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miércoles, 16 de septiembre de 2015

Libro sobre Desarrollo Positivo Adolescente



Si a lo largo de todo el siglo XX  el estudio del déficit y la patología tuvo una presencia casi absoluta en el campo de la Psicología, el cambio de siglo trajo consigo aires renovados, con la aparición de nuevos enfoques y modelos que poco a poco han ido recibiendo más atención por parte de investigadores y profesionales de la intervención. En la actualidad, algunos conceptos como psicología positiva, bienestar, resiliencia, competencia o desarrollo positivo empiezan a ganar terreno y  a ser conocidos, no sólo por estos profesionales sino incluso por la población general. Se trata de un cambio de enfoque que entronca claramente con una tradición, presente en las ciencias sociales y de la salud a lo largo de las últimas décadas del siglo pasado, que consideró como objetivos fundamentales tanto la promoción de la salud y el desarrollo como el estudio de los aspectos positivos del ser humano.
La Psicología de la Adolescencia no ha sido ajena a este cambio, y es que este ha sido un ámbito en el que la patologización y las concepciones negativas acerca de jóvenes y adolescentes fueron predominantes durante mucho tiempo.  Por ello, no ha sido extraño que la mayor parte de la investigación e intervención estuviera dirigida a la prevención de los problemas y conductas de riesgo más frecuentes durante esta etapa evolutiva, tales como la violencia, las prácticas sexuales de riesgo o el consumo de sustancias. El modelo de partida era similar al modelo médico tradicional, y la ausencia de problemas era considerada un sinónimo de desarrollo saludable. Precisamente para hacer frente a la visión negativa y sensacionalista de la adolescencia y a los modelos de intervención centrados en el déficit, surge el modelo de desarrollo positivo. Un modelo renovado que considera que la adolescencia es una etapa de muchas oportunidades, ya que chicos y chicas tienen mucha  plasticidad y grandes potencialidades a desarrollar; y que adopta una nueva perspectiva centrada en la promoción de la competencia y el bienestar, y pone el énfasis en el estudio de las condiciones familiares y sociales que favorecen el desarrollo positivo de los jóvenes. Y es que los estudios recientes en el campo de las neurociencias indican que la plasticidad del cerebro durante la adolescencia es similar a la del cerebro durante los primeros años de vida, y superior a la que muestra durante la niñez tardía o la adultez. Una plasticidad que afecta fundamentalmente a las zonas cerebrales encargadas de funciones  cognitivas superiores tales como el razonamiento lógico, la planificación o la auto-regulación. Por ello, las experiencias vividas por chicos y chicas adolescentes durante los años que siguen a la pubertad van a resultar determinantes para el desarrollo de estas funciones.
Este libro surge con la vocación de ofrecer una visión actualizada y sistematizada del modelo de desarrollo positivo adolescente. El texto se encuentra dividido en tres partes. En la primera parte, además de presentar dicho modelo,  describiendo las aportaciones más representativas realizadas por importantes autores, se revisa el papel que los contextos en  los que transcurre la vida de chicos y chicas adolescentes tienen en la promoción de su desarrollo. Así, se repasa la evidencia disponible acerca de la influencia que distintos factores o activos presentes en la familia, la escuela, los iguales o el barrio de residencia tienen sobre el ajuste psicológico y el desarrollo positivo adolescente. También se presentan los resultados de un estudio llevado a cabo en Andalucía con el objetivo de aportar más evidencia empírica acerca de la importancia de estos contextos para el desarrollo de los jóvenes andaluces.
La segunda parte, de carácter eminentemente práctico, ofrece sugerencias sobre estrategias útiles para fomentar los activos familiares, escolares y comunitarios que promueven el desarrollo adolescente. Es decir, trata de proporcionar herramientas que permitan a los profesionales de distintos ámbitos ­­­trabajar de cara a mejorar los contextos de desarrollo de los adolescentes. El capítulo dedicado a la familia apunta a la importancia de promover la parentalidad positiva durante la adolescencia, describiendo tanto el formato como los contenidos que debe incluir todo programa dirigido a la promoción de dicha parentalidad. Los capítulos dedicados a la escuela y a la comunidad o barrio ofrecen igualmente un buen puñado de estrategias para ajustar estos contextos a las necesidades de chicos y chicas adolescentes de forma que puedan desarrollarse en ellos de forma saludable y positiva, yendo más allá del fomento del rendimiento académico o de la prevención de problemas y conductas de riesgo.
Finalmente, en la tercera parte se revisan a fondo tanto  los programas escolares como los extraescolares que tienen como finalidad  la promoción del desarrollo positivo adolescente, describiendo sus objetivos, el papel de los profesionales o las claves que determinan su eficacia. También se hace referencia a algunos  de los programas más conocidos y eficaces, realizados dentro y fuera de España.
Se trata pues de un libro novedoso que  trata de superar las concepciones sesgadas y pesimistas y los modelos excesivamente centrados en el déficit y la patología, ofreciendo una visión positiva y optimizadora de los adolescentes y de su desarrollo. Un enfoque que considera que los adolescentes no representan un problema que hay que resolver, sino un recurso con muchas competencias por desarrollar cuando los contextos en los que transcurre su vida cotidiana les ofrecen oportunidades positivas. Es también un libro que combina el rigor propio del investigador académico con un indudable afán didáctico. Por ello puede resultar de utilidad tanto para el estudiante o profesor universitario, como para profesionales de diversos ámbitos o, incluso, para madres y padres de adolescentes que quieran entender mejor  a sus hijos o hijas.

 Como se refleja en el índice de este libro, su redacción no hubiera sido posible sin la participación de un nutrido grupo de profesores y profesoras de las universidades de Sevilla y Huelva. Todos ellos configuran un equipo que durante los últimos años ha venido trabajando de forma intensa en el ámbito del desarrollo positivo adolescente. Como coordinador de este libro, quiero agradecerles el esfuerzo y el rigor que han demostrado en la elaboración de los diferentes capítulos. También agradezco a la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía el apoyo económico que a lo largo de la última década ha venido prestando a algunos de nuestros proyectos. Sin el esfuerzo de unos y el apoyo de otros este libro no habría sido posible.

http://www.sintesis.com/biblioteca-de-psicologia-107/desarrollo-positivo

lunes, 7 de septiembre de 2015

De Roland Barthes a la fotografía terapéutica


                                Roland Barthes

Cuando en 1980 Roland Barthes publicó "La cámara Lúcida" puso la primera piedra de lo que hoy denominamos fototerapia o fotografía terapéutica. En su libro, Barthes analizaba la fotografía poniendo énfasis en los sentimientos o emociones que provoca. Así, la diferencia que estableció entre lo que denominó studium y punctum probablemente se haya convertido en una de las aportaciones más interesantes y populares en el mundo de la fotografía. Con el studium hizo referencia a las fotografías, o los aspectos de una fotografía, ordinarios y de interés general que pretenden provocar un efecto en la mayoría de observadores. La intención del fotógrafo es informar, sorprender, comunicar o provocar un deseo en el espectador, de una forma visible. Mediante la composición y las referencias culturales, el fotógrafo va a conseguir que el espectador medio comprenda la foto, aunque la emoción que sentirá será de baja intensidad. A juicio de Barthes, son fotos que pueden atraer y gustar, pero que no llegan a enamorar. En cambio, el punctum es ese elemento aparentemente irrelevante de la fotografía pero que provoca una intensa reacción emocional. Algo que salta de la imagen para sacudir con fuerza el mundo emocional del observador. El punctum genera una combinación de emociones y recuerdos que pueden provocar nostalgia, angustia o incluso dolor, al traer a la mente algunos sucesos difíciles del pasado que tienen una fuerte carga afectiva que perturben el equilibrio emocional.

Este concepto de punctum ha recibido apoyo por parte de la investigación psicológica, que sugiere que algunos estímulos significativos, tanto a nivel biológico como social, atraen poderosamente la atención humana. Estos estímulos harán que algunas fotografías nos atrapen, aunque no tengamos muy claro por qué, y sobresalgan por encima del resto. Y la idea básica de la fototerapia es que esas imágenes pueden estar relacionadas con algunos acontecimientos de nuestra vida que permanecen ocultos a nuestra conciencia, y que en ocasiones pudieron resultar traumáticos. Esos elementos incluidos en la foto servirán de pistas que facilitarán el recuerdo.

