La Ley de Protección Jurídica del Menor establece la posibilidad de declarar una situación de desamparo, de forma que la guarda y tutela del niño o niña pase a ser asumida por la Administración. Naturalmente, esa es una medida drástica que sólo se toma en situaciones excepcionales en la que hay un claro incumplimiento por parte de los padres del ejercicio de sus deberes: negligencia, malos tratos, abusos, etc. Cuando la Entidad Pública asume la tutela de un menor, debe proporcionar los recursos para que se ejerza la guarda del menor, ya sea a través de la adopción o el acogimiento familiar, o bien mediante el ingreso en un centro de protección.
En algunos casos, pueden ser los mismos padres quienes soliciten a la Administración que se haga cargo de la guarda, generalmente por la escasez de recursos para el adecuado ejercicio del rol parental. Por ejemplo, padres con muchos hijos y dificultades económicas, o con hijos “difíciles” y pocas habilidades parentales, que se ven desbordados por la situación familiar y abocados a solicitar ayuda a la Administración.
Por lo tanto, en estas situaciones la Entidad Pública que se hace cargo de la guarda de un menor tiene la obligación de velar por él, educarlo, alimentarlo y procurarle una formación integral. Es decir, lo mismo que se le exige a cualquier padre y madre residente en nuestro país. Cuando la medida de protección supone el ingreso en un centro, la persona que dirige el centro es la encargada de ejercer la guarda y la que asume la responsabilidad de cualquier situación en la que las necesidades del menor no estén cubiertas.
Pues bien, tras esa aclaración, hay que hacer referencia al informe que el Defensor del Pueblo acaba de remitir al Congreso de los Diputados, y que a lo largo de esta semana ha tenido una importante repercusión en los medios de comunicación. Se trata de un documento que recoge los resultados de una investigación realizada en 27 centros, todos de titularidad pública, aunque la mayoría de ellos están gestionados por entidades privadas. Tengo que insistir en que aunque muchos de los niños atendidos en estos centros presentan importantes problemas de conducta, se trata de centros de protección, y no son centros de reforma para menores que han cometido delitos.
El informe (ver aquí) ofrece un panorama desolador de la situación por la que pasan muchos de estos niños tutelados por la Administración: castigos corporales severos, aislamiento, a veces durante días, en habitáculos cerrados, desnudos integrales para realizar inspecciones, medicación sin el consentimiento del menor –algo a lo que la obliga la ley a partir de los 12 años-, vejaciones, etc. Es decir, algo que sin ninguna duda llevaría a declarar una inmediata declaración de desamparo y una retirada de la tutela, si en lugar de un centro de protección se tratase de una familia.
¿Qué futuro espera a estos menores, que suelen provenir de familias desestructuradas y que han pasado previamente por situaciones muy complicadas? La verdad es que no resulta difícil hacer un pronóstico que no es nada halagüeño. Como ya hemos tenido la ocasión de comentar en algunas entradas anteriores, la plasticidad neurológica es grande hasta bien entrada la adolescencia, de forma que cuando los menores crecen en un entorno de cariño y protección los centros cerebrales relacionados con el control y la regulación de la conducta maduran de forma adecuada. En cambio, en contextos hostiles en los que son frecuentes las situaciones de mucho estrés, como la que se vive en algunos de estos centros, el circuito básico de amenaza, que integra la amígdala, se encontrará hiperactivado, lo que está relacionado con la agresividad reactiva y la conducta antisocial. Por lo tanto, no son necesarias dotes de adivino para aventurar que muchos de estos menores pasarán a centros de reforma, en un primer momento, y más adelante a centros penitenciarios. Es muy probable que la mayoría de ellos se beneficiarían mucho de un trato adecuado llevado a cabo por profesionales especializados. Sólo de esa forma estos niños y niñas podrían darle un requiebro al destino y convertirse en adultos competentes y responsables. Pero eso exige creer firmemente en la plasticidad del ser humano y apostar por ello, supervisando estos centros de protección y dotándoles de los recursos que necesitan para llevar a cabo una labor tan importante.
En algunos casos, pueden ser los mismos padres quienes soliciten a la Administración que se haga cargo de la guarda, generalmente por la escasez de recursos para el adecuado ejercicio del rol parental. Por ejemplo, padres con muchos hijos y dificultades económicas, o con hijos “difíciles” y pocas habilidades parentales, que se ven desbordados por la situación familiar y abocados a solicitar ayuda a la Administración.
Por lo tanto, en estas situaciones la Entidad Pública que se hace cargo de la guarda de un menor tiene la obligación de velar por él, educarlo, alimentarlo y procurarle una formación integral. Es decir, lo mismo que se le exige a cualquier padre y madre residente en nuestro país. Cuando la medida de protección supone el ingreso en un centro, la persona que dirige el centro es la encargada de ejercer la guarda y la que asume la responsabilidad de cualquier situación en la que las necesidades del menor no estén cubiertas.
Pues bien, tras esa aclaración, hay que hacer referencia al informe que el Defensor del Pueblo acaba de remitir al Congreso de los Diputados, y que a lo largo de esta semana ha tenido una importante repercusión en los medios de comunicación. Se trata de un documento que recoge los resultados de una investigación realizada en 27 centros, todos de titularidad pública, aunque la mayoría de ellos están gestionados por entidades privadas. Tengo que insistir en que aunque muchos de los niños atendidos en estos centros presentan importantes problemas de conducta, se trata de centros de protección, y no son centros de reforma para menores que han cometido delitos.
