sábado, 13 de diciembre de 2014

Psicología y Fotografía: Estilo, maestría y creatividad en fotografía


Afirmaba Susan Sontag que la enorme versatilidad de la fotografía hace que no tenga mucho sentido hablar de estilo. El pintor desarrolla un estilo a lo largo de los años que hace que su obra sea reconocible. Sin embargo, en la fotografía "las cualidades formales del estilo -méta central de la pintura- a lo sumo tienen importancia secundaria, mientras que siempre tiene fundamental importancia qué es lo fotografiado." (Sontag, 1973, pag. 135).

Pese a esa libertad que la cámara ofrece al fotógrafo para hacer piruetas estilísticas, cada mirada tiene su peculiar forma de atrapar la realidad y con el tiempo el fotógrafo es reconocible en su obra. Aunque conseguir combinar originalidad y creatividad con una cierta constancia en el estilo solo está al alcance de algunos favorecidos por las musas. Y es que la maestría, o el dominio que la práctica intensiva en una actividad trae consigo, no siempre va acompañada de un aumento de la creatividad. Más bien puede ocurrir lo contrario.

Es cierto que la maestría nos brinda la posibilidad de ser más eficientes, de resolver con menos esfuerzo las situaciones problemáticas que se nos presentan en el ejercicio de nuestra profesión o de nuestros hobbies. La experiencia acumulada del experto le lleva a actuar de forma más intuitiva, saltándose los pasos lógicos y ordenados propios del que se inicia. Esa intuición, que es el destilado de mucho esfuerzo y dedicación, tiene su sustrato neurológico: el cerebro establece conexiones entre células en forma de patrones neuronales. Por lo tanto, cuando el experto afronta una nueva situación fácilmente encuentra en su cerebro algún patrón ya construido del que podrá tirar para resolver con decoro esa situación.

Con la edad, y con la práctica y el envejecimiento natural de nuestro cerebro ocurren dos cosas; por una parte acumulamos una mayor número de patrones neuronales, lo que nos convierten en expertos; pero, por otra parte, nuestra energía mental ya no es la que era cuando teníamos 20 años y nos vamos volviendo mentalmente perezosos: cada vez dedicamos menos tiempo y esfuerzo a resolver nuevos problemas y encontrar soluciones fotográficas originales. Lo que hacemos es tirar de nuestra experiencia buscando en nuestra mochila de patrones visuales, ya que es muy probable que allí encontraremos algo útil. El inconveniente que tiene esta forma de trabajar es que nos repetimos una y otra vez. Nos vamos haciendo muy previsibles en un estilo eficaz pero que poco a poco va perdiendo frescura y originalidad. Eso explica que la mayoría de estudios encuentre que la curva de la creatividad suele tocar techo antes de los 40 años, y que maestría y creatividad sigan trayectorias divergentes. No obstante, puede haber algunas excepciones, como la de aquellos sujetos que empezaron a una edad tardía su actividad "artística". En esos casos,  el bagaje de patrones acumulados será escaso y tendrán que esforzarse en encontrar nuevas soluciones a los problemas que afronten, por lo que su curva de creatividad llevará algún retraso. Otro caso será el de algunos individuos excepcionales, cuya insatisfacción permanente les llevará a una búsqueda continua de nuevas fórmulas expresivas. Pero, no nos engañemos, esos son los menos, la mayoría tendremos que mirar hacia atrás para ver que encontramos.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Autonomía emocional en la adolescencia y adultez temprana


Tratar de lograr una cierta autonomía emocional con respecto a los propios padres es una de las tareas evolutivas a las que chicos y chicas deberán hacer frente durante los años de la adolescencia.  Esta autonomía implica romper la dependencia emocional de los padres, a los que se empieza a contemplar de una manera menos idealizada y más realista. Esta independencia emocional es un asunto que ha generado mucho interés y controversia entre los investigadores. Por una parte nos encontramos con quienes defienden que el distanciamiento afectivo es necesario para el desarrollo psicológico saludable de los adolescentes. De acuerdo con este punto de vista, la autonomía emocional tendería a aumentar a lo largo de la adolescencia y estaría asociada positivamente a un buen ajuste psicológico. Por otra parte están los autores  que no lo ven tan claro, y que piensan que esa separación emocional podría ser la manifestación de unas malas relaciones parento-filiales, por lo que estaría vinculada con algunos indicadores de desajuste emocional.

Con el propósito de arrojar luz sobre ese debate, y sobre otros asuntos, llevamos a cabo un estudio longitudinal en el que estudiamos a lo largo de una década, entrevistándolos en cuatro ocasiones (a los 13, 15, 18 y 22 años), a una muestra de 90 chicos y chicas andaluces.

