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miércoles, 26 de mayo de 2010

¿Niños con temperamento difícil o sensibles a las experiencias?


Una de las tareas más complejas y urgentes que tenemos quienes nos dedicamos a la investigación evolutiva es la de demostrar la influencia de los contextos de crianza sobre el desarrollo infantil. La inflación de datos procedentes de estudios transversales, en los que los efectos correlacionales han sido considerados causales con demasiada frecuencia ha llevado a fuertes críticas y dudas acerca de las posibilidades que padres y madres –también educadores- tienen para influir sobre el desarrollo y comportamiento de sus hijos e hijas. Quizá las críticas más duras a los estudios de socialización familiar han venido de autores como Judith Harris y Steve Pinker (ver aquí), que han destacado la importancia de las influencias ambientales o de los iguales, y han responsabilizado a psicólogos y educadores de culpabilizar a madres y padres por atribuirles la responsabilidad exclusiva de muchos de los problemas de sus hijos.

Los estudios longitudinales son cada vez más frecuentes, y aunque son pocos los que presentan diseños de carácter experimental, ofrecen una mayor potencialidad para analizar las influencias del ambiente sobre el desarrollo humano. Sin embargo, hay que reconocer que los efectos encontrados suelen ser de pequeña magnitud, lo que puede generar cierta perplejidad y mucha decepción entre quienes esperábamos efectos mayores.

Michael Pluess y Jay Belsky, en la actualidad investigadores de la Birkbeck University en Londres, arrojan alguna luz sobre este enigmático asunto mediante un estudio longitudinal en el que han seguido a una muestra de 1364 niños y niñas durante la primera década de sus vidas. Los resultados han revelado que el temperamento infantil ejerce un importante efecto de moderación en las relaciones entre la calidad de la crianza parental, o el cuidado alternativo (day care), y el desarrollo cognitivo y social de los menores. Es decir, no todos los niños se verían afectados de la misma manera por esta calidad ambiental, ya que serían aquellos de temperamento difícil quienes más beneficiados o perjudicados se verían por una crianza de buena o mala calidad. Por lo tanto, cuando los investigadores tratan de encontrar los efectos principales de la influencia ambiental sin tener en cuenta estos posibles efectos de moderación con demasiada frecuencia obtienen resultados decepcionantes. Como Pluess y Belsky sugieren, el temperamento difícil puede ser un indicador de una mayor sensibilidad del sistema nervioso a los estímulos ambientales, de forma que estas experiencias, tanto si son favorables como si no lo son, afectarán de manera más significativa a estos niños “difíciles” que a quienes tienen sistemas nerviosos menos sensibles. Esta mayor sensibilidad ambiental no tiene que limitarse a la infancia y puede extenderse a todo el ciclo vital.

Estos datos son de mucho interés, y abundan en la idea que ya expuse en una entrada anterior (ver aquí) de que la vulnerabilidad puede releerse como una mayor sensibilidad a las experiencias, y la resiliencia como una falta de plasticidad, y en la importancia que adquiere el proporcionar unos entornos afectivos y estimulantes a esas “criaturas difíciles”.
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Pluess, M. & Belsky, J. (2010). Differencial susceptibility to parenting and quality day care. Developmental Psychology, 46, 379-390.

domingo, 1 de marzo de 2009

Efectos sobre la autoregulación de la exposición prenatal al tabaco


Hace ya algún tiempo que la mayoría de los psicólogos evolutivos consideramos que el desarrollo humano es fruto de la interacción de factores genéticos y ambientales. Si somos estrictos, y creo que conviene serlo en este tema, cuando hablamos de interacción solemos hacer referencia a lo que también se denomina efectos de moderación. Es decir, determinadas influencias genéticas se verán moderadas por ciertas condiciones contextuales, o lo que es lo mismo, unos factores genéticos tendrán unos efectos determinados sobre sujetos expuestos a ciertos ambientes, y consecuencias diferentes sobre quienes no lo están. Evidentemente, también pueden ser factores genéticos los que moderen la influencia sobre el desarrollo de factores ambientales.

En otras ocasiones, los efectos de herencia y ambiente serán aditivos, es decir, ambos contribuirán sumando sus efectos sobre el desarrollo, pero en esta entrada vamos a ocuparnos de los efectos de interacción, que pueden ser de bastante interés para el estudio de los procesos que subyacen al desarrollo humano, ya sea normal o patológico.