Una característica de las experiencias traumáticas es que permanecen en la memoria por largo tiempo, aunque no seamos conscientes de ello. Y lo problemático es que en dichas experiencias, las diferentes partes de la memoria asociadas al suceso no están integradas y aparecen disociadas. Son piezas de información encapsuladas que no pueden ser comprendidas o verbalizadas o conectadas con nuestra propia historia de vida, y que en algunas ocasiones pueden causar trastornos psicológicos.

El visionado de fotografías, que pueden ser tanto autobiográficas como ajenas al sujeto, proporcionará la oportunidad para rememorar algunas situaciones y hablar con el terapeuta sobre ellas con más comodidad. A veces puede ser una simple objeto presente en la foto, el que nos punce; en otras ocasiones será un gesto o expresión facial, el que nos haga revivir una emoción. En cualquier caso, la fototerapia proporcionaría un medio para procesar de forma exitosa una experiencia traumática, y permitiría llegar a una situación en que los recuerdos del trauma se convierten en una parte integral de la vida de la persona, lo que le ayudaría a superarlo. Pero la fotografía también puede ser una herramienta que nos ayude a conocernos mejor a nosotros mismos, con independencia de que se emplee en un contexto terapéutico.

domingo, 28 de junio de 2015

La empatía y la defensa del Estado de Bienestar


La empatía es la capacidad de comprender y responder a los sentimientos y estados emocionales de otras personas. Es una especie de wi-fi emocional que nos conecta y nos  permite compartir la experiencia emocional de los demás y entenderlos mejor. Se trata de una competencia básica para las relaciones interpersonales que fomenta la prosocialidad y la compasión. Por lo tanto, cabe esperar que las personas más empáticas se muestren más partidarias de las políticas sociales de ayuda y  apoyo a los grupos más necesitados, y respalden el Estado del Bienestar frente a las políticas de corte neoliberal.

Pues eso precisamente es lo que han encontrado diversos estudios realizados en Estados Unidos, con el añadido de hallar una clara diferencia en empatía entre quienes tienen una ideología de izquierdas y quienes se muestran más conservadores: la izquierda es más empática que le derecha. Hasta aquí todo parece coherente, aunque conviene aclarar que el hecho de que aparezcan diferencias significativas entre izquierda y derecha, no excluye en absoluto la existencia de conservadores con niveles altos de empatía.

Y esto puede resultar contraintuitivo, si tenemos en cuenta el desprecio que la derecha siente hacia el Estado de Bienestar ¿cómo adoptan ideologías conservadoras quienes se ¿cómo adoptan ideologías conservadoras quienes  muestran empatía hacia los necesitados? Sin duda, los conservadores empáticos van a vivir una situación de conflicto incómodo o disonancia cognitiva en la que su empatía hacia los necesitados y su conservadurismo chocarían de pleno.  La respuesta a ese conflicto no es otra que la de aumentar los prejuicios hacia esas minorías necesitadas atribuyéndoles rasgos negativos y toda la responsabilidad de su fracaso social. Es decir, soy empático pero sólo con los míos, no con esa escoria social que sólo pretende vivir a costa del Estado. Una solución parecida a la que adoptan los nacionalismos excluyentes.

Lo curioso es lo que han encontrado Stanley Feldman y sus colegas de la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook: mientras que entre la izquierda una alta empatía se asocia a un mayor apoyo las políticas sociales del Estado de Bienestar, entre los conservadores ocurre todo lo contrario, pues son los más empáticos quienes más se oponen a dichas políticas. Aunque resulta paradójico, este hecho puede deberse a que probablemente estos sujetos deben hacer una mayor esfuerzo compensatorio para reducir esa disonancia cognitiva. Un esfuerzo que pasa por adoptar fuertes prejuicios hacia minorías desfavorecidas y oponerse al estado de Bienestar. Por lo tanto, casi es preferible contar con conservadores fríos e insensibles que con conservadores empáticos que rechacen tajantemente el Estado de Bienestar y que tranquilicen su conciencia con obras de caridad.


jueves, 16 de abril de 2015

Las nuevas tecnologías y el adelanto de la pubertad




Leo en un libro reciente de Laurence Steinberg: "Una colega del Departamento de Población, Familia y Salud Reproductiva del la Universidad Johns Hopkins me dijo recientemente que ella y sus colegas están viendo chicas que tienen su primera menstruación en segundo grado (eso son unos 7 años). Esto quiere decir que una proporción significativa de chicas -sobre todo chicas urbanas de raza negra- están mostrando los primeros síntomas de desarrollo sexual puberal en el jardín de infancia"

Tal vez pueda resultar exagerado, pero los datos son contundentes, la pubertad se ha adelantado bastante en las ultimas décadas, y los chicos y chicas están llegando hoy día a la adolescencia un promedio de unos dos años antes que sus padres. El adelanto que se produjo durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX se debió fundamentalmente a la mejora en la alimentación y la salud, tanto de la madre como del menor. A más salud y mejor alimentación, maduración sexual más precoz. Sin embargo, aunque en países como EEUU esas condiciones se han estabilizado hace décadas, la pubertad ha seguido adelantándose, de forma que desde los años 70 hasta la actualidad la edad de la primera menstruación de las chicas ha bajado unos dos años ¿A qué se debe entonces este adelanto de la pubertad?

Podríamos decir que una parte importante de la responsabilidad recae sobre las nuevas tecnologías de la información y comunicación. Tal vez, el lector se muestre sorprendido ante una afirmación tan categórica, y no me sorprende. Vayamos pues por partes, y expliquemos en qué se basa dicha afirmación.

En la inicio de la pubertad se hallan implicadas algunas proteínas secretadas en nuestro organismo. La primera es la kisspeptina que desencadena una serie de procesos neuroquímicos que culminan con la maduración de las gónadas sexuales (testículos y ovarios), dando inicio a los cambios puberales. Pero la producción de kisspeptina se ve afectada por dos hormonas, la leptina y la melatonina. La primera regula el apetito y es generada por las células de grasa del cuerpo del niño o niña, de forma que cuando hay más grasa en el cuerpo del menor, la leptina va a indicar al cerebro que éste ha madurado lo suficiente como para asumir los cambios físicos propios de la pubertad. Ello justifica que las niñas y niños con sobrepeso experimenten antes esos cambios. En cuanto a la melatonina, se trata de una hormona que regula los ciclos de sueño y vigilia, y que nuestro organismo secreta con la oscuridad, de forma que cuando cae la noche y aumentan sus niveles, sentimos sueño y ganas de ir a la cama. Pues bien, cuando los niveles de melatonina son más bajos la pubertad se anticipa. Por eso, en los países cercanos al ecuador, en los que hay más horas de luz natural, chicos y chicas maduran antes.

Pero qué tienen que ver las nuevas tecnologías como estas hormonas de nombre tan extraño. Es posible que algunos ya estéis intuyendo la respuesta. Los niños y niñas de la generación actual son más sedentarios, pues pasan muchas horas frente a pantallas de dispositivos digitales (televisión, tabletas, ordenadores, móviles). La ausencia de actividad física hace que el porcentaje de menores con sobrepeso haya aumentado, lo que quiere decir que sus niveles de leptina serán más elevados, y la pubertad llamará a su puerta antes. Pero esas horas frente a la pantalla también disminuirán los niveles de melatonina, que se muestra tan sensible a la luz natural como a la artificial. Y la mayoría de chicos y chicas pasa las últimas horas de la noche recibiendo esa luz artificial generada por la pantalla del ordenador o televisor que tienen en su cuarto. Por lo tanto, esos bajos niveles de melatonina serán interpretados por sus cerebros como una señal para poner en marcha los mecanismos que inician la pubertad.

