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miércoles, 13 de marzo de 2013

La Psicología Positiva y las tres vidas felices



Con sus luces y sus sombras, con sus logros y sus derrotas, me atrevo a afirmar que la psicología se encuentra en un  estado de relativa buena salud.  A lo largo de los últimos 50 años sus avances en la investigación y el tratamiento de algunos trastornos psicológicos han servido para aliviar el sufrimiento de mucha gente.  Ese habría sido su principal e indudable logro. Sin embargo, también es necesario reconocer que estos avances han podido tener algunos efectos indeseados, como el de la victimización o patologización de algunos estados emocionales, o el excesivo énfasis puesto en el modelo del déficit o la enfermedad. Un modelo semejante al modelo médico tradicional excesivamente centrado en la prevención o tratamiento de los trastornos, pero que ha olvidado trabajar para hacer más felices y competentes a las personales “normales”.

Precisamente ese hueco es el que pretende llenar la psicología positiva, un enfoque más preocupado por construir fortalezas  que en reparar debilidades y problemas. Una visión optimista e inconformista que piensa que la psicología debe ocuparse no sólo de combatir el sufrimiento, sino también de mejorar el desarrollo humano fomentando la competencia, el bienestar y el talento. Martin Seligman, uno de los padres de la psicología positiva, presenta una propuesta muy interesante sobre el objetivo que debe perseguir este enfoque. En una charla que podéis encontrar en TED.com (ver aquí)  hace referencia a los tres tipos de felicidad que se deben fomentar. Juntas podrían suponer algo parecido a la satisfacción vital plena.

La primera es la vida placentera y hedonista, en la que buscamos disfrutar de tantas emociones positivas como podamos. Aunque no hay una fórmula mágica, parece que algo que tienen en común quienes consiguen este tipo de felicidad es disponer de amistades. Está muy bien este tipo de disfrute, aunque tiene algunas limitaciones, como su fuerte heredabilidad (parece que los genes nos hacen tristes o alegres), que deja pocas posibilidades para la intervención, y lo rápido que nos habituamos a lo bueno.  Una vez conseguido nos deja cierto vacío, por lo que estas emociones positivas duran muy poco.

La segunda sería la vida del compromiso con una actividad que absorbe toda nuestra atención. No se trata de placer, sino de "flujo", de una inmersión total en la tarea que hace que el tiempo se pare. No sentimos nada, a diferencia de lo que ocurre durante las situaciones placenteras, nos olvidamos del mundo que nos rodea y nos concentramos exclusivamente en lo que tenemos entre manos. Puede tratarse de una tarea tanto profesional como de ocio en la que nos sumergimos durante horas.

La tercera sería la vida significativa, considerada tradicionalmente como la forma de felicidad más venerable y que coincide con la clásica visión eudaimonista (del griego daimon, o esencia, verdadera naturaleza). Se trata del bienestar asociado a la implicación en actividades que nos llenan y nos hacen crecer, a la experiencia de sentirnos vivos realizando tareas que tienen sentido porque suponen una ayuda  altruista o una aportación para mejorar el mundo en que vivimos. Es la utilización de todo nuestro potencial al servicio de algo que nos trasciende.

De los tres tipos de felicidad, y contrariamente a lo que podría intuirse, la primera es la que menos contribuye a la satisfacción vital. Sus efectos se diluyen pronto como un azucarillo en aguardiente dejando una cierta sensación de vacío e insatisfacción. La segunda, la felicidad relacionada con el compromiso y el flujo, realiza una mayor contribución a ese bienestar personal. Sin embargo, es la tercera, la relativa a la vida significativa, la que más nos llena, y la que tiene un efecto sobre nuestro bienestar que más perdura a lo largo del tiempo.

Con frecuencia, y de forma sesgada, se asocia a la psicología positiva con el pensamiento positivo o con la búsqueda de la felicidad hedonista, lo que ha dado pie a críticas injustificadas,  por la banalización que supondría la búsqueda de una felicidad hollywoodiana,  simple y poco comprometida. Sin embargo, la verdadera felicidad o satisfacción vital no tiene nada de trivial, supone un verdadero compromiso con poner todo nuestro potencial al servicio de la sociedad. Ese es el reto de la psicología positiva, la promoción de la satisfacción vital plena.

miércoles, 21 de abril de 2010

Felicidad y Salud






No se puede decir que el pesimismo esté de moda en estos tiempos, y las posturas de los filósofos irracionalistas como Schopenhauer, o de los existencialistas, como Sartre, se nos antojan bastante demodés. Hoy día todos queremos ser felices, aunque para ello tengamos que mostrar una cierta dosis de insensibilidad ante el sufrimiento ajeno y dejar de sentirnos culpables por ello. La Psicología Positiva, que propone la importancia de analizar los estados de ánimo favorables y sus determinantes, y que ha puesto el foco de atención sobre conceptos como bienestar psicológico, optimismo, resiliencia o satisfacción vital, es una línea de investigación e intervención cada vez más pujante.