Los resultados, que van a ser publicados en la revista de la European Association for Research on Adolescence, apoyaron la hipótesis de que una alta autonomía emocional en jóvenes y adolescentes podría estar indicando unas pobres relaciones familiares, más que un desarrollo psicológico saludable.  Así, las puntuaciones altas en la escala de autonomía emocional usada en el estudio se asociaron con una pobre cohesión emocional entre los miembros de la familia en etapas anteriores. Es decir, una mala relación con los padres tendía a predecir una elevada autonomía años después. Este distanciamento afectivo también estuvo relacionado con una menor satisfacción vital, y con más problemas ansioso-depresivos, especialmente entre las chicas. Por último,  tampoco se observó un aumento en la autonomía emocional durante el tiempo que duró la investigación, como cabría esperar si se tratase de una tarea evolutiva. Incluso las puntuaciones tendieron a disminuir durante los años finales de la adolescencia.

Estos resultados podrían resultar sorprendentes, sin embargo pueden ser interpretados en el marco de la teoría del apego. Estos adolescentes muy autónomos emocionalmente no se habrían distanciado de sus padres durante de la adolescencia, sino que  más bien habrían forjado con ellos, a lo largo de la infancia, un vínculo de apego inseguro, como consecuencia de la falta de afecto y apoyo parental. A fuerza de frialdad afectiva habrían aprendido a no confiar en sus padres y a no depender de ellos, adquiriendo una autosuficiencia afectiva que les habría llevado  a huir de las ataduras emocionales que se forjan en las relaciones interpersonales.

Como conclusión, se puede afirmar que un desarrollo óptimo durante la adolescencia no precisa de una ruptura de los vínculos afectivos con los progenitores, ya que, al menos en nuestro contexto cultural, se puede llegar a ser un adulto maduro e independiente sin renunciar a una buena relación emocional con los progenitores.



miércoles, 26 de noviembre de 2014

Parentalidad positiva en la adolescencia


Ser padre o madre de un chico o una chica adolescente puede ser una de las vivencias más gratificantes que se pueden tener en el ejercicio de la parentalidad. Asistir al surgimiento de nuevas formas de pensar, ver cómo desarrolla nuevas competencias sociales y nuevos intereses o charlar sobre asuntos estimulantes, son algunas de las experiencias más satisfactorias que puede disfrutar una madre o un padre con la llegada de la adolescencia. Sin embargo, las dudas, la incertidumbre, la desorientación y la impotencia suelen ser sentimientos frecuentes entre progenitores de adolescentes. Después de una etapa relativamente satisfactoria, en la que el ejercicio de la parentalidad les llevó a sentirse competentes en su papel, con la llegada de la pubertad muchos padres y madres tienen la sensación de que su mundo familiar se resquebraja bajo sus pies y que las relaciones cálidas y afectuosas que hasta ahora habían sostenido con sus hijos dan paso a discusiones y conflictos cotidianos que amenazan con socavar tanto la convivencia en el hogar como su propio equilibrio mental.  Son muchas las causas que justifican que en la mayoría de ocasiones ser madre o padre de un adolescente sea más complicado que serlo de un niño más pequeño. Y es que a los cambios que tanto hijos como padres suelen experimentar durante esta transición evolutiva habría que añadir algunas de las circunstancias socio-culturales del mundo actual, que pueden complicar aún más la vivencia de esta etapa. Algunos ejemplos de estas circunstancias son la enorme presencia de los medios de comunicación en nuestras vidas, que contribuyen a difundir una imagen muy sensacionalista y negativa de la adolescencia y que va a generar un intenso prejuicio entre las personas adultas. O el adelanto de la pubertad que ha acontecido durante las últimas décadas, que ha tenido la consecuencia de que muchos de los comportamientos adolescentes que más preocupación generan entre los padres sean más precoces. Y también la rapidez con la que se producen los cambios sociales que han contribuido a aumentar la brecha generacional.

A pesar de esas dificultades y de la importancia que la familia continúa teniendo como contexto de socialización durante la adolescencia, las actividades y los programas llevados a cabo para apoyar a madres y padres en su tarea parental no suelen ser tan frecuentes como lo eran en la infancia. El resultado es ese cierto desamparo que muchos progenitores reconocen experimentar ante una tarea que se les antoja demasiado complicada, y que va a requerir que el apoyo a madres y padres de adolescentes sea una necesidad prioritaria de cara a favorecer la convivencia familiar y el desarrollo y ajuste adolescente.