Naturalmente, no esos los únicos factores contextuales influyentes. Hay que mencionar también el mayor número de niños con bajo peso al nacer que sobreviven hoy día, ya que estos niños suelen tener niveles más elevados de insulina, lo que está asociado al sobrepeso y a la producción de hormonas sexuales que aceleran la pubertad. Algunos estudios recientes también han encontrado relación entre el consumo de bebidas azucaradas y la pubertad precoz.

Otros disruptores endocrinos favorecedores del adelanto puberal se han encontrado en los plásticos, los pesticidas usados en la agricultura intensiva, y en productos cárnicos y lácteos. Probablemente por el uso de hormonas para engordar el ganado.

Por lo tanto, parece que hay razones suficientes que justifican este adelanto de la pubertad, algo que resulta muy preocupante, ya que una pubertad adelantada es un claro factor de riesgo para el desarrollo de problemas tanto emocionales, como comportamentales y relativos a la salud. Aunque ese será un tema que abordaré en otra entrada.

viernes, 10 de abril de 2015

Por qué los niños de menos de dos años no deben ver la televisión




Aunque en la actualidad la televisión tiene que competir con otras nuevas tecnologías que se han introducido en nuestros hogares de forma masiva, como son los ordenadores, las tabletas o los móviles, en los tres primeros años de vida la pantalla del televisor continúa siendo la reina indiscutible de la casa. Niños y niñas pequeños pasan una gran parte del día viendo programas de vídeo y televisión. Según indican algunos estudios, entre un 30% y un 40% por ciento del tiempo que pasan despierto lo hacen frente a una pantalla.

Las razones son  diversas: madres y padres muy ocupados que encuentran en la televisión una eficaz niñera; amplia oferta de programación infantil; mayor número de aparatos de reproducción en los hogares; publicidad engañosa que hace ver a los padres los beneficiosos efectos que algunos programas tienen para el desarrollo infantil. Sin embargo, los datos disponibles actualmente apuntan a un efecto negativo de este consumo masivo de televisión cuando tiene lugar en los primeros años de vida. Tan es así que la Academia Americana de Pediatría desaconseja el consumo de televisión en los dos primeros años.

Los efectos negativos se hacen notar en el desarrollo del lenguaje y la inteligencia, pero sobre todo, en el de la atención. En todos los casos se observa un peor desarrollo en los niños y niñas que pasan más tiempo frente a la pantalla. No es extraño que esto ocurra, si tenemos en cuenta que durante la primera infancia tiene lugar un importante desarrollo del cerebro que necesita nutrirse de la estimulación ambiental. Y los niños no aprenden de la misma manera de la realidad que de lo que ven en la televisión. La realidad permite a los pequeños interactuar,  manipular, apilar, empujar, oler, tocar, mientras que frente al televisor su actitud es mucho más pasiva.

Los efectos negativos pueden deberse a dos razones. En primer lugar a las mismas características del medio, que emplea bruscos sonidos, rápidos cambios de plano y luces llamativas, en un intento eficaz de atraer la atención aún frágil de los pequeños.  Algo que representa un exceso de estimulación para su cerebro inmaduro. En segundo lugar, porque ese tiempo dedicado a la televisión les priva de otro tipo de actividades más apropiadas para su corta edad. Sobre todo el juego interactivo con un adulto.
Pero si en términos generales, los efectos parecen ser indeseables, hay que tener en cuenta tanto el contenido de los programas como el contexto en que se ve la televisión. En cuanto al contenido, los datos disponibles indican que son especialmente indeseables aquellos programas violentos o con mucha acción, que generan una gran sobre-estimulación que desborda al cerebro infantil. Más recomendables son programas reposados y educativos tipo Barrio Sésamo. En relación con el contexto, las consecuencias más negativas se observan cuando el niño ve la televisión solo y de forma muy pasiva.  Es mucho mejor que la vean acompañados de adultos que aprovechen las situaciones que aparecen en la pantalla para interactuar con el menor, preguntando, nombrando o  anticipando todo lo que ocurre. No obstante, conviene recordar que los libros con dibujos se prestan mucho mejor a esa interacción niño-adulto  tan beneficiosa para el desarrollo infantil.


Por lo tanto, ya sabes, si tienes hijos o hijas menores de dos años evita en la medida de lo posible que vean programas de video o televisión, incluso aquellos dirigidos a la infancia. Por encima de esa edad, procura limitar las horas que pasan ante el televisor y selecciona con cuidado la programación. A esas edades, hay muchas actividades alternativas que fomentan mucho mejor la creatividad y el desarrollo infantil.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Autonomía emocional en la adolescencia y adultez temprana


Tratar de lograr una cierta autonomía emocional con respecto a los propios padres es una de las tareas evolutivas a las que chicos y chicas deberán hacer frente durante los años de la adolescencia.  Esta autonomía implica romper la dependencia emocional de los padres, a los que se empieza a contemplar de una manera menos idealizada y más realista. Esta independencia emocional es un asunto que ha generado mucho interés y controversia entre los investigadores. Por una parte nos encontramos con quienes defienden que el distanciamiento afectivo es necesario para el desarrollo psicológico saludable de los adolescentes. De acuerdo con este punto de vista, la autonomía emocional tendería a aumentar a lo largo de la adolescencia y estaría asociada positivamente a un buen ajuste psicológico. Por otra parte están los autores  que no lo ven tan claro, y que piensan que esa separación emocional podría ser la manifestación de unas malas relaciones parento-filiales, por lo que estaría vinculada con algunos indicadores de desajuste emocional.

Con el propósito de arrojar luz sobre ese debate, y sobre otros asuntos, llevamos a cabo un estudio longitudinal en el que estudiamos a lo largo de una década, entrevistándolos en cuatro ocasiones (a los 13, 15, 18 y 22 años), a una muestra de 90 chicos y chicas andaluces.

Los resultados, que van a ser publicados en la revista de la European Association for Research on Adolescence, apoyaron la hipótesis de que una alta autonomía emocional en jóvenes y adolescentes podría estar indicando unas pobres relaciones familiares, más que un desarrollo psicológico saludable.  Así, las puntuaciones altas en la escala de autonomía emocional usada en el estudio se asociaron con una pobre cohesión emocional entre los miembros de la familia en etapas anteriores. Es decir, una mala relación con los padres tendía a predecir una elevada autonomía años después. Este distanciamento afectivo también estuvo relacionado con una menor satisfacción vital, y con más problemas ansioso-depresivos, especialmente entre las chicas. Por último,  tampoco se observó un aumento en la autonomía emocional durante el tiempo que duró la investigación, como cabría esperar si se tratase de una tarea evolutiva. Incluso las puntuaciones tendieron a disminuir durante los años finales de la adolescencia.

Estos resultados podrían resultar sorprendentes, sin embargo pueden ser interpretados en el marco de la teoría del apego. Estos adolescentes muy autónomos emocionalmente no se habrían distanciado de sus padres durante de la adolescencia, sino que  más bien habrían forjado con ellos, a lo largo de la infancia, un vínculo de apego inseguro, como consecuencia de la falta de afecto y apoyo parental. A fuerza de frialdad afectiva habrían aprendido a no confiar en sus padres y a no depender de ellos, adquiriendo una autosuficiencia afectiva que les habría llevado  a huir de las ataduras emocionales que se forjan en las relaciones interpersonales.