A pesar del interés de las explicaciones de tipo interaccionista, sólo muy recientemente, y como consecuencia de los avances en el campo de la genética molecular, se han podido identificar algunos de estos efectos de interacción. Los diseños empleados para estudiar estos efectos son los denominados del “gen candidato”, que consisten en comparar a dos grupos de sujetos que tienen diferentes versiones de un determinado gen que se supone que desempeña un papel importante en el desarrollo de un determinado comportamiento o patología. Hace algunos años que Caspi et al. (2002) encontraron que los individuos que tenían la versión de baja actividad del gen de la mono amino oxidasa (MAOA) tenían muchas probabilidades de mostrar comportamientos antisociales en la adultez si habían experimentado malos tratos en la infancia. Es decir, no bastaba con la situación traumática infantil, además se precisaba de una variante del gen MAOA. Otra investigación halló que los niños que tenían padres poco sensibles y responsivos desarrollaban problemas de conducta sólo cuando tenían una determinada versión del gen DRD4.
Un estudio recientemente publicado por Developmental Psychology ha relevado otro interesante efecto de interacción genes-ambiente. Los equipos dirigidos por los profesores Wiebe y Jameson, de las universidades de Nebraska-Lincoln y Illinois, respectivamente, encontraron que aquellos bebés que habían estado expuestos al tabaco durante el embarazo y que tenían una versión del gen DRD2 mostraban menos atención y más irritabilidad. Un estudio paralelo con una muestra de preescolares también encontró que la exposición al tabaco unida a la misma versión del DRD2 se relacionaba con más dificultades en la realización de tareas de control ejecutivo.

Sin duda estos datos son muy interesantes, y resaltan la importancia para el desarrollo de ciertos desajustes conductuales de algunos genes, como el DRD2 y DRD4, relacionados con la recepción de la dopamina, neurotransmisor que juega un papel muy importante en el desarrollo de los sistemas cerebrales implicados en la autorregulación de la conducta. Si en la infancia estos sujetos empiezan a mostrar problemas relacionados con la función ejecutiva y la regulación de la conducta, es probable que durante la adolescencia el desarrollo de la corteza prefrontal y de las estructuras mesolímbicas que integran el sistema de recompensa se vea alterado como consecuencia de su dependencia de la dopamina. Por lo tanto, algunos comportamientos de riesgos –y el consumo de sustancias es uno de ellos- relacionados con el equilibrio entre el sistema prefrontal y el de recompensa pueden ser más frecuentes en los sujetos que teniendo una determinada versión del gen DRD2 estuvieron expuestos al tabaco durante el periodo prenatal.

Wiebe, S. A. et al. (2009). Gene-environment interactions across development: Exploring DRD2 genotype and prenatal smoking effects on self-regulation. Developmental Psychology. Vol 45(1), Jan 2009, 31-44.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Ideología en el debate entre herencia y ambiente


Hay que reconocer que durante muchos años ha habido una clara resistencia por parte de muchos psicólogos a los planteamientos de corte biologicista, como la genética de la conducta, la etología, la psicología evolucionista o la neurobiología. Durante los años 70 el enfrentamiento entre los defensores de plantamientos ambientalistas y quienes admitían que ciertos comportamientos humanos tenían cierta base instintiva fue muy encarnizado.

En 1971, Richard Herrstein publicó su polémico artículo “IQ” en el que planteaba que la inteligencia era en parte heredada. Es más que probable que a lo largo de su vida Herrstein se arrepintiese más de una vez de su artículo, ya que a raíz de su publicación las cosas no le fueron demasiado bien: fue acusado de fascista y racista, se repartieron planfletos en su contra en las universidades de Boston y se colocaron por todo el campus carteles con la palabra “murderer” bajo la foto de Herrstein. Cuando trataba de dar alguna conferencia, independientemente de que el tema de la misma tuviese poco que ver con la heredabilidad del CI, era interrumpido por muchedumbres que no cesaban de lanzarle improperios. Años después Herrstein amplió sus argumentos, sobre todo los referidos a las causas genéticas de las diferencias raciales en CI, en su libro “The Bell Curve”, causando también cierto revuelo.

A otros investigadores no les fue mucho mejor. Por ejemplo, cuando a finales de los sesenta Paul Ekman publicó sus ideas sobre la base instintiva de la expresión y el reconocimiento de las emociones, algo que ya había adelantado Darwin en “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre”, recibió durísimos ataques por parte de antropólogos tan eminentes como Margaret Mead.


Pero, tal vez, las controversias mayores las suscitaron el entomólogo E.O. Wilson, con la publicación de su obra “Sociobiologia”, y el etólogo Richard Dawkins, con “El gen egoista”. Wilson pasaba revista en su libro a la evolución de la comunicación, el altruismo, la agresividad, el sexo o la paternidad en distintas especies, entre ellas la humana. La controversia con algunos colegas como Stephen Jay Gould, genetistas como Richard Lewontin, o neurocientíficos como Steven Rose fue intensa. Pero, al igual que ocurrió con Herrstein, Wilson tuvo que sufrir insultos y críticas desmedidas que sobrepasaron con creces los límites del debate que suele ser habitual en el terreno académico: las difamaciones y distorsiones de sus planteamientos teóricos o los boicots a sus conferencias en los campus universitarios se convirtieron el algo relativamente frecuente. En un debate con Gould organizado por la Asociación Americana para el avance de la Ciencia, un estudiante subió al estrado y, después de llamarle racista, vertió sobre Wilson un vaso de agua (El mismo Gould relata el episodio en su libro “Erase una vez el zorro y el erizo”).
En fin, no cabe duda que Wilson llevó durante aquellos años una vida complicada. Seguro que su señora le recriminó en más de una ocasión: “Chiquillo tú por qué tienes que escribir esas cosas, no puedes escribir de hormigas, que es lo tuyo”.