Sin embargo, sin negar  las dificultades iniciales, muchos padres y madres disfrutan bastante en esta etapa del ejercicio de su rol parental. Cuando disponen de las estrategias y el apoyo adecuado, ser padre o madre de un adolescente puede convertirse en una experiencia tremendamente gratificante.

Durante los últimos años ha tenido lugar un importante cambio en la forma de entender el apoyo que se presta a madres y padres de adolescentes para que puedan ejercer su rol de forma más favorable. Los primeros programas de intervención estuvieron claramente inspirados en la teoría del déficit y de la educación compensatoria, ya que se concebían como una vía para compensar las carencias de algunos entornos familiares; es decir, se consideraba la intervención sobre padres y madres como la actuación más indicada para modificar las pautas de comportamiento inapropiadas de unos progenitores considerados poco competentes, con la esperanza de que así aportarán a los niños y las niñas un entorno de desarrollo menos deficitario.

Frente a esta visión más tradicional en la educación de padres y madres, surge el enfoque de la parentalidad  positiva, basado en la optimización de competencias, más que en la compensación de deficiencias. Un enfoque que parte del convencimiento de que la actuación de padres y madres en la crianza y educación de los hijos es una tarea para la que no se recibe una formación adecuada y para la que, en mayor o menor medida, todas las familias experimentan ciertas necesidades de apoyo. Se trata, por tanto, de una intervención de carácter eminentemente preventivo, que busca la promoción del desarrollo de toda la familia y que se aleja de los modelos que consideran a las familias más vulnerables como las únicas necesitadas de apoyo cuando no funcionan de forma adecuada.

Oliva, A., Parra, A y Reina, M. C. (en prensa). Parentalidad Positiva durante la Adolescencia: Promoviendo los activos familiares. En A. Oliva (Ed.). Desarrollo Positivo Adolescente. Madrid: Síntesis.


viernes, 7 de noviembre de 2014

La autoestima a lo largo de la vida



Llamamos autoestima a la valoración subjetiva que hacemos de nosotros mismos como personas, lo que implica un sentimiento de auto-aceptación y auto-respeto. Una buena autoestima no conlleva la consideración de que somos mucho mejores que los demás, algo que suele ser frecuente en las personalidades megalómanas y narcisistas, y que puede estar escondiendo una personalidad frágil e insegura. Sencillamente se trata de querernos y valorarnos tal como somos.

La autoestima se forja en las primeras etapas de la infancia a partir de nuestras experiencias en la escuela y, sobre todo, en la familia: cuando nos sentimos queridos y aceptados nuestra autoestima crece con nosotros. Pero ¿cómo evoluciona a lo largo de la vida? ¿Se trata de un rasgo estable y poco sujeto al cambio o va a sufrir vaivenes como consecuencia de nuestras vivencias y experiencias? Ulrich Orth y Richard Robins,  profesores de las universidades de Berna y California,  han publicado recientemente una revisión, a partir de los estudios longitudinales realizados hasta la fecha, que responde cumplidamente a ambas preguntas.

En cuanto a su evolución a lo largo del ciclo vital los datos son bien claros: la autoestima aumenta a lo largo de la adolescencia y la adultez temprana y media hasta alcanzar su nivel más alto en la década de los 50. A partir de ese momento sufre un descenso continuo hasta el final de la vida. No obstante, este descenso va a ser más o menos acusado en función de algunas variables tales como el estado de salud o de la cuenta bancaria, de manera que las enfermedades y la falta de recursos económicos acelerarán esta pérdida de autoestima.

Esta trayectoria en forma de "U" invertida suele ser similar en ambos sexos, aunque a partir de la adolescencia los varones muestran una autoestima ligeramente superior a las mujeres, algo que no debe sorprendernos si tenemos en cuenta las mayores facilidades y oportunidades que ellos van a encontrar, sobre todo en el mundo laboral.

Si bien el sexo no establece diferencias en la trayectoria de la autoestima sí lo hacen otras variables personales, así las personas extrovertidas, concienzudas y estables emocionalmente muestran un desarrollo más positivo a lo largo de las etapas de la vida.

Con respecto a la mayor o menor estabilidad de la autoestima durante nuestras vidas, los datos también parecen ser muy claros, ya que apuntan en el sentido de considerarla un rasgo de la personalidad bastante estable y relativamente independiente de las contingencias ambientales. Es decir, a pesar del incremento que se observa en la mayoría de sujetos entre la adolescencia y la adultez media, quienes  muestran puntuaciones en autoestima por debajo o por encima de la media al comienzo de ese periodo tienden a situarse en posiciones parecidas del ranking años después. Esto quiere decir que se puede predecir la autoestima que tendrá un sujeto con varias décadas de antelación, y que este rasgo no suele fluctuar demasiado como respuesta a los éxitos y fracasos, más bien se muestra bastante resistente a estas circunstancias vitales.

