domingo, 15 de febrero de 2015

La Epidemia Narcisista


La sociedad norteamericana ha experimentado durante las últimas décadas un preocupante cambio de valores, que ha desembocado en un aumento significativo de las personalidades narcisistas. Eso al menos es lo que afirman en su último libro Jean Twenge y Keith Campbell, profesores de las universidades de San Diego y Georgia respectivamente. Un hallazgo realizado a partir de la comparación de las respuestas que varias generaciones de estudiantes universitarios, comenzando en los años 80, han ido dando a una serie de cuestionarios, entre los que se encuentra el Inventario de Personalidad Narcisista. 

Los autores no se refieren al trastorno narcisista de la personalidad, una patología seria recogida en el DSM-V, sino a personalidades caracterizadas por una autoestima inflada y desmedida,  vanidad, dificultad y frialdad en las relaciones afectivas, búsqueda de atención e interés prioritario por los bienes materiales y la apariencia física. Apuntan Twenge y Campbell a una serie de manifestaciones de ese narcisismo en la sociedad norteamericana, como la tendencia a poner a los hijos nombres cada vez más rebuscados y especiales,  el aumento de las operaciones de cirugía plástica, la preferencia por casas cada vez mayores o la búsqueda del éxito económico por encima de muchos otros valores.

Las causas de esta sociedad cada vez más individualista y materialista que conduce al narcisismo podrían ser diversas.  Una responsabilidad importante recaería sobre los padres, y es que los psicólogos hemos insistido tanto en la importancia de la autoestima que muchos padres y madres han confundido la expresión del afecto y el apoyo con una adulación permanente y un trato excesivamente halagador, lo que ha llevado a muchos chicos y chicas a creer que, más que especiales, son el centro del universo. Y no es que la autoestima no sea importante, pero tampoco se trata de tenerla por las nubes. Al fin y al cabo la relación que muchos estudios han encontrado entre autoestima y algunos indicadores de ajuste positivo se ha basado en estudios correlacionales de los que no cabe extraer relaciones causales. Por ejemplo, parece que la relación entre autoestima y rendimiento académico es espuria, es decir, debida a la influencia de una tercera variable: la calidad del contexto familiar. Y es que cuando ese contexto es favorable, tanto la autoestima como el rendimiento en la escuela se ven favorecidos. Basta controlar el efecto del medio familiar para que la relación entre autoestima y rendimiento  desaparezca.

Otro factor influyente serían los medios comunicación, con esos programas en los que se presentan personajes y celebridades extremadamente vanidosos, y en los que la vanidad no sólo no es sancionada sino que se considera como algo normal e incluso glamouroso. No es extraño  que muchos chicos y chicas aspiren a imitar a estos modelos públicos.   

Internet es un medio que permite a buscar atención y fama de una forma que era imposible unas décadas atrás. Facebook, Twitter, Flickr  y otras redes sociales son una excelente plataforma para que esas personalidades narcisistas consigan la atención que sus egos necesitan.  De hecho, algunos estudios encuentran relación entre las puntuaciones altas en narcisismo y el número de amistades virtuales (Creo que voy a tener que empezar a borrar amigos de Facebook).


En fin, una teoría interesante la que nos presentan Twenge y Campbell, que nos hace pensar que tal vez sea necesaria una reflexión profunda sobre los valores que desde escuelas y medios de comunicación estamos promoviendo entre las generaciones más jóvenes. Pero no sólo en ellas, que el narcisismo no se limita a la juventud y adolescencia.

domingo, 8 de febrero de 2015

Sobrepeso y adolescencia




Adolescencia y sobrepeso son dos términos que se asocian con frecuencia. Y es que la mayoría de los estudios llevados a cabo en países occidentales revelan que el porcentaje de adolescentes con sobrepeso es elevado, superando en muchos casos el 25%. También encuentran algunos estudios que los adolescentes con problemas de obesidad tienen un riesgo considerablemente mayor de desarrollar durante la edad adulta obesidad grave o mórbida, es decir, la modalidad más grave que suele llevar aparejada importantes problemas de salud. Al menos eso es lo hallado en un estudio realizado en EEUU, que ha seguido a 8.834 adolescentes desde los 12 hasta los 21 años.

Hay factores contextuales que pueden explicar en gran parte este sobrepeso en nuestros adolescentes, como son la falta de ejercicio favorecida por el exceso de tiempo que pasan enganchados a ordenadores y videojuegos, o la ingesta de comida basura. No obstante, al igual que ocurre con otros problemas propios de esta etapa, no debe olvidarse la posible influencia de factores biológicos. Me refiero sobre todo a los relacionados con la pubertad y el desarrollo cerebral.

Ya he comentado en entradas anteriores que durante la adolescencia se produce un claro desequilibrio entre el circuito cerebrales relacionados con la puesta en marcha de los impulsos y  el que se ocupa de controlarlos. Y es que los cambios hormonales propios de la pubertad van a influir en una hiperexcitación del primero de ellos, el circuito mesolímbico de recompensa que utiliza la dopamina como neurotransmisor principal. En cambio, la corteza prefrontal, que tiene entre sus funciones el control de los impulsos, dista mucho de haber alcanzado su madurez. De ahí que el adolescente se comporte como un vehículo con un motor muy potente y con unos frenos muy deficientes.

En circunstancias normales los niveles de dopamina que fluyen por el cerebro del adolescente son inferiores a los que impregnan el cerebro adulto, lo que podría explicar que chicos y chicas se muestren en muchos ocasiones aburridos y apáticos, ya que el placer y la motivación tienen mucho que ver con la dopamina, y cuando ésta baja el estado de ánimo se resiente. Sin embargo, distintos comportamientos y sustancias pueden provocar la liberación de dopamina. Las drogas, el alcohol, los comportamientos de asunción de riesgos o los videojuegos tienen la capacidad de hacer que el cerebro del adolescente se inunde de dopamina en una proporción mayor que cuando esos comportamientos los realiza una persona adulta. Así, no debe extrañarnos que los jóvenes se impliquen en ellos en mayor medida que los mayores. Sobre todo si  se une la circunstancia de una corteza prefrontal que aún no ha alcanzado su madurez.

Pues bien, si ese desequilibrio entre sistemas cerebrales nos ha servido para entender la mayor implicación de chicos y chicas en conductas adictivas y de asunción de riesgos, también va a servirnos para comprender la compulsividad que muchos adolescentes muestran a la hora de ingerir alimentos de altos niveles glucémicos.  Así, alimentos procesados, o incluso los hidratos de carbono simples como las patatas y el pan, pueden provocar una rápida subida de los niveles de dopamina y de la actividad del circuito cerebral del placer.


Ahora ya sabemos porque ese adolescente que comienza a comer dulces, patatas o pan, no para hasta que no acaba con todo. Y es que estos alimentos son capaces de generarle una adicción de características similares a las que le provoca el consumo de drogas, el uso del móvil o los videojuegos.