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martes, 21 de junio de 2011

Apego en la infancia y depresión adulta



Que el establecimiento de un buen vínculo entre el bebé y sus cuidadores es una circunstancia capaz de predecir muchas cosas buenas en la adultez es algo bien conocido. De ahí que los psicólogos evolutivos insistamos tanto en la importancia de que padres y madres se muestren atentos y responsivos a las necesidades de sus hijos, ya que esa es la mejor fórmula para establecer un vínculo de apego seguro. Pero cada vez disponemos de más datos acerca de los procesos que intervienen en esta relación causal entre las experiencias infantiles y el ajuste psicológico en la adultez. Y la mayoría de los estudios indican que casi siempre se encuentran implicados algunos cambios cerebrales.

Un buen ejemplo sería la relación hallada entre la inseguridad en el vínculo de apego establecido en la infancia y la tendencia a padecer trastornos depresivos en la adultez. En este caso, la responsabilidad de la relación causal la asumiría el sistema límbico- hipotálamo-hipófiso-adrenal (L-HPA) que se activa  ante situaciones novedosas y estresantes aumentando la producción de cortisol. Se trata de una respuesta adaptativa ya que las concentraciones elevadas de cortisol favorecen, entre otras cosas, el procesamiento cognitivo de las emociones. Sin embargo, en situaciones de estrés crónico la producción de cantidades excesivas de cortisol no resultaría tan positiva, ya que podrían dañar algunas estructuras cerebrales, y generar una respuesta excesiva ante situaciones poco estresantes, de tal forma que el sujeto se encontraría permanentemente en una situación de alerta que agotaría sus recursos de afrontamiento.

Pues bien, los estudios realizados con animales, y algunos más recientes con bebés, han revelado que los problemas en el establecimiento del vínculo de apego provocados por separaciones prolongadas o falta de cuidados parentales alteran la respuesta ante el estrés del sistema L-HPA. Así, aquellos bebés expuestos en la infancia a estas situaciones adversas y que desarrollaron apegos inseguros, reaccionaron antes algunos estresores con niveles de cortisol más elevados y mantenidos en el tiempo, y con mayores respuestas de ansiedad y miedo. Estos estudios indican que la vulnerabilidad ante el estrés puede ser establecida por las experiencias infantiles tempranas mediante sus efectos sobre el sistema L-HPA.
Si tenemos en cuenta que la evidencia empírica acumulada a lo largo de los últimos años pone de manifiesto que la actividad adrenocortical excesiva, tanto medida en sus niveles basales como en la respuesta al estrés, está vinculada con los problemas de ansiedad y depresión, podemos trazar una trayectoria causal que lleva desde las experiencias infantiles con los cuidadores principales hasta los trastornos depresivos en la edad adulta. La relación estaría mediada por algunos cambios cerebrales, concretamente por la respuesta del sistema límbico-hipotálamo-hipofiso-adrenal ante las situaciones y acontecimientos estresantes.

Por lo tanto, una vez más los estudios que van apareciendo nos sugieren la importancia de que madres y padres proporcionen a sus hijos unos cuidados de calidad que lleven al establecimiento de un vínculo de apego seguro. Probablemente sea lo mejor que pueden hacer por sus hijos. 

miércoles, 19 de enero de 2011

El lenguaje oculto de los recuerdos infantiles


Todos tenemos recuerdos de nuestra niñez, de los juegos que nos divertían, de nuestros miedos, de la escuela a la que acudimos, de los amigos y compañeros más cercanos, pero, sobre todo, de nuestros padres. Recordamos con más o menos detalles sus cuidados, su cariño, sus consejos, sus regañinas y sus castigos. Pues bien, aunque parezca sorprendente, estos recuerdos nos pueden ofrecer mucha información acerca del modelo o tipo de apego construido en la infancia.

Cuando se trata de niños pequeños, la mejor manera de evaluar el tipo de apego es mediante la observación del comportamiento del menor, sobre todo en la relación con su cuidador principal, en una situación experimental. Sin embargo, con adolescentes y adultos ese método ya no es útil, y los procedimientos empleados van dirigidos a evaluar el modelo o representación mental del apego, construido a partir de las interacciones con los padres a lo largo de la infancia.

El método más utilizado por los investigadores es la Entrevista de Apego Adulto (Adult Attachment Interview- AAI), una entrevista semiestructurada sobre las relaciones con los padres, en las que se tiene en cuenta no sólo el contenido de las experiencias relatadas, sino también su coherencia o su tono emocional.