Pues si ya existían razones suficientes para buscar la felicidad, ahora tenemos un nuevo argumento, ya que un estudio publicado en The European Hearth Journal ha encontrado que las personas que se muestran contentas y felices tienen menos probabilidades de desarrollar problemas coronarios. Como apunta la investigadora de la Universidad de Columbia, Karina Davidson, aquellos adultos que presentaron una mayor tendencia a expresar emociones positivas y que se sentían más felices también mostraron una mejor salud cardiovascular.

Aunque esta relación podría deberse al estilo de vida más saludable mostrado por las personas felices –dormir mejor, realizar más ejercicio-, parece que existen también procesos fisiológicos implicados, sobre todo relacionados con el estrés. Como ya hemos indicado en alguna entrada anterior las situaciones estresantes someten al organismo a un intenso desgaste, en cambio, las emociones positivas provocan el efecto contrario, ya que disminuyen los niveles de cortisol, bajan la tensión arterial y el ritmo cardiaco.

El estudio se llevó a cabo sobre una muestra de más de 1700 personas residentes en Nueva Escocia (Canadá) a quienes se siguió durante una década, y que fueron entrevistadas y filmadas mientras realizaban algunas tareas y rutinas cotidianas, para evaluar su tendencia a expresar emociones positivas. Las pruebas realizadas permitieron a los investigadores descartar que la relación entre felicidad y salud se debiera a factores genéticos.

Pues bien, parece que si queremos mimar nuestra salud y proteger nuestro corazón tendremos que tratar de levantarnos por las mañanas con mejor ánimo, y cambiar una expresión avinagrada por una amplia sonrisa. Es cierto, que ello no siempre resulta fácil, y que, además, existen factores genéticos relacionados con una actitud vital más o menos optimista. No obstante, se puede hacer un pequeño esfuerzo por dedicar un tiempo diario a realizar una actividad que nos resulte satisfactoria y nos haga sentirnos mejor: leer, ver una película, pasear, hablar con los amigos, …etc., en definitiva desacelerar un poco e introducir algo de “slow” en nuestras vidas.
Si quieres ser feliz, como me dices,
no analices, muchacho, no analices.
Joaquín Bartrina

Davidson, K., Mostofsky, E. & Whang, W. (2010). Don't worry, be happy: positive affect and reduced 10-year incident coronary heart disease: The Canadian Nova Scotia Health Survey . European Heart Journal, 18



viernes, 30 de enero de 2009

El virus de la felicidad se propaga fácilmente


¿Nos hace la felicidad de quienes nos rodean más felices o, por el contrario, cuando vemos que amigos, familiares y compañeros de trabajo son felices y se lo pasan en grande, nos corroe la envidia y nos sentimos desgraciados? Ya tenemos respuesta a este interesante pregunta, pues los resultados del Framingham Heart Study que acaba de publicar the British Medical Journal (ver aquí) apoyan claramente la primera hipótesis y nos permiten afirmar que la felicidad es contagiosa.

El Framingham Study es una investigación longitudinal, con siete oleadas hasta el momento, que comenzó en 1948 con 5209 participantes de la ciudad de Framingham (Massachusetts), y que ha continuado hasta la actualidad con el seguimiento de los hijos y nietos, y sus parejas, de la cohorte inicial. Además de ser longitudinal, este estudio tiene en cuenta no sólo a los participantes directos, denominados egos, sino también a sus familiares, vecinos, amigos y compañeros de trabajo, o alters, elegidos por cada participante. El hecho de que muchos de estos alters, fuesen a su vez participantes en el estudio (egos), supone que los investigadores disponían de una información detallada de ellos –obtenida a través de entrevistas y de exámenes físicos-, que les permitió analizar diversas influencias sobre un ego o participante directo. El sentimiento de felicidad o satisfacción vital fue evaluado en las tres últimas recogidas de datos mediante algunos ítems de la escala de depresión del Centro for Epidemiological Studies (CES-D).

El estudio obtiene información no sólo de individuos concretos sino de redes sociales, definidas por una serie de egos y de alters conectados entre sí por vínculos caracterizados por su grado de separación (1 grado es una relación directa como un lazo de amistad o una relación familiar; 2 grados son relaciones indirectas: por ejemplo, los amigos de mis amigos; 3 grados es una relación aún más indirecta, tal como los amigos de los amigos de mis amigos).
Figura 1. Agrupación de una red de 1181 participantes en el El Framingham Study en función de su vinculación.