Como conclusión, se puede afirmar que un desarrollo óptimo durante la adolescencia no precisa de una ruptura de los vínculos afectivos con los progenitores, ya que, al menos en nuestro contexto cultural, se puede llegar a ser un adulto maduro e independiente sin renunciar a una buena relación emocional con los progenitores.



miércoles, 26 de noviembre de 2014

Parentalidad positiva en la adolescencia


Ser padre o madre de un chico o una chica adolescente puede ser una de las vivencias más gratificantes que se pueden tener en el ejercicio de la parentalidad. Asistir al surgimiento de nuevas formas de pensar, ver cómo desarrolla nuevas competencias sociales y nuevos intereses o charlar sobre asuntos estimulantes, son algunas de las experiencias más satisfactorias que puede disfrutar una madre o un padre con la llegada de la adolescencia. Sin embargo, las dudas, la incertidumbre, la desorientación y la impotencia suelen ser sentimientos frecuentes entre progenitores de adolescentes. Después de una etapa relativamente satisfactoria, en la que el ejercicio de la parentalidad les llevó a sentirse competentes en su papel, con la llegada de la pubertad muchos padres y madres tienen la sensación de que su mundo familiar se resquebraja bajo sus pies y que las relaciones cálidas y afectuosas que hasta ahora habían sostenido con sus hijos dan paso a discusiones y conflictos cotidianos que amenazan con socavar tanto la convivencia en el hogar como su propio equilibrio mental.  Son muchas las causas que justifican que en la mayoría de ocasiones ser madre o padre de un adolescente sea más complicado que serlo de un niño más pequeño. Y es que a los cambios que tanto hijos como padres suelen experimentar durante esta transición evolutiva habría que añadir algunas de las circunstancias socio-culturales del mundo actual, que pueden complicar aún más la vivencia de esta etapa. Algunos ejemplos de estas circunstancias son la enorme presencia de los medios de comunicación en nuestras vidas, que contribuyen a difundir una imagen muy sensacionalista y negativa de la adolescencia y que va a generar un intenso prejuicio entre las personas adultas. O el adelanto de la pubertad que ha acontecido durante las últimas décadas, que ha tenido la consecuencia de que muchos de los comportamientos adolescentes que más preocupación generan entre los padres sean más precoces. Y también la rapidez con la que se producen los cambios sociales que han contribuido a aumentar la brecha generacional.

A pesar de esas dificultades y de la importancia que la familia continúa teniendo como contexto de socialización durante la adolescencia, las actividades y los programas llevados a cabo para apoyar a madres y padres en su tarea parental no suelen ser tan frecuentes como lo eran en la infancia. El resultado es ese cierto desamparo que muchos progenitores reconocen experimentar ante una tarea que se les antoja demasiado complicada, y que va a requerir que el apoyo a madres y padres de adolescentes sea una necesidad prioritaria de cara a favorecer la convivencia familiar y el desarrollo y ajuste adolescente.

Sin embargo, sin negar  las dificultades iniciales, muchos padres y madres disfrutan bastante en esta etapa del ejercicio de su rol parental. Cuando disponen de las estrategias y el apoyo adecuado, ser padre o madre de un adolescente puede convertirse en una experiencia tremendamente gratificante.

Durante los últimos años ha tenido lugar un importante cambio en la forma de entender el apoyo que se presta a madres y padres de adolescentes para que puedan ejercer su rol de forma más favorable. Los primeros programas de intervención estuvieron claramente inspirados en la teoría del déficit y de la educación compensatoria, ya que se concebían como una vía para compensar las carencias de algunos entornos familiares; es decir, se consideraba la intervención sobre padres y madres como la actuación más indicada para modificar las pautas de comportamiento inapropiadas de unos progenitores considerados poco competentes, con la esperanza de que así aportarán a los niños y las niñas un entorno de desarrollo menos deficitario.

Frente a esta visión más tradicional en la educación de padres y madres, surge el enfoque de la parentalidad  positiva, basado en la optimización de competencias, más que en la compensación de deficiencias. Un enfoque que parte del convencimiento de que la actuación de padres y madres en la crianza y educación de los hijos es una tarea para la que no se recibe una formación adecuada y para la que, en mayor o menor medida, todas las familias experimentan ciertas necesidades de apoyo. Se trata, por tanto, de una intervención de carácter eminentemente preventivo, que busca la promoción del desarrollo de toda la familia y que se aleja de los modelos que consideran a las familias más vulnerables como las únicas necesitadas de apoyo cuando no funcionan de forma adecuada.

Oliva, A., Parra, A y Reina, M. C. (en prensa). Parentalidad Positiva durante la Adolescencia: Promoviendo los activos familiares. En A. Oliva (Ed.). Desarrollo Positivo Adolescente. Madrid: Síntesis.


viernes, 7 de noviembre de 2014

La autoestima a lo largo de la vida



Llamamos autoestima a la valoración subjetiva que hacemos de nosotros mismos como personas, lo que implica un sentimiento de auto-aceptación y auto-respeto. Una buena autoestima no conlleva la consideración de que somos mucho mejores que los demás, algo que suele ser frecuente en las personalidades megalómanas y narcisistas, y que puede estar escondiendo una personalidad frágil e insegura. Sencillamente se trata de querernos y valorarnos tal como somos.

La autoestima se forja en las primeras etapas de la infancia a partir de nuestras experiencias en la escuela y, sobre todo, en la familia: cuando nos sentimos queridos y aceptados nuestra autoestima crece con nosotros. Pero ¿cómo evoluciona a lo largo de la vida? ¿Se trata de un rasgo estable y poco sujeto al cambio o va a sufrir vaivenes como consecuencia de nuestras vivencias y experiencias? Ulrich Orth y Richard Robins,  profesores de las universidades de Berna y California,  han publicado recientemente una revisión, a partir de los estudios longitudinales realizados hasta la fecha, que responde cumplidamente a ambas preguntas.

En cuanto a su evolución a lo largo del ciclo vital los datos son bien claros: la autoestima aumenta a lo largo de la adolescencia y la adultez temprana y media hasta alcanzar su nivel más alto en la década de los 50. A partir de ese momento sufre un descenso continuo hasta el final de la vida. No obstante, este descenso va a ser más o menos acusado en función de algunas variables tales como el estado de salud o de la cuenta bancaria, de manera que las enfermedades y la falta de recursos económicos acelerarán esta pérdida de autoestima.

Esta trayectoria en forma de "U" invertida suele ser similar en ambos sexos, aunque a partir de la adolescencia los varones muestran una autoestima ligeramente superior a las mujeres, algo que no debe sorprendernos si tenemos en cuenta las mayores facilidades y oportunidades que ellos van a encontrar, sobre todo en el mundo laboral.

Si bien el sexo no establece diferencias en la trayectoria de la autoestima sí lo hacen otras variables personales, así las personas extrovertidas, concienzudas y estables emocionalmente muestran un desarrollo más positivo a lo largo de las etapas de la vida.

Con respecto a la mayor o menor estabilidad de la autoestima durante nuestras vidas, los datos también parecen ser muy claros, ya que apuntan en el sentido de considerarla un rasgo de la personalidad bastante estable y relativamente independiente de las contingencias ambientales. Es decir, a pesar del incremento que se observa en la mayoría de sujetos entre la adolescencia y la adultez media, quienes  muestran puntuaciones en autoestima por debajo o por encima de la media al comienzo de ese periodo tienden a situarse en posiciones parecidas del ranking años después. Esto quiere decir que se puede predecir la autoestima que tendrá un sujeto con varias décadas de antelación, y que este rasgo no suele fluctuar demasiado como respuesta a los éxitos y fracasos, más bien se muestra bastante resistente a estas circunstancias vitales.

Finalmente, hay que señalar que los estudios longitudinales más recientes encuentran que la autoestima es un potente predictor del bienestar y el éxito de una persona en distintas esferas de la vida (satisfacción marital, relaciones con los demás, salud, estatus profesional, satisfacción laboral). Es decir, se puede afirmar que una buena autoestima no es la consecuencia lógica de nuestros logros, sino más bien la causa de ellos o, al menos, un factor que nos ayuda a conseguirlos.


Orth, U & Robins, R. W. (2014). The development of self-esteem. Current Directions in Psychological Science, 23 (5), 381-387.

sábado, 13 de septiembre de 2014

II Seminario Universitario sobre Fotografía y Psicología Curso 2014/15




Actividad autorizada con reconocimiento de créditos por la Universidad de Sevilla.


Profesor: Alfredo Oliva Delgado. Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación
Universidad de Sevilla.

Objetivos:
- Conocer algunas de las aportaciones más interesantes de la psicología al estudio de la fotografía y la imagen.
- Comprender las principales leyes de la composición fotográfica desde un punto de vista psicológico.
- Utilizar algunos conceptos y teorías psicológicas para mejorar la técnica fotográfica.
- Realizar una lectura de imágenes y fotografías a partir de conocimientos psicológicos.
- Conocer las relaciones entre psicología y estética

Contenido:
Principales aportaciones de la psicología al estudio de la fotografía y la imagen. Relaciones entre sensación, percepción e imagen en fotografía, los modelos de apreciación y juicio estético o la psicología de la creatividad aplicada a la fotografía. Memoria y narrativa fotográfica.