Los sujetos con apego seguro suelen manifestar recuerdos coherentes y verosímiles, con independencia de que sean positivos o negativos; valoran mucho la importancia de las relaciones con sus padres y tienen cierto grado de conciencia sobre cómo estas relaciones han podido afectarles.

Los sujetos inseguros evitativos o autosuficientes, es decir, aquellos que suelen evitar el compromiso emocional, en cambio, presentan una mayor incoherencia en su discurso y una importante carencia de información básica sobre estas relaciones, así como una negación del impacto que las experiencias difíciles en la infancia han podido tener sobre ellos. También es frecuente que presenten versiones muy idealizadas de sus figuras de apego y/o que quiten importancia a su relación con ellas y que, además, el tono emocional de su relato sea muy frío.

Por último, quienes presentan apego inseguro ambivalente/preocupado, es decir aquellos que se muestran inseguros y celosos en sus relaciones afectivas, tienden a describir a sus padres o cuidadores con una falta absoluta de sentido del equilibrio o la perspectiva, de forma que pueden ser muy prolijos y detallados con respecto a un asunto o suceso trivial, a la vez que no son capaces de reflejar en su discurso la forma en que estas relaciones infantiles pueden haberles afectado. Su discurso también suele mostrar una alta carga emocional.

Pues bien, nuestras experiencias infantiles quedaron muy atrás, pero dejaron en nosotros un poso emocional que influye en nuestra forma de relacionarnos con los demás, y que se revela en esos recuerdos que vienen desde tan lejos.

martes, 28 de diciembre de 2010

Maneras de amar




Tanto hombres como mujeres nos diferenciamos en la manera de expresar nuestros afectos en las relaciones emocionales estrechas: amistades, parento-filiales y, sobre todo, de pareja. Así, algunas personas se sienten cómodas y seguras en este tipo de relaciones, se implican emocionalmente de forma intensa sin temor, buscan el contacto físico y expresan sus afectos de forma abierta. En cambio, otras manifiestan mucha ansiedad y temor ante las relaciones románticas, se muestran celosas de forma infundada, solicitan mucha atención y señales de afecto, son extremadamente pegajosas, y terminan atosigando a sus parejas. Por último, podríamos encontrar a mujeres y, sobre todo, hombres, que se muestran muy fríos en este tipo de relaciones, hasta tal extremo que en los casos más extremos rehuyen la implicación emocional y difícilmente establecen vínculos afectivos, prefiriendo las relaciones esporádicas. Aunque la tipología podría ser más rica, creo que estos tres tipos de sujetos son los más reconocibles.

La pregunta que seguramente se estará haciendo el lector interesado por el tema, es ¿por qué nos diferenciamos tanto en nuestras maneras de amar? La respuesta está en nuestra infancia, especialmente en las relaciones establecidas con nuestros padres y madres en los primeros años de vida. Es decir, en el tipo de apego o vínculo afectivo establecido (ver aquí). No es extraño que en estas primeras relaciones estrechas en las que el contacto físico y la expresión de los afectos son algo esencial, hayamos aprendido una forma de amar que luego habremos generalizado a otro tipo de relaciones personales. La disponibilidad parental, el cariño, la atención a nuestras necesidades habrían generado un modelo seguro, que nos indujo a confiar en los demás y en nosotros mismos: merecemos que nos quieran y otras personas merecen nuestro afecto. Si, por el contrario, la disponibilidad no fue total, y los cuidadores mostraron una conducta errática en cuanto a la atención de estas necesidades, el modelo construido incluyó cierta inseguridad y ansiedad, ya que nunca sabíamos con certeza cuál sería el comportamiento parental ante nuestras necesidades. Finalmente, cuando padres o madres mostraron una escasa falta de atención a nuestras necesidades y una muy limitada disponibilidad, la enseñanza sacada fue clara: tenemos que ser autosuficientes y debemos evitar a toda costa establecer relaciones estrechas en las que dependamos afectivamente de otras personas, ya que nunca podremos confiar en ellas; la frialdad emocional será una coraza que nos protegerá.

Evidentemente, los modelos construidos en la infancia podrán modificarse, sobre todo a lo largo de las primeras décadas de vida, en función de nuestras experiencias en relaciones con otras personas distintas a nuestros cuidadores: familiares, amistades y, sobre todo, parejas. No obstante, la mayoría de estudios encuentran bastante continuidad en los modelos de apego durante todo el ciclo vital.

