Que las experiencias vividas en la infancia en la relación con nuestros padres marcan la forma en que actuamos con nuestros hijos es algo bien conocido. Las primeras evidencias sobre esta transmisión intergeneracional del “parenting” surgieron cuando algunos estudios observaron que aquellos niños y niñas maltratados en su niñez tenían más probabilidades de convertirse en padres y madres maltratadores que quienes habían vivido en un entorno familiar afectuoso. Si en un principio estos estudios se basaron en los recuerdos infantiles de estos padres maltratadores, con la escasa fiabilidad que pueden tener estos recuerdos, no tardaron en aparecer datos que procedían de investigaciones longitudinales mucho más fiables. En estos estudios, que siguieron a lo largo de décadas las trayectorias de algunas cohortes de menores, se constató la tendencia de los hijos a repetir el estilo relacional de sus padres y madres. Y no sólo eran transmitidos los estilos hostiles y abusivos, sino también los protectores y cariñosos.
Aunque la evidencia acumulada sobre esta transmisión ha llegado a ser importante, no debemos perder de vista un dato: en ningún estudio hay una correspondencia absoluta entre la crianza experimentada como niño y la desarrollada como padre. El rango de transmisión del maltrato se sitúa en algún punto entre el 7% y el 70%, y probablemente ronde el 30% el porcentaje de padres inmersos en este ciclo de abusos. Este dato hace que nos preguntemos por qué unos padres tienden a repetir con sus hijos los malos tratos sufridos, mientras que otros logran romper el ciclo.
La primera respuesta a esta pregunta provino de un ya clásico estudio longitudinal dirigido por Byron Egeland, y llevado a cabo sobre un grupo de niños que habían tenido infancias difíciles. A pesar de las dificultades experimentadas, muchos de estos menores maltratados consiguieron burlar al destino y se convirtieron en padres y madres afectuosos. Y el principal motivo que explicaba el cambio fue que se trataba de sujetos que habían conseguido establecer una relación emocional estrecha con alguna persona –un familiar, su pareja, un terapeuta- que les dio la seguridad afectiva que no obtuvieron de sus padres. Es decir, la seguridad del tipo de apego establecido, bien en la infancia bien en momentos posteriores del ciclo vital, desempeñaba un papel fundamental.
La evidencia en este sentido ha seguido acumulándose en los últimos años con nuevos estudios, que han señalado la importancia que otros factores parecen tener en la transmisión de generación en generación de la forma de ejercer la ma/paternidad. Entre estos otros factores mediadores está el hecho de haber disfrutado de unas experiencias escolares que hayan promovido un sentimiento de autoeficacia que, a su vez, llevó a una mejor elección de pareja, y a un ejercicio parental positivo. O la competencia social desarrollada durante los años de la adolescencia y la adultez temprana que permite una posterior competencia en el ejercicio del rol parental. O los logros académicos y la ausencia de problemas de conducta durante la adolescencia. Es decir, ya disponemos de un puñado de factores mediadores que nos sirven para entender cómo se produce esta transmisión intergeneracional. Sin embargo, no podemos decir lo mismo con respecto a los factores que moderan esta relación y hacen que mientras que unos padres y madres repiten el estilo de crianza vivido, otros logren romper el ciclo. Mientras disponemos de nuevos datos tendremos que seguir considerando que son las experiencias interpersonales que logran cambiar el modelo de apego construido en la infancia las que cortocircuitan la transmisión intergeneracional del estilo de crianza.
El último número de la revista Developmental Psychology dedica un monográfico especial a este interesante asunto (ver aquí)
Aunque la evidencia acumulada sobre esta transmisión ha llegado a ser importante, no debemos perder de vista un dato: en ningún estudio hay una correspondencia absoluta entre la crianza experimentada como niño y la desarrollada como padre. El rango de transmisión del maltrato se sitúa en algún punto entre el 7% y el 70%, y probablemente ronde el 30% el porcentaje de padres inmersos en este ciclo de abusos. Este dato hace que nos preguntemos por qué unos padres tienden a repetir con sus hijos los malos tratos sufridos, mientras que otros logran romper el ciclo.
La primera respuesta a esta pregunta provino de un ya clásico estudio longitudinal dirigido por Byron Egeland, y llevado a cabo sobre un grupo de niños que habían tenido infancias difíciles. A pesar de las dificultades experimentadas, muchos de estos menores maltratados consiguieron burlar al destino y se convirtieron en padres y madres afectuosos. Y el principal motivo que explicaba el cambio fue que se trataba de sujetos que habían conseguido establecer una relación emocional estrecha con alguna persona –un familiar, su pareja, un terapeuta- que les dio la seguridad afectiva que no obtuvieron de sus padres. Es decir, la seguridad del tipo de apego establecido, bien en la infancia bien en momentos posteriores del ciclo vital, desempeñaba un papel fundamental.
La evidencia en este sentido ha seguido acumulándose en los últimos años con nuevos estudios, que han señalado la importancia que otros factores parecen tener en la transmisión de generación en generación de la forma de ejercer la ma/paternidad. Entre estos otros factores mediadores está el hecho de haber disfrutado de unas experiencias escolares que hayan promovido un sentimiento de autoeficacia que, a su vez, llevó a una mejor elección de pareja, y a un ejercicio parental positivo. O la competencia social desarrollada durante los años de la adolescencia y la adultez temprana que permite una posterior competencia en el ejercicio del rol parental. O los logros académicos y la ausencia de problemas de conducta durante la adolescencia. Es decir, ya disponemos de un puñado de factores mediadores que nos sirven para entender cómo se produce esta transmisión intergeneracional. Sin embargo, no podemos decir lo mismo con respecto a los factores que moderan esta relación y hacen que mientras que unos padres y madres repiten el estilo de crianza vivido, otros logren romper el ciclo. Mientras disponemos de nuevos datos tendremos que seguir considerando que son las experiencias interpersonales que logran cambiar el modelo de apego construido en la infancia las que cortocircuitan la transmisión intergeneracional del estilo de crianza.
El último número de la revista Developmental Psychology dedica un monográfico especial a este interesante asunto (ver aquí)
es esperanzador saber que no estás atrapado en tu conducta por tus genes y tu experiencia infantil al respecto, aunque coincido en que influye mucho... yo trato de romper los patrones que me hicieron sufrir en el trato con mi madre ahora con mi hijo, de hacer justamente eso que yo hubiera querido tener y no tuve -sin malas intenciones claro- y ya veremos lo que logro, pero me reconozco como una madre protectora y preocupada quizá en exceso, y así era mi madre, así que sí, es difícil romper el ciclo, lo importante es analizarse y equilibrar con la pareja también... y sobretodo, mucho afecto y mucha compañía para los hijos, estar muy cerca de ellos siempre que les des suficiente autonomía para que también desarrollen su propia personalidad y no sigan tu reflejo sino el suyo... Y NO AGOBIARLES NI AHOGARLES
ResponderEliminarDisculpe me podria ud proporcionar algun tipo de investigación internacional actual sobre los estilos de crianza?le dejo mi mail beckyveggie10@gmail.com
ResponderEliminarLe agradezco su atencion saludos
Gracias.