Horas dedicadas : 25            Nº créditos ECTS autorizados: 1      Nº de créditos LRU: 2,5
Calendario: Los miércoles 18 y 25 de febrero y 4, 11, 18 y 25 de marzo de 2015 en horario de 17.00 a 21.00 horas.

Nº plazas : 20
Lugar: Seminario de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Facultad de Psicología.
Destinatarios: Todos los alumnos de la Universidad de Sevilla.

Persona contacto: Alfredo Oliva Delgado  
Inscripción Libre: envía un email a oliva@us.es con tus datos, indicando tu Facultad, curso y nivel de conocimientos sobre fotografía.

Tfno. info. 954557695            Email info.: oliva@us.es



miércoles, 7 de mayo de 2014

Reed Larson y la iniciativa personal como la clave del desarrollo positivo adolescente

            
Si  en la entrada anterior nos referíamos a William Damon y  el propósito en la vida,  Reed Larson destaca un concepto parecido, la iniciativa personal, como el núcleo del desarrollo positivo durante la adolescencia. Esta iniciativa podría definirse como la capacidad para tener una motivación intrínseca y dirigir la atención y el esfuerzo hacia un objetivo que suponga un reto personal, y representa un requisito para el desarrollo de otras competencias, como la creatividad, el liderazgo, el altruismo o la conducta cívica. Para este profesor de la Universidad de Illinois, la sociedad global requiere de los ciudadanos grandes dosis de iniciativa para adaptarse a un contexto social y laboral muy cambiante. Sin embargo, no proporciona oportunidades a sus jóvenes para el desarrollo de esta iniciativa, ya que existe una clara discontinuidad entre las actividades que los niños realizan en la escuela y las que deberán llevar a cabo en el mundo adulto.

            Para Larson son tres los elementos claves en el desarrollo de la iniciativa: 1)la motivación intrínseca para la realización de una actividad; 2) el compromiso, la atención y el esfuerzo en su realización; 3) la continuidad a lo largo de un periodo prolongado. En el contexto escolar, donde los adolescentes pasan una gran parte de la jornada no están presentes estos tres componentes. La actividad académica requiere esfuerzo y concentración, sin embargo, y a juzgar por los numerosos datos disponibles, genera escasa motivación intrínseca en los alumnos, que con frecuencia encuentran aburridas las actividades escolares durante la educación secundaria (Eccles et al, 1997). Por ello, tal vez el contexto escolar no represente el medio más adecuado para el desarrollo de la iniciativa de los alumnos.

            Otro contexto importante durante la adolescencia tiene que ver con el ocio o tiempo libre. Teniendo en cuenta que las actividades de ocio son elegidas y planificadas por los sujetos podríamos pensar que representan una buen medio para el desarrollo de la iniciativa personal. Sin embargo, aunque muchas de estas actividades sean capaces de motivar al sujeto, no podemos decir que requieran la necesaria dosis de concentración o esfuerzo, ya que no suponen un gran reto para el joven. Pensemos por ejemplo en que ver la TV es una de la actividades que ocupan la mayor parte del tiempo libre de los adolescentes. O en el tiempo compartido con los amigos, en que sin duda realizan actividades que son fundamentales para el desarrollo social de los chicos y chicas, pero que son menos eficaces cuando se trata de influir sobre el desarrollo de la iniciativa.


            Sin embargo, las actividades voluntarias estructuradas (actividades organizadas por adultos como las extracurriculares o comunitarias) representan un medio más favorable para el desarrollo de la iniciativa ya que combinan la motivación intrínseca -puesto que también son elegidas por el joven- con la concentración y la duración en el tiempo. Actividades como participar en un club deportivo, o en una banda o grupo musical, o preparar una obra de teatro, o colaborar con una asociación cultural, son voluntarias y requieren de los sujetos participar en un sistema que tiene cierta estructura de normas o reglas, límites, objetivos, etc. Los datos disponibles indican que la participación de adolescentes y jóvenes en actividades extraescolares y organizaciones juveniles está relacionada con niveles más altos de autoestima, sentimientos de autocontrol de la propia vida y aspiraciones más elevadas. Efectos que además suelen ser persistentes y continuar una vez terminada la participación, lo que hace pensar que el sujeto ha adquirido ciertas capacidades, como la iniciativa, que han generado un crecimiento positivo adicional una vez terminado el programa. Según Larson, chicos y chicas adquieren herramientas para la anticipación, la planificación, la adaptación a los otros, la monitorización del progreso, y el ajuste de la conducta a la consecución de objetivos.  Lo que no es poco.

miércoles, 2 de abril de 2014

El propósito en la vida y el desarrollo positivo adolescente.


El enfoque del desarrollo positivo adolescente engloba distintos planteamientos teóricos que tienen en común la consideración de que el adolescentes no es un problema a resolver sino un recurso a promover, dotado de una enorme plasticidad  e inmerso en una serie de contextos relacionales (familia, escuela, barrio). Cuando las interacciones que establece en estos contextos son adaptativas y saludables el adolescente desarrolla todo su potencial y florece. A pesar de ese común denominador, existen diferencias entre autores, ya que cada uno pone el énfasis en un aspecto distinto del desarrollo. Para William Damon, profesor de la Universidad de Stanford , el concepto clave es el de propósito en la vida, que es una intención estable y generalizada de conseguir algo que es significativo para el adolescente a la vez que tiene consecuencias  para el mundo que le rodea. Es decir, con cierta trascendencia para superar las barreras del propio yo.

Este propósito podría incluir una filosofía de vida con cierta trascendencia, unas acciones o planes de futuro, una significatividad para el sujeto, y una inclusión de este propósito en la identidad personal.  Algunas metáforas podrían servir para ilustrar este concepto, como la de un faro que actúa como guía para el adolescente; o la de una herramienta  por medio de la cual el chico o la chica va a emplear  sus diversos talentos e intereses en un contexto relacional. El propósito en la vida puede referirse a distintas esferas de actividad, como el logro académico, el arte, el liderazgo, la religión o el servicio a la comunidad, pero siempre conlleva un deseo de realizar una contribución significativa a la sociedad favoreciendo que el adolescente exprese y satisfaga sus intereses, fortalezas y competencias.

Por una parte le va a ayudar a conseguir una mejor adaptación a aspectos de la vida que pueden ser amenazantes y generarle estrés. De hecho los adolescentes que muestran un claro propósito vital suelen mostrar mejores estrategias para afrontar estas situaciones estresantes.  Es como si ese objetivo vital les diera la energía y la fuerza necesaria para superar los retos y obstáculos que se interponen en su camino. También presentan una mejor cohesión psicológica, lo que significa que sostienen una serie de valores tales como la humildad, la integridad y la vitalidad que dan consistencia a su desarrollo moral y personal. Algunos autores incluso llegan a considerar la espiritualidad como un importante ingrediente del propósito en la vida. En cualquier caso, este objetivo dota al adolescente de una ilusión para mirar al futuro con más optimismo, algo de mucho valor en momentos como el presente.