Uno de los instrumentos psicométricos más ampliamente utilizados para evaluar nuestras modelos de apego en las relaciones románticas es el Experiences in Close Relationships Revised -ECR-R- (Fraley, Waller y Brennan, 2000), versión revisada del cuestionario elaborado por Brennan, Clark, and Shaver's (1998), Experiences in Close Relationships (ECR).
Este instrumento tiene dos escalas o dimensiones:

- Ansiedad en la relación: es decir, preocupación, inseguridad, celos y temor a perder la pareja.
- Evitación: sentimientos de incomodidad en las relaciones afectivas, que tenderán, por tanto, a evitarse.

A partir de esas dos dimensiones surgen cuatro tipos o modelos de apego adulto:

1. Seguro: baja ansiedad y baja evitación.
2. Preocupado: alta ansiedad y baja evitación.
3. Temeroso: alta ansiedad y alta evitación.
4. Autosuficiente (Dimissing): baja ansiedad y alta evitación.

¿Quieres conocer tu tipo de apego? Puedes cumplimentar el test y obtener la respuesta aquí. Aunque te adelanto que está en inglés.





Fraley, R. C., Waller, N. G., & Brennan, K. A. (2000). An item-response theory analysis of self-report measures of adult attachment. Journal of Personality and Social Psychology, 78, 350-365.
***
Si yo tuviera el corazón,
el mismo que perdí.
Si olvidara a la que ayer
lo destrozó, y pudiera amarte,
me abrazaría a tu ilusión
para llorar tu amor.
.
Enrique Santos Discépolo

miércoles, 22 de abril de 2009

Influencias genéticas sobre el apego desorganizado o no resuelto


Aunque existe una abundante evidencia empírica que indica que el tipo de apego (seguro, ambivalente, evitativo o desorganizado) se construye en las interacciones que tienen lugar en la primera infancia entre el bebé y sus cuidadores, cada vez son más los datos que apuntan a la influencia de factores genéticos. Esta influencia no resulta sorprendente, ya que los genes están relacionados con el temperamento y el comportamiento del menor, lo que a su vez puede condicionar el trato por parte de sus cuidadores, es decir, lo que en genética de la conducta se denominan correlaciones reactivas entre genes y ambiente.

En una entrada anterior ya hicimos referencia a la asociación que algunos genes como el DRD2 y el HTRA mostraban con el tipo de apego adulto (ver aquí). Ahora, un estudio que acaba de publicar Developmental Psychology (aquí), viene a aportar más datos sobre esta influencia genética, en este caso sobre el apego inseguro desorganizado, o no resuelto (unresolved), que es como se denomina a este tipo de apego en sujetos adultos. Este estilo de apego, claramente desadaptativo, suele tener como antecedentes una situación prolongada de malos tratos, y los sujetos que muestran este estilo presentan desorientación y confusión en los procesos de razonamiento a la hora de interpretar distintas experiencias de pérdidas y traumas infantiles. El hecho de que algunos estudios hubiesen encontrado muy poca coincidencia entre hermanos en este modelo de apego sugería que el medio familiar compartido (shared environment) no parecía ser determinante del mismo, y apuntaba a la posibilidad de que la variabilidad genética fuese una fuente potencial de influencia del apego desorganizado.

El estudio que comentamos se llevó a cabo sobre una muestra de 86 sujetos adultos que habían sido adoptados durante su primer año de vida, y que fueron entrevistados mediante el Adult Attachment Inventory (Inventario de Apego Adulto) y sometidos a análisis de ADN. El gen analizado en esta ocasión fue el transportador de la serotonina (5-HTTLPR), que es un neurotransmisor implicado en la regulación emocional, por su relación con la reactividad de la amígdala.

Los resultados indicaron que una variación alélicas de dicho gen aumentaba de forma significativa la probabilidad de presentar un modelo de apego no resuelto. El hecho de que no se hallaran relaciones significativas entre las variaciones de dicho gen y algunas características temperamentales y psicológicas induce a pensar que tal vez no fueran los rasgos temperamentales del sujeto los que influyesen sobre el estilo de crianza parental, lo que a su vez llevaría a la desorganización del apego. Es decir, el papel mediador del temperamento en la relación entre genes y apego, no quedó demostrado. Ello lleva a los autores a preguntarse acerca de los mecanismos que subyacen en la relación entre la variante alélica corta del 5-HTTLPR y el apego no resuelto.

Una posibilidad es que los circuitos implicados en la regulación emocional, en cuyo desarrollo dicho gen desempeña un importante papel, se encuentren deteriorados. Estos circuitos, que integran a la amígdala y zonas medial y ventral de la corteza prefrontal, regulan la apreciación emocional de algunas experiencias o recuerdos de la infancia, lo que puede hacer que estos sujetos muestren una elevada intensidad afectiva en las conversaciones acerca de ciertas experiencias infantiles de pérdidas y rechazos que son propias del Adult Attachment Inventory. Ello hará más probable que estos individuos sean clasificados como “no resueltos”.