Finalmente, hay que señalar que los estudios longitudinales más recientes encuentran que la autoestima es un potente predictor del bienestar y el éxito de una persona en distintas esferas de la vida (satisfacción marital, relaciones con los demás, salud, estatus profesional, satisfacción laboral). Es decir, se puede afirmar que una buena autoestima no es la consecuencia lógica de nuestros logros, sino más bien la causa de ellos o, al menos, un factor que nos ayuda a conseguirlos.


Orth, U & Robins, R. W. (2014). The development of self-esteem. Current Directions in Psychological Science, 23 (5), 381-387.

sábado, 13 de septiembre de 2014

II Seminario Universitario sobre Fotografía y Psicología Curso 2014/15




Actividad autorizada con reconocimiento de créditos por la Universidad de Sevilla.


Profesor: Alfredo Oliva Delgado. Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación
Universidad de Sevilla.

Objetivos:
- Conocer algunas de las aportaciones más interesantes de la psicología al estudio de la fotografía y la imagen.
- Comprender las principales leyes de la composición fotográfica desde un punto de vista psicológico.
- Utilizar algunos conceptos y teorías psicológicas para mejorar la técnica fotográfica.
- Realizar una lectura de imágenes y fotografías a partir de conocimientos psicológicos.
- Conocer las relaciones entre psicología y estética

Contenido:
Principales aportaciones de la psicología al estudio de la fotografía y la imagen. Relaciones entre sensación, percepción e imagen en fotografía, los modelos de apreciación y juicio estético o la psicología de la creatividad aplicada a la fotografía. Memoria y narrativa fotográfica.

Horas dedicadas : 25            Nº créditos ECTS autorizados: 1      Nº de créditos LRU: 2,5
Calendario: Los miércoles 18 y 25 de febrero y 4, 11, 18 y 25 de marzo de 2015 en horario de 17.00 a 21.00 horas.

Nº plazas : 20
Lugar: Seminario de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Facultad de Psicología.
Destinatarios: Todos los alumnos de la Universidad de Sevilla.

Persona contacto: Alfredo Oliva Delgado  
Inscripción Libre: envía un email a oliva@us.es con tus datos, indicando tu Facultad, curso y nivel de conocimientos sobre fotografía.

Tfno. info. 954557695            Email info.: oliva@us.es



lunes, 9 de junio de 2014

La Psicología Positiva y el valor de las emociones negativas.



Que las emociones positivas  influyen sobre la salud y el bienestar deja poco lugar a la discusión.  Por si la revisión de Chida y Steptoe (2008), en la que revisaron setenta estudios que analizaban la relación entre optimismo y salud, dejaba algunas dudas, el trabajo de Karina Davidson contribuyó a despejarlas definitivamente. El estudio de esta investigadora de la Universidad de Columbia, en el que siguió durante una  década a más de 1700 personas residentes en Nueva Escocia , encontró que quienes mostraban una mayor tendencia a expresar emociones positivas presentaron 10 años después una mejor salud cardiovascular. Los mecanismos por los que tiene lugar esa influencia han sido explicados por el neuropsicólogo Richard J. Davidson (ver aquí).

Ello no quiere decir que los estados emocionales positivos no puedan ser contraproducentes en algunas ocasiones. Así, por ejemplo, un optimismo exagerado puede llevarnos a tomar algunas decisiones incorrectas al ignorar los obstáculos que se interponen en nuestro camino y elegir una vía demasiado directa hacia nuestro objetivo por confiar demasiado en nuestras posibilidades. En una entrada anterior me he referido a los inconvenientes que puede acarrear una autoestima alta o inflada (ver aquí).

El interés de la Psicología Positiva por las emociones positivas no ha  supuesto que se haya desinteresado de las negativas.  Pero no para suprimirlas o anularlas después de convertirlas en patologías, como ha sido lo usual en la psicología tradicional. Muy al contrario, desde este enfoque psicológico se ha resaltado el valor adaptativo de muchas emociones negativas ¿Cómo si no se podría justificar que se hubiesen mantenido a lo largo de la evolución de nuestra especie?

