes las practican sí disminuyeron sus consecuencias negativas sobre la salud. Por otro lado, y esto parece realmente interesante, aquellos personas que a pesar de llevar una vida de soledad o desconexión muestran un propósito en la vida porque sienten que persiguen algún objetivo noble o valioso, que piensan que están contribuyendo a la mejora y el progreso de la sociedad, ayudando a la comunidad con su esfuerzo o son productivos a nivel artístico o cultural, presentan unos perfiles más favorables de expresión genética y  unos mejores indicadores de salud. Por lo tanto, parece que tener un sólido sentimiento de propósito en la vida representa un importante factor de protección ante algunas situaciones de adversidad.

Merece la pena recordar que William Damon, profesor de psicología en la Universidad de Stanford, había considerado al propósito en la vida como el principal indicador de desarrollo positivo en la adolescencia, que ayudaría a chicos y chicas a conseguir una mejor adaptación a aspectos de la vida que pueden ser amenazantes y generadores de estrés. De hecho los adolescentes que muestran un claro propósito vital suelen mostrar mejores estrategias para afrontar estas situaciones estresantes  y  presentan una mejor cohesión y ajuste psicológicos. Y aunque el propósito en la vida no se limita a la adolescencia, esta es una etapa en la que adquiere un significado especial, y en la que se asientan las bases para su posterior desarrollo y mantenimiento en la adultez. Teniendo en cuenta los efectos a corto y largo plazo, tanto sobre el bienestar como sobre la salud,  el propósito en la vida debería ser una de las competencias principales que deberían promoverse entre la juventud.