Por lo tanto, parece que más que las experiencias vividas en la infancia, es la defectuosa elaboración emocional posterior de dichas experiencias lo que hace que presenten un modelo de apego inseguro no resuelto.En fin, un estudio bastante interesante, no tanto porque demuestre las influencias genéticas sobre este tipo de apego, sino porque sugiere un interesante mecanismo neuropsicológico como el responsable de dicho déficit socio-emocional.

martes, 14 de abril de 2009

Apego a Dios



Seguro que cuando John Bolwby formuló su teoría del apego no pensaba que ésta iba a tener tanta trascendencia. Su modelo ha sido fundamental para entender cómo las relaciones que se establecen entre el bebé y su madre o padre son un elemento clave para entender el desarrollo social a lo largo del ciclo vital. Como ya he tenido ocasión de comentar en entradas anteriores (ver aquí ), cuando estas relaciones se caracterizan por la sensibilidad, el afecto y la disponibilidad, el niño crea un modelo de esta relación caracterizado por la seguridad y confianza en sí mismo y en los demás sobre el que se construirán sus relaciones sociales posteriores. Así, hay una importante evidencia empírica que indica que cuando el modelo de apego construido en la infancia es seguro, las relaciones con los amigos, primero, y con la pareja, más adelante, estarán marcadas por la seguridad y la confianza. En cambio, en aquellos casos en los que las relaciones tempranas con el cuidador/a llevó a la inseguridad en el modelo de apego, por su rechazo o indisponibilidad, estas relaciones posteriores serán emocionalmente frías o estarán caracterizadas por la ansiedad y los celos.

Pero parece que la cosa no se queda ahí, ya que algunos estudios recientes han apuntado la posibilidad de que ese modelo de apego forjado en la temprana infancia también puede generalizarse a las relaciones con Dios. Tal vez el lector agnóstico se esté preguntando cómo es posible que se traslade ese modelo a una relación con algo que sólo existe en la mente del sujeto creyente. Pues de eso se trata, de que es una figura ficticia que existe para la persona religiosa y que posee algunas de las características de las figuras de apego: proporciona seguridad, busca la proximidad con ella, experimenta ansiedad cuando no la siente cercana, es decir, es como si fuera una madre o un padre atento y protector. De hecho la tradición judeo-cristiana ha caracterizado a Dios como una figura materna, o más bien paterna, cariñosa y protectora, aunque también puede llegar a mostrarse severa.

Algunos autores, como Kikpatrick, encontraron que la relación con Dios podía servir como una especie de compensación para unas relaciones afectivas pobres. Es decir, aquellos sujetos que habían construido un modelo de apego inseguro, y que por ello tendrían dificultades para establecer relaciones íntimas de tipo seguro, se refugiarían en la relación con Dios, en una especie de compensación de esa carencia.

Sin embargo, un estudio más reciente (Beck y McDonald, 2004) cuestionó esa hipótesis de la compensación, ya que halló que había una cierta continuidad entre el tipo de apego hacia la pareja y el apego hacia Dios. Ambos tipos de apego fueron evaluados mediante sendos cuestionarios que incluían dos dimensiones: ansiedad y evitación en estas relaciones. Es decir, los resultados indicaron que aquellos sujetos adultos que mostraban más ansiedad y preocupación en sus relaciones románticas también tendían a mostrarse ansiosos en sus relaciones con Dios. En el caso de la evitación, la relación no fue tan clara. Supongo que no hará falta aclarar que el estudio se llevó a cabo con sujetos adultos creyentes (cristianos para ser más precisos), ya que no cabe pensar que una persona no creyente establezca una relación de apego con una figura sobrenatural en la que no cree.

La evidencia sobre este asunto aún es limitada, y el estudio mencionado deja abierta muchas interrogantes, pero puede servir para entender cómo las relaciones que establecen los creyentes con su Dios imaginario pueden ser una fuente de apoyo, seguridad e incluso salud. Aunque eso en el caso de que el modelo de apego sea seguro, ya que si la inseguridad domina esta relación sobrenatural, es muy probable que no se trate de una relación saludable, y no aporte nada positivo al esforzado creyente, sino sea más bien una fuente adicional de frustración.