El informe (ver aquí) ofrece un panorama desolador de la situación por la que pasan muchos de estos niños tutelados por la Administración: castigos corporales severos, aislamiento, a veces durante días, en habitáculos cerrados, desnudos integrales para realizar inspecciones, medicación sin el consentimiento del menor –algo a lo que la obliga la ley a partir de los 12 años-, vejaciones, etc. Es decir, algo que sin ninguna duda llevaría a declarar una inmediata declaración de desamparo y una retirada de la tutela, si en lugar de un centro de protección se tratase de una familia.
¿Qué futuro espera a estos menores, que suelen provenir de familias desestructuradas y que han pasado previamente por situaciones muy complicadas? La verdad es que no resulta difícil hacer un pronóstico que no es nada halagüeño. Como ya hemos tenido la ocasión de comentar en algunas entradas anteriores, la plasticidad neurológica es grande hasta bien entrada la adolescencia, de forma que cuando los menores crecen en un entorno de cariño y protección los centros cerebrales relacionados con el control y la regulación de la conducta maduran de forma adecuada. En cambio, en contextos hostiles en los que son frecuentes las situaciones de mucho estrés, como la que se vive en algunos de estos centros, el circuito básico de amenaza, que integra la amígdala, se encontrará hiperactivado, lo que está relacionado con la agresividad reactiva y la conducta antisocial. Por lo tanto, no son necesarias dotes de adivino para aventurar que muchos de estos menores pasarán a centros de reforma, en un primer momento, y más adelante a centros penitenciarios. Es muy probable que la mayoría de ellos se beneficiarían mucho de un trato adecuado llevado a cabo por profesionales especializados. Sólo de esa forma estos niños y niñas podrían darle un requiebro al destino y convertirse en adultos competentes y responsables. Pero eso exige creer firmemente en la plasticidad del ser humano y apostar por ello, supervisando estos centros de protección y dotándoles de los recursos que necesitan para llevar a cabo una labor tan importante.
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Es verdaderamente una tragedia.
ResponderEliminarEl adolescente (con un cerebro inmaduro) que recibe abusos durante su desarrollo tiene grandes riesgos de mostrar un comportamiento delictivo en la edad adulta, y ademas se ha observado que los patrones de actividad neuronal en la corteza prefrontal de estos son identicos a aquellos que han sufrido una lesion o daño en la misma zona.
Si ademas añadimos que algunos adolescentes, como bien apuntas, provienen de entornos conflictivos la espiral de progresion es macabra.
Luego la sociedad se pregunta cómo puede haber gente psicopata que viole, rapte, robe, mate...
Hay determinadas edades que son criticas.
Un buen post, Alfredo.
Efectivamente, Anibal, como bien apuntas el daño que los malos tratos pueden provocar en el cerebro del adolescente hace que las situaciones denunciadas requieran una respuesta inmediata. Debe prestarse más atención y apoyo a estos centros, y no dejarlo en manos de instituciones privadas, que la mayoría d elas veces hacen lo que pueden con los escasos recursos que reciben de la administración.
ResponderEliminarUn saludo
Yo trabajo en un centro de protección de menores y se trabaja con la filosofía de la normalidad e integración en la sociedad y no existe ni habitaciones acolchadas ni malos tratos.
ResponderEliminarLos malos tratos los han sufrido sobretodo los más desprotegidos ancianos, enfermos psiquiatricos,discapacitados,y por supuesto los menores que hasta no hace mucho nadie le escuchaban porque eran niños.
Las personas que trabajan en centros de menores tienen que pensar que porque la mayoria de instituciones o superiores permitan el maltrato institucional no quiere decir que es lo correcto.
Tambien quiero aprovechar para pedir a los periodistas que se documenten bien,no mezclen centros de reforma con residenciales con terapéuticos y que sean objetivos y no busquen el morbo.Hay muy buenos profesionales trabajando con niños,gente muy concienciada
que quiere lo mejor para los menores.
Y por último que la supervisión de todos los centros es necesaria para trabajar en las mejores condiciones posibles, y no se produzca el maltrato institucional pues los niños ya han sufrido bastante.
Un saludo Juan
Mi hijo pequeño, es de acogida, viene de una realidad dificil.
ResponderEliminarA veces no me sale bien educar, no tengo la palabra precisa o el mejor gesto ,pero lo cierto, es que lo quiero con toda mi alma.
Y diría con honestidad que es feliz.
Introducirlo a todos los niveles sociales cuesta trabajo y más si se le añaden retrasos, pillar al resto no es fácil, pero ya casi los alcanzamos.
Cuando se niega a los deberes, cuando no acepta las comidas, cuando los horarios no son los que coinciden con una peli, en fin que hay que darle unos hábitos diferentes.
En ocasiones es muy difícil.
Sin distinción, por mis hijos tanto biológicos como no biológicos merece la pena dar mi vida.
Aunque me cuestiono
¿como podré ser una mejor madre? ¿como acertaré en mis decisiones?
Y reconozco con humildad, que no ocurre siempre, pienso que ellos no me exigen ser la mejor, a veces se contentan con que los quiera y eso ESTA GARANTIZADO.
Ahora dos años y medio despues de venir a nuestras vidas, es un niño diferente...
ha evolucionado, es mas seguro, nos quiere y nosotros a él, pero eso no evita las peleas y tambien "ayuda psicológica" para adaptarnos todos.
Pero cuanto compensa...
no es lo que nosotros le damos, sino todo lo que nos da él.
Le sale la gracia por la sonrisa y sus ojazos negros. Soy una chica con suerte, desde luego.
Quisiera cambiar de vida, y en vez de estar sentada en un despacho traerme a casa unos cuantos niños ... para quererlos y cuidarlos, pero ¿como hacerlo?...
¿como podría dedicarme a ser madre?
Betania, ojalá hubiera muchas personas como tú.
ResponderEliminarTu comentario refleja una enorme humanidad y mucho amor a la infancia.
Sigue así.
Un cordial saludo
Me parecio muy interesante su blog..
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