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martes, 17 de enero de 2017

Padres y madres promueven el autocontrol de sus hijos e hijas



Probablemente no haya ninguna otra competencia personal que  tenga mayor impacto en nuestras vidas que el autocontrol, es decir, que la capacidad para controlar nuestros pensamientos, emociones y comportamientos. Sobre esa base auto-reguladora se van a construir muchos de los rasgos y competencias que nos definen como personas  y que influirán poderosamente en nuestros éxitos y en nuestros fracasos. Más incluso que la inteligencia. Al menos eso indican algunos estudios que encuentran que la motivación y el autocontrol son mejores predictores del éxito escolar que la inteligencia. Y no hay razones para pensar que las cosas van a ser diferentes durante la vida adulta. El autocontrol va a impedir que caigamos en distracciones y tentaciones, o que desarrollemos adicciones, y  va a facilitar que mantengamos la atención y el esfuerzo a la hora de conseguir  nuestros objetivos a medio o largo plazo, demorando las gratificaciones inmediatas.

Aunque el autocontrol, al igual que otros rasgos psicológicos, es en parte heredable, la influencia que recibe de los genes es menor que la que reciben otros rasgos como la inteligencia, lo que deja mucho campo para que pueda ser fomentado y educado. Y la buena noticia es que madres y padres pueden hacer mucho para promover el autocontrol en sus hijos.  Un control que primero será externo, durante los años de la infancia, y que poco a poco se irá interiorizando hasta que dos décadas después el bebé dependiente e inmaduro se convierta en una persona adulta capaz de autorregularse sin ninguna ayuda externa. Para que este proceso se desarrolle con normalidad será necesario que el niño o niña disponga de tres condiciones: 1) seguridad emocional para hacer este desplazamiento desde el control externo a la autorregulación,  2) competencias o habilidades que le permitan saber cómo actuar de forma independiente y 3) confianza en sí mismo para afrontar retos y asumir responsabilidades.

Y tres son también las características que muestran aquellos padres y madres que promueven el autocontrol de sus hijos. En primer lugar, muestran  afecto y apoyo, y responden a las necesidades emocionales de sus hijos. Cuando los niños se sienten queridos, desarrollan el sentimiento de que el mundo es un lugar tranquilo y seguro que pueden explorar sin miedos. En cambio, si los padres se muestran fríos y distantes esa seguridad no va a llegar. Y la seguridad en uno mismo es esencial para la autorregulación. En segundo lugar, se muestran firmes y consistentes poniendo límites a la conducta de sus hijos. Se trata de padres y madres que establecen reglas, que las exponen y justifican ante sus hijos, y que exigen su cumplimiento. Estas reglas y límites serán interiorizadas a lo largo de la infancia, por lo que deberán ir desapareciendo durante la adolescencia para dar pasa a la autorregulación. Estos límites ayudan al niño o niña a sentirse seguro. Cuando esa estructura o control externo falta, el control interno no se desarrollará de forma adecuada. En tercer lugar, se trata de madres y padres que apoyan y estimulan  la autonomía de sus hijos Padres que les animan a que tomen sus decisiones y que hagan cosas por sí mismos, sin miedo a equivocarse o fracasar. Y ello lo hacen de forma gradual y usando una especie de andamiaje que van retirando poco a poco. Por ejemplo, cuando permiten que su hijo o hija permanezca por primera vez sólo en casa durante un corto periodo de tiempo mientras visitan a algún vecino.  Ello permitirá que practique y desarrolle la regulación de sus emociones, permaneciendo tranquilo; de sus pensamientos, no preocupándose de forma ansiosa y obsesiva acerca de su regreso; y de su comportamiento, evitando hacer algo que tampoco haría si sus padres estuviesen en casa.

Por lo tanto, si el autocontrol es un fuerte predictor del ajuste y éxito en la vida, y si es mucho lo que padres y madres pueden hacer de cara a su promoción, es evidente que tenemos una responsabilidad que no podemos eludir. No podemos estar echando balones fuera culpando exclusivamente a los genes o a las malas influencias de los iguales algunos de los comportamientos y actitudes que observamos en nuestros hijos.


viernes, 15 de febrero de 2013

El autocontrol es un asunto de equilibrio




El ser humano es una criatura dual, que debe encontrar un compromiso entre sus impulsos y emociones, por un lado,  y la razón por el otro. Si el padre del psicoanálisis hizo referencia al combate entre el yo y el ello, las modernas teorías de la auto-regulación apuntan también al equilbrio entre los circuitos cerebrales responsables de poner en marcha los impulsos y emociones, y los encargados de frenarlos y controlarlos.
En un rincón del ring se encuentran las zonas subcorticales, de las que brota esa energía que nos impulsa a la búsqueda del placer inmediato (ventral estriado) y a la evitación del peligro (amígdala). En el otro rincón se halla la corteza prefrontal  que trata de mantener a raya los ataques hedonistas que provienen del otro lado imponiendo racionalidad en la conducta del sujeto. También trata de evitar que se vea desbordado emocionalmente por la ansiedad y el miedo  excesivo e injustificado generado en la amígdala. Emociones negativas que están en la base de muchos trastornos ansioso-depresivos al desbordar los mecanismos autoreguladores del sujeto.

En muchas ocasiones ese equilibrio se consigue, de forma que el sujeto más que atender a sus pasiones inmediatas es capaz de ponerle freno y perseguir objetivos a más largo plazo. Pero en otras ocasiones  las zonas subcorticales salen victoriosas exponiendo al individuo a riesgos como la obesidad, las adicciones, la infidelidad, la ansiedad  o las pobres decisiones financieras. Los psicólogos hemos apuntado algunas razones que pueden favorecer el desequilibrio entre circuitos cerebrales y el fracaso de la autoregulación conductual y emocional.