Aunque, al igual que ocurre con la identidad personal , el propósito en la vida no se limita a la adolescencia, esta es una etapa en la que adquiere un significado especial, y en la que se asientan las bases para su posterior desarrollo y mantenimiento en la adultez. La investigación sobre esta dimensión clave del desarrollo positivo aun es muy escasa, y queda mucho por saber sobre cómo se puede promover este propósito de forma que facilite el desarrollo y florecimiento adolescente.  Es necesario conocer los medios mediante los cuales se puede enseñar y fomentar tanto en contextos formales como informales. No obstante, ya existen datos que indican que los jóvenes que muestran altos niveles de propósito vital disponen en entornos familiares caracterizados por un fuerte apoyo, adultos que actúan como mentores y ofrecen modelos positivos, escuelas que promueven el empoderamiento y estimulan la autonomía, y la posibilidad de implicarse en actividades extraescolares  durante su tiempo libre.

lunes, 10 de junio de 2013

Psicología, Arte y Estética




Con la llegada del siglo XIX los artistas plásticos comenzaron a sentirse liberados de los corsés académicos tradicionales, y se entregaron a la tarea de encontrar nuevas fórmulas más personales para representar la realidad. Ello supuso el surgimiento de una amplia variedad de estilos, más o menos exitosos y perdurables, que tendieron a agruparse en movimientos artísticos tales como  el fauvismo, el expresionismo o el cubismo.  Más tarde incluso se rebasaron las fronteras de esos movimientos, y los artistas buscaron desarrollar un estilo propio, distintivo y reconocible. Hoy día, si no goza de ese sello personal el artista “pinta” poco y su valor de mercado es muy reducido.

El arte abstracto y la desaparición del contenido figurativo en las obras de arte  complicó la tarea de juzgar el valor de esas obras, que demandaban del observador un mayor esfuerzo interpretativo. Ya no resultaba tan fácil para el visitante de una exposición sentir el placer estético derivado de la contemplación del arte. Incluso el concepto clásico de estética quedaba desfasado, puesto que el valor de una obra no dependía de su belleza, que quedó reemplazada por conceptos más intelectuales, como interés y estimulación. Nuestro cerebro viene pre-programado de fábrica para disfrutar de la belleza,  como lo demuestra la preferencia del ser humano desde el mismo nacimiento por estímulos visuales con determinadas características (simetría, equilibrio, contraste, etc.).  Pero ahora los artistas se habían empeñado en transgredir  esas leyes y las fronteras entre el arte y el no arte o incluso la impostura, se hizo cada vez más sutil, y el ciudadano medio se  sintió perdido y desinteresado, alejándose cada vez más de ese arte que tan complicado le resultaba y con el que difícilmente podría disfrutar del goce estético que sí le proporcionaban obras más tradicionales y comprensibles.

 En ese afán de separar grano y paja, la psicología ha realizado interesantes aportaciones al análisis de la apreciación y juicio estéticos,  desde los primeros trabajos de Rudolf Arnheim  o de los teóricos de la Gestalt hasta los estudios recientes basados en investigaciones de carácter empírico. Y es que la apreciación del arte es un proceso perceptivo, cognitivo y emocional que no se diferencia demasiado de otros procesos psicológicos similares. Me parece muy interesante el modelo propuesto por Hemut Leder y sus colegas de las Universidades de Viena y Berlín. Estos autores proponen un modelo que incluye cinco etapas y apuntan también una serie de variables que afectan tanto al juicio como a las emociones suscitadas por una obra de arte.

La primera etapa, denominada perceptiva,  comienza una vez que un objeto ha sido clasificado como artístico. Es la etapa más conocida y que recoge las aportaciones más clásicas en el campo de la composición.  Así, la evidencia empírica disponible señala una serie de características relacionadas con las preferencias estéticas, tales como el contraste,  la claridad o enfoque, la complejidad media, la simetría, ciertos colores, el orden y el agrupamiento.

La segunda etapa representa los procesos de memoria implícita a partir de la experiencia previa del observador.  Lo de implícito hace referencia a que es un proceso que no es deliberado o consciente. Sencillamente la obra tiene ciertas resonancias que estimulan el interés de quien la observa. Son tres los rasgos más relacionados con las preferencias estéticas en esta etapa. El primero es la familiaridad, cuanto más  familiar  resulta lo que vemos mejor lo valoramos, aunque la complejidad modera la relación entre familiaridad y juicio favorable, de forma que lo novedoso puede resultarnos tanto o más atractivo que lo familiar, pero siempre que no nos resulte demasiado complejo. El segundo es lo que podría definirse como “prototipicalidad”, es decir, en qué medida la obra puede resultar representativa de una clase de objetos. El tercero tiene que ver con la acentuación o exageración de alguna propiedad del objeto, tal como ocurre en las caricaturas.

La tercera etapa supone la clasificación explícita de la obra, en función de contenido y estilo, y lógicamente está afectada por el conocimiento y formación artística. Si la persona no es experta clasificará la obra de acuerdo con el contenido que representa (retrato, bodegón, paisaje), mientras que quienes tienen más formación lo harán según su estilo. Cuando  clasifica de forma exitosa la obra, el observador experimenta una sensación satisfactoria derivada de la reducción de la ambigüedad.

La cuarta etapa, de dominio claramente cognitivo, supone una prolongación de la anterior, y se refiere a la compresión del significado de la obra, que conlleva una activación del circuito cerebral del placer, lógicamente  vivida de forma placentera. Esta compresión tiene un efecto similar al de la resolución de un problema: nos sentimos felices por haber sido capaces de entender qué es lo que el artista ha intentado transmitir con su trabajo.  La formación artística facilita este proceso, al igual la información que pueda acompañar a la obra. Incluso un solo título añadido a una fotografía puede hacer más fácil su compresión y garantizar el disfrute estético.

Finalmente, los resultados de las etapas anteriores llevarán al sujeto a un juicio y una emoción estética. Al fin y al cabo, eso es lo que el artista pretendió con su obra, generar una emoción o estado de ánimo. Aunque, en realidad, más que un resultado final, tendríamos que convenir que las emociones habrán estado presentes a lo largo de todo el proceso. Incluso el estado de ánimo inicial parece influir en todas las etapas. Así, cuando nos acercamos a la obra con ánimo positivo, tendemos a realizar valoraciones de carácter más holístico o global, mientras que cuando nuestro ánimo no es tan favorable, procedemos de forma más analítica. Como si nos mostrásemos más exigentes y puñeteros  y buscásemos cualquier pequeño defecto.

Recientemente, Leder y colegas han llevado a cabo un estudio para analizar los factores que influyen en la apreciación del arte por parte de una muestra de estudiantes universitarios, con distintos niveles de formación artística, a quienes presentaron pinturas clásicas, modernas figurativas y abstractas. Los participantes en el estudio debían señalar ante cada obra, en unas escalas construidas a tal fin, hasta qué punto les gustaba, les emocionaba, la comprendían o les generaba interés. Los resultados indicaron  que, con independencia de la formación artística, la emoción generada  fue el factor más influyente en la valoración positiva de las obras. Por otra parte, los estudiantes más expertos o formados en arte asignaron puntuaciones  más altas a cada pintura en todas las escalas, tanto si se trataba de un cuadro clásico como si era moderno o abstracto, lo que viene a indicar que la formación artística redunda en una mayor apreciación y disfrute de todo tipo de arte. Y es que la educación en arte no es un mero lujo en favor del refinamiento o la distinción social sino que nos acerca a una mejor compresión y goce estéticos. Al fin y al cabo, el arte es uno de los mayores logros humanos, uno de  esos raros productos de la cultura que abren nuevos espacios de libertad, en los que es posible superar algunos de los determinismos sociales que pesan sobre la vida, y  a partir de allí desplegar nuevas posibilidades. Tal vez sea por ello por lo que el poder siempre se ha mostrado reacio a promover una educación artística generalizada que popularice la compresión, el disfrute y la creación artística.

Leder et al. (2004). A model of aesthetic appreciation and aesthetic judgments. Bristish Journal of Psychology, 95, 489-508.

Leder et al. (2012). How art is appreciated. Psychology of Aesthetic, Creativity and the Arts,  1, 2-10.



miércoles, 3 de abril de 2013

Facebook y el ajuste social



Cada vez es mayor la cantidad de tiempo que jóvenes y adolescentes dedican  a Facebook y a otras redes sociales surgidas en internet. No es extraño que exista una lógica preocupación social sobre las consecuencias que este uso  pudiera tener sobre el ajuste psicológico de sus usuarios. Una nueva versión del miedo que siempre han suscitado las nuevas tecnologías, desde el invento de la imprenta. Lo nuevo  suscita sospechas, y a veces incluso es  considerado diabólico.