Beck, R., & McDonald, A. (2004). Attachment to God: The Attachment to God Inventory, tests of working mmodel correspondence, and an exploration of faith group differences. Journal of Psychology and Theology,32, 92-103.

McDonald et al. (2005). Attachment to God and Parents: Testing the Correspondence vs. Compensation Hypotheses. Journal of Psychology and Christianity, 24, 1, 21-28.

jueves, 9 de octubre de 2008

Genes y estilos de apego adulto


En una entrada anterior hacíamos referencia al papel que desempeñan algunos genes en el desarrollo de un tipo de apego claramente desadaptativo como es el apego desorganizado. En esta ocasión nos referiremos a los hallazgos de un reciente estudio que ha aportado evidencia empírica acerca de la implicación genética en el estilo de apego adulto. Es cierto que algunos estudios realizados en el campo de la genética de la conducta no habían encontrado rastros de influencias genéticas sobre el apego infantil, y la mayor parte de la variabilidad era explicada por factores ambientales: el entorno de crianza experimentado por el niño, y más concretamente la relación establecida con el cuidador principal. Pero también hay que mencionar la evidencia sobre las contribuciones genéticas al estilo de apego halladas en estudios con adultos. Una gran parte de estos estudios con adultos han usado el Experience of Close Relationships inventory (Brennan et al, 1998), que evalúa dos dimensiones en las relaciones de pareja, ansiedad y evitación; la primera claramente vinculada al apego inseguro ambivalente y la segunda al apego inseguro evitativo. He usado este cuestionario en algún estudio y ha funcionado relativamente bien.

Un estudio reciente (Gillath, Shaver, Baek y Chun, 2008) ha analizado el papel que algunos genes, sobre los que existe cierta evidencia de que están implicados en las relaciones sociales y afectivas, desempeñan en el desarrollo del apego adulto. En concreto se consideraron algunas versiones de tres genes, uno claramente relacionado con los receptores de la dopamina (DRD2), que está vinculada a algunas conductas sociales disfuncionales; el segundo gen estudiado está relacionado con los receptores de serotonina, neurotransmisor implicado en el comportamiento social y en algunos trastornos afectivos, como la depresión y (HTR2A). El tercer gen guardaba relación con los receptores de oxitocina, cuyo papel en los vínculos afectivos está más que demostrado (OXTR).


El estudio se llevó a cabo sobre 147 estudiantes universitarios con edades comprendidas entre los 18 y los 29 años. Los participantes cumplimentaron el ECR inventory –para evaluar la ansiedad y la evitación en las relaciones afectivas-, el Big Five Inventory –como medida de la personalidad- y, además, proporcionaron muestras de saliva que fueron sometidas a análisis de ADN. Los resultados indicaron que, una vez controlados los efectos de la personalidad, se hallaron relaciones significativas entre polimorfismos de los genes relacionados con la captación de la dopamina y la serotonina y las dos dimensiones del apego adulto. Así, la ansiedad en el apego era más alta entre quienes tenía dos copias del alelo A1 del gen DRD2, mientras que un patrón de alelos del gen HTRA, relacionado con la captación de la serotonina, era más frecuente entre los sujetos evitativos. En el caso del gen vinculado con los receptores de oxitocina, la relación no fue significativa.

Los resultados del estudio sugieren que algunos genes o polimorfismos genéticos predisponen a los individuos a desarrollar un tipo concreto de inseguridad en el estilo de apego: ansiosa o evitativa. No obstante, no contradicen los datos de la literatura empírica sobre apego referente al papel fundamental que desempeña la relación temprana con el cuidador principal en el desarrollo del estilo de apego. Por otra parte, es muy probable que estos polimorfismos genéticos influyan en la actitud y comportamiento del niño, lo que condicionaría la conducta del cuidador hacia el menor y, por lo tanto, el apego establecido. Finalmente, merece la pena señalar que los datos disponibles hasta el momento indican una mayor influencia genética sobre el apego adulto que sobre el infantil, lo cual no resulta extraño si tenemos en cuenta que algunos estudios longitudinales han encontrado que factores genéticos influyen diferencialmente sobre rasgos concretos de personalidad a diferentes edades. No obstante, el tipo de instrumento usado para evaluar el apego en la infancia (Situación del Extraño) y en la adultez (ECR Inventory o Adult Attachment Inventory) puede estar relacionado con la mayor heredabilidad encontrada tras la adolescencia.


Gillath, O., Shaver, P. R., Baek, J.M & Chun, D. S. (2008). Genetic correlates of Adult Attachment Style. Personality and Social psychology Bulletin, 34, 1396-1405.