-            Los estados de ánimo negativos, ya que cuando estamos de mal humor tendemos a actuar de forma más descontrolada (consumir más drogas, abandonar prácticas saludables,  gastar más dinero), como si el afecto negativo ocupara toda nuestra  atención, dejando libres pocos recursos para inhibir y controlar la conducta impulsiva.
-           La falta de sueño también tiende a favorecer el desequilibrio.
-           El agotamiento de los recursos de auto-regulación, ya que, al igual que otras facultades cognitivas el autocontrol se ve afectado por el cansancio. Así, los esfuerzos prolongados  por regular nuestras emociones pueden dejarnos agotados para resistir alguna tentación posterior, como fumar o consumir algo poco aconsejable. En cambio, el entrenamiento en el autocontrol puede hacernos más resistentes ante ese cansancio.
-           La exposición a señales relacionadas con lo “prohibido”. Sin duda, esas señales activan nuestro sistema cerebral de recompensa y absorben nuestra atención haciendo más probable que caigamos en la tentación.
-           La edad, ya que la adolescencia es un momento en que una inmadura corteza prefrontal se ve incapaz de controlar los fuertes impulsos provenientes de un sistema mesolímbico de recompensa sobreexcitado por la pubertad.
-           El consumo de alcohol y otras drogas que facilita que las zonas subcorticales ejerzan más influencia que las corticales responsables del autocontrol, incluso llegando a provocar cuando el consumo es excesivo una degeneración de las áreas de la corteza prefrontal responsables del control de la impulsividad.

      Una cuestión de equilibrio, por tanto, entre esas dos fuerzas antagónicas que residen en distintas áreas cerebrales y que luchan por tratar de llevar el agua al molino del placer inmediato   o al de la planificación a largo plazo. Los estudios recientes en el campo de las neurociencias no han hecho sino confirmar la importancia de una buena conexión funcional y estructural entre regiones de la corteza prefrontal y áreas subcorticales.

Heatherton, T. F. & Wagner, D. D. (2011). Cognitive neuroscience of self-regulation failure. Trend in Cognitive Sciences, 15 (3).






viernes, 23 de noviembre de 2012

Uso y riesgo de adicciones a las nuevas tecnologías




Las nuevas tecnologías, especialmente internet, se han introducido en nuestras vidas cambiando por completo la forma en que trabajamos, estudiamos, nos divertimos o nos relacionamos. Todo resulta más fácil ahora, ganamos tiempo que podemos dedicar a otras actividades y ahorramos dinero en nuestras comunicaciones. Son tantas las posibilidades que nos ofrecen que nos resultaría muy difícil vivir sin internet o sin móvil. Sin embargo, junto a esos indudables beneficios surge la preocupación acerca de los riesgos derivados de su uso. Y los psicólogos, con ese afán desmedido que tenemos de patologizarlo todo, ya comenzamos a hablar de adicción a internet.

Esta preocupación lleva a que hayan empezado a surgir algunos estudios que tratan de obtener información acerca del uso de estas nuevas tecnologías y responder a algunas preguntas: cómo y cuánto se usan, para qué, quiénes lo usan más, cuáles son los factores que influyen en su uso, etc.

Pues bien, en el Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla y en virtud de un convenio con la Consejería de Igualdad y Bienestar Social de la Junta de Andalucía, hemos llevado a cabo un estudio para dar respuesta a algunas de estas preguntas. El trabajo se llevó a cabo sobre 1600 adolescentes y jóvenes andaluces con edades comprendidas entre los 12 y los 34 años.

Los resultados, que acaban de ser publicados (ver aquí), ofrecen una visión muy detallada acerca del uso de estas nuevas tecnologías.  En el estudio también recogimos información acerca de lo que podría considerarse un uso adictivo y de los factores personales y contextuales relacionados con dicho uso. Entre los primeros hay que destacar los síntomas depresivos, la insatisfacción vital y, sobre todo, el bajo autocontrol.  Entre los segundos, la escasa cohesión familiar. Es decir, el uso adictivo fue más frecuente entre aquellos sujetos más jóvenes, de mayor nivel socio-económico, con menor autocontrol y satisfacción vital,  con más síntomas ansiosos-depresivos y que perciben un contexto familiar menos cohesionado.  No resulta extraño que la capacidad para controlar  el propio comportamiento aparezca como un importante factor de riesgo, ya que hay una importante evidencia empírica que señala el papel que desempeña el bajo autocontrol en el desarrollo de algunas adicciones.  Si tenemos en cuenta que el autocontrol dista aún mucho de haber madurado durante los años de la adolescencia, no es extraño que las puntuaciones en adicción a internet sean más elevadas entre los sujetos de menos de 25 años.

Otro dato interesante es el relativo a la relación encontrada entre el uso de internet y la calidad de las relaciones con los iguales. Así, y contrariamente a lo que podría esperarse, el uso intensivo y adictivo se dio en mayor medida entre aquellos jóvenes que mostraban mejores relaciones con los iguales. No puede decirse que nuestros datos apoyen la idea del ciberadicto como una persona huraña y solitaria que se refugia en el mundo virtual para compensar la falta de relaciones sociales en el mundo real.

En definitiva, un estudio que se suma a la literatura empírica disponible sobre este tema.

Oliva, A., Hidalgo, M, V., Moreno, M. C., Jiménez, L., Jiménez, A., Antolín, L. y Ramos, P.(2012). Uso y riesgo de adicciones a lasnuevas tecnologías entre adolescentes y jóvenes andaluces. Sevilla:Aguaclara.