A primera vista podría parecer que el uso intensivo de esta nueva herramienta conllevara algunos problemas  tales como adicción, disminución del rendimiento académico o aislamiento y dificultades relacionales. Sin embargo, la realidad es algo más compleja que una simple relación directa entre el tiempo dedicado a Facebook y el ajuste psicológico, como ha revelado un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de la universidad de Wisconsin-Madison.

En este estudio realizado sobre estudiantes de dicha universidad se analizaron tanto las actividades llevadas a cabo en Facebook y los motivos para usarlo como  la relación que estas actividades y motivos tenían con el ajuste social de estos jóvenes universitarios.Los motivos que llevaban a los participantes en el estudio a usar Facebook eran fundamentalmente de dos tipos. Por una parte conocer potenciales amistades en la red que les permitiese el establecimiento de nuevas relaciones. Por otra, el mantenimiento de las ya existentes, ya que este medio les permitía un contacto cómodo con sus amistades, que en muchos casos residían en otras ciudades. Otros motivos, tales como aumentar el prestigio (mostrar que eran tipos enrrollados), o entretenerse, fueron excusas poco frecuentes.

En cuanto al tipo de actividades más frecuentemente realizadas en la red fueron sobre todo las interacciones electrónicas, como comentar en los muros de otra gente, o en sus fotos, chatear o realizar comentarios en la propia página. Otras actividades podrían etiquetarse como voyeuristas: mirar los muros, comentarios, perfiles o fotos de otros usuarios pero sin dejar ningún tipo de mensaje o comentario. Menos frecuentes fueron los juegos on-line o las auto-presentaciones (revelar actitudes personales, intereses o amistades en la página o muro propio).

Por lo que se refiere a la relación con el ajuste social, tal como habían hipotetizado los investigadores, no fue el tiempo de uso dedicado a Facebook lo que se asoció con el mejor o peor ajuste, sino los motivos y actividades. Así, la motivación de mantener y cuidar las amistades ya existentes se vinculó de forma positiva a unas mejores relaciones sociales y a menos sentimientos de soledad. Por lo tanto parece que existe cierta continuidad entre las relaciones dentro y fuera de la red, y que esa división on-off tiene poco sentido a la luz de estos datos.  En cambio, cuando la principal motivación fue la de conseguir establecer nuevas amistades, la relación tuvo el sentido contrario. Siendo más frecuente esta motivación entre chicos y chicas más solitarios y con más necesidades relacionales. Aunque bien podríamos pensar que el relativo anonimato que ofrece Facebook puede facilitar en esos sujetos el establecimiento de una red social, aunque solo virtual.

También el tipo de actividad se relacionó con el ajuste social, siendo las interacciones electrónicas más frecuentes en los sujetos con mejores competencias sociales, mientras que los sujetos con peor ajuste social y mayores sentimientos de soledad se mostraron más tendentes a actividades de auto-presentación o de actualización de su estado en Facebook.

Por lo tanto, estos resultados sugieren que diferentes actividades en Facebook tienen diferentes implicaciones de cara al ajuste social y bienestar de los universitarios, y que a la hora de estudiar los efectos del uso de redes sociales en internet, debe tenerse en cuenta el tipo de actividad más que el tiempo de dedicación.

YYang, C. C. & Brown, B. B. (2013). Motives for using Facebook, patterns of Facebook activities, and Late adolescents' social adjustment to College. Journal of Youth and Adolescence, 42, 403-416.

martes, 20 de enero de 2009

Kübler- Ross y el bálsamo de la religión



Durante estos días se ha establecido en la blogosfera un cierto debate acerca de la mayor o menor felicidad de creyentes frente a ateos. El desencadenante de la discusión ha sido la campaña del bus ateo (más bien agnóstico) que varios ayuntamientos han decidido poner en marcha. Pero no voy a hablar sobre esta campaña, aunque el contenido de esta publicidad me parece más interesante que el de muchas otras, sino de un libro que leí hace ya varios años: "La rueda de la vida", autobiografía de Elizabeth Kübler- Ross. La razón de que este debate me haya llevado a escribir sobre esta doctora es que hizo de la creencia en la vida tras la muerte una forma de aliviar el sufrimiento causado por la expectativa de una muerte inminente en sus pacientes y en sus familiares.

Kübler- Ross fue una psiquiatra suiza (creo que fue la primera mujer suiza que se licenció en medicina en su país) que desde 1958 desarrolló su actividad actividad profesional en Estados Unidos. La lectura de su autobiografía nos transmite la imagen de una mujer empática, prosocial, muy implicada en su trabajo y tremendamente luchadora, que siendo muy joven estuvo en Polonia como voluntaria ayudando a las víctimas del Holocausto. Más tarde, su trabajo con enfermos terminales de cáncer en un hospital de Nueva York le llevó a cuestionar el trato que recibían muchos de estos pacientes y a impulsar la humanización de la atención sanitaria. Al contrario de lo que hacían sus colegas, Kübler-Ross animaba a sus pacientes a que hablasen de sus sentimientos y preocupaciones ante la muerte, les escuchaba con atención y les ofrecía apoyo emocional.

A partir de las observaciones y las conversaciones mantenidas con muchos de estos pacientes llegó a identificar 5 fases por las que pasaban las personas antes de morir. Este proceso, que expuso en su primer libro “Sobre la muerte y los moribundos”, supuso el reconocimiento internacional de la doctora por lo novedoso del asunto que abordaba. Estas fases son: Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación.


Este modelo fue muy influyente y proporcionó un lenguaje común y unas orientaciones prácticas a todos los profesionales que trabajaban con enfermos terminales, y su contribución a la humanización del trato o atención a estos pacientes está fuera de toda duda. No obstante, su estudio presentaba claras limitaciones metodológicas, por lo que recibió muchas críticas. Incluso se ha cuestionado que más que una mera descripción exploratoria del proceso de morir, se llegó a convertir en una prescripción sobre cómo se debe afrontar este tránsito final, una especie de progreso moral que debe seguirse para el buen morir. Vamos, como la fórmula políticamente correcta de pasar a mejor vida.

El lector de La rueda de la vida se ve atrapado por la fuerza del relato de la vida de la autora: su infancia y adolescencia en Suiza, su trabajo como voluntaria en Polonia, sus comienzos profesionales en Manhattan, todo ello acerca al lector a un personaje que transmite una gran humanidad. Sin embargo, la cosa cambia una vez transcurrido el ecuador del relato, ya que a partir de ese momento Kübler-Ross comienza a decribir sucesos bastante sorprendentes, como sus conversaciones con los espíritus de antiguos pacientes ya fallecidos o sus encuentros nocturnos con su angel de la guarda. En fin, algo que deja totalmente perplejo a quien hasta ese momento había seguido con interés el libro, que en su tramo final se convierte en toda una suerte de despropósitos.

Cuando leí aquello me pregunté por las causas de ese inesperado giro en el relato. Se me ocurren dos posibles explicaciones. La primera es que la doctora no resistió la presión derivada de tanta implicación emocional con sus moribundos pacientes y sus familiares, y terminó perdiendo la razón. La segunda es que la autora pretendía ofrecer una esperanza y un alivio a quienes estaban sufriendo tanto. Como comenté líneas atrás, parece evidente que la creencia en una plácida vida no terrenal, como la que una persona con el carisma y credibilidad de Kübler-Ross describió, libera de muchas angustia y aporta consuelo ante la pérdida de la vida propia y de las personas queridas. ¿No será este regalo postmortem que ofrecen la práctica totalidad de las religiones el motivo de su relativo éxito a lo largo de la historia reciente de la humanidad?

Al final de su vida, la doctora creó en California una clínica para el tratamiento de bebés infectados por VIH, y se rodeó de todo tipo de personajes singulares como médiums, espiritistas y vividores, que se aprovecharon de la ingenuidad de muchas personas atraídas por el carisma de la ex-psiquiatra. El más peculiar de todos ellos fue un supuesto medium que ofrecía a algunas viudas la posibilidad de contactar con sus difuntos maridos teniendo relaciones sexuales con ellas. Por supuesto, el avispado sujeto cobraba por la mediación.

***
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos
***
Jorge Manrique (Coplas a la muerte de su padre)


martes, 23 de septiembre de 2008

¿Es la adolescencia una invención interesada de los adultos?


Con frecuencia, los psicólogos evolutivos nos hemos referido a la posibilidad de que la adolescencia sea una construcción social y no una realidad bio-psicológica. A favor de esta idea se ha argumentado que en muchas culturas, y en la nuestra en épocas pretéritas, el paso de la infancia a la adultez es inmediato y viene marcado por un rito de transición que una vez superado sitúa al joven en el mundo adulto. Sin embargo, en 1991, Alice Schegel y Herbert Barry publicaron un trabajo en el que recopilaron los datos obtenidos por estudios llevados a cabo en 186 sociedades pre-industriales. Como no podía ser de otra manera, encontraron una gran diversidad en la duración y la forma de vivir el periodo que sucede a los primeros cambios de la pubertad; sin embargo, en todas las culturas analizadas existía una brecha entre la madurez sexual y la asunción por parte de los jóvenes de los roles y responsabilidades propias de la adultez. En todas se reconocía como necesario el conceder a los chicos y chicas un periodo de moratoria en el que pudieran experimentar con cierta libertad antes de entrar de pleno derecho en la adultez.

En lo que sí aparecieron diferencias entre las culturas estudiadas fue en la consideración de la adolescencia como una etapa problemática y conflictiva, con una mayoría de sociedades que se alejaban de la concepción dramática y negativa. De alguna manera, los adultos coloreamos esta etapa en función de nuestras necesidades. Así, cuando se precisa de una incorporación inmediata de los jóvenes al mundo laboral, o en épocas de guerra, no se cuestiona la madurez y responsabilidad de chicos y chicas, que se convierten en personas adultas de la noche a la mañana. En cambio, en periodos de recesión económica, como el actual, en los que sobra mano de obra y los adultos están ocupando puestos de responsabilidad, hacemos todo lo posible por acentuar los rasgos negativos de este grupo etario -irresponsables, inmaduros, problemáticos y consumidores abusivos de drogas y sexo- y mantenerlos artificialmente en ese limbo que comienza con la pubertad (ver figura 1). Las teorías psicológicas han sido un soporte ideológico a esas estrategias dilatorias, y desde la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad, los psicólogos hemos formulado modelos explicativos que acompasaban a los cambios sociales y económicos, con una proliferación de artículos y publicaciones que acentúan la versión negativa de la adolescencia en momentos de crisis, para pasar a versiones más favorables cuando se ha necesitado la participación juvenil, como, por ejemplo, durante y tras la Segunda Guerra Mundial. Podríamos decir que estos datos ponen en entredicho la supuesta objetividad y asepsia de muchos de los estudios que llevamos a cabo, ya que de alguna manera inventamos la clase de adolescentes que necesitamos en cada momento. Algo similar, ha ocurrido con los estudios acerca de la idoneidad del cuidado sustituto al parental, ya que cuando el trabajo escaseaba y era conveniente que las mujeres permaneciesen en casa, los estudios indicaban que los niños que asistían a guarderías tenían un peor desarrollo que los criados por sus madres. Misteriosamente, los estudios pasaban a indicar lo contrario cuando cambiaban las necesidades, o cuando las mujeres, legítimamente, desearon abandonar su tradicional rol de cuidadoras para desarrollar una carrera profesional.

Figura 1. Características de los adolescentes según la opinión de adultos entrevistados
(Casco y Oliva, 2004)


Schlegel, A. & Barry, H. (1991). Adolescence: An anthropological enquiry. Free Press, New York.




viernes, 30 de noviembre de 2007

Psicología y Genética

Psicología y Genética




Los psicólogos siempre hemos tenido una relación distante con la genética. Incluso podríamos decir que no nos hemos llevado nada bien. Las razones no son difíciles de entender: si el comportamiento humano está genéticamente determinado, ¿entonces qué pintamos los psicólogos? Por ello, siempre hemos sidos unos celosos defensores del ambientalismo: situándonos en esa posición podíamos mirar el futuro con optimismo y esperanza ya que un cambio favorable del contexto del individuo podría llevar a una mejoría en su ajuste y desarrollo psicológicos. No sólo el individuo sino toda la sociedad en su conjunto podría mejorar, por lo que es bastante comprensible que desde posiciones ideológicas progresistas se mirase con entusiasmo este ambientalismo psicológico.


Por otra parte, la genética se vinculó al fascismo por su interés por la eugenesia y la búsqueda de una raza aria pura. Algo parecido ocurrió con la etología, rama de la biología centrada en el estudio del comportamiento animal. La responsabilidad en la estigmatización de la etología podemos atribuirla en gran parte a Konrad Lorenz y su colaboración con el nazismo en la búsqueda de la mejora racial de los pueblos y su apoyo a la política de raza propugnada por Hitler. Con estos antecedentes no resulta extraño que la determinación genética de la conducta humana no despierte muchas simpatías entre los profesionales de la psicología.

No obstante, también el ambientalismo tiene su cara oculta. Las propuestas ambientalistas de psicólogos conductistas como Watson, Sechenov y Paulov fueron bien acogidas en la Unión Soviética postrevolucionaria, ya que, de alguna manera, el éxito del comunismo dependía en gran parte de que la naturaleza humana pudiera ser modificada para aceptar un cambio de sistema. Como afirmó Trotsky “Producir una nueva y mejorada versión del hombre es la futura tarea del Comunismo”. Ese entusiasmo por la influencia del contexto fue un excelente caldo de cultivo para que surgieran personajes tan peculiares como Trofim Denisovich Lysenko, agrónomo que llegó a tener una gran influencia en la ciencia oficial soviética, quien negó la existencia de los genes y consideró al ADN como un concepto insensato y una superstición propia de la decadencia de Occidente. El Lysenkismo llegó a tener tanto peso en la URSS que a finales de los años 40 Stalin suprimió la genética y encarceló por contrarrevolucionarios a muchos genetistas. Las ideas de Lysenko para mejorar las cosechas mediante manipulaciones ambientales tuvieron unas consecuencias nefastas ya que varias cosechas se perdieron causando una gran hambruna entre la población.



El psicoanálisis también defendió tesis ambientalistas poco afortunadas. Así, las primeras explicaciones freudianas de la esquizofrenia o el autismo responsabilizaban a las madres de estos trastornos. En el caso del autismo, era la frialdad e indiferencia materna la que provocaba su aparición, por lo que sin ninguna prueba se culpabilizó a varias generaciones de madres y padres que no sólo tuvieron que sobrellevar la enfermedad de sus hijos sino que además cargaron con la culpa. Hoy día sabemos que el autismo tiene una base genética y que la frialdad de las madres no es otra cosa que una reacción lógica a la escasa responsividad de sus hijos. Es decir, la causalidad se dirige en el sentido contrario a lo intuido por Freud.


Todo lo anterior nos debe llevar a mostrarnos escépticos con algunos planteamientos ambientalistas ingenuos y poco fundamentados y a tener en cuenta las aportaciones recientes de enfoques que, como la genética de la conducta o la psicología evolucionista, resaltan las influencias genéticas sobre la conducta humana. La consideración de estas influencias, que obviamente interactúan con las ambientales, no supone negar la posibilidad de intervenir, como se demuestra en el caso de la fenilcetonuria, enfermedad de base genética que provoca un grave retraso mental pero que puede tratarse mediante una dieta extremadamente baja en fenilalanina. Negar la evidencia empírica, como hizo Lysenko, no parece ser un buen camino para construir conocimiento, y mezclar ciencia y política a veces provoca cócteles intragables.
Y escribo todo esto porque parece que no pasa el tiempo por la polémica entre herencia y ambiente, y estamos como hace 15 ó 20 años. Así, el último número de Monographs of the Society for Research in Child Development vuelve a tocar el tema, y aún parece necesario explicar que reconocer diferencias genéticas no supone justificar desigualdades sociales. En la toma de decisiones políticas, los valores son tan importantes como el conocimiento. Pero, en mi modesta opinión, es mejor tomar estas decisiones con conocimiento que sin él.