Una de las preguntas a las que trata de responder el estudio es si la felicidad de un individuo se ve influida por la de los integrantes de su red social. Como señalan los autores del estudio, la felicidad de una persona puede estar relacionada con las de los miembros de su red social por tres procesos diferentes: homofilia (una persona feliz tiende a vincularse con otras de tono emocional similar), inducción (la felicidad de una persona causa la felicidad de otras), o relación espuria (un factor que influye sobre la felicidad de ambos). Sin embargo, las características del diseño del Framingham Heart Study, especialmente su carácter longitudinal, permitieron a los autores diferenciar estos efectos.

Pues bien, los resultados indicaron que las personas felices estaban conectadas entre sí, y que la probabilidad de que un ego fuese feliz aumentaba según el número de personas felices con las que estaba vinculada, y según la cercanía de las mismas; es decir, las personas vinculadas directamente influían mucho más que las relaciones indirectas. También fue importante la cercanía física, ya que la felicidad de los amigos que vivían más cerca influía más que la de los más alejados. El sexo fue también otra variable que, sorprendentemente, moderó la fuerza del efecto, puesto que la felicidad se contagiaba más frecuentemente a través de relaciones con personas del mismo sexo, hasta el punto de que amigos o vecinos del mismo sexo mostraron efectos más significativos que la propia pareja heterosexual. ¿Curioso no? Es más importante para tu satisfacción vital la felicidad de tu amigo/a o vecino/a que la de la persona con la que convives.

Otro dato que merece la pena destacar es que las relaciones felices ejercían un efecto mayor que las infelices, es decir, tener más vínculos con personas satisfechas con su vida aumentaba significativamente el sentimiento de felicidad del participante, mientras que el efecto del número de relaciones con personas infelices era mucho menor o insignificante. También se mostraron más felices aquellas personas que estaban conectadas con alters que a su vez estaban conectados con muchas personas.

Estos resultados son muy interesantes porque indican que nuestra felicidad no depende exclusivamente de nuestras experiencias individuales o de nuestras elecciones personales, ya que es también una propiedad del grupo o red de personas en el que estamos inmersos. Aunque el estudio no permite aclarar los mecanismos mediante los que se contagia el virus de la felicidad, existen varias posibilidades. Una de ellas es que quienes están más satisfechos con sus vidas tienden a ofrecer más apoyo y mostrarse más amigables con quienes les rodean. Otra posibilidad es que las emociones positivas se contagien, tal vez mediante la participación de las neuronas espejos a las que hacíamos referencia en la entrada anterior. Con independencia de cuál de las dos hipótesis sea correcta, lo más interesante es que cualquier estrategia que aumente la felicidad de una persona puede tener un efecto en cascada que termine extendiéndose a personas de su círculo, aumentando así la efectividad de cualquier intervención encaminada a hacer que la gente sea más feliz.

Fowler, J. H. & Christakis, N. A. (2009). Dynamic spread of happiness in a large social network: longitudinal analysis over 20 years in the Framingham Hear Study. British Medical Journal,337.



domingo, 7 de septiembre de 2008

La derecha es más feliz que la izquierda

No, no voy a volver a hablar de hemisferios cerebrales, en esta entrada me referiré a la izquierda y derecha ideológicas. Y es que acabo de leer un artículo, que publica Psychological Science, con los resultados de un estudio realizado en 9 países que ha llegado a la conclusión de que aquellas mujeres y hombres que votan a partidos políticos de izquierda son menos felices que quienes votan a partidos de derecha. Bien, tal vez piensen ustedes que no era necesario el estudio, ya que la derecha suele tener más dinero, y aunque el dinero no trae la felicidad ayuda mucho a conseguirla. Pero no, no se trata del dinero, ya que los investigadores, como era de esperar, han controlado bastantes variables socio-demográficas, entre ellas el nivel económico de los sujetos entrevistados. Por lo tanto, la explicación no parece ir por ahí.


Los autores del estudio encuentran que es la sensibilidad ante las desigualdades y la racionalización que hacemos de ellas es la variable que media o explica la relación entre ideología política y el bienestar subjetivo. Así, los conservadores suelen justificar el status quo como justo y legítimo, lo que reduce su empatía y ,por lo tanto, el malestar y los sentimientos negativos derivados de ver a gente que lo pasa mal por la carencia de recursos. En cambio, los progresistas tienen que pagar un peaje emocional mayor, ya que carecen de esos mecanismos de racionalización que protegen a los conservadores.

La verdad es que el estudio me deja algo confuso, ya que acababa de leer como Bertrand Rusell en “La conquista de la felicidad” argumentaba que la infelicidad no es un signo de superioridad moral, y que la sabiduría y la sensibilidad hacia lo que nos rodea puede, y debería, ir acompañada de felicidad. En fin, no sé que pensar. Tal vez debería votar a Rajoy en las próximas elecciones. También estoy pensando en enviar un artículo a Psychological Science; si publican estas cosas...


Napier, J.L., & Jost, J.T. (2008). Why are conservatives happier than liberals? Psychological Science, 19 (6), 565-572.