Pensemos, por ejemplo,  que una cierta tristeza o melancolía puede llevarnos a un razonamiento más preciso y analítico y a una memoria más objetiva.  En este sentido son muy interesantes los trabajos del profesor de psicología de Princeton y premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman que revelan como una excesiva confianza pueden inducirnos un pensamiento intuitivo arriesgado e impreciso en muchas situaciones que requieren de mucha cautela. Igualmente, la insatisfacción o la baja autoestima pueden ayudarnos a mejorar al darnos la motivación para romper con situaciones de infelicidad e introducir algunos cambios en nuestras vidas. Y aunque el optimismo suponga un claro activo personal, en ciertas situaciones un ligero pesimismo no crónico puede resultar una actitud defensiva de mucha utilidad. Así, algunos estudios indican que las personas pesimistas y desconfiadas son más sensibles a las amenazas potenciales y a la detección de posibles engaños.

Por lo tanto, aunque la Psicología Positiva haya puesto más el énfasis en las emociones positivas que en las negativas, no ha descuidado el interés por éstas últimas. Buscar las satisfacción y la felicidad no debe llevarnos a considerar que somos incompetentes y fracasados cuando nos asaltan la tristeza y la insatisfacción. Como apunta Francisco Brines en unos versos del "Otoño de las rosas", el dolor y la dicha son las dos caras de una misma moneda.

¿Y cómo devolver sus diferencias
al dolor y a la dicha,
y ser los dos amados por igual,
pues completan los dos el sabor encendido de la vida?




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domingo, 1 de junio de 2014

De la psicopatología a la resiliencia y la salutogénesis



El campo de la psicopatología ha presenciado durante las última décadas un viraje importante, pasando de un enfoque centrado en la vulnerabilidad y los factores de riesgo a otro que prioriza el crecimiento personal y los factores de protección. Así, el concepto de resiliencia, que es definida como la adaptación positiva del sujeto a pesar de vivir en unas circunstancias de dificultades y adversidad, ha pasado a formar parte del vocabulario habitual de psicólogos y psiquiatras.  El estudio longitudinal realizado en Hawai por Werner y Smith (1982; 2001),  y en el que siguieron hasta su adultez a cerca de 700 niños y niñas de ambientes desfavorecidos, muchos de los cuales vivían en situaciones de alto riesgo, puede considerarse el origen del concepto de resiliencia. Estos investigadores encontraron que muchos de estos sujetos experimentaron un desarrollo tanto o más saludable que sus compañeros que no habían atravesado situaciones de adversidad. Los resultados indicaban que sólo un porcentaje de los sujetos que sufrían condiciones de mucho riesgo terminaban desarrollando trastornos, lo que acrecentó el interés por conocer cuáles eran los factores que les protegían ante la adversidad.  También resaltaron la importancia de definir qué es lo que constituye una buena adaptación, ya que para que un sujeto pueda ser considerado resiliente no sólo debe haber experimentado adversidad, sino que además debe mostrar una buena adaptación o un buen desarrollo.

Los trabajos posteriores de Ann Masten y colegas  han sido una aportación fundamental en este sentido, ya que para estos investigadores la adaptación es un constructo dinámico que requiere del éxito en la resolución de tareas que son importantes para los sujetos de una determinada edad en un contexto sociocultural concreto. Así, durante la adolescencia tendríamos que referirnos al establecimiento de relaciones estrechas con los iguales, el buen rendimiento académico o el logro de la identidad personal, por poner sólo algunos ejemplos de tareas apropiadas a esta edad. Los estudios empíricos dirigidos por Masten han apuntado cinco áreas principales de competencia que indican una buena adaptación durante la adolescencia: el comportamiento, los logros académicos, la competencia social, la competencia en las relaciones de pareja y la competencia vocacional. También han servido para determinar cuáles son los factores que pueden favorecer esa buena adaptación a pesar de la adversidad. Esos factores  incluyen tanto características personales, tales como el optimismo, el locus of control interno, o un buen nivel intelectual, como aspectos del contexto, entre los que pueden destacarse gozar de un estilo parental democrático en casa, acudir a buenas escuelas o implicarse en actividades extraescolares de ocio.