Visto de forma retrospectiva, es indudable que el debate acerca de la naturaleza humana estuvo claramente cargado de ideología, así, los planteamientos ambientalistas fueron acogidos con entusiasmo por una izquierda política que aspiraba a cambiar el mundo, y que para ello necesitaba que el ser humano fuese modificable. Como afirmó Trotsky “Producir una nueva y mejorada versión del hombre es la futura tarea del Comunismo”. Por ello, todo lo que pusiera límites a esa modificabilidad suscitaba muchos recelos, y no es de extrañar que a finales de los años 40 Stalin suprimiese la genética y encarcelase por contrarrevolucionarios a muchos genetistas. En cambio, los postulados más innatistas encontraron más acomodo entre los sectores conservadores. Por ejemplo, las tesis de Herrstein sobre la heredabilidad del CI fueron esgrimidas por quienes defendían el recorte de los fondos que el gobierno de Estados Unidos dedicaba a los programas compensatorios, como el Head Start, dirigidos a las minorías desfavorecidas, en gran parte conformadas por latinos y afroamericanos. Según los sectores más duros del partido republicano, el fracaso escolar de esas minorías era inevitable, ya que la inteligencia se heredaba y su baja posición en la escala social era fruto de su falta de inteligencia, y no lo contrario. Así que dedicar fondos públicos a esos programas era tirar el dinero.

Este debate científico, tan cargado de ideología, no hizo otra cosa que poner en entredicho la supuesta objetividad de las ciencias, algo que ingenuamente muchos pensadores habían defendido y que hoy resulta difícil mantener.

En post anteriores he tocado este tema (ver aquí o aquí)


Stephen Jay Gould

domingo, 28 de septiembre de 2008

El apego inseguro desorganizado y el papel de los genes

En una entrada anterior me he referido a los tres tipos de apego que fueron descritos por John Bowlby y Mary Ainsworth –seguro, inseguro ambivalente e inseguro evitativo-, aunque algunos años después Main & Solomon (1986) propusieron la existencia de un cuarto tipo, el apego inseguro desorganizado. Se trata de niños que muestran muchas de las características de los inseguros ambivalentes y evitativos, y que inicialmente eran considerados como inclasificables. Son los menores que muestran la mayor inseguridad en su vínculo afectivo. Cuando se reúnen con su madre tras la separación en la Situación del Extraño, estos niños muestran una variedad de conductas confusas y contradictorias. Por ejemplo, pueden mirar hacia otro lado mientras son sostenidos por la madre, o se aproximan a ella con una expresión monótona y triste. La mayoría de ellos comunican su desorientación con una expresión de ofuscación. Algunos lloran de forma inesperada tras mostrarse tranquilos o adoptan posturas rígidas y extrañas y movimientos estereotipados. Si los apegos inseguros evitativo y ambivalente están determinados por la conducta insensible de sus cuidadores, los niños de apego desorganizado suelen tener cuidadores que presentan conductas amenazantes y atemorizadoras que generan una gran confusión en el menor. Por ejemplo, el maltrato por parte del cuidador generaría esta confusión, ya que la persona que podría aliviar y proteger al niño es la misma que genera su temor y malestar emocional.
Estudios realizados en el campo de la genética de la conducta encontraron una escasa heredabilidad de los tipos de apego, puesto que la mayor variabilidad era explicada por el medio familiar no compartido –el trato parental-. Sin embargo, estudios recientes de genética molecular han hallado un interesante efecto de interacción genes-ambiente, ya que aquellos menores que poseen las variantes 7-repetido y 521T del gen receptor de dopamina DRD4 tenían una probabilidad 10 veces mayor de presentar un apego desorganizado (Gervai et al., 2005). El sistema de neurotransmisión dopaminérgico es uno de los más importantes en el sistema nervioso central, ya que está involucrado en los procesos de la cognición, la conducta y las emociones, y la dopamina juega un importante papel en el desarrollo de la corteza prefrontal. Por ello, los receptores de la dopamina parecen estar asociados a problemas como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), la esquizofrenia o las adicciones. Estos datos parecen indicar que la combinación de un trato parental claramente inadecuado con la posesión de ciertos alelos del gen DRD4 sitúan a los menores en una situación de mucho riesgo de desarrollar algunos trastornos psicológicos y psiquiátricos, cuya primera manifestación sería el apego inseguro desorganizado.

Otros factores que pueden facilitar el establecimiento de un apego desorganizado son de carácter ambiental. Así, en familias de alto riesgo psicosocial en las que los conflictos maritales, las adicciones y las situaciones estresantes están presentes, aumentará la vulnerabilidad del menor y bastará con un trato parental poco sensible a las necesidades del menor para que desarrolle un apego desorganizado.


Bernier, A. & Meins, E. (2008). A Threshold approach to understanding the origins of attachment disorganization. Developmental Psychology, 44, 969-982.