También es de justicia mencionar los trabajos de Aaron Antonovsky acerca de la salutogénesis y el sentido de coherencia. Este médico sociólogo israelí interesado por la influencia del estrés sobre la salud se encontraba realizando un estudio sobre los efectos de la menopausia en un grupo de mujeres, muchas de ellas sobrevivientes de los campos de concentración nazís. Antonovsky encontró que la mayoría, que había sufrido experiencias muy estresantes, mostraba más síntomas que las mujeres del grupo control. No obstante, había un pequeño grupo que a pesar de haber vivido el drama de los campos de concentración mostraba una adaptación similar a la de las mujeres que no habían pasado por situaciones particularmente estresantes. Ello le llevó a interesarse por los factores que facilitaron esta adaptación, lo que supuso un cambio de rumbo en su manera de estudiar el estrés, y a interesarse por el proceso que lleva a las personas en dirección a la salud, por contraposición al modelo patogénico que busca los factores que llevan a la enfermedad. A pesar de las similitudes de la propuesta de Antonovsky con el concepto de resiliencia existen algunas diferencias, ya que mientras que esta última analiza la adaptación de los individuos en situación de riesgo, la salutogénesis se interesa por los factores que facilitan la salud y el bienestar de todos los sujetos, con independencia de que vivan o no situaciones de riesgo. A estos factores el médico israelí los denominó recursos generales de resistencia, que son elementos de tipo biológico, material o psicosocial que ayudan a las personas a afrontar de forma exitosa las circunstancias y estresores de sus vidas. Estos recursos favorecen que el sujeto desarrolle una visión general del mundo en que vive como un contexto compresible, manejable y significativo, algo que Antonovsky  denominó sentido de coherencia. Algunos estudios han hallado que tanto adultos como adolescentes que muestran un mayor sentido de coherencia presentan mejores indicadores de salud y bienestar.




miércoles, 7 de mayo de 2014

Reed Larson y la iniciativa personal como la clave del desarrollo positivo adolescente

            
Si  en la entrada anterior nos referíamos a William Damon y  el propósito en la vida,  Reed Larson destaca un concepto parecido, la iniciativa personal, como el núcleo del desarrollo positivo durante la adolescencia. Esta iniciativa podría definirse como la capacidad para tener una motivación intrínseca y dirigir la atención y el esfuerzo hacia un objetivo que suponga un reto personal, y representa un requisito para el desarrollo de otras competencias, como la creatividad, el liderazgo, el altruismo o la conducta cívica. Para este profesor de la Universidad de Illinois, la sociedad global requiere de los ciudadanos grandes dosis de iniciativa para adaptarse a un contexto social y laboral muy cambiante. Sin embargo, no proporciona oportunidades a sus jóvenes para el desarrollo de esta iniciativa, ya que existe una clara discontinuidad entre las actividades que los niños realizan en la escuela y las que deberán llevar a cabo en el mundo adulto.

            Para Larson son tres los elementos claves en el desarrollo de la iniciativa: 1)la motivación intrínseca para la realización de una actividad; 2) el compromiso, la atención y el esfuerzo en su realización; 3) la continuidad a lo largo de un periodo prolongado. En el contexto escolar, donde los adolescentes pasan una gran parte de la jornada no están presentes estos tres componentes. La actividad académica requiere esfuerzo y concentración, sin embargo, y a juzgar por los numerosos datos disponibles, genera escasa motivación intrínseca en los alumnos, que con frecuencia encuentran aburridas las actividades escolares durante la educación secundaria (Eccles et al, 1997). Por ello, tal vez el contexto escolar no represente el medio más adecuado para el desarrollo de la iniciativa de los alumnos.

            Otro contexto importante durante la adolescencia tiene que ver con el ocio o tiempo libre. Teniendo en cuenta que las actividades de ocio son elegidas y planificadas por los sujetos podríamos pensar que representan una buen medio para el desarrollo de la iniciativa personal. Sin embargo, aunque muchas de estas actividades sean capaces de motivar al sujeto, no podemos decir que requieran la necesaria dosis de concentración o esfuerzo, ya que no suponen un gran reto para el joven. Pensemos por ejemplo en que ver la TV es una de la actividades que ocupan la mayor parte del tiempo libre de los adolescentes. O en el tiempo compartido con los amigos, en que sin duda realizan actividades que son fundamentales para el desarrollo social de los chicos y chicas, pero que son menos eficaces cuando se trata de influir sobre el desarrollo de la iniciativa.


            Sin embargo, las actividades voluntarias estructuradas (actividades organizadas por adultos como las extracurriculares o comunitarias) representan un medio más favorable para el desarrollo de la iniciativa ya que combinan la motivación intrínseca -puesto que también son elegidas por el joven- con la concentración y la duración en el tiempo. Actividades como participar en un club deportivo, o en una banda o grupo musical, o preparar una obra de teatro, o colaborar con una asociación cultural, son voluntarias y requieren de los sujetos participar en un sistema que tiene cierta estructura de normas o reglas, límites, objetivos, etc. Los datos disponibles indican que la participación de adolescentes y jóvenes en actividades extraescolares y organizaciones juveniles está relacionada con niveles más altos de autoestima, sentimientos de autocontrol de la propia vida y aspiraciones más elevadas. Efectos que además suelen ser persistentes y continuar una vez terminada la participación, lo que hace pensar que el sujeto ha adquirido ciertas capacidades, como la iniciativa, que han generado un crecimiento positivo adicional una vez terminado el programa. Según Larson, chicos y chicas adquieren herramientas para la anticipación, la planificación, la adaptación a los otros, la monitorización del progreso, y el ajuste de la conducta a la consecución de objetivos.  Lo que no es poco.

miércoles, 2 de abril de 2014

El propósito en la vida y el desarrollo positivo adolescente.


El enfoque del desarrollo positivo adolescente engloba distintos planteamientos teóricos que tienen en común la consideración de que el adolescentes no es un problema a resolver sino un recurso a promover, dotado de una enorme plasticidad  e inmerso en una serie de contextos relacionales (familia, escuela, barrio). Cuando las interacciones que establece en estos contextos son adaptativas y saludables el adolescente desarrolla todo su potencial y florece. A pesar de ese común denominador, existen diferencias entre autores, ya que cada uno pone el énfasis en un aspecto distinto del desarrollo. Para William Damon, profesor de la Universidad de Stanford , el concepto clave es el de propósito en la vida, que es una intención estable y generalizada de conseguir algo que es significativo para el adolescente a la vez que tiene consecuencias  para el mundo que le rodea. Es decir, con cierta trascendencia para superar las barreras del propio yo.

Este propósito podría incluir una filosofía de vida con cierta trascendencia, unas acciones o planes de futuro, una significatividad para el sujeto, y una inclusión de este propósito en la identidad personal.  Algunas metáforas podrían servir para ilustrar este concepto, como la de un faro que actúa como guía para el adolescente; o la de una herramienta  por medio de la cual el chico o la chica va a emplear  sus diversos talentos e intereses en un contexto relacional. El propósito en la vida puede referirse a distintas esferas de actividad, como el logro académico, el arte, el liderazgo, la religión o el servicio a la comunidad, pero siempre conlleva un deseo de realizar una contribución significativa a la sociedad favoreciendo que el adolescente exprese y satisfaga sus intereses, fortalezas y competencias.

Por una parte le va a ayudar a conseguir una mejor adaptación a aspectos de la vida que pueden ser amenazantes y generarle estrés. De hecho los adolescentes que muestran un claro propósito vital suelen mostrar mejores estrategias para afrontar estas situaciones estresantes.  Es como si ese objetivo vital les diera la energía y la fuerza necesaria para superar los retos y obstáculos que se interponen en su camino. También presentan una mejor cohesión psicológica, lo que significa que sostienen una serie de valores tales como la humildad, la integridad y la vitalidad que dan consistencia a su desarrollo moral y personal. Algunos autores incluso llegan a considerar la espiritualidad como un importante ingrediente del propósito en la vida. En cualquier caso, este objetivo dota al adolescente de una ilusión para mirar al futuro con más optimismo, algo de mucho valor en momentos como el presente.


Aunque, al igual que ocurre con la identidad personal , el propósito en la vida no se limita a la adolescencia, esta es una etapa en la que adquiere un significado especial, y en la que se asientan las bases para su posterior desarrollo y mantenimiento en la adultez. La investigación sobre esta dimensión clave del desarrollo positivo aun es muy escasa, y queda mucho por saber sobre cómo se puede promover este propósito de forma que facilite el desarrollo y florecimiento adolescente.  Es necesario conocer los medios mediante los cuales se puede enseñar y fomentar tanto en contextos formales como informales. No obstante, ya existen datos que indican que los jóvenes que muestran altos niveles de propósito vital disponen en entornos familiares caracterizados por un fuerte apoyo, adultos que actúan como mentores y ofrecen modelos positivos, escuelas que promueven el empoderamiento y estimulan la autonomía, y la posibilidad de implicarse en actividades extraescolares  durante su tiempo libre.

miércoles, 22 de enero de 2014

Neuroestética: El cerebro y la búsqueda de la belleza


El debate acerca de si la belleza puede ser definida en términos objetivos o de si por el contrario depende de factores subjetivos ha estado presente a lo largo de toda la historia del arte. La búsqueda de un canon de belleza objetiva se remonta a la antigua Grecia, con la propuesta de Platón de considerar la belleza como una propiedad intrínseca de algunos objetos que provoca una experiencia placentera al observador.  Pero si el asunto ya era complejo, la cosa se complicó aún más cuando algunos autores, como Marcel Duchamp, abrieron la caja de Pandora del arte sobrepasando los límites de la estética: la belleza ya no era imprescindible.

Pues bien, parece que las ciencias del cerebro - con sus nuevas y sofisticadas técnicas de neuroimagen  vienen a arrojar luz sobre este espinoso asunto. Es cierto que el interés por conocer las bases biológicas de la estética no es nuevo y ya en Darwin encontramos algunas interesantes reflexiones acerca del valor adaptativo  de la experiencia estética y la evolución del arte a lo largo de la historia de la especie humana.  Pero es a comienzos del siglo actual cuando neurólogos como Semir Zekio o Hideaki Kawabata  acuñan el término de neuroestética para hacer referencia a la ciencia que trata de conocer qué sucede en nuestro cerebro cuando apreciamos o creamos belleza. Belleza que puede estar presente no sólo en  la obra artística, sino en cualquier objeto.  Y es que los límites del arte son bastante imprecisos, y no conviene dejar fuera algo que el tiempo, o algún comisario o crítico clarividente, colocará en el altar sacrosanto de lo artístico.

Esta nueva rama del saber pretende conocer cuáles son las estándares universales de la belleza, separándolos de lo que son gustos personales o estilos y modas pasajeros, y para ello se sirve de toda la potencia de las resonancias magnéticas funcionales para analizar lo que ocurre  en nuestro cerebro durante la contemplación de la belleza y la fealdad.

En un reciente estudio llevado a cabo en el laboratorio de Giacomo Rizzolatti–sí, el mismo neurocientífico que descubrió la existencia de las neuronas espejo- presentó a un grupo de sujetos, sin una formación artística especial, una serie de láminas que mostraban obras de arte clásico o renacentista  en su versión original y en versiones modificadas. En estas obras, que pueden  ser aceptadas como representaciones normativas de la belleza en Occidente -ni el mismísimo Bloom se atrevió con un canon universal-, se alteraron sus dimensiones para crear versiones que rompían con la ratio o proporción áurea (1.61803398875) y que ofrecían menos valor estético. Los sujetos del estudio pasaron por tres situaciones experimentales. En la primera simplemente debían limitarse a contemplar las obras como si estuvieran en un museo. En la segunda debían decir si les gustaban o no, y en la tercera y última tenían que juzgar si estaban o no bien proporcionadas.

Los investigadores compararon la activación cerebral  ante las obras canónicas con la que ocurría cuando se contemplaban las modificadas. Esta comparación servía para detectar las estructuras neuronales implicadas en la apreciación objetiva de la belleza. Para la valoración de la belleza subjetiva se analizó la activación ante las obras que cada sujeto consideraba bellas frente a las que había considerado feas. Pues bien, los resultados del estudio mostraron que en la primera situación, en la que no había interferencia de demandas cognitivas, la observación de las obras originales frente a las modificadas  generaba una mayor activación en ciertas zonas cerebrales. Se trataba de áreas moldeadas por la selección natural a lo largo dela evolución y con funciones muy adaptativas.  En cambio la segunda tarea creaba una mayor actividad en zonas que, como la amígdala, están muy relacionadas con la experiencia emocional del sujeto, lo que indicaba que la belleza de los estímulos estaba siendo juzgada no en función de parámetros objetivos del objeto, sino que fueron asociados con recuerdos cargados de valores emocionales positivos para el sujeto -esto me trae a la cabeza el tan traído punctum barthesiano-.

Estos resultados llevaron a los autores a concluir que en la apreciación estética  influyen tanto factores objetivos (armonía cromática, regla de tercios, sección áurea, equilibrio compositivo)  como variables subjetivas relativas a las modas, y a nuestra formación y experiencia personal. Por lo tanto, parece que el libro de los gustos no está en blanco, sino que nuestra historia evolucionista ha marcado en nuestros genes unas preferencias por determinadas  configuraciones perceptivas. Cabe por tanto pensar que  una vez que la moda o novedad expira la valoración subjetiva de una obra tenderá a perder importancia  quedando al desnudo su esencia  artística más objetiva (tengo mis dudas) . Y es que como escribió Gombrich "los elementos de una obra artística que determinan  cómo la valoramos estéticamente  están profundamente relacionados con nuestra herencia biológica", "lo demás es el tango, el tongo y la vecina y los cuentos corrientes del banco y del t.b.o." Esto último no lo escribió Gombrich.


La revista Psychology of Aesthetics, Creativity, and the Arts ha sacado recientemente un número monográfico sobre